martes, 22 de junio de 2010

Roberto Bolaño en “La belleza de pensar”. Entrevista de Cristián Warnken en la Feria Internacional del Libro de Santiago

Estación Mapocho, Santiago de Chile. 1999
Transcripción de René Rojas





Desde la estación Mapocho, en el corazón de la Feria Internacional del Libro, iniciaremos esta conversación con un poema de Gabriela Mistral: País de la ausencia, extraño país, más ligero que ángel y seña sutil, color de alma muerta, color de ñeblí, con edad de siempre, sin edad feliz. (…) Parece una fábula que yo me aprendí, sueño de tomar y de desasir. Y es mi patria donde vivir y morir. (…) Me nació de cosas que no son país: De patrias y patrias que tuve y perdí; de las criaturas que yo vi morir; de lo que era mío y se fue de mí. (…) y en país sin nombre me voy a morir. Es un poema de Gabriela Mistral, cortado vilmente por mí, para iniciar una conversación con alguien que quizás pueda hablarnos de esa sensación de patrias perdidas, de patrias recuperadas, de naufragio, de personajes solos, de sombras, de fantasmas; Roberto Bolaño conversará conmigo en La Belleza de Pensar. Muchas gracias Roberto por estar conmigo en esta conversación.
No, gracias a ti, Cristián.

Bienvenido a este extraño país, a Chile.
Para mí no es nada extraño. Los versos esos, de Gabriela Mistral, cuando dice: “el país sin edad, o la edad de siempre” yo creo que se refiere al país de la infancia. Y eso, en alguna medida, lo veo como algo muy cercano y como algo nada adverso. La infancia detenida. Tal vez si uno permanece en el sitio de la infancia, el lugar de la infancia, las posibilidades de ver cómo se corrompe tu propia infancia son mayores. En el fondo, siempre vamos a ver cómo se corrompe nuestra infancia, estemos en un sitio o en otro. Pero el estar lejos de ese lugar, tal vez haga un poco más suave la visión de…

Me da la impresión de que la mayoría de tus personajes, de tus distintas novelas y de tus cuentos –estamos hablando de La pista de hielo editada por Editorial Planeta, estamos hablando de Estrella distante por Anagrama, los cuentos; Llamadas telefónicas, Amuleto, y fundamentalmente este libro que ha tenido un impacto en los lectores: Los detectives salvajes– muestran a personajes que han perdido de alguna manera sus puntos de referencias o sus países, son de alguna manera personajes náufragos.
No sé, la verdad… Permíteme, déjame ver una cosa del poema de Gabriela Mistral ¿Cuál era? ¿Este? (le señala el verso).

Ese mismo.
(Mientras lee el poema) Con edad de siempre… Aquí hay unos versos que son magníficos: con edad de siempre/sin edad feliz. Los dos versos son muy buenos, pero yo sólo me puedo quedar con uno, y es el primero: con edad de siempre. Sin edad feliz no me puedo quedar, es un verso magnífico. Gabriela Mistral es una poeta extraordinaria. En mi caso las edades, los pasos, el transcurso del tiempo; es una experiencia gozosísima. Y esa edad de siempre con el tiempo también se transforma en algo gozoso. Luego está la cotidianidad y las sorpresas que da la vida, pero en principio lo veo de esa manera.

Yo partí con un poema porque me da la impresión que la mayoría de tus personajes más importantes, de alguna manera, o son poetas, o tienen que ver con la poesía. O incluso algunos, como una patinadora o puede ser hasta un criminal, tienen escondida –en el alma o en el corazón– un verso o un fragmento de un poema. ¿Cuál es tu relación con la poesía? Una suerte de devoción, de amor entrañable por ella…
Yo empecé escribiendo poesía. Al menos cuando empecé a escribir en serio, cuando la apuesta era a vida o muerte –que es una forma un poco exagerada de decirlo, pero bueno, se parece– lo que escribí era poesía, y leí muchísima poesía. Y siempre he admirado las vidas de los poetas. Esas vidas tan desmesuradas, tan arriesgadas. Y en ese sentido tal vez –sólo tal vez- ese amor mío por la poesía y por los poetas se refleja de alguna manera en algunos de mis libros. Yo no creo que en todos. Además, yo como poeta no soy nada de lírico; soy totalmente prosaico, cotidiano. Mi poeta favorito es Nicanor Parra. Nicanor Parra ya lo dice; que él no habla de crepúsculos, ni de damas recortadas sobre el horizonte, sino de comidas y luego de ataúdes, y ataúdes y ataúdes -lo repite.

¡Y él habla de antipoesía! ¡Pero en tus libros aparece frecuentemente la palabra poesía!...
Es que la antipoesía es poesía. De eso no hay ninguna duda. El Manifiesto Antipoético de Nicanor es poesía de la más pura.

Ahora, ¿qué es lo que es poesía? Como la pregunta de Gustavo Adolfo Bécquer, que lo pregunta casi retóricamente. ¿Qué es poesía?
Poesía… eres tú. ¿Esa es la respuesta? (Los dos ríen, luego volviendo a la pregunta…). No, no sé qué es poesía. No, no lo sé. Se quienes estuvieron cerca del fenómeno poético. Para mi, Rimbaud y Lautréamont siguen siendo los poetas por excelencia. El camino de Rimbaud y de Lautréamont es el camino de la poesía. Y en ese sentido la poesía para mí es un acto que tiene mucho de –es un gesto más que un acto– de adolescente. De adolescente frágil, inerme, que apuesta lo poco que tiene por algo que no se sabe muy bien qué es. Y que generalmente pierde. Alfred Jarry para mí es un gran poeta contemporáneo. Aunque escribió poca poesía. No sé realmente qué es poesía.

A propósito de Rimbaud, te relacionaría con algunos poemas iniciales; de la adolescencia –justamente– de Rimbaud, de los primeros poemas. Unos poemas que se llaman La Bohemia donde él cuenta unos días que tuvo unas escapadas a París, cuando se escapó de su casa, y vaga feliz y libre, junto a los rieles del tren y siente una especie de éxtasis, y de felicidad. ¿Has sentido tú ese momento, ese estado de gracia, en la literatura y en la poesía?
Yo creo que todos los escritores, incluso los más mediocres, los más falsos, los peores escritores del mundo, han sentido durante un segundo la sombra de ese éxtasis. Sin duda el éxtasis, no lo han sentido. El éxtasis tal cual, quema. Y alguien que lo sienta durante un segundo y luego retorna a su mediocridad existencial, es evidente de que no se ha metido en el éxtasis. Porque el éxtasis es terrible. Es abrir los ojos ante algo que es difícil de nombrar, y difícil de soportar.

Ahora, este éxtasis al cual muchos poetas han hecho referencia: Rimbaud, Baudelaire, que incluso uno puede sentir en un antipoema de Nicanor Parra; ¿se puede sentir en la narrativa ese éxtasis; en la novela?
Yo creo que la mejor poesía de este siglo está escrita en prosa. Hay páginas del Ulises de Joyce, o de Proust, o de Faulkner que han tensado el arco como no lo ha hecho la poesía en este siglo. Donde realmente te das cuenta que el escritor se ha metido por una senda en donde nadie antes se había metido. Y aquello que hablabas del éxtasis baudeleriano con el éxtasis rimbaudiano, yo haría una precisión; Baudelaire es el poeta, y es el poeta adulto. Y yo hablaba del poeta adolescente. Baudelaire sabe muy bien lo que está haciendo, sabe muy bien que está innovando. Baudelaire maneja la técnica de una manera soberana, él es dueño de todos sus recursos. Y en ese sentido no es frágil. Baudelaire es una roca, es fuertísimo, es como Whitman, en otro sentido –no se parecen en nada evidentemente. Son escritores que aunque parezca que se van por la desmesura, en realidad son escritores de un gran sentido común. Porque en el centro de la literatura, en el centro del canon literario básicamente está el sentido común. El sentido común que nos pertenece a todos, a todos los seres humanos. Baudelaire en ese sentido –que era un drogadicto, un borracho, etcétera– Baudelaire es un padre, un páter familia, y es el abuelo sensato. Baudelaire nos muestra el camino, nos muestra sus herramientas y abre un camino pero nos dice cómo abrirlo, cómo mostrarlo y a partir de él, además ese camino queda no sólo abierto, sino que pavimentado. Rimbaud y los poetas adolescentes encarnan otra situación.

¿Qué otro ejemplo de poeta adolescente podrías dar?
Yo creo que Rimbaud y Lautréamont son los dos poetas adolescentes absolutos. En donde la pureza es tal, que quien se atreva a tocar –pero a tocar de verdad– a Rimbaud y Lautréamont, se quema.

¿Quién es Ulises Lima?
Ulises Lima era mi amigo Mario Santiago, quien murió hace un año y pico.

Háblanos un poco de él.
Es el… bueno, fue mi mejor amigo, mi mejor amigo de lejos. Poeta mexicano. Un ser extrañísimo, en realidad Mario Santiago parecía haber bajado de un ovni hace un par de días. Y tenía cosas tan extrañas, era un lector empedernido. Cosas tan extrañas como meterse en la ducha y seguir leyendo. Entonces, se metía en la ducha y con la mano mantenía el libro así (hace el gesto con sus manos): ¡y lo peor es que eran mis libros! (la audiencia ríe). Y yo siempre veía mis libros mojados y no sabía qué había ocurrido. Y yo decía: “¿es que ha llovido en México?”. Porque claro, México es muy grande y puede llover en una zona de la ciudad y en otra no. Es raro, pero se puede dar ese caso. Realmente, un fenómeno curioso en la naturaleza ¿no? Pero se puede dar. Hasta que una vez lo sorprendí leyendo en la ducha, y yo lo que tenía que haber hecho era ponerme de rodillas a rezar. A rezar ante el milagro que había presenciado. No lo hice, más bien lo reté. Y tenía cosas así Mario. Mario era un personaje fantástico, no tenía ninguna disciplina. Recuerdo que para ganar dinero trabajábamos en diversas revistas mexicanas y era yo el que escribía sus crónicas, sus artículos; él hacía un borrador y yo cogía el borrador y escribía la crónica. Y luego tenía que escribir la mía también.

O sea ¿era poeta-poeta?
Él era un poeta-poeta. Era un personaje fantástico, muy valiente.

¿Recuerdas algún poema, algún verso?
Si he de vivir que sea, sin timón y en el delirio. Que es una apuesta pero… total.

¿Es posible habitar poéticamente todavía hoy, así? Porque esto me recuerda la idea del habitar poético que plantearon los románticos, Hölderlin. Que también es como la apuesta anterior. ¿Se puede todavía hoy habitar poéticamente?
Se puede, pero no es recomendable. Yo no quisiera que mi hijo –si mi hijo decide ser escritor– no quisiera que mi hijo optara por vivir sin timón y en el delirio. Porque nadie quiere ver a un ser querido sufriendo. Pero por otro lado, es inevitable. Hay escritores que tienden hacia eso. A veces en demérito de su propia escritura, porque la lucidez –y de nuevo– el sentido común son necesarios, son muy necesarios.

Sin embargo me da la sensación de que tú sientes la fascinación por aquellos personajes, justamente. O tus novelas están pobladas de personajes que han perdido el timón y que viven en el delirio. De una u otra manera. Desde los escritores nazis que aparecen en la…
(Interrumpe) Sí, pero eso ya es otra cosa. Los escritores de La literatura nazi… no son, no es más que una metáfora del oficio de escritor, de la literatura. Que es un oficio –a mi modo de ver– bastante miserable; con gente –practicado por gente– que está convencida que es un oficio magnífico. Y allí hay una paradoja bestial, un equívoco bestial. Yo a veces –es decir– es un equívoco como si alguien ve a una persona muerta con cuatro balazos en la cabeza, diez balazos en la espalda y un cartel que dice: “te maté por tonto”, lo ve y dice: “uh, sufrió un accidente”. Es así el equívoco. ¿No sé cómo no se dan cuenta? El oficio de escribir es un oficio poblado de canallas –eso más o menos todo el mundo lo intuye– pero es que además está poblado de tontos, que no se dan cuenta de la fragilidad inmensa… ¿Cómo se dice esto, que no perdura?

De lo efímero…
De lo efímero que es. Es decir, yo puedo estar con veinte escritores de mi generación y todos están convencidos de que son buenísimos y que van a perdurar. Eso es una ignorancia –aparte de un acto de soberbia enorme– es de una ignorancia bestial. Porque se les puede preguntar: “a ver, si sabes, has leído o tienes una ligera idea de la historia de la literatura, ¿cuántos escritores latinoamericanos sobreviven de la década de 1870-1880? Nómbrame a veinte”. Y ya no te hablo de un país, te hablo de todo un continente.

Jorge Luis Borges escribió un poema sobre eso: "A un poeta menor de la Antología"…
Ah, ese es un poema muy bueno…

¿Dónde está la memoria de los días que fueron tuyos en la tierra, y tejieron dicha y dolor y fueron para ti el universo? El río numerable de los años los ha perdido; eres una palabra en un índice.
Bueno, pero Borges se está refiriendo a los poetas menores de la antología inglesa. Que son poetas menores que perduran. Están allí y son poquísimos. Son poetas menores e incluso poquísimos. Y además son poetas menores muy buenos.

Ahora, tú tienes una suerte de cariño, uno se encariña –a través de tus novelas– con estos personajes, que si bien no van a aparecer en una antología de grandes poetas…
Ah no, yo me encariño con ellos también.

¿Te gustan estos personajes fracasados, estos escritores incluso maníacos?
Porque de alguna manera ellos encarnan parte de la locura cotidiana. Yo en ellos no veo escritores, veo seres humanos. Veo los trabajos de los seres humanos, veo las locuras y veo también la nobleza. Cuando estuve hace poco en Alemania, presentando el libro La literatura nazi en América y cuando les dije a los alemanes que yo tenía una gran simpatía por mis escritores nazis casi me matan. Y con toda la razón del mundo, porque para ellos los escritores nazis son abominables. Sin embargo, yo como autor –creador– de estos personajes, siento mucha simpatía por ellos.

¿Qué es lo que te fascina de ellos, o te atrae de ellos? Como para dedicarles prácticamente una gran parte o la mayoría de tus libros.
No, yo en eso estoy en desacuerdo, yo no creo que estén en la mayoría de mis libros, creo que sólo en La literatura nazi. La literatura nazi en América es un libro en donde los protagonistas son escritores, en donde la literatura es la protagonista principal de la novela.

¿Y Los Detectives Salvajes?
No, no creo que… yo creo que allí es un pura… una comodidad de mi parte. Hablo de lo que conozco, de lo que mejor conozco y no es más que eso.

Me llama la atención porque uno de tus personajes –no me acuerdo… creo que es en Detectives salvajes- dice por ahí que la poesía va cambiar el día en que leamos bien a Enrique Lihn.
Ah no, eso lo digo en multitud de ocasiones porque yo creo que Enrique Lihn es uno de los autores peor leídos en Chile.

¿Qué es lo que significa? Y lo conecto porque Enrique Lihn –junto con lo que tú dices– es un poeta que siempre está dudando del oficio de escribir, entonces dice: le envidio a Rimbaud este no a este ejercicio. Es alguien que duda de la palabra, y que duda de la misma poesía mientras escribe poesía.
Claro, porque Lihn es muy lúcido. Lihn en ese sentido es baudeleriano, es totalmente baudeleriano. Él es un hombre, yo creo que Lihn estaba totalmente, era totalmente consciente de que abría territorios nuevos, y que era un antes y un después de Enrique Lihn.

(Interrumpe) ¿Y cuál sería ese territorio? ¿Qué te abrió a ti la lectura de su poesía?
La lectura de su poesía –en mi caso– es un mosaico más en una época velocísima, en donde leía a muchos autores. Básicamente la lectura de Lihn, al menos una de las cosas que me sirvió leer a Lihn, entre muchas otras, fue rebajarme la multiplicidad poundiana. En una época en donde yo creía mucho más en la multiplicidad, Lihn consigue que yo la rebaje y opte por la reflexión. Lihn es un poeta muy reflexivo. Y es un poeta reflexivo que duda de sus propias reflexiones. Además creo que es de una lucidez bestial. Pero mi cariño por Lihn –cariño que voy a sentir toda mi vida por Lihn– es más de carácter personal –aunque nunca lo conocí– que de lector. Que es básico. Mi relación con Lihn fue en una época en que yo estaba muy mal, pero muy mal; realmente mal. Vivía sólo, en una casa poco menos que perdida en un bosque. En la casa ideal para suicidarse. Y yo le escribí a Lihn pensando que jamás me iba a contestar y Lihn me contestó una carta larguísima; interminable. Y además, toda la carta estaba retándome. Era increíble, yo pensaba; “pero qué le he hecho a este hombre para que me conteste de esta manera”. Y hablaba de todo. Y yo le volví a escribir, y tuvimos una correspondencia no muy larga, pero bastante profunda y realmente –muchas– muchas cartas. Y Lihn tuvo la enorme amabilidad de escucharme, y luego tuvo la enorme amabilidad de intentar publicarme en Chile y me metió –porque no pudo hacer la revista esta que pensaba hacer, te estoy hablando del año ’81 u ’82, o antes, ’80; él pensaba hacer una revista, no pudo ser– y dio una conferencia en el Instituto Norteamericano-Chileno y leyó mis poemas. Y además me mandó una… Bueno, se portó conmigo de una manera súper generosa, pero de una generosidad como sólo pueden tenerla los grandes poetas. Él no sabía cómo estaba yo, pero evidentemente a mí me salvó la vida…

A propósito de salvar la vida, él tiene un verso bastante conocido, yo siempre lo cito que es porque escribí, estoy vivo. ¿Tu compartes eso, en relación a ti mismo? En relación al oficio de escribir, porque estamos dudando del oficio de escribir, qué sentido tiene escribir novelas, qué sentido tiene escribir…
No, yo más bien diría que porque escribí, casi la palmé. Si no hubiera escrito estaría más vivo y más sano.

Se ha comparado la aparición de Los detectives salvajes al fenómeno que produjo Rayuela, cuando apareció Cortázar. Se hacen unas comparaciones, de alguna manera como dos novelas iniciáticas que representan dos momentos – además generacionales distintos– en la literatura latinoamericana, y en los lectores que leen esta novela. ¿Qué te parece a ti esa comparación con Rayuela? En términos literarios.
Yo creo que es una comparación de una generosidad –para conmigo– enorme. Mi novela es una pobre novela comparada con Rayuela; eso lo pienso sinceramente. Ahora, al menos hay algo en lo que puedo… algo que puedo aceptar; y es que al menos he intentado meterme por estructuras, y por juegos dentro de esa estructura, nuevos. Si lo he conseguido, no lo sé. De todas maneras creo que es una opinión de una gran generosidad.

Ahora, es atrevido y valiente escribir un libro ¿de cuántas, seiscientas páginas? En un mundo rápido, donde ya ha existido el cine, donde los lectores cada vez leen menos novelas largas. Incluso hasta Borges ya hace tiempo decía que era preferible escribir cuentos, que las novelas eran innecesarias. ¿Por qué escribir una novela así?
En realidad es una muy buena pregunta, pero la respuesta englobaría también al cuento y la poesía. ¿Por qué escribir? ¿Por qué escribir una novela larga, un cuento? ¿Por qué escribir más sonetos? Una novela es larga, en principio, porque hay una estructura que está allí y que necesita ser llenada. No puedes plantear una estructura de seis pisos y construir uno sólo y dejar el resto, el esqueleto de la casa nada más.

La pregunta es... ¿Por qué? ¿O no hay otra? ¿O ni modo nomás, no queda otra que hacerlo?
Sí, yo –bueno– seguro hay una respuesta mucho más inteligente que esa, pero yo me quedaría con esa. No hay más que esa.

Te parece a ti que –es una sensación que a veces tengo yo como lector, como lector ingenuo de novelas, soy más bien lector de poesía, me cuesta más leer las novelas- que el español, el idioma español –quizás también lo sintió Borges– se da menos para construir una narrativa eficiente y potente que, por ejemplo, el inglés. Ahí sí hay una tradición de narrativa fuerte, feroz y constructores de historias. ¿Qué te pasa a ti con el idioma? ¿Cómo trabajas tú eso? ¿Existe esa dificultad, en primer lugar? Y si es que existe: ¿cómo la trabajas?
Yo creo que eso que dijo Borges hay que leerlo como una boutade de Borges. A Borges le encantaba jugar en contra y decir cosas de este tipo de vez en cuando. Que además son ingeniosísimas y buenísimas.

Pero el problema de fondo, más allá de la boutade.
No, no creo, yo la verdad es creo que el español es una lengua muy rica. Borges, por ejemplo, dice que después de Cervantes el idioma español cae en el academicismo, por ejemplo. Borges cree que Quevedo y Góngora ya están en la decadencia del idioma español. Y yo no lo creo. Yo creo que Quevedo es pura fuerza, pero pura fuerza. A Borges no le gusta Gracián, por ejemplo. Yo creo que Gracián aparte de toda el enorme boscaje que cubre la obra de Gracián, dentro de ese boscaje hay obra, hay literatura y sobre todo hay una prosa en español extraordinariamente buena. El español tiene una tendencia a la “fioritura”…

A la retórica, al barroco…
Y no, porque el inglés también es retórico, lo que pasa es que el inglés –bueno– toda escritura es retórica. Pero en el inglés –o en los autores de lengua inglesa que Borges amaba– hay una poda de florituras, y en el español no. En el español hay una tendencia a la “fioritura”. Pero claro, el español es un idioma enorme, hay grandes autores en lengua española que acaban con eso. En este siglo, por ejemplo, que tiene que ver Juan Rulfo, en donde no hay el esqueleto de la obra, o Monterroso. Con ese español de “fiorituras”, que Borges –de alguna manera– despreciaba.

Ahora, esos grandes que tú nombras, y en Latinoamérica podríamos ver a García Márquez o Vargas Llosa, la mayoría de ellos…
(Interrumpe) No, García Márquez sí que cae en florituras. García Márquez tiende a la floritura, y la maneja muy bien además.

Pero es un gran constructor de historias, de narraciones.
Sí, pero el problema que Borges veía no era en la construcción de la historia, era en el adorno de la historia; en la forma de presentar la historia.

¿Cuál es la novela que se acabó y cuál es la novela que viene en camino? ¿O que intuyes tú que viene en camino?
Eh… Mira una novela en donde lo único que –en donde sólo– que sólo se sostiene por el argumento, por un argumento y por la forma lineal de contar un argumento, o no lineal; simplemente un argumento que se sostiene en una forma más o menos archiconocida. Pero no archiconocida en este siglo, sino en el XIX. Esa novela se acabó, se va a seguir haciendo ese tipo de novelas y se va a seguir haciendo durante muchísimos años. Pero esa novela ya está acabada, y no está acabada ahora porque yo lo diga, está acabada desde hace muchísimos años. Después de Sobre héroes y tumbas no se puede escribir en español una novela así. Después de La invención de Morel, no se puede escribir una novela así, en donde lo –único– que aguanta la novela es el argumento. En donde no hay estructura, en donde no hay juego, en donde no hay cruce de voces.

¿Cuál es la novela que viene? ¿Es una novela polifónica? ¿Es una novela como Los Detectives Salvajes; una novela de cruce de voces?
Yo creo que –en lo que a mí respecta– la novela que viene tiene que ser una novela que no repita a los autores del boom y que no tienda hacia lo fácil. Una novela que no sea – ¿cómo se llama esto que los políticos decían? – un petitorio mínimo. Lo mínimo que se le puede exigir es eso.

¿Un pliego de peticiones?
No, no era eso, tenían otra forma de llamarlo. Cuando había una huelga y ponían lo mínimo y luego lo máximo. Y lo máximo no se lo daban nunca. Y lo mínimo tampoco. Yo creo –por ejemplo– que… para no hacer teoría, yo te doy ejemplos: la novela de Juan Villoro, la literatura de Juan Villoro, yo creo que es una literatura que está abriendo el camino de la nueva novela de la lengua española del milenio, del próximo siglo. La narrativa de Rodrigo Rey Rosa –el escritor guatemalteco– es algo que no se parece a nada.

Háblanos un poco –brevemente- de ellos, para quienes no lo hemos leído o no los conocemos lo suficiente, acércanos un poco a ellos.
En principio, no repetir todos los pasos circulares que dieron los del boom y sobre todo todos los que vinieron después del boom. Cuando te nombró a Rey Rosa y a Villoro, también estoy pensando en César Aira, el argentino. Y estoy pensando también en Javier Marías. Y claro, la literatura de Javier Marías no se parece a la de César Aira, que a su vez no se parece en nada a la de Rey Rosa. Yo prefiero salirme por la tangente y recomendar la lectura de esos libros. Que lean a Javier Marías, que lean a Enrique Vila-Matas, que lean a Rodrigo Rey Rosa, a Juan Villoro. Que lean a algunos nuevos de la década de los sesentas, pocos pero algunos están saliendo buenos. Y…

(Interrumpe)… y que lean a Bolaño también.
En último lugar…

¿Qué es lo que hay en esos cuentos que parecen historias que alguien cuenta en un bar? A mí me da la sensación, son como cuentos que uno escucNegritahó en una conversación y que pueden quedar no cerrados, que dejan siempre un…
Yo difiero, yo no creo que mis cuentos… Qué más quisiera yo, que fueran cuentos que uno pueda escuchar en un bar. Pero, por ejemplo, pienso en "Vida de Anne Moore". "Vida de Anne Moore" es un cuento de treinta páginas, pero en realidad es una novela río, una novela río de novecientas páginas o de ochocientas. Ahí está la estructura de "Vida de Anne Moore". Pienso en "Sensini". Y "Sensini" más que un cuento –propiamente un cuento– es una instalación. Es decir "Sensini" si no gana –el cuento "Sensini"– si no gana el premio que ganó, era impublicable. La apuesta literaria de "Sensini" no se cumplía al cien por ciento en la escritura de la obra, la apuesta literaria se cumplía ganando el premio, que era darle la vuelta total a lo que en la obra se estaba contando. Pero ganar un premio real. Esto lo dejo entrever de una forma muy leve, en el final del cuento, en donde pongo que el cuento ha ganado un premio en tal lugar. Es totalmente real. Hay otros cuentos en donde…

(Interrumpe) ¿Es como un intento de sacar el cuento de la ficción y hacer inmediatamente un paso, un puente directo con la vida, por decirlo en forma bien amplia?
No, es un intento de jugar, de darle a una sola cosa, que aparentemente tiene un solo significado; darle muchos significados. Esto quien mejor lo ha hecho, en los últimos cincuenta años es Georges Perec. Perec es un escritor –para mí– Perec sale de los libros y pone el juego fuera de sus libros. Los libros son como la batería desde donde sale el juego. La novela de Perec en donde falta la letra “e”. ¿Es la “e” verdad?

Sí.
En español es la letra “a”.

Es la “a”, claro.
Es entrar en… es un juego que igual no tiene la más mínima importancia. En principio se intenta que un lector común y corriente lea el texto y le guste, y se entretenga. Pero –claro– un texto que lo leas y te entretengas nada más, que esa sea la finalidad del texto, tiene un vida cortísima. Los textos tienen que tener espejos donde ellos se miren a sí mismos. En donde el texto se mire a sí mismo y vea también que hay detrás suyo. En fin, es un juego –ahora que hablo de él– igual me parece tonto, igual es un juego ocioso y sin sentido. Pero toda la literatura –en ocasiones– parece no tener sentido, también.

Ese cuento es emblemático, de todo lo que hemos conversado –bueno, para el que no lo ha leído– porque es la historia de un escritor joven que le escribe a otro escritor que es experto en participar en concursos; concursos de ayuntamientos y que se yo: típicos concursos que hay en España y en Europa más que aquí –por lo demás–. ¿Ese escritor quién es? ¿Tiene alguna referencia directa?
Es Antonio Di Benedetto. Que es uno de los grandes escritores argentinos y uno de los grandes latinoamericanos. Y Di Benedetto hizo eso en España, porque no tenía dinero. Y mandaba, además, el mismo cuento.

¿Y ganó algunos concursos -dos o tres concursos- con cuentos con distintos títulos?
Supongo. Yo participé en un concurso hace muchísimos años, aunque no el ganador, la primera mención era de Antonio Di Benedetto. Y a mí eso me dejó tocadísimo: ¿cómo es posible que Antonio Di Benedetto, un grandísimo escritor, traducido casi en todas las lenguas, esté tan mal como para mandar un premio a un concurso de provincia? Y el cuento surge de eso, de los motivos que podían impulsar a un crack de primera división a jugar en campos de tierra pelada de cuarta regional preferente.

Hay un personaje en tu novela, creo que eres tú mismo, por un acto sagrado de alguna manera para un escritor. Hablemos de ese acto sagrado de robar libros en librerías.
Para mí, más que un acto sagrado era una necesidad. Yo soy muy tímido y en aquella época era aún más tímido y yo veía como mis amigos robaban libros, y sus bibliotecas iban creciendo, menos la mía. Tuve dos o tres caídas y dejé de hacerlo, me ponía muy nervioso. Pero yo creo que es algo que todos los jóvenes hacen y me parece – además– buenísimo que hagan. Robar libros no es un delito.

Yo sé que los ejecutivos de la Cámara del Libro me van a odiar por esto que acabo de preguntar al interior de la feria, pero tenía que hacerte esa pregunta y quería contarte –no sé si tú conoces– la historia de un famoso, un gran ladrón de libros chileno. Que fue un cura…
¿Se los metía debajo de la sotana?

Que era profesor de literatura del Colegio San Agustín, se llamaba Alfonso Escudero. Un gran profesor de literatura –esto me lo contó Alfonso Calderón– y dentro de la sotana él había inventado un sistema, una especie como de anaqueles de libros, donde iba guardando libros que iba robando en las librerías. Nunca lo descubren pero una sola vez lo descubrieron y se desmayó. ¿Son para ti los libros tan necesarios, como el pan, como el aire?
Sí, sí. Además uno empieza comprando libros o robándolos, y termina leyéndolos. Pero en mi caso ya es una obsesión: compro libros y ni siquiera los leo. Los acaricio. Y tengo muchos libros y tengo algunos libros que no he leído y que no voy a leer jamás, pero los compro y de vez en cuando los ojeo. Y me gusta tenerlos cerca.

¿Fetichismo?
No, no es fetichismo. Bueno, sí, es una forma de fetichismo, es como coleccionar cromos. Yo cuando era niño coleccionaba cromos, no recuerdo como se le dice en Chile a los cromos. ¿Cómo? (Bolaño pregunta y responden voces en el público).

Láminas, son láminas.
Bueno, en los años sesenta -a principio de los años sesenta- se les llamaba de otra manera. Y para mí con los libros viene a ser casi lo mismo, es decir, la selección brasileña, las láminas de la selección brasileña pues me faltaban tres. Y con los libros es lo mismo: es decir, si me faltan dos Stendhal pues voy ya por ellos.

¿A como dé lugar?
A como dé lugar, hasta tener todo.

Hay un escritor americano que es Bukowski, que también amaba mucho los libros, dice incluso los libros lo salvaron en algún momento de convertirse en un criminal o de morir, y tiene un poema muy hermoso que se llama "El incendio de un sueño", que es cuando se quema la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles.
Lo conozco.

Y dice por ahí a propósito de los libros y de la biblioteca, que ese era su hogar ¿no?, y que si no hubiese sido por eso, él se habría convertido en un asesino. De alguna manera en tus libros, los poetas y los escritores están cercanos, son detectives, pero también están involucrados en una fuga, al comienzo de la novela. ¿Cuál es la cercanía con el mundo del crimen, del hampa, de la literatura y los escritores?
A mí me parece muy atractiva esa idea de arte y crimen: el Marqués de Sade tiene páginas magistrales sobre el arte y el crimen. El crimen es un arte y, a veces, el arte es un crimen. Y yo creo que es sólo eso, no es más que eso.

Gonzalo Rojas dice, a propósito de los robos, pero está vez robos literarios, de libros como objetos. Dice: no le copien al copión maravilloso de Ezra. Me gustaría que me develaras un poquito, me contaras algunas de tus copias literarias. O tus robos, tus hurtos secretos.
Al copión maravilloso de Ezra –bueno– primero yo no creo que Ezra Pound fuera un copión y en ocasiones tampoco creo que fuera maravilloso. Y la literatura, el flujo clásico de la literatura acepta, también está hecho de plagios consecutivos. Es decir, todos estamos escribiendo el mismo libro, al final de cuentas. Y ese mismo libro, al final de cuentas, es nada con mayúsculas, eso sí. O tal vez con minúsculas. Entonces, es lo de menos. A mí lo que me enferma un poco son los malos copiones, los que simplemente plagian. Pero no, no, el maravilloso copión de Ezra Pound nos ha enseñado a todos lo que es la poesía. Además yo creo que quien ha leído mejor a Whitman es Ezra Pound, el mejor. Hay quien dice que es Wallace Stevens y yo creo que eso es imposible, sin sentido.

Y uno de los que hizo el puente además con el mundo oriental, con la poesía japonesa.
Con todo, con todo. Es que Ezra Pound no es un escritor, es una literatura, Ezra Pound es un gigante.

Cuando uno lee tus libros queda impresionado de tus lecturas y de tu velocidad literaria; y de tu capacidad de relacionar textos y de hablar de la literatura y de pasearte como se pasea Borges por la biblioteca universal, con una libertad, con una soltura, como en casa.
Qué más quisiera yo, en realidad tengo un diccionario de literatura buenísimo y todo sale de ahí. Qué más quisiera yo, eso lo dijo Machado: “Qué más quisiera yo”.

Vamos a hacer un juego con la poesía, un juego al azar, para entrar en otro tema. Tengo aquí libros de poemas –supuse que te gustaba– traje libros bastante diversos. Traje, por ejemplo, a Rosamel Del Valle…
¡Y pero me has traído una joya!

¿Sí? Traje a Horacio –no sé porque–, a René Char, porque por ahí aparece en tus libros, traje a Enrique Lihn. Traje, dentro de la poesía en movimiento de México, entre ellos a Efraín Huerta: el poeta mexicano. ¿Tú conociste a Efraín Huerta?
Fui amigo de Efraín Huerta. Tuve la suerte de ser su amigo.

Y además fuiste… le quitaste a la hija, parece ¿no? (pregunta riendo).
No, tuve lo que en Chile se llamaba un atraque con su hija (Risas en la audiencia).

¿No secuestraste a su hija?
No, no, no, no, no... Efraín tenía una hija hermosísima y que debe ser ahora una mujer hermosísima. Y ella me atracó a mí... (Nuevamente hay risas en la audiencia) y yo me sentí tan avergonzado. Sobre todo porque yo tenía una novia y cuando ella me atracó mi novia me había dejado, pero después del atraque milagrosamente mi novia volvió. Y durante un tiempo estuve sin ver a Efraín. Pero no, no, yo a Efraín lo quiero muchísimo y es poeta enorme. Aunque con él tenía graves diferencias políticas.

¿Diferencias políticas?
Diferencias políticas, sí.

Tiene un verso... que siempre me encantó de él –que es una comparación– se llama "La muchacha ebria", el cual pudo haber sido también la muchacha que tú atracaste.
No, no, no... Thelma Huerta era un ángel.

Dice: su pecho suave como una mejilla con fiebre, cuando habla de esta muchacha ebria. Voy a dejar estos libros, entonces tú vas a escoger un libro y vamos a entregarnos al azar de la poesía. Abre uno y lo vamos a abrir en cualquier parte; cualquiera de estos.
Bueno, abro uno...

Te traje una joya.
No, la joya es este de Rosamel...

Mira esta, La antología de la poesía chilena nueva del año '38. Esa es otra joya.
¡Qué maravilla! ¡Qué envidia, qué envidia! ¡Este me falta! ¡Este me falta!

¡No me lo vayas a robar!
Este es de Octavio Paz, evidentemente...

Sin mirar, tiene que ser azaroso.
No, no. Octavio Paz: Madura, Viento entero... Sí, además dedicado a María José...

¿Te gusta Octavio Paz? Da la impresión que lo detestas profundamente, leyendo Los Detectives Salvajes. Le das unos palos tremendos.
Nosotros detestábamos a Octavio Paz, pero Octavio Paz es un gran poeta ¡Pero un gran poeta! Y es uno de los ensayistas más lúcidos de nuestra lengua.

¿Cómo reconoces tú un gran poeta? Porque hay algunos que dicen que Octavio Paz no es un gran poeta, sino –más bien– un gran ensayista; un hombre de ideas más que...
Es que Octavio Paz es un poeta que escribió mucha poesía y la poesía de su edad adulta –o de su edad provecta– es en ocasiones hasta infame. Pero Octavio Paz tiene grandes poemas – ¡pero grandes! – grandes poemas. Es uno de los primeros poetas en abrirse al erotismo, por ejemplo. Al erotismo más descarnado. Y además, es un hombre muy valiente.

¿Para ser poeta hay que ser valiente?
No, hay grandes poetas cobardes, pero para ser poeta hay que tener la valentía de mirarse en un espejo negro –vamos a suponer– y saber si uno es cobarde o valiente. Hay grandes poetas de una cobardía legendaria; como Snorri Sturluson, del que Borges habla mucho.

¿Cómo reconoces tú a un poeta, lo hueles como se huelen los lobos entre sí?
¡Ah, qué más quisiera yo! Pero... no lo sé. A veces uno lee, además, a poetas que te parecen muy malos o te parecen muy buenos; y el cabo del tiempo tienes una opinión totalmente diferente. Envejecen dentro de ti. O a una quinta –sexta– lectura y al cabo de los años esa poesía ha cambiado.

¿Y hay poesía que envejece mejor, tal vez?
Hay poesía que no envejece. Hay poesía que se conserva viva y bailable al cien por ciento.

Juguemos un poco, ya que te gusta jugar, y eso lo estás haciendo en tu narrativa. A ver, escoge así al azar, vamos. Como el oráculo, ¿Esto es de De Rokha? Curiosamente un poeta que...
Es el único poeta chileno que escribe unos versos tan largos que parece prosa.

El canto, como el sueño, ha de estar cruzado de larvas. ¿Te dice algo eso?
Claro, esa es una imagen muy fuerte. De Rokha es un poeta esponja, que chupa de todos lados. Y además, es el gran rabelesiano que hay en el cono sur de América. Es un hijo de Rebeláis. En ocasiones a mí De Rokha me cae pesado, por su rabelesianismo, porque si yo quiero leer a Rebeláis, generalmente lo que hago es leer a Rebeláis; no a De Rokha. Pero en De Rokha veo a un gran poeta y sobre todo veo a un hombre muy valiente. Pero muy valiente, con unas debilidades bestiales, pero bestiales.

¿Quién no las tiene?
En aquella época era una epidemia, yo diría que más que en esta. De Rokha creo que tenía un canto a Stalin.

Neruda también.
Neruda mucho más aun, Neruda es un... Se podría hacer una Antología Infame de Neruda.

¿Tú crees que hay una ética en el escritor y en la escritura?
Yo creo que hay una ética en todo ser vivo. Una ética rarísima. Eso también lo dijo Borges: hasta las hormigas; hasta en las hormigas hay una ética.

Ahora, el hecho de ser escritor o ser artista, no implica de alguna manera, ser tremendamente egoísta. ¿Cómo haces tú esa ecuación? Es una pregunta que se hace mucha gente.
Que un egoísta sea un artista, incluso un gran artista, no hay ningún problema. Pero para ser un gran artista no es necesario ser egoísta.

¿Se puede tener un ancla, un pie a tierra, un cable a tierra, en la vida real; con mujer, con hijos? Porque no es práctico. ¿Y escribir y poder realmente construir un mundo y una obra?
Sin duda –mira– los grandes escritores –los grandes de verdad, los que marcan el canon de nuestra literatura– generalmente fueron hombres buenos; hombres o mujeres buenos. Esto suena tremendamente cristiano o escolástico incluso, pero yo creo que es así. Whitman fue un hombre bueno. Los discípulos de Whitman –algunos de ellos bastante buenos poetas– no fueron hombres buenos. Pero el centro de esa poesía es Whitman. Kafka es un hombre bueno.

Curiosamente ha habido escritores que siendo buenos escritores –muy buenos escritores– en su dimensión ética concreta –política– muchas veces han cometido grandes aberraciones. O han sido cómplices de silencios, de masacres, de crímenes. O han apoyado o difundido eso. ¿Cómo se da esa contradicción?
Yo creo que es la miseria de la persona, simplemente...

Por último, Roberto, –me gustaría– si pudieras escoger un fragmento –así como cuando a un poeta en este programa yo le hago leer un poema, porque no a un narrador leer un fragmento– un pequeño fragmento escogido por ti, donde esté tu respiración como escritor, de alguno de tus libros.
Me muero de vergüenza. Si me haces leer en público me muero de vergüenza.

¿Es un horror, es un sufrimiento?
Estoy agonizando de vergüenza, pero si leo algo me moriré.

¿Prefieres no leerlo?
Yo creo además… Pacheco, José Emilio Pacheco que es un muy buen poeta mexicano, él dice y yo estoy totalmente de acuerdo con él: que la escritura es un acto individual y generalmente silencioso.

Eso le dice un personaje en tu novela a una mujer que le pide que le lea un poema.
No recuerdo. Es que una de las cosas que procuro olvidar rápidamente es las tramas de lo que he escrito. Es que si estuviera pensando constantemente en mis libros, me volvería loco, porque sé que están llenos de errores. Y tendría que estar corrigiéndolos y dándole vueltas al asunto. Y cuando termino de escribir un libro, en el momento en que entrego la última calerada, la última prueba de impresión: adiós, se acabó.

¿Cómo una muerte, un duelo?
No, no como una muerte. Más bien es como sobrevivir: y a otra cosa, y a trabajar en otra cosa.

Roberto, yo te agradezco mucho, haberte acompañado en esta conversación, en la Belleza de Pensar aquí en la feria del libro. Y bienvenido a este extraño y bello país.
Muchas gracias.











martes, 15 de junio de 2010

“Siempre quise ser un escritor político”. Entrevista a Roberto Bolaño

por Demian Orosz
La Voz del Interior, Argentina. 26.12.2001




Roberto Bolaño tenía 43 años cuando publicó su primera novela. La crítica española se rindió sin condiciones a la fuerza extraña de La literatura nazi en América (1996), y desde entonces el nombre de su autor no ha dejado de propagarse en un sistema de ecos que se resumen en la palabra consagración. La euforia podría parecer excesiva, si no fuera porque Bolaño se ha encargado de responder a la provocación de cada elogio con libros cada vez más audaces y más sólidos. En 1999 publicó Tres (poemas) y su novela Los detectives salvajes se llevó los premios Herralde y Rómulo Gallegos. En el 2000 el escritor chileno volvió a iluminarse con Nocturno de Chile, y este año su narrativa se cierra con la aparición de Putas asesinas, recién editado por Anagrama. En su casa de Blanes, un pueblito de la Costa Brava a una hora de tren de Barcelona, el autor de Llamadas telefónicas levanta el tubo, escucha, hace un silencio y luego dice que prefiere evitar la charla “en vivo y en directo, en la que me arriesgo a decir demasiadas estupideces”. Realizar la entrevista a través del correo electrónico aparece como la salida natural. Ya es tarde, hemos caído en la trampa de un interlocutor tan lúcido como resbaladizo, experto en deshacer, en un abrir y cerrar de ojos, las preguntas demasiado alambicadas o pretensiosas. Veamos.



En Putas asesinas nos encontrarnos nuevamente con su propia vida. ¿En este trabajo con la autobiografía hay un intento de diálogo con su destino?
Nunca me he planteado “trabajar” con mi autobiografía. Vivir sin trabajar para mí es algo que se parece a la felicidad. Así que procuro, cada vez que puedo, evitarme ése y cualquier esfuerzo. No trabajar con mi autobiografía (la palabra autobiografía me pone los pelos de punta), no trabajar con la escritura, no lavar los platos, dejar que mis hijos hagan lo que quieran y permanecer sentado delante de la tele viendo programas basura y refunfuñando o riéndome. Creo, por otra parte, que las únicas autobiografías interesantes, en realidad las únicas biografías interesantes, son las de los grandes policías o la de los grandes asesinos (éstas últimas, por supuesto, publicadas bajo seudónimo o anónimamente, o publicadas post-mortem), porque de alguna manera rompen ese molde deprimente y real de que el destino de los seres humanos es respirar y un día dejar de hacerlo. El policía y el detective parecen ajenos a esa mecánica. En sus biografías o autobiografías siempre hay otra cosa: una propuesta, un juego, un crucigrama que te dice acércate al espejo y mira.

¿Su nuevo libro incorpora elementos novedosos a eso que la crítica ya denomina como “el planeta Bolaño”?
No, no, lamentablemente hay muy pocas cosas novedosas. En realidad, ninguna. Ya lo dijo Borges, a quien Wojtila debería santificar antes de ser, a su vez, santificado, desde los griegos los temas, al menos en Occidente, son cuatro, con suerte cinco. El planeta Bolaño, suena muy divertido. Pero no es un planeta. Sólo un aerolito, y además bastante inofensivo, de esos aerolitos que caen a la Tierra y nadie se da cuenta de que han caído, a menos que le perforen el cráneo a una vaca, y entonces el dueño de la vaca sí que se da cuenta.

Una porción de infierno

Bolaño nació en 1953 en Santiago de Chile. A los 15 años se trasladó a México, donde vivió del periodismo y empezó a escribir poesía. Desde 1977 vive en España. Tanto por sus declaraciones como por sus libros, en los que propone un perpetuo ajuste de cuentas con su país natal, sus relaciones con el ambiente literario de Chile siempre han sido por lo menos tensas. Más de una vez Bolaño se ha referido a la literatura chilena como una entelequia, como un planeta vacío que gira en torno de un sol muerto llamado Neruda.

¿Qué representa Chile para usted? Parece que su país fuera un lugar que sólo le interesa visitar en su escritura, y eso más que nada para señalar zonas oscuras, esa porción de infierno que persiste allí.
Bueno, la porción de infierno chilena es mi infancia y mi adolescencia. Y luego el Golpe de Estado. Pero me gusta la comida chilena. No sé si tú la has probado: es una comida bastante buena. Las empanadas, el pastel de choclo, las humitas, la cazuela chilena, los mariscos, que tal vez son los mejores que he comido jamás, esa salsa que allí llaman pebre y que es muy sencilla pero también muy eficaz, el charquicán, que es un plato que viene de antes de la Guerra de Independencia y que dicen que era el plato preferido de Manuel Rodríguez...

Cuando se publicó “Nocturno de Chile”, usted afirmó que si aún viviera en su país natal nadie le hubiera perdonado esa novela...
Supongo que hay gente para la cual la literatura no es una cuestión de perdonar o no perdonar. En la derecha chilena, pacata y clerical, no creo que haya caído muy bien Nocturno de Chile.

En el cuento “Días de 1978”, el personaje narra la película “Andrei Rublev” de Tarkovski. ¿Le interesa que este tipo de metáfora oculta funcione como clave?
No sé si lo dijo Borges. Tal vez fue Platón. O tal vez fue Georges Perec. Toda historia remite a otra historia que a su vez remite a otra historia que a su vez remite a otra historia. Hay historias que son los manes tutelares de una historia, hay historias que son las llaves de una historia y hay historias que nos llevan al borde del vacío y que nos obligan a plantearnos las grandes preguntas. Yo sólo conozco una de las preguntas. ¿Cómo construir un puente? Y por descontado desconozco la respuesta.

Hay en sus cuentos una violencia que nunca termina de desatarse, como si estuviera diseminada por el texto, pero cuya manifestación plena queda más allá del punto y aparte, fuera de la página...
Es que eso es lo peor de la violencia. Una presencia que se acerca. Después ya no hay violencia. Hay dolor, hay vejación, hay valor o hay muerte o todo junto, incluso en ocasiones hay liberación, pero ya no violencia.

Sus textos hablan frecuentemente de ese “Vietnam secreto que durante mucho tiempo fue Latinoamérica”, con lo cual su literatura adquiere una nota política...
Siempre quise ser un escritor político, de izquierdas, claro está, pero los escritores políticos de la izquierda me parecían infames. Si yo hubiera sido Robespierre, o no, mejor Danton, en una de esas los envío a la guillotina. Latinoamérica, entre sus muchas desgracias, también ha contado con un plantel de escritores de izquierda verdaderamente miserables. Quiero decir, miserables como escritores. Y yo ahora tiendo a pensar que también fueron miserables como hombres. Y probablemente miserables como amantes y como esposos y como padres. Una desgracia. Trozos de mierda esparcidos por el destino para probar nuestro temple, supongo, porque si podíamos vivir y resistir esos libros seguramente éramos capaces de resistirlo todo. En fin, no exageremos. El siglo veinte fue pródigo en escritores de izquierda más que malos, perversos.
Por lo general hay también una especie de erotismo fétido, una comprensión del sexo según la cual casi nunca aparece como fiesta de los cuerpos o goce sino como suciedad o elemento oscuro...
No lo creo. Muy a mi pesar mi naturaleza tiende a lo apolíneo, no a lo dionisíaco. Y esto lo digo sinceramente: muy a mi pesar, muy a mi pesar.

Pese a los viajes y a los cambios de escenarios, hay un no sé qué de claustrofóbico en estos relatos. ¿Quizá por ese ir y venir permanente entre el ridículo y la desolación, o tal vez porque los personajes suicidas le dan al conjunto esa sensación de callejón sin salida?
Descreo por principio de los callejones sin salida. No existen los callejones sin salida. El suicidio es una salida. Y además es una salida, si bien extrema, muy civilizada. El asesino en masa o el asesino serial o el asesino pasional plantean básicamente un problema de salud pública. Un suicida, sea o no sea discreto, lo único que plantea son unas pocas (pero interesantes) preguntas, y en algunos casos hasta alguna respuesta. El problema es que muy poca gente sabe leer la escritura de los suicidas y en cambio mucha gente está convencida, entusiasmadamente convencida, de conocer la escritura de los asesinos. Sobre la claustrofobia no sé qué decir. Me gustaría vivir en otro planeta. Pero me aguanto.

Más de una vez señaló que viene de la poesía. ¿Bolaño es en el fondo un poeta y un narrador a pesar de sí mismo?
No sé si a pesar de mí mismo. Si hubiera podido escoger, probablemente ahora sería un caballero rural belga, de salud de hierro, solterón, asiduo a burdeles de Bruselas (en donde están las mujeres más hermosas de Europa), lector de novelas policiales y que derrocharía, con sentido común, una riqueza acumulada durante generaciones. Pero soy chileno, de clase media baja y vida bastante nómade, y probablemente lo único que podía hacer era convertirme en escritor, acceder como escritor y sobre todo como lector a una riqueza imaginaria, ingresar como escritor y como lector en una orden de caballería que creía llena de jóvenes, digamos, temerarios, y en la que finalmente, a los 48 años, me encuentro solo. Pero estas palabras no son más que retórica. Mis libros están allí y yo estoy aquí, y aquí lo más importante, mucho más importante que la literatura, son mis hijos, mi hijo Lautaro, de once años y mi hija Alexandra, de ocho meses.

¿Cree que puede hablarse de un nuevo boom de la literatura latinoamericana?
Mi religión no me permite contestar esta pregunta.

Bien, pero ¿qué opina cuando el suplemento “Babelia” afirma que la “nueva literatura del Cono Sur” sustituye “el fantaseo lírico del realismo mágico por un surrealismo mucho más subversivo, atraído por una imaginería de lo grotesco...”?
En modo alguno puedo suscribir esa definición. La imaginería surrealista está tan extendida como la televisión. Una de las cosas que me gusta de Patricia Highsmith, a quien estoy releyendo estos días con sumo placer, es su aparente carencia de imaginería lírica, de realismo mágico, de fantasía surreal. Para las navidades, nada mejor que una literatura objetiva, aunque tampoco Highsmith es demasiado objetiva. Tampoco se puede decir que el grotesco sea una de las señales de diferenciación con la narrativa del boom. Onetti, Donoso, el mismo García Márquez ahondaron en el grotesco como ninguno de los escritores de mi generación lo ha hecho. En realidad la obra de esos escritores, digamos de Borges a Puig y Arenas, es tremendamente sólida y rica. Hay muy pocos novelistas actuales que posean la ambición de Fernando del Paso, por ejemplo, o el humor y la exactitud de Cortázar. En fin, ya se verá. En una generación, por otra parte, caben escritores de 25 años y también de 50. Supongo que más entrado el siglo 21 se podrá hacer un balance, cuando la mayoría de nosotros hayamos muerto, y se podrá ver si nuestra literatura ha valido o no ha valido la pena.

“Pablo Neruda fue el gran poeta equivocado”

En Putas asesinas, quien se lleva las palmas de su ironía es Neruda. ¿Le disgusta en general como poeta o su malestar tiene más que ver con su influencia en el sistema literario chileno?
A mí Neruda me gusta bastante, tal como lo digo en ese cuentito. Un gran poeta americano. Muy equivocado, por otra parte, claro, como casi todos los poetas. No era el sucesor de Whitman, en muchos de sus poemas, en la estructura de esos poemas, sólo podemos ver ahora a un plagiario de Whitman. Pero la literatura es así, es una selva un poco pesadillesca en donde la gran mayoría, la inmensa mayoría de escritores son plagiarios. Hay algunos jóvenes con voz propia, pero no saben escribir, lo que es un desastre. Entonces esos jóvenes van a los talleres literarios o a la universidad para aprender a escribir y cuando ya saben escribir no tienen voz propia. En fin, qué le vamos a hacer. Neruda, en algún momento de su vida, pensó que él era el paradigma del poeta, y se equivocó. Pero la verdad es que todos los poetas, en algún momento de sus vidas, se creen la muerte.










martes, 8 de junio de 2010

“Roberto Bolaño es mi fantasma”. Entrevista a Edna Lieberman

por Mario Casasús
Clarín.cl. 28.04.2010






Edna Lieberman (1958), la musa y personaje en la narrativa de Roberto Bolaño, habla de la novela Cartas a mi fantasma (Editorial Terracota, 2009), título que juega con el poema "El fantasma de Edna Lieberman", publicado en Los perros románticos. “Me encontré nombrada y evocada en su literatura, tanto bajo seudónimos como con nombre y apellido. Ahí empezó mi profundo duelo atemporal, off-time, se habían cumplido tres años del fallecimiento de Roberto. Me sentí desesperada al no poder preguntar, responder, agradecer o simplemente entablar la conversación, que entre los dos quedó trunca”. La evocación escrita por Bolaño en el poema "Musa" y en "El fantasma de Edna Lieberman" (Los perros románticos, 2000); hizo eco entre Llamadas telefónicas (1997), ahí Edna es “la mexicana”; En Los detectives salvajes (1998) la seduce con el seudónimo de “Edith Oster”; en Tres (2000) la describe como “la desconocida que desaparece en su Atlántida”; en Amberes (2002) vuelve a ser “la mexicana, pecosa, de piernas flacas y pelo caoba”; aparece en varios versos de La Universidad Desconocida (2007) como “Edna”; y en la novela póstuma 2666, Bolaño la nombra “Edna Miller”. Edna Lieberman imagina los escenarios si hubiera leído a tiempo la poesía y narrativa de Bolaño, habían pasado treinta años sin que ambos entablaran una conversación, después del intenso romance que vivieron en Barcelona; lo que comenzó como un íntimo epistolario y catarsis, terminó convirtiéndose en la novela autobiográfica Cartas a mi fantasma (2009), la trama transcurre durante un viaje a España, Edna visita a las amistades que compartió con Roberto en 1979, desde Bruno Montané a Victoria Ávalos; sin pretender escribir a cuatro manos, Edna recurre a la poesía e intercala párrafos de Bolaño donde ella se reconoce y le responde. Este 28 de abril el poeta infrarrealista y narrador chileno cumpliría 57 años.


Edna, ¿cuándo te reconociste musa y personaje en los libros de Roberto Bolaño?, ¿qué impresión te causó leer los manuscritos de Bolaño hasta su muerte?
Empecé a leer los libros de Bolaño gracias a “una casualidad”, más bien lo llamaría destino. Hacia enero de 2006, paseando dentro de una librería en el Distrito Federal, me topé con la portada del libro homenaje que le dedica Jorge Herralde a Roberto. Al ver la fotografía de Bolaño, la presión se me fue al suelo, porque no había visto dicha imagen en casi treinta años. Como un paréntesis, Roberto y yo fuimos pareja en Barcelona hacia 1979, no por mucho tiempo, pero sí una relación muy intensa y pasional. A lo largo de los años me llegaban comentarios de que Roberto publicaba y ganaba premios, sin embargo, nunca me surgió el interés por leer su literatura. En pocas palabras: lo había enterrado en el oscuro cajón del no recuerdo. En el 2003 fui enterada del fallecimiento de Roberto, lloré esa noche y volví a olvidarme del asunto. Aquel día compré varios libros de Roberto y empecé a leer su poesía y narrativa. Efectivamente me encontré nombrada y evocada en su literatura, tanto bajo seudónimos como con nombre y apellido. En esa etapa me sentí desesperada al no poder preguntar, responder, agradecer o simplemente entablar la conversación, que entre los dos quedó trunca. Imposible cerrar el círculo o volver a abrirlo. Viví una terrible impotencia y frustración: Roberto Bolaño, muerto. Pasé por un verdadero luto cuya única resolución la encontré en la escritura. Empecé a escribir lo que originalmente se llamó: “Cartas a un muerto”. En un principio el escribir consistió fundamentalmente en un acto catártico, individual, una revisión personal ante los hechos, ante mis sentimientos. Mientras resolvía o intentaba resolver mi interior, también surgió el coraje, el enojo por no haberlo leído en vida.

En Llamadas telefónicas (1997) eres “la mexicana”; En Los detectives salvajes (1998) te seduce con el seudónimo de “Edith Oster”; en Tres (2000) te narra como “la desconocida que desaparece en su Atlántida”; en Amberes (2002) vuelves a ser “la mexicana de piernas flacas”; apareces en varios poemas de La Universidad Desconocida (2007) como “Edna”; y en la novela póstuma 2666, te nombra “Edna Miller”. ¿Bolaño te describía y recordaba sin que tú lo notaras?, ¿hasta ahora le correspondes el amor y las citas textuales?
Quiero suponer que Bolaño me llamaba a través de su literatura, me evocaba y quizá deseaba que en algún momento yo lo leería y establecería contacto con él. Sin embargo, no sucedió así: lo vine a desenterrar y a desempolvar cuando él ya estaba muerto. A veces el ser humano bloquea episodios de su pasado justamente por la fuerza formativa que han tenido en su ser actual. Algo similar me sucedió con relación a Roberto. Lo escribo en la novela: él me hablaba indirectamente, yo me movía en los actos directos de la vida; era mamá por primera vez, armaba un negocio, etcétera. A partir de las lecturas de su obra me volví –efectivamente- a enamorar de Roberto y a responderle desde la escritura, ya que no había otra posibilidad. Al encontrarme en su literatura, tomando en cuenta la enorme fuerza que tiene la palabra escrita, me fui despojando de barricadas y barreras levantadas durante tantos años. Me sentí aludida en carne viva y descubrí la fuerza que siempre ha tenido en mí el sentimiento del amor, lo considero el más fuerte que podemos experimentar los seres humanos, nos mueve física y emocionalmente y es lo poquito que nos llevaremos a la tumba: el amor prodigado y el recibido. Al no haber un límite corpóreo, dadas las circunstancias de esta historia, ese amor se transformó en un infinito. Al no haber contraposición no hay lugar para la decepción. Yo, un alma fusionada con la suya, fuera del tiempo. Quizá yo, en relación con mi interior, mi ying-yang. Cualquiera de las opciones, me llevó a rescatar el valor del amor en toda la gama de su espectro.

En la novela Cartas a mi fantasma (2009) citas los poemas y fragmentos de narrativa que escribió Bolaño inspirados en su relación amorosa; sin pretender hacer un libro a cuatro manos –como los Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, escrito por Bolaño y Porta-, reinterpretas cada pasaje y lo intercalas con tu ficción; ¿qué sucedió entre abril de 2007 y noviembre de 2009?, ¿cómo evolucionó la estructura de tu novela hasta llegar a Cartas a mi fantasma?
Es correcto; de ninguna manera pretendí escribir al estilo de Bolaño con Porta. Me hubiese encantado el reto en todos los sentidos, ya me imagino las posibles discusiones y repercusiones. Intenté hacer un entretejido, entre lo que él dijo -que ya está publicado- y lo que yo le deseaba decir. En la novela dialogo con él, le pregunto, le cuento cosas y le respondo algunas de las que sobre mí escribió. Cuando regresé del viaje a Barcelona, en abril del 2007, tenía la certeza del amor de Roberto. Ya no navegaba en mi suposición, aquello se había aclarado en mi encuentro con Victoria Ávalos –la madre de Roberto- con quien establecí una relación muy cercana hasta el día que ingresó al hospital, donde tristemente murió. Al regreso de ese viaje, decidí plasmar por escrito aquello que surgía de una fuerte experiencia personal y mucha frustración, entre otros sentimientos. Me fui internando en el mundo de la imaginación -ingrediente fundamental para llevar a cabo la novela-, tratando de dar una salida de consuelo a aquello que pudo haber sucedido y nunca sucedió, y que a esas alturas deseaba intensamente. Así "Cartas a mi fantasma” empezó a tomar el curso de novela. Tomé algunas clases de estructura literaria y seguí los sabios consejos de mi siempre querida Victoria Ávalos: “la ilusión es la primera piedra”. Me puse a trabajar duro. A ratos me resultó un juego divertido incursionando en el mundo de la fantasía, y a veces pasé por episodios difíciles, pero siempre con la perspectiva de crear algo. Descubrí que la literatura tiene la magia y el poder de transportarnos a lugares desconocidos de uno mismo, inclusive puede aflorar el sentido del humor si no se carece del mismo. Cambié el título de “Cartas a un muerto” -ya que no le gustaba a Victoria, demasiado fuerte tratándose de su hijo-, por el de “Cartas a mi fantasma”, estableciendo un juego con el título de un poema que me dedicó Roberto en Los perros románticos y se titula: “El fantasma de Edna Lieberman”.

Los personajes Victoria Ávalos y Bruno Montané son absolutamente reales, Victoria la mamá de Roberto y Bruno el poeta infrarrealista quien te contactó con la Barcelona contemporánea. Sé que le habías pedido a Victoria que escribiera el prólogo, pero falleció; ¿le pedirás a Bruno el prólogo para la segunda edición?, ¿a Ignacio Echavarría?, ¿o te quedarás con la crítica que te “dictó” Bolaño en el epílogo?
Así fue, Victoria se había ofrecido a escribir el prólogo, desafortunadamente como lo comentas, la vida no nos dio el tiempo. Si tengo la suerte de una segunda edición, quizá le pediría a Ignacio Echavarría que escribiera el prólogo. En todo caso sería el único candidato a quien abordaría si a él le llegara a interesar. Bruno parece estar ofendido por haberlo nombrado en la novela, todavía no entiendo por qué, él tenía los primeros capítulos donde es nombrado, muchos meses antes de la publicación, cuando todo era sólo una ilusión. Definitivamente me quedo con el epílogo. Desde que se inició mi torbellino en el 2006 he sentido la presencia de Bolaño, impulsándome de alguna manera. A veces, apareciendo indirectamente en etapas en las yo flaqueaba en la escritura. En otras ocasiones llegué a sentir que ponía o recargaba su dedo en mi espalda empujándome hacia la difícil labor de escribir. Siempre como coincidencias dentro de lo cotidiano. Aclaro, nunca vi fantasmas, no pienses que estoy loca. Me quedo con la imaginativa crítica que me dictó “Bolaño”, quizá simboliza un deseo desde mi inconsciente o consciente, pero muy arraigado: aprender mucho de quienes me puedan y quieran enseñar.

En la página 215 te preguntas: “¿Para quién hablo?, ¿para tus editores que tampoco me hacen caso?”, Edna ¿por qué no buscaste a Jorge Herralde en tu viaje a Barcelona?, ¿sólo querías contactar a los viejos amigos de 1979?
No busqué a Jorge Herralde en ese viaje porque ya le había enviado un foldercito con “Cartas a un muerto” -en abril del 2006- durante el homenaje a Roberto en Bellas Artes (México DF). Fólder que no contenía ningún valor literario, únicamente desesperación plena. Se lo entregué a Ignacio Echavarría y no obtuve respuesta del editor Herralde. Establecí contacto indirecto con él, tiempo después le envié la novela a mediados del 2009, recibiendo la amable respuesta de que “les era imposible publicarla ese año por la cantidad de contratos pendientes”. Tuve el placer de encontrar a Jorge Herralde en la FIL Guadalajara 2009 y regalarle un ejemplar, recién salido del horno de Cartas a mi fantasma. Estaré muy agradecida de recibir, en su momento, algún comentario de su parte, positivo o negativo. Considero que el editor Herralde es una gran figura dentro del mundo literario de quien me gustaría aprender.

Leí que le entregaste a Juan Villoro algunas Cartas que le escribiste a Bolaño, ¿le regalarás un ejemplar de tu libro?, ¿qué te gustaría preguntarle a Villoro, Rodrigo Fresán, Andrés Neuman y Jorge Boccanera?
Efectivamente le entregué a Juan Villoro -en aquel homenaje a Roberto- un foldercito con cartas, uno idéntico al que entregué a Ignacio Echavarría para el editor Jorge Herralde. Como te he comentado, las cartas estaban bastante mal escritas y desconexas en aquel 2006. Me encantaría regalarle a Juan Villoro un ejemplar del libro y le preguntaría si aquel día en que me presenté frente a él tenía idea de quién era yo, con relación a Roberto. A sus otros amigos y colegas, por mencionar a Rodrigo Fresán, Andrés Neuman y Jorge Boccanera me gustaría preguntarles si alguna vez Roberto comentó algo sobre una servidora. Saber si compartía ese episodio amoroso de su vida con sus amigos. Pedirles a ellos que no me dejen sola en esta nueva aventura, que me critiquen, destacen o lo que les surja. Es curioso que hasta tu mamá fue citada por Bolaño como “Zajdman” en Llamadas telefónicas (1997), y más aún que ella admitiera su talento, cuando en 1979 lo consideraba un hippie sin futuro.

¿Ahí simbolizas el cambio de actitud de muchas personas que criticaron a Bolaño y que ahora lo admiran?
Algo tiene que ver con eso, pero sobre todo ha sido literal: un asunto muy afortunado entre ella y yo. Mi madre ha tenido el interés de leer algunos libros de Roberto, lo cual ha implicado la aceptación de aquella época en la que las diferencias de todo tipo nos separaban. Mi deseo es que se sienta orgullosa por haberme educado y siempre apoyado.

¿Cómo era Bolaño –el hombre y el escritor- en 1979?
Roberto era Bolaño… genial y a veces insoportable. Lo disfrutaba y a ratos lo sufría. Nunca podría separar al hombre del escritor, porque él era un artista en su vida cotidiana. Roberto era muy reflexivo y un gran escucha, leía muchísimo, escribía muchísimo, era muy brillante en sus juicios, aunque a veces se pasaba de egocéntrico y autoritario, entonces yo me dedicaba a destruir sus “frases libres” como comenta en el fragmento titulado “Un hospital” en Amberes (2002). Era un perfecto Tauro, y yo me considero una Aries bien definida, lo que a ratos nos enfrentaba. Era muy firme en sus opiniones y a la vez era dulce cuando se lo permitía. Coqueto, seductor, travieso, juguetón, solidario, aventurero, fiel a sus principios. Compartí con él años muy formativos. A pesar de las dificultades económicas siempre salíamos adelante en nombre del amor. Hacíamos locuras, conocíamos el alma desnuda del otro. Convivir con él me resultaba un universo privilegiado y posiblemente envidiado por cualquier otro ser humano. Su neurosis personal, sabía yo, no tenía nada que ver conmigo, fruto de sus experiencias pasadas; con respecto a mi neurosis personal, él lograba ver mucho más allá de lo que yo podía imaginar. Siempre paseábamos por el Barrio Gótico, él posando su mano en mi cuello y así me guiaba. Se reía mucho de todos y todo, empezando por sí mismo. Siempre auténtico, en su pensamiento y en su quehacer.

Tomando en cuenta tu formación en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y la lectura privilegiada que hiciste de Roberto Bolaño, ¿de qué libro escribirías una reseña o crítica?, ¿o todo lo que tenías que decir está en tu novela?
Me gustaría únicamente comentar que en 2666 (2004) encuentro a un escritor perfectamente formado, cuajado y muy admirado. Un erudito. Vale decir que mi novela nunca incursionó en la literatura de él como tal, ni la reseño, ni la critico. Simplemente hablo de un ex-novio.

Finalmente, ¿leerás El Tercer Reich?, ¿revisarás los papeles dispersos e inéditos?, ¿hojearás los diarios personales?, ¿escribirás alguna posdata o llegaste a reconciliarte con tu fantasma?
He leído El Tercer Reich (2010) y todo lo que nos han ofrecido después de su muerte: El secreto del mal, La Universidad Desconocida (recopilación de Tres, Amberes, Los perros románticos y la poesía no publicada hasta el año 2007). No creo tener acceso a sus diarios personales, ni a papeles inéditos y tampoco me hace falta. He hecho las paces con él; yo fui un fantasma a lo largo de su vida; él, mi fantasma a la distancia de su muerte.










martes, 1 de junio de 2010

Print the legend!

por Javier Cercas
Babelia 14.04.2007










Casi cuatro años después de su muerte, la leyenda de Roberto Bolaño continúa. Me refiero a la leyenda que unos y otros empezaron a construir desde el mismo momento de su muerte, claro está, no a la que el propio Bolaño escribió en el frenesí monástico de sus últimos años tras una vida entera consagrada con tenacidad a la literatura. Como su propio nombre indica, ambas leyendas no se ajustan a la realidad, pero la que escribió Bolaño tiene la inmensa ventaja de que es, en cierto sentido, más verdadera que la verdad, mientras que la otra es en lo esencial mentira o es una mentira forjada con ingredientes de la verdad, que es la forma más cabal de la mentira. La leyenda que Bolaño construyó en sus libros vivirá muchos años, o eso es lo que yo creo; la que han construido los otros se esfumará pronto, o eso es lo que yo espero. Casi sobra decir que esta última era previsible: más allá (o más acá) del valor literario de su obra, el hecho de que Bolaño muriera joven y en la cima de su potencia creadora y su prestigio vedaba, supongo, cualquier otra posibilidad; la incurable propensión mitómana de nuestro medio literario, sumada a nuestra hipócrita e igualmente incurable propensión a hablar bien de los muertos -porque ya no molestan y pueden ser manipulados a placer, o quizá porque queremos compensarlos por lo mal que hablamos de ellos cuando estuvieron vivos-, ha hecho el resto. La historia de la literatura, como la otra, abunda en ejemplos de este tipo de canonización tras una muerte prematura, así que no hay de qué sorprenderse, al menos en lo que se refiere a este punto; en lo que a otros se refiere no ocurre lo mismo. Nada permitía presagiar, por ejemplo, que el mismo hombre que escribió La pista de hielo escribiera sólo tres años más tarde Estrella distante, y apenas seis años después Los detectives salvajes; que entre 1996, año de Estrella distante, y 2003, año de su muerte, escribiera lo que escribió entra de lleno en el terreno de lo asombroso. También es verdad, sin embargo, que en el caso de Bolaño, como en el de tantos otros escritores muertos en parecidas circunstancias, hay en la leyenda que rodea su fama póstuma una cierta justicia poética: al fin y al cabo, toda la obra de Bolaño puede leerse como un intento logrado de convertir su propia vida en leyenda y, si no fuera porque estaban socavados por un humor feroz que sus lectores más obcecados o literales no siempre parecen percibir, los arrebatos, insolencias y provocaciones de sus años fugaces de escritor consagrado podrían inducirnos a pensar que Bolaño acabó sus días creyéndose un personaje de Bolaño, cosa que por fortuna no es cierta o que sólo es cierta en la triste medida en que todo escritor acaba resignándose tarde o temprano a convertirse en un personaje de su propia obra. Pero no hay que ponerse pesimista: por mucho que la leyenda tergiverse la realidad a gusto de cada cual, por mucho que un muerto precoz y prestigioso sea pasto privilegiado de los desaprensivos de turno, por mucho que los muertos no puedan defenderse y los vivos que pueden defenderlo no sepan o no puedan o no quieran hacerlo, lo cierto es que a la corta este runrún permanente que envuelve la vida póstuma de Bolaño tiene la ventaja indudable de atraer cada día nuevos lectores sobre su obra; no hay que descartar que a la larga -o no tan a la larga- tenga algunos inconvenientes, pero cuando lleguen, si es que llegan, la propia obra de Bolaño ya se encargará de afrontarlos, y lo hará con entereza. Sea como sea, tal y como están las cosas es posible que tarde o temprano a algunos de sus lectores menos perspicaces o más atolondrados les decepcione saber que el escritor forajido en que han querido convertir a Bolaño fue en su vida real un hombre morigerado y prudente, alguien que -pongo por caso- políticamente no pasaba de ser un socialdemócrata o un liberal de izquierdas -que es, supongo, lo más prudente y morigerado que políticamente se puede ser-, pero eso ya no es problema de Bolaño ni de su obra, sino sólo de los atolondrados y de quienes alimentan su atolondramiento.

Lo que importa de verdad, ya digo, es la otra leyenda: la que Bolaño forjó con su vida y nos legó en sus libros. Ésta, por supuesto, también puede manipularse, sólo que en este caso manipularla es legítimo y a veces hasta indispensable, aunque no todas las manipulaciones son igual de inteligentes o valiosas, y no en todos los casos la obra de Bolaño las autoriza sin ser al mismo tiempo traicionada. A mi juicio, muchos de los tópicos más arraigados sobre la obra de Bolaño son equivocados. Se repite, por ejemplo, que su obra surge de una reacción contra los autores del, mejor o peor llamado, boom de la literatura latinoamericana, de los que sería a la vez el antídoto y la vía de escape, o una de las vías de escape; aunque ciertos desplantes para la galería del propio Bolaño parecen avalarla, esta idea sólo puede ser fruto de la torpeza o la impotencia de quien la defiende (cuando no de su mala índole) y de una lectura muy superficial de la obra de Bolaño, y tiene el inconveniente tremendo de proponer a un Bolaño torpe e impotente, además de casi indocumentado, incapaz en todo caso de comprender que escribir algo de provecho consiste en no ignorar a los gigantes, sino, por penoso o lesivo que resulte para el amor propio de según quién, en reconocerlos y en encaramarse en sus hombros, aunque sea incurriendo de vez en cuando en la coquetería venial de despreciarlos de boquilla. Lo que quiero decir es que Bolaño no fue en modo alguno (salvo en alguna zumbona intemperancia de última hora) un detractor del boom, sino precisamente su continuador más disciplinado: su obra no es sólo inimaginable sin una lectura a brazo partido de Borges, sino también sin la transparencia coloquial de la prosa de Cortázar o sin las astucias narrativas y las arquitecturas novelescas de Vargas Llosa, sin duda el novelista vivo en español a quien más admiró Bolaño, y uno de los que con más cuidado asimiló. Por otra parte, también parece halagar la vanidad o aliviar las frustraciones de ciertos lectores o exegetas de Bolaño imaginarlo como un vanguardista radical, como un outsider apartado de las formas literarias de una época prostituida por el convencionalismo de los usos narrativos y por la rapacidad del mercado; en este caso la miopía es si cabe más aparatosa, aunque, también en este caso, ciertas declaraciones de Bolaño -aceptadas con desconcertante docilidad por sus exegetas- no han contribuido desde luego a curarla: dejando de lado el hecho evidente de que la vanguardia, sea lo que sea tal cosa a estas alturas, es en Bolaño mucho antes un ademán, o si se prefiere una actitud, y sobre todo un yacimiento temático que una práctica literaria, lo cierto es que los dos rasgos más visibles de la obra de Bolaño son los dos rasgos más visibles, si no de la corriente dominante de la narrativa en castellano (o quizá debería decir en español, puesto que Bolaño fue también, y quizá sobre todo, un escritor español), sí de una cierta corriente dominante en la narrativa seria escrita en castellano en los últimos años: la legibilidad y la narratividad. Como cualquier lector de buena fe comprueba en cuanto abre cualquiera de sus libros, Bolaño no fue un narrador hermético o difícil, gratuitamente exigente con el lector, enrocado en autofagias experimentalistas más o menos novedosas -que suelen ser las más viejas o las que antes envejecen-, sino un escritor alérgico a cualquier forma de logomaquia, un narrador compulsivamente legible, inmediatamente cordial, arrebatadoramente atractivo, y un inagotable contador de historias cuya escritura, propulsada por una tracción sin freno, arrastra de una anécdota a otra, de un personaje a otro, de un paisaje al otro en un torbellino alucinado que deja al lector sin resuello. No: como tantos grandes escritores de cualquier época, Bolaño no fue en absoluto una excepción; fue, sin que tal vez él mismo lo sospechara -sin que acaso su obstinado espíritu de contradicción se sintiera demasiado cómodo con ello-, una inesperada y soberbia confirmación de la regla.

Si no me engaño, pese a ser una evidencia palmaria lo anterior no sería aceptado sin escándalo por los admiradores más superficiales o esquinados de Bolaño, que serán los más efímeros; me alegra pensar que tampoco lo aceptarían sus detractores más severos, a quienes ni siquiera la muerte de Bolaño ha silenciado del todo. No me refiero ahora a quienes parecen querer escatimar a la obra de Bolaño su valor incuestionable por las declaraciones o actitudes personales de su autor, lo que es una estupidez y una indignidad, o más bien las dos cosas a la vez: alegar, digamos, que el rencor contra su país, o contra el establishment de la literatura en lengua española, fue el principal carburante de la escritura de Bolaño no es sólo probablemente falso; es algo bastante peor: es ignorar que para un escritor el rencor puede ser un carburante tan legítimo como cualquier otro, y quizá más eficaz, y que en todo caso ese rencor no es un argumento contra Bolaño ni contra la obra de Bolaño, como no es un argumento, digamos, contra James Joyce ni contra la obra de James Joyce, cuyo fervoroso rencor contra Irlanda alimentó de por vida su escritura. Me refiero, por supuesto, a reproches propiamente literarios. De todos ellos hay dos que son, creo, los más comunes. El primero afirma que la prosa de Bolaño es pedestre, plana, elemental ("del tipo yo Tarzán, tú Chita", ha dicho Fernando Vallejo, con una maldad que parece sacada de cualquiera de los libros de Bolaño); el segundo afirma que el único tema de Bolaño es la literatura o, peor aún, la vida literaria. Puedo entender que algunos admiradores desprejuiciados de Bolaño concedan que ninguno de los dos reproches es del todo injusto, pero yo les recordaría que ambos son insuficientes: salvando todas las distancias, el primero de ellos olvida que también a Cervantes se le reprocha, y no sin razón, el uso de una prosa de sobremesa, a ratos ramplona y conversacional, y que, si Bolaño sacrifica las suntuosidades del lenguaje y las complejidades de la sintaxis y hasta del pensamiento, lo hace en aras de la eficacia torrencial, delirante y exactísima de sus fabulaciones; o dicho de forma más clara: esa prosa atonal y por momentos sin relieve es la prosa que Bolaño necesita -ésa y no otra- para contar lo que cuenta. En cuanto al segundo reproche, parte de una premisa verdadera, porque es un hecho que la escritura de Bolaño se tensa hasta el límite cuando el asunto que aborda es sólo literario, pero llega a una conclusión errónea, porque eso no lo convierte en un escritor endogámico, autocomplaciente o solipsista: en los libros de Bolaño la literatura o la vida literaria es sólo una metáfora de la vida a secas, y uno de los principales méritos de Bolaño consiste en haber dotado al chisme literario de una dimensión casi épica en la que todas las pasiones, los vértigos y las perplejidades del ser humano hallan una expresión desgarrada y nueva.

"Print the legend!", exclama al final de El hombre que mató a Liberty Valance el director del Morning Star tras comprender que la leyenda es más poderosa que la realidad, o que la ficción es más verdadera que la historia. Para Bolaño, la escritura consistió precisamente en eso: en imprimir la propia leyenda; para los lectores de Bolaño, como para los de cualquier otro escritor, ésa es la única leyenda que cuenta, porque ésa es la única que él quiso o supo o pudo contarnos y porque en los recovecos y líneas de fuga de esa leyenda se encuentra el único Bolaño de verdad. Lo demás es sólo literatura. Literatura en el sentido pestilente de la palabra, que es el que Bolaño detestaba más que ninguna otra cosa y el que con harta frecuencia se le ha infligido tras su muerte. Así que lo mejor es prescindir de todo eso. Prescindir de los ventajistas que se lanzaron desde el primer momento sobre su cadáver, de quienes lo ridiculizaron y humillaron en vida y lo canonizan cuando está muerto para humillar y ridiculizar a otros vivos a quienes quizá canonizarían de estar muertos, de la idolatría sonrojante de quienes suspiran por convertirlo en una especie de James Dean chileno, de los rencores estériles y extraviados de sus exegetas, de las ingenuidades y cursilerías de sus lectores cursis e ingenuos y hasta de los exabruptos e insolencias a que el propio Bolaño se sintió tal vez obligado por la celebridad o con los que le gustó jugar en sus últimos años. Prescindir de todo eso y quedarnos con lo único que era seguro cuando estaba vivo y sigue siéndolo cuando está muerto: el coraje y la honestidad inauditos con que Bolaño asumió su vocación de escritor y el hecho incontrovertible de que es, hasta donde alcanzo y a menos que alguien se apresure a demostrar lo contrario, el escritor latinoamericano menos prescindible de su generación.