Revista Quimera, nº314. Dossier Bolaño Poeta. Barcelona. 01.2010
Introducción
El gran impacto alcanzado por la obra narrativa de Roberto Bolaño no ha sido suficiente para posicionar en el lugar que corresponde, a una parte extensa de su obra, a la cual el autor asignaba un valor muy especial, y que es su poesía. En vida del autor, y luego de la publicación de Los detectives salvajes, fueron publicados dos poemarios: Tres y Los perros románticos, que decepcionaron a la mayor parte de la crítica, preocupada de interpretar más la forma que el fondo. Luego, la aparición póstuma del extenso volumen La Universidad Desconocida, que contiene parte de los libros anteriores además de una amplia selección de poemas escritos entre 1978 y 1992, ha sido algo muy de agradecer por los lectores, pero que en ningún caso ha pretendido cerrar el inventario total de su poesía. El mismo Bolaño daba pistas en una entrevista de 2001, en que afirmaba contar con “miles de poemas”, inéditos, sin contar otros publicados en viejas ediciones de difícil acceso: Ediciones mexicanas de hace treinta años, revistas y fanzines, libros olvidados en los cuales se encuentran textos firmados por Roberto Bolaño.
De esta manera, el interés por la poesía de Roberto Bolaño no debería de justificarse en ningún caso. Es un interés que se explica por sí mismo, y que espera pacientemente la revelación de la totalidad de sus textos. No obstante, desde el punto de vista historiográfico, que es donde quieren situarse estas páginas, el interés por la poesía de Bolaño en la época mencionada, es triple: Por una parte, porque nada mejor que su poesía para comprender la evolución (vertiginosa) de su pensamiento y su visión del mundo, y que plasmaría luego en sus fundamentales cuentos y novelas. Por otra, el amplio valor autobiográfico que a ella alientan. De hecho, muchos de los textos que conforman la primera parte de La Universidad Desconocida, correspondientes a los años 1979 y 1980, han sido extraídos de libretas que llevan el título Diarios de vida I, II y III [1]. Y también es muy dable constatar que es a esta época adonde vuelve constantemente la mirada Roberto Bolaño, y en donde sitúa muchas de sus narraciones y relatos posteriores, lo cual habla de la importancia que tuvo para él ésta época a nivel personal.
Y tercero, porque es en esos años, cuando Bolaño comienza a incursionar en la prosa [2], aventurándose rápidamente en territorios de vanguardia al extrarradio de la narrativa, en un proceso de ensayo y aprendizaje de una gran riqueza. Es lo que constatamos, por ejemplo, en textos como Gente que se aleja, de 1980, texto enigmático y de fuerte contenido poético que Bolaño presentó como novela, siendo publicada por Anagrama en 2002 bajo el título Amberes. Lo mismo ocurre con La prosa del otoño en Gerona, que data de 1981, y en donde el sutil deslizamiento desde la poesía a la prosa se hace manifiesto, lo cual, sumado al uso de códigos ininteligibles y una trama hermética, han llevado a los más, sencillamente, a considerar La prosa, casi como la demostración de lo mal poeta que habría sido Roberto Bolaño. Por nuestra parte, consideramos que aquí, lo que hay, es una deliberada voluntad de ignorar las fronteras de los géneros literarios, de confundir y reelaborar los materiales y las fibras utilizados en la confección de su obra, en un proceso de ejercitación, prueba y ensayo, y en una mezcla constante entre ficción y realidad, entre sueños y vigilia, elementos que palpitarán a lo largo y ancho de su obra posterior.
En este breve ensayo nos proponemos, entonces, articular un recorrido por la producción poética de Bolaño, en esos años claves para su formación y vocación literarias, como fueron los años de México y sus primeros tiempos en Cataluña. Intentaremos reconstruir en parte las atmósferas y texturas que jalonaron la trayectoria del gran detective salvaje, así como las coyunturas de cambio o las formas de relieve que fueron apareciendo en su línea y horizontes poéticos. Tras ellas palpitan los ecos y las sombras de la aplastante realidad, y las mejores ensoñaciones de nuestro tiempo.
Sueños de México
Seguramente, la tríada formada por Juventud, Amor y Muerte, encierre los más profundos significados que México DF representaría siempre para Roberto Bolaño. Fue en ese México legendario, adonde llegó con sólo 15 años, donde viviría las aventuras que más claramente decidirían el itinerario de su vida. Posiblemente, estas hayan comenzado con ese “Bautismo Azteca” al aterrizar en la “prepa”, donde el recién llegado debió ganarse con los puños -con gafas y todo- el respeto de sus condiscípulos. Y fue en ese México rebosante de vitalidad de los sesenta, en aquellas librerías de viejos de México DF, la embrollada madeja del transporte público -esa telaraña de peseros y camiones, que Roberto conocería al revés y al derecho al poco tiempo de establecerse- donde Roberto descubriría el sabor inenarrable de las cervezas compartidas con los amigos, conversando de libros, de música y revoluciones, tirados en la hierba, por ejemplo, del Parque de Chapultepec. Conocería el amor –A Lisa Johnson, su amor de juventud, a quien invoca constantemente en su obra posterior-. Y, sobre todo, sería en México en donde este joven curioso y despierto vivió la experiencia definitiva de recibir la visita de la Musa: “Era más hermosa que el sol/ y yo aún tenía 16 años/24 han pasado y sigue a mi lado. (…) En sus ojos veo los rostros/de todos mis amores perdidos/Ah, Musa, protégeme, le digo,/en los días terribles de la aventura incesante”.
Este encuentro o iluminación de claro sentido rimbaudiano, lo llevó a tomar la decisión radical de renunciar a la escuela formal, sin haber acabado la secundaria, y lanzarse a los caminos, en busca del aprendizaje personal y autodidacta que ofrece la Universidad Desconocida en sus aulas fantasmales. Una decisión que, como mínimo, da cuenta de la naturaleza de su pasión, y de la seriedad con la que asumió el juego aquel de la poesía, entendida casi como Revolución o Muerte, que dirigió sus pasos a Chile en 1973, para apoyar la causa del pueblo, y que en 1976, otra vez en México, y con la experiencia de la prisión política, lo llevarían a fundar, junto a Mario Santiago y un bello grupo de jóvenes amigos y poetas, el movimiento infrarrealista, de inspiración vanguardista y libertaria.
De estos intensos y movidos años, en cuanto a producción literaria, se sabe que Bolaño ya con 17 años se dedicaba a la poesía y al teatro, pero de una cantidad de material que se desconoce, dos títulos fueron publicados: Overol blanco y otros poemas y Reinventar el amor. Ambos publicados por la revista Punto de partida, perteneciente a la UNAM, y como resultado de sendos concursos literarios en los que Bolaño habría obtenido, con estos títulos, el tercer y segundo lugar, en 1976 y 1977, respectivamente. En términos de estructura, existen notables correspondencias entre uno y otro, que muestran que la composición formó parte de un similar proceso o momento creativo. De hecho, hay una especie de puente que los une, pues mientras que el primer libro lo distribuye en ocho poemas, dejando al final el poema principal, compuesto de ocho cantos, y que da el título del libro, en el segundo, que consta de seis poemas, es el poema del comienzo, dividido en 10 cantos, el que da el título y cohesión al libro, que continúa luego con 6 poemas.
Desde el punto de vista de los contenidos, también se constata esta reciprocidad. Ambos libros están cimentados en la melancolía, en el compromiso político, la pasión por la cultura (cine, literatura), la experiencia del amor -que en esta etapa aún asume formas románticas- y sobre todo, en la presencia de un “Chile quimérico” que atraviesa ambos libros, con su larga y nevada silueta ensangrentada, que cautiva al joven Roberto con su estela épica y sus rojos colores. Por ello, es la Épica, de aliento rokhiano, withmaniano y vanguardista, quien entrega el pulso y la respiración a estos poemas, sobre todo a los dos poemas vertebradores de cada libro. Se lee, por ejemplo, en el octavo canto de Overol blanco:
“Tierra de Chillán, aquí estoy de nuevo pisándote, quién ha dicho/
que soy ángel Tierra de Cauquenes aquí estoy de nuevo (…)
¡Está lloviendo en el sur! Bésame por última vez el cogote
palomita mía ¡Está lloviendo en el sur!
(…) Oh momio Oh momiecito Oh señor
No pondrás barreras de ninguna clase en mi camino”.
Versos en que se nota la huella de “nuestro padre violento”, con toda su carga romántica y su viva rebeldía. La voluntad épica de esta poesía, lo lleva incluso a firmar con el elocuente seudónimo de Galvarino, héroe en la primera guerra de Arauco (Siglo XVI) y símbolo de la resistencia mapuche contra los castellanos. En esta línea, es curioso observar que, años después, la admiración de Bolaño por la resistencia mapuche haya permanecido, al punto de que al nacer su primer hijo, haya escogido darle el nombre de Lautaro, gran líder militar araucano. Y es bajo ese nombre heroico, que en Overol blanco -y situándose muy adentro del imaginario de su “Chile quimérico”, llenando los versos de expresiones coloquiales chilenas- se evoca el paso de Bolaño por la cárcel de Concepción, en calidad de preso político de la dictadura pinochetista. Ofrece, con un ritmo trepidante y pulso aventurero, retazos de memoria e imágenes cotidianas, muchas de ellas extraídas del día a día en la prisión: (“Después nos llevaron en fila india/ al baño./ Parecíamos niños los presos políticos (…) niños ojerosos, barbudos, chascones/ Los presos políticos compartiendo un flaco jabón/ una peineta verde”), junto con reflexiones y comentarios políticos contingentes, de tipo partidista, que luego en su obra no se volverán a encontrar: “Y un viejito de Curanilahue/ le echaba la culpa al Mir/ en su ignorancia, el pobrecito”.
En cuanto al resto de poemas que conforman ambos libros, nos encontramos con una diferencia en la temática, en el ritmo y en el tono del hablante lírico, que va en aumento de un libro a otro. En Overol blanco, poemas como Carlos Pezoa Véliz e Invitado al banquete de la vida, comparten el tono épico y centrado en lo político-social, pero los otros poemas comienzan a ampliar registros y temáticas, como en la serie de Cine de mala muerte, en donde, aparte de la calidad de las imágenes y la precisión del lenguaje, nos encontramos con las dosis de humor negro que caracterizan su obra: "Apaguen las luces de una vez por todas/ y que la gran conciencia nos tire a la cama de nuevo./Apaguen las luces oh profetas, saquen las brillantes navajas, límpiense las oscuras uñas,/ toda la vida limpien/ pero apaguen las luces primero”. Lo mismo ocurre con el resto de poemas de Reinventar el amor, en que tan pronto se puede pasar de asumir una voz femenina, como en Enséñame a bailar, a entrar en diálogo con un maniquí de una tienda del metro, como en Extraño maniquí. O de parafrasear los sonidos del I Ching, a ordenar “Tú vas a bailar desnuda con el sol en el cenit. Tú vas a contemplar paracaídas en llamas sobre la urbe. Tú me mirarás cuando descubras tu otro corazón, tu verdadera manera de morir”.
Poemas, en definitiva, llenos de frescura y juventud, en los cuales el mundo extiende sus amplios territorios por descubrir, liberando las geografías del amor, la amplitud de las músicas, el eco de las ciudades recorridas y el de las tantas otras que esperaban la hora de su visita. Estos poemas, de alguna forma, constituyeron en este tramo del camino, el oxígeno tanto para su obra poética como para su misma vida, sosteniéndolo un rato del peso aplastante de la realidad chilena y latinoamericana de los setentas, marcada por la muerte y la persecución, y lo acompañaron en su viaje en búsqueda del conocimiento y la inspiración.
De esta manera, en enero de 1977, simultáneamente a la aparición en México de Reinventar el amor, Roberto Bolaño, aún de 23 años, aterrizaba en la ciudad de Barcelona. Dejaba atrás el continente latinoamericano, pero la gran aventura no hacía sino sólo comenzar.
Bolaño en Barcelona
Bolaño se fue de México en enero de 1977. Ya tenía medio amarrado un trabajo en Suecia, que abrió las puertas y acogió a decenas de miles de chilenos partidarios de la Unidad Popular. Pero su madre, Victoria Ávalos, que llevaba dos años instalada en Barcelona, estaba delicada de salud y él debió cambiar su destinación desde Escandinavia hacia el Mediterráneo. En Barcelona, en todo caso, el momento era estelar y las posibilidades que se ofrecían, infinitas. La ciudad estaba que ardía, viviendo intensamente su transición a la democracia, y el Barrio Gótico era un hervidero de artistas, pintores y poetas, que confluían en el mismo espacio (y en las mismas fiestas) con las oleadas de turistas, estudiantes, “hippies” procedentes de todo el mundo, en un mosaico de alegría, juventud, libertad y rock and roll, realmente memorables.
Roberto conoció todos estos ambientes, y los vivió a la par que exploraba las posibilidades de ganarse la vida y continuar con su carrera literaria. Barcelona ya era en esa época, la capital mundial de la edición en lengua castellana, y era lógico que, con todas las experiencias y trabajo acumulado que lo avalaban desde México, tuviera esperanzas en encontrar algo bueno. Pero poco va a tardar en advertir que las cosas no serían nada fáciles. Que una es la apariencia y otra la realidad. Cinco años después, su situación en España seguía siendo irregular, y el famoso “permiso de residencia y trabajo”, una y otra vez, denegado. Cinco años después, para comprobar en carne viva, lo caro que cuesta satisfacer sin más las exigencias de la Musa, y el precio de “dejarlo todo” y “lanzarse a los caminos, nuevamente”. Dentro de los numerosos trabajos que realizó para ganarse la vida, el más importante fue el de vigilante nocturno del camping Estrella de Mar, en Castelldefels, que tenía el inconveniente de extenderse sólo por la temporada veraniega. Los inviernos solían ser duros, y las necesidades fieles y constantes, y eran el telón de fondo para el despliegue de su vocación, para las largas horas que transcurrían contemplando a Roberto Bolaño o leyendo o escribiendo.
Todo este caudal estalla en su poesía, y la cáscara externa con que la envuelve, la superficie más visible, conserva retazos de lo vivido: las vicisitudes de la pobreza, los consuelos, asperezas y festividades del amor, los detalles centelleantes de la amistad. Podríamos citar muchos, pero creo que poemas como El dinero, Para Antoni García Porta, En la sala de lecturas del infierno, y Aparecen a esta hora aquellos amaneceres del DF, donde asistimos a un gran despliegue de ternura, humor negro y autenticidad, expresan a la perfección esta superficie vital. No obstante, por debajo de esta corteza externa, palpitan otros dolores, los verdaderos monstruos goyescos que brotan de la razón, de la fría lucidez con que Roberto Bolaño persigue y juzga la realidad que lo circunda.
Para hacernos una idea de por dónde seguían sus pasos en esta época, hay algunas valiosas pistas escampadas en su obra posterior. Pequeños comentarios que deja al caer, que le sirven para describir por ejemplo, los ambientes de exiliados latinoamericanos y cosas que sucedían, y que muestran su creciente decepción, no con los ideales revolucionarios, sino con el discurso y la práctica de la izquierda, y con el conservadurismo de la misma gente de izquierdas. Comentarios como los contenidos en el cuento El Ojo Silva, donde afirma que la gente de izquierdas pensaba, “al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile” [3]. Otra cosa que desagradaba al joven Roberto, era que tantos exiliados chilenos se dedicaran a vanagloriarse “haber participado en una resistencia más fantasmal que real”. [4]
Similar decepción es la que trasluce un poema sin título, fechado en Castelldefels en junio de 1977, y que comienza Vagan por estas celestes carreteras... Donde constata que los jóvenes franceses, ingleses o alemanes, que hablan de poesía y de comunas, y leen libros de Kerouac y cantan canciones de Morrison, al final, igual son avaros y “cuidan que la grasa de sus panes con jamón no ensucie sus cheques viajeros.” [5] Comienza a distinguir así que, características como el individualismo y el egoísmo, generalmente atribuidos a la cultura burguesa, poseen ramificaciones mucho más extensas. Como lo palpa una vez más, con tristeza, en el cuento Días de 1978: “La realidad, una vez más, le ha demostrado que la demagogia, el dogmatismo y la ignorancia no son patrimonio de ningún grupo concreto.” [6] O en el poema Esta es la pura verdad: “Me he criado al lado de puritanos revolucionarios (…) Nadar en los pantanos de la cursilería es para mí como un Acapulco de mercurio”.
Son éstas, objeciones de fondo para una persona con el nivel de autoexigencia de Roberto Bolaño, que sumadas a las escalofriantes noticias que Latinoamérica prodigaba a manos llenas, podían acabar arrastrándole a la desesperanza y la impotencia total. Y es el desencanto, escoltado por la presencia ignominiosa de la muerte, y peor aún, de la muerte de los jóvenes, la estrella negra que ilumina el derrotero de los personajes que Roberto Bolaño perfila en esta época, en sus primeros intentos en prosa. Cuentos como Diario de Bar [7] y El contorno del ojo [8], que destacan por una ejecución certera y un pulso inconmovible, así lo atestiguan.
La prosa del otoño en Gerona
Así estaban, más o menos, las cosas, cuando Bolaño deja Barcelona para instalarse en la ciudad de Girona, o Gerona. Corría el año 1981 y tenía 28 años. Al parecer, fue que su hermana Salomé le habría conseguido un pequeño estudio para vivir, en la zona de Las Pedreras. No era gran cosa, más bien un sitio viejo y desangelado, pero muy de agradecer, pues en aquel momento el poeta no tenía más trabajo que el de vigilante nocturno en el camping Estrella de Mar, y seguía “sin papeles”. Fueron tiempos de angustia, de incertidumbre, de temores. El poeta se busca la vida dedicándose a la venta ambulante de bisutería en plena Rambla de Girona, acompañado de su madre que vigila atentamente por si aparece la policía. Luego continuaría en lo de la bisutería, pero no en la calle, sino como dependiente en una tienda de moda y complementos, en la Costa Brava, lo que sería el preludio de su final establecimiento en Blanes. Pero esos tres años vividos en la ciudad que bañan el Oñar y el Ter, fueron como un círculo polar alrededor de su cuello, pues a la angustia económica, hubo de añadir la soledad y la frialdad: “No hay cosa más suave más sola/ la nieve cae sobre Gerona”.
Fruto y testimonio de todas estas vivencias, la Prosa del otoño en Gerona, datada en 1981, quizás, sea una de las piezas más tristes e inquietantes que escribiera Bolaño. Triste por la angustia de vivir en los bordes y verse obligado a asumir la identidad del “hombre invisible”; e inquietante por todo lo que hay de oculto e indescifrable en este texto. Toda una revolución interior. Bolaño, al sentirse excluido por una ciudad de piedra donde cuesta establecer vínculos personales, responde concentrándose hacia adentro de sí mismo, refugiándose en la literatura y ensayando formas nuevas que oscilan entre la poesía, la prosa y el guión cinematográfico. De este modo, en la Prosa del otoño en Gerona, presenta una narración hilvanada en torno al vago hilo conductor de un desengaño amoroso situado en el otoño de Gerona, y que transcurre como una cascada de imágenes y fragmentos independientes, que aparecen unidos entre sí por el narrador-protagonista, el humor negro que persiste, y por el uso intermitente de una serie de conceptos y códigos de oscuro sentido, como “el hoyo inmaculado”, “el jefe” y “el momento Atlántida”, con los cuales el autor enmascara lugares, hechos, y quizás también personas.
El valor que el propio Bolaño confiere a este texto, está remarcado por el hecho de que no dejara de incluirlo en el índice de su poesía, tanto en Fragmentos de la Universidad Desconocida (1993), como en Tres (2000).
La obra poética de Roberto Bolaño es como un espejo donde se reflejan las vicisitudes de su vida, y las transformaciones de su pensamiento y visión del mundo. Estas fueron particularmente intensas en el breve período comprendido entre 1976 y 1981, en que pasa del cultivo estricto de la poesía y de una forma de la Épica social latinoamericana, a la composición de textos de una mayor complejidad tanto de la forma como del fondo. El compás que marca el ritmo de esta evolución, está dado por la creciente desesperanza en el futuro, el agotamiento que constata en las ideas y la práctica de las izquierdas, y en lo personal, por los avatares de la pobreza y la imposibilidad de hacer despegar su carrera literaria.
No obstante, el volumen, la calidad y la variedad de registros de su producción literaria durante estos años, dan cuenta de la principal característica que define la poesía de Roberto Bolaño: El espíritu inquebrantable, el humor y la ironía, la dignidad, la lucidez y la ternura, como motores de la literatura, de la literatura de la resistencia.
El gran impacto alcanzado por la obra narrativa de Roberto Bolaño no ha sido suficiente para posicionar en el lugar que corresponde, a una parte extensa de su obra, a la cual el autor asignaba un valor muy especial, y que es su poesía. En vida del autor, y luego de la publicación de Los detectives salvajes, fueron publicados dos poemarios: Tres y Los perros románticos, que decepcionaron a la mayor parte de la crítica, preocupada de interpretar más la forma que el fondo. Luego, la aparición póstuma del extenso volumen La Universidad Desconocida, que contiene parte de los libros anteriores además de una amplia selección de poemas escritos entre 1978 y 1992, ha sido algo muy de agradecer por los lectores, pero que en ningún caso ha pretendido cerrar el inventario total de su poesía. El mismo Bolaño daba pistas en una entrevista de 2001, en que afirmaba contar con “miles de poemas”, inéditos, sin contar otros publicados en viejas ediciones de difícil acceso: Ediciones mexicanas de hace treinta años, revistas y fanzines, libros olvidados en los cuales se encuentran textos firmados por Roberto Bolaño.
De esta manera, el interés por la poesía de Roberto Bolaño no debería de justificarse en ningún caso. Es un interés que se explica por sí mismo, y que espera pacientemente la revelación de la totalidad de sus textos. No obstante, desde el punto de vista historiográfico, que es donde quieren situarse estas páginas, el interés por la poesía de Bolaño en la época mencionada, es triple: Por una parte, porque nada mejor que su poesía para comprender la evolución (vertiginosa) de su pensamiento y su visión del mundo, y que plasmaría luego en sus fundamentales cuentos y novelas. Por otra, el amplio valor autobiográfico que a ella alientan. De hecho, muchos de los textos que conforman la primera parte de La Universidad Desconocida, correspondientes a los años 1979 y 1980, han sido extraídos de libretas que llevan el título Diarios de vida I, II y III [1]. Y también es muy dable constatar que es a esta época adonde vuelve constantemente la mirada Roberto Bolaño, y en donde sitúa muchas de sus narraciones y relatos posteriores, lo cual habla de la importancia que tuvo para él ésta época a nivel personal.
Y tercero, porque es en esos años, cuando Bolaño comienza a incursionar en la prosa [2], aventurándose rápidamente en territorios de vanguardia al extrarradio de la narrativa, en un proceso de ensayo y aprendizaje de una gran riqueza. Es lo que constatamos, por ejemplo, en textos como Gente que se aleja, de 1980, texto enigmático y de fuerte contenido poético que Bolaño presentó como novela, siendo publicada por Anagrama en 2002 bajo el título Amberes. Lo mismo ocurre con La prosa del otoño en Gerona, que data de 1981, y en donde el sutil deslizamiento desde la poesía a la prosa se hace manifiesto, lo cual, sumado al uso de códigos ininteligibles y una trama hermética, han llevado a los más, sencillamente, a considerar La prosa, casi como la demostración de lo mal poeta que habría sido Roberto Bolaño. Por nuestra parte, consideramos que aquí, lo que hay, es una deliberada voluntad de ignorar las fronteras de los géneros literarios, de confundir y reelaborar los materiales y las fibras utilizados en la confección de su obra, en un proceso de ejercitación, prueba y ensayo, y en una mezcla constante entre ficción y realidad, entre sueños y vigilia, elementos que palpitarán a lo largo y ancho de su obra posterior.
En este breve ensayo nos proponemos, entonces, articular un recorrido por la producción poética de Bolaño, en esos años claves para su formación y vocación literarias, como fueron los años de México y sus primeros tiempos en Cataluña. Intentaremos reconstruir en parte las atmósferas y texturas que jalonaron la trayectoria del gran detective salvaje, así como las coyunturas de cambio o las formas de relieve que fueron apareciendo en su línea y horizontes poéticos. Tras ellas palpitan los ecos y las sombras de la aplastante realidad, y las mejores ensoñaciones de nuestro tiempo.
Sueños de México
Seguramente, la tríada formada por Juventud, Amor y Muerte, encierre los más profundos significados que México DF representaría siempre para Roberto Bolaño. Fue en ese México legendario, adonde llegó con sólo 15 años, donde viviría las aventuras que más claramente decidirían el itinerario de su vida. Posiblemente, estas hayan comenzado con ese “Bautismo Azteca” al aterrizar en la “prepa”, donde el recién llegado debió ganarse con los puños -con gafas y todo- el respeto de sus condiscípulos. Y fue en ese México rebosante de vitalidad de los sesenta, en aquellas librerías de viejos de México DF, la embrollada madeja del transporte público -esa telaraña de peseros y camiones, que Roberto conocería al revés y al derecho al poco tiempo de establecerse- donde Roberto descubriría el sabor inenarrable de las cervezas compartidas con los amigos, conversando de libros, de música y revoluciones, tirados en la hierba, por ejemplo, del Parque de Chapultepec. Conocería el amor –A Lisa Johnson, su amor de juventud, a quien invoca constantemente en su obra posterior-. Y, sobre todo, sería en México en donde este joven curioso y despierto vivió la experiencia definitiva de recibir la visita de la Musa: “Era más hermosa que el sol/ y yo aún tenía 16 años/24 han pasado y sigue a mi lado. (…) En sus ojos veo los rostros/de todos mis amores perdidos/Ah, Musa, protégeme, le digo,/en los días terribles de la aventura incesante”.
Este encuentro o iluminación de claro sentido rimbaudiano, lo llevó a tomar la decisión radical de renunciar a la escuela formal, sin haber acabado la secundaria, y lanzarse a los caminos, en busca del aprendizaje personal y autodidacta que ofrece la Universidad Desconocida en sus aulas fantasmales. Una decisión que, como mínimo, da cuenta de la naturaleza de su pasión, y de la seriedad con la que asumió el juego aquel de la poesía, entendida casi como Revolución o Muerte, que dirigió sus pasos a Chile en 1973, para apoyar la causa del pueblo, y que en 1976, otra vez en México, y con la experiencia de la prisión política, lo llevarían a fundar, junto a Mario Santiago y un bello grupo de jóvenes amigos y poetas, el movimiento infrarrealista, de inspiración vanguardista y libertaria.
De estos intensos y movidos años, en cuanto a producción literaria, se sabe que Bolaño ya con 17 años se dedicaba a la poesía y al teatro, pero de una cantidad de material que se desconoce, dos títulos fueron publicados: Overol blanco y otros poemas y Reinventar el amor. Ambos publicados por la revista Punto de partida, perteneciente a la UNAM, y como resultado de sendos concursos literarios en los que Bolaño habría obtenido, con estos títulos, el tercer y segundo lugar, en 1976 y 1977, respectivamente. En términos de estructura, existen notables correspondencias entre uno y otro, que muestran que la composición formó parte de un similar proceso o momento creativo. De hecho, hay una especie de puente que los une, pues mientras que el primer libro lo distribuye en ocho poemas, dejando al final el poema principal, compuesto de ocho cantos, y que da el título del libro, en el segundo, que consta de seis poemas, es el poema del comienzo, dividido en 10 cantos, el que da el título y cohesión al libro, que continúa luego con 6 poemas.
Desde el punto de vista de los contenidos, también se constata esta reciprocidad. Ambos libros están cimentados en la melancolía, en el compromiso político, la pasión por la cultura (cine, literatura), la experiencia del amor -que en esta etapa aún asume formas románticas- y sobre todo, en la presencia de un “Chile quimérico” que atraviesa ambos libros, con su larga y nevada silueta ensangrentada, que cautiva al joven Roberto con su estela épica y sus rojos colores. Por ello, es la Épica, de aliento rokhiano, withmaniano y vanguardista, quien entrega el pulso y la respiración a estos poemas, sobre todo a los dos poemas vertebradores de cada libro. Se lee, por ejemplo, en el octavo canto de Overol blanco:
“Tierra de Chillán, aquí estoy de nuevo pisándote, quién ha dicho/
que soy ángel Tierra de Cauquenes aquí estoy de nuevo (…)
¡Está lloviendo en el sur! Bésame por última vez el cogote
palomita mía ¡Está lloviendo en el sur!
(…) Oh momio Oh momiecito Oh señor
No pondrás barreras de ninguna clase en mi camino”.
Versos en que se nota la huella de “nuestro padre violento”, con toda su carga romántica y su viva rebeldía. La voluntad épica de esta poesía, lo lleva incluso a firmar con el elocuente seudónimo de Galvarino, héroe en la primera guerra de Arauco (Siglo XVI) y símbolo de la resistencia mapuche contra los castellanos. En esta línea, es curioso observar que, años después, la admiración de Bolaño por la resistencia mapuche haya permanecido, al punto de que al nacer su primer hijo, haya escogido darle el nombre de Lautaro, gran líder militar araucano. Y es bajo ese nombre heroico, que en Overol blanco -y situándose muy adentro del imaginario de su “Chile quimérico”, llenando los versos de expresiones coloquiales chilenas- se evoca el paso de Bolaño por la cárcel de Concepción, en calidad de preso político de la dictadura pinochetista. Ofrece, con un ritmo trepidante y pulso aventurero, retazos de memoria e imágenes cotidianas, muchas de ellas extraídas del día a día en la prisión: (“Después nos llevaron en fila india/ al baño./ Parecíamos niños los presos políticos (…) niños ojerosos, barbudos, chascones/ Los presos políticos compartiendo un flaco jabón/ una peineta verde”), junto con reflexiones y comentarios políticos contingentes, de tipo partidista, que luego en su obra no se volverán a encontrar: “Y un viejito de Curanilahue/ le echaba la culpa al Mir/ en su ignorancia, el pobrecito”.
En cuanto al resto de poemas que conforman ambos libros, nos encontramos con una diferencia en la temática, en el ritmo y en el tono del hablante lírico, que va en aumento de un libro a otro. En Overol blanco, poemas como Carlos Pezoa Véliz e Invitado al banquete de la vida, comparten el tono épico y centrado en lo político-social, pero los otros poemas comienzan a ampliar registros y temáticas, como en la serie de Cine de mala muerte, en donde, aparte de la calidad de las imágenes y la precisión del lenguaje, nos encontramos con las dosis de humor negro que caracterizan su obra: "Apaguen las luces de una vez por todas/ y que la gran conciencia nos tire a la cama de nuevo./Apaguen las luces oh profetas, saquen las brillantes navajas, límpiense las oscuras uñas,/ toda la vida limpien/ pero apaguen las luces primero”. Lo mismo ocurre con el resto de poemas de Reinventar el amor, en que tan pronto se puede pasar de asumir una voz femenina, como en Enséñame a bailar, a entrar en diálogo con un maniquí de una tienda del metro, como en Extraño maniquí. O de parafrasear los sonidos del I Ching, a ordenar “Tú vas a bailar desnuda con el sol en el cenit. Tú vas a contemplar paracaídas en llamas sobre la urbe. Tú me mirarás cuando descubras tu otro corazón, tu verdadera manera de morir”.
Poemas, en definitiva, llenos de frescura y juventud, en los cuales el mundo extiende sus amplios territorios por descubrir, liberando las geografías del amor, la amplitud de las músicas, el eco de las ciudades recorridas y el de las tantas otras que esperaban la hora de su visita. Estos poemas, de alguna forma, constituyeron en este tramo del camino, el oxígeno tanto para su obra poética como para su misma vida, sosteniéndolo un rato del peso aplastante de la realidad chilena y latinoamericana de los setentas, marcada por la muerte y la persecución, y lo acompañaron en su viaje en búsqueda del conocimiento y la inspiración.
De esta manera, en enero de 1977, simultáneamente a la aparición en México de Reinventar el amor, Roberto Bolaño, aún de 23 años, aterrizaba en la ciudad de Barcelona. Dejaba atrás el continente latinoamericano, pero la gran aventura no hacía sino sólo comenzar.
Bolaño en Barcelona
Bolaño se fue de México en enero de 1977. Ya tenía medio amarrado un trabajo en Suecia, que abrió las puertas y acogió a decenas de miles de chilenos partidarios de la Unidad Popular. Pero su madre, Victoria Ávalos, que llevaba dos años instalada en Barcelona, estaba delicada de salud y él debió cambiar su destinación desde Escandinavia hacia el Mediterráneo. En Barcelona, en todo caso, el momento era estelar y las posibilidades que se ofrecían, infinitas. La ciudad estaba que ardía, viviendo intensamente su transición a la democracia, y el Barrio Gótico era un hervidero de artistas, pintores y poetas, que confluían en el mismo espacio (y en las mismas fiestas) con las oleadas de turistas, estudiantes, “hippies” procedentes de todo el mundo, en un mosaico de alegría, juventud, libertad y rock and roll, realmente memorables.
Roberto conoció todos estos ambientes, y los vivió a la par que exploraba las posibilidades de ganarse la vida y continuar con su carrera literaria. Barcelona ya era en esa época, la capital mundial de la edición en lengua castellana, y era lógico que, con todas las experiencias y trabajo acumulado que lo avalaban desde México, tuviera esperanzas en encontrar algo bueno. Pero poco va a tardar en advertir que las cosas no serían nada fáciles. Que una es la apariencia y otra la realidad. Cinco años después, su situación en España seguía siendo irregular, y el famoso “permiso de residencia y trabajo”, una y otra vez, denegado. Cinco años después, para comprobar en carne viva, lo caro que cuesta satisfacer sin más las exigencias de la Musa, y el precio de “dejarlo todo” y “lanzarse a los caminos, nuevamente”. Dentro de los numerosos trabajos que realizó para ganarse la vida, el más importante fue el de vigilante nocturno del camping Estrella de Mar, en Castelldefels, que tenía el inconveniente de extenderse sólo por la temporada veraniega. Los inviernos solían ser duros, y las necesidades fieles y constantes, y eran el telón de fondo para el despliegue de su vocación, para las largas horas que transcurrían contemplando a Roberto Bolaño o leyendo o escribiendo.
Todo este caudal estalla en su poesía, y la cáscara externa con que la envuelve, la superficie más visible, conserva retazos de lo vivido: las vicisitudes de la pobreza, los consuelos, asperezas y festividades del amor, los detalles centelleantes de la amistad. Podríamos citar muchos, pero creo que poemas como El dinero, Para Antoni García Porta, En la sala de lecturas del infierno, y Aparecen a esta hora aquellos amaneceres del DF, donde asistimos a un gran despliegue de ternura, humor negro y autenticidad, expresan a la perfección esta superficie vital. No obstante, por debajo de esta corteza externa, palpitan otros dolores, los verdaderos monstruos goyescos que brotan de la razón, de la fría lucidez con que Roberto Bolaño persigue y juzga la realidad que lo circunda.
Para hacernos una idea de por dónde seguían sus pasos en esta época, hay algunas valiosas pistas escampadas en su obra posterior. Pequeños comentarios que deja al caer, que le sirven para describir por ejemplo, los ambientes de exiliados latinoamericanos y cosas que sucedían, y que muestran su creciente decepción, no con los ideales revolucionarios, sino con el discurso y la práctica de la izquierda, y con el conservadurismo de la misma gente de izquierdas. Comentarios como los contenidos en el cuento El Ojo Silva, donde afirma que la gente de izquierdas pensaba, “al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile” [3]. Otra cosa que desagradaba al joven Roberto, era que tantos exiliados chilenos se dedicaran a vanagloriarse “haber participado en una resistencia más fantasmal que real”. [4]
Similar decepción es la que trasluce un poema sin título, fechado en Castelldefels en junio de 1977, y que comienza Vagan por estas celestes carreteras... Donde constata que los jóvenes franceses, ingleses o alemanes, que hablan de poesía y de comunas, y leen libros de Kerouac y cantan canciones de Morrison, al final, igual son avaros y “cuidan que la grasa de sus panes con jamón no ensucie sus cheques viajeros.” [5] Comienza a distinguir así que, características como el individualismo y el egoísmo, generalmente atribuidos a la cultura burguesa, poseen ramificaciones mucho más extensas. Como lo palpa una vez más, con tristeza, en el cuento Días de 1978: “La realidad, una vez más, le ha demostrado que la demagogia, el dogmatismo y la ignorancia no son patrimonio de ningún grupo concreto.” [6] O en el poema Esta es la pura verdad: “Me he criado al lado de puritanos revolucionarios (…) Nadar en los pantanos de la cursilería es para mí como un Acapulco de mercurio”.
Son éstas, objeciones de fondo para una persona con el nivel de autoexigencia de Roberto Bolaño, que sumadas a las escalofriantes noticias que Latinoamérica prodigaba a manos llenas, podían acabar arrastrándole a la desesperanza y la impotencia total. Y es el desencanto, escoltado por la presencia ignominiosa de la muerte, y peor aún, de la muerte de los jóvenes, la estrella negra que ilumina el derrotero de los personajes que Roberto Bolaño perfila en esta época, en sus primeros intentos en prosa. Cuentos como Diario de Bar [7] y El contorno del ojo [8], que destacan por una ejecución certera y un pulso inconmovible, así lo atestiguan.
La prosa del otoño en Gerona
Así estaban, más o menos, las cosas, cuando Bolaño deja Barcelona para instalarse en la ciudad de Girona, o Gerona. Corría el año 1981 y tenía 28 años. Al parecer, fue que su hermana Salomé le habría conseguido un pequeño estudio para vivir, en la zona de Las Pedreras. No era gran cosa, más bien un sitio viejo y desangelado, pero muy de agradecer, pues en aquel momento el poeta no tenía más trabajo que el de vigilante nocturno en el camping Estrella de Mar, y seguía “sin papeles”. Fueron tiempos de angustia, de incertidumbre, de temores. El poeta se busca la vida dedicándose a la venta ambulante de bisutería en plena Rambla de Girona, acompañado de su madre que vigila atentamente por si aparece la policía. Luego continuaría en lo de la bisutería, pero no en la calle, sino como dependiente en una tienda de moda y complementos, en la Costa Brava, lo que sería el preludio de su final establecimiento en Blanes. Pero esos tres años vividos en la ciudad que bañan el Oñar y el Ter, fueron como un círculo polar alrededor de su cuello, pues a la angustia económica, hubo de añadir la soledad y la frialdad: “No hay cosa más suave más sola/ la nieve cae sobre Gerona”.
Fruto y testimonio de todas estas vivencias, la Prosa del otoño en Gerona, datada en 1981, quizás, sea una de las piezas más tristes e inquietantes que escribiera Bolaño. Triste por la angustia de vivir en los bordes y verse obligado a asumir la identidad del “hombre invisible”; e inquietante por todo lo que hay de oculto e indescifrable en este texto. Toda una revolución interior. Bolaño, al sentirse excluido por una ciudad de piedra donde cuesta establecer vínculos personales, responde concentrándose hacia adentro de sí mismo, refugiándose en la literatura y ensayando formas nuevas que oscilan entre la poesía, la prosa y el guión cinematográfico. De este modo, en la Prosa del otoño en Gerona, presenta una narración hilvanada en torno al vago hilo conductor de un desengaño amoroso situado en el otoño de Gerona, y que transcurre como una cascada de imágenes y fragmentos independientes, que aparecen unidos entre sí por el narrador-protagonista, el humor negro que persiste, y por el uso intermitente de una serie de conceptos y códigos de oscuro sentido, como “el hoyo inmaculado”, “el jefe” y “el momento Atlántida”, con los cuales el autor enmascara lugares, hechos, y quizás también personas.
El valor que el propio Bolaño confiere a este texto, está remarcado por el hecho de que no dejara de incluirlo en el índice de su poesía, tanto en Fragmentos de la Universidad Desconocida (1993), como en Tres (2000).
La obra poética de Roberto Bolaño es como un espejo donde se reflejan las vicisitudes de su vida, y las transformaciones de su pensamiento y visión del mundo. Estas fueron particularmente intensas en el breve período comprendido entre 1976 y 1981, en que pasa del cultivo estricto de la poesía y de una forma de la Épica social latinoamericana, a la composición de textos de una mayor complejidad tanto de la forma como del fondo. El compás que marca el ritmo de esta evolución, está dado por la creciente desesperanza en el futuro, el agotamiento que constata en las ideas y la práctica de las izquierdas, y en lo personal, por los avatares de la pobreza y la imposibilidad de hacer despegar su carrera literaria.
No obstante, el volumen, la calidad y la variedad de registros de su producción literaria durante estos años, dan cuenta de la principal característica que define la poesía de Roberto Bolaño: El espíritu inquebrantable, el humor y la ironía, la dignidad, la lucidez y la ternura, como motores de la literatura, de la literatura de la resistencia.
Notas
[1] La Universidad Desconocida (Barcelona, Anagrama, 2007) p 459.
[2] Cuentos como Diario de bar y El contorno del ojo, datan de 1979 y 1982, respectivamente, mientras que su primera novela, escrita juntamente con Antoni García Porta, los Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, es de 1984.
[3] En Putas asesinas (Barcelona, Anagrama, 2001) Pág. 12.
[4] Idem, Pág. 11.
[5] En Gutiérrez, antología de poesía chilena compilada por Andrés Braithwaite. (Santiago de Chile, 2005) Pag 31.
[6] Putas Asesinas. Pag 66.
[7] Cuento de 1981. Publicado junto a Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (Barcelona, Acantilado, 2005).
[8] Cuento premiado con el III accésit del II Premio Alfambra de literatura. Publicado por Editorial Prometeo en Valencia, en 1983.