Babelia. 14.04.2007
No me gusta hablar de lo que no me gusta. Prefiero equivocarme en el elogio. Cuando abandono un libro es porque la ecuación placer/dolor está de este último lado. Nunca me impongo la lectura como un cilicio. Sobre todo la de poesía y la de novelas. Soy lector sibarita. Cuando dejo un libro, en especial aquellos textos que vienen bendecidos por cierto consenso, tiendo a pensar que se trata de una carencia mía. Con Bolaño me sucedió eso. Fracasé. Tratándose de un autor tan reconocido, de seguro el problema es mío. Perdí por completo el interés en él.
Ahora, con motivo de esta valoración que presenta El País, me obligo a tratar de aclarar(me) los motivos de mi fracaso. Leo algunas páginas. Tiene pocos recursos y los repite sin variar. Me doy cuenta de que su prosa va en remolinos. En cada párrafo uno pasa varias veces por la misma palabra. Abusa de la aliteración hasta el cansancio. Con esa muletilla, da la impresión de estar conversando, siempre con el mismo tono, que fluctúa entre la cantaleta y la salmodia. Mis ideales son otros, distintas mis admiraciones. Por mi parte, mientras leo voy tachando. Admiro la economía de medios. Me parece maravillosa, y dificilísima de lograr, una prosa como la de Pedro Zarraluki, como la de Martínez de Pisón, como la de Andrés Trapiello, todas distintas entre sí como para demostrar que la sobriedad no es monotonía. En cambio ese ir en eses es heces, digo para aliterar como alitera y repetir como repite Bolaño en dosis tan excesivas, que terminan por denunciar la bisutería de una prosa bastante poco recursiva. Bolaño es mago de un solo truco, retorcido (como un remolino), adornado truco, pero siempre igual a sí mismo. Es ahí cuando uno puede ver con nitidez la diferencia entra la pobreza -maquillada- y la difícil y maravillosa sencillez.
Ahora lo tengo más claro. Fracasé con Bolaño porque me marea su repetidora. (De seguro estoy equivocado. Definitivamente no me gusta hablar de lo que no me gusta).
Ahora, con motivo de esta valoración que presenta El País, me obligo a tratar de aclarar(me) los motivos de mi fracaso. Leo algunas páginas. Tiene pocos recursos y los repite sin variar. Me doy cuenta de que su prosa va en remolinos. En cada párrafo uno pasa varias veces por la misma palabra. Abusa de la aliteración hasta el cansancio. Con esa muletilla, da la impresión de estar conversando, siempre con el mismo tono, que fluctúa entre la cantaleta y la salmodia. Mis ideales son otros, distintas mis admiraciones. Por mi parte, mientras leo voy tachando. Admiro la economía de medios. Me parece maravillosa, y dificilísima de lograr, una prosa como la de Pedro Zarraluki, como la de Martínez de Pisón, como la de Andrés Trapiello, todas distintas entre sí como para demostrar que la sobriedad no es monotonía. En cambio ese ir en eses es heces, digo para aliterar como alitera y repetir como repite Bolaño en dosis tan excesivas, que terminan por denunciar la bisutería de una prosa bastante poco recursiva. Bolaño es mago de un solo truco, retorcido (como un remolino), adornado truco, pero siempre igual a sí mismo. Es ahí cuando uno puede ver con nitidez la diferencia entra la pobreza -maquillada- y la difícil y maravillosa sencillez.
Ahora lo tengo más claro. Fracasé con Bolaño porque me marea su repetidora. (De seguro estoy equivocado. Definitivamente no me gusta hablar de lo que no me gusta).