jueves, 18 de febrero de 2010

Otro Bolaño

por Jordi Gracia
El País, 13.02.2010













Invenciblemente el lector se pregunta por qué Roberto Bolaño dejó inédita una novela escrita en 1989, mucho antes de su fallecimiento en 2003 o de los problemas de salud graves e irreversibles. La redacción de El Tercer Reich, según la contraportada, es anterior a casi todo lo que publicó en España, porque sus primeros títulos aparecen en 1993 y la tensa y amarga Estrella distante es de 1996, mientras Los detectives salvajes no aparecerá como premio Herralde hasta 1998: el propio editor acaba de explicar que posiblemente interrumpió la redacción de la novela para meterse en 2666. La insatisfacción de autor es la única explicación convincente, pero no porque sea una mala novela, ni siquiera una novela floja, sino porque está lejos de lo que serán los mundos imaginativos, más fantasiosos y más ácidos también, del Bolaño de madurez. No satisfizo la ambición literaria del escritor que quería ser porque creaba otro distinto, como si el resultado final (que seguramente está por rematar) diese el retrato de un novelista que no quería ser: algo más convencional, algo más morbosamente lúgubre, algo menos seguro. Es una buena novela de otro Bolaño.

Bajo la superficie plácida de un relato veraniego crece la pesadilla de la autodestrucción del protagonista. Escuchamos su voz siempre a través de las páginas del diario en el que se cuenta la historia, a menudo forzando hasta el límite la ancha flexibilidad narrativa del formato, pero eso sirve también para seguir puntualmente el avance de la degradación y el descontrol progresivo sobre su propia vida o la incapacidad creciente para fijar deseos y objetivos (como si un jefe militar hubiese dejado de entender el significado de una batalla o de la guerra misma). El argumento sinóptico es abrumadoramente tedioso, pero la novela está lejos de serlo: la semana de vacaciones en la Costa Brava de una pareja de alemanes se convierte en una lenta renuncia a la alegría y un goteo de adversidades, de resignaciones y deseos incumplidos que pronto tendrán su reflejo en el elemento vertebrador del relato, que es el desarrollo a lo largo de muchos días de un wargame llamado El Tercer Reich y en el que él no debería perder porque es el campeón alemán de la especialidad. Pero perderá, y el lector lo intuye desde que intuye el valor metafórico que el novelista ha querido dar a un juego basado en imaginar y ensayar variantes distintas de las que se sucedieron en el curso real de la Segunda Guerra con la derrota nazi final. La novela se va haciendo claustrofóbica a medida que el personaje vive más obsesivamente la evolución del juego, incapaz de escapar a la solución que la historia dio a la Segunda Guerra Mundial con la destrucción del Tercer Reich. Udo Berger verá crecer en el juego el desequilibrio y la negligencia que van degradando su vida: la muerte de otro veraneante y la gestión complicada del cadáver, el abandono de su novia, la fascinación y el deseo por la mujer del director del hotel (forzadamente enigmática) y la morbosa relación indirecta con el marido enfermo, van conduciendo el relato hacia la oscuridad plomiza del otoño, hacia el sentido perdido de una vida que no funciona como un wargame pero reproduce el mismo resultado de derrota sin lágrimas ni casi pesadumbre, con la misma fatalidad con la que el otoño ha retirado la luz al verano.