Elmundo.es. 06.12.2008
El otro día presentaban en Nueva York la traducción al inglés de 2666. Faltaba la estrella, claro, porque Roberto Bolaño nos dejó mientras apuntalaba los últimos goznes de su mastodóntico retablo. Chileno errante, había escrito desde el exilio, interior y exterior, libros como pistolas. Los detectives salvajes fue un trueno. Putas asesinas, río de espinas. Amberes fue escrito "para los fantasmas, que son los únicos que tienen tiempo porque están fuera del tiempo". Su enfermedad "era el orgullo, la rabia y la violencia". Asomado al balcón de la literatura, quemaba la tierra mientras los guardianes del cementerio meditaban cómo etiquetarlo.
Con sus cielos rojos, lunas de saguaro y psicópatas postrados ante las vírgenes muertas dibujó páginas que relinchan. Escribía, como los salmones calamarianos, a contracorriente y porta gayola. Sabía que sus originales sólo serían reconocidos una vez enterrado. Lo premiaron antes de entrar en coma, pero al igual que le ocurriera al 'bluesman' Skip James, las tormentas que apacentó sólo rugirían cuando él hubiera firmado el armisticio. Masticando tierra, devorado por sierpes, recibe tributos.
El New York Times ha proclamado 2666 una de las cinco mejores novelas del año. Hablamos de un país isleño. En 2008, sólo el 3% de los libros publicados en Estados Unidos fue ficción extranjera. El triunfo de Bolaño, que soñaba mezcal 'Los suicidas', reluce en un contexto blindado. Si lees la relación de autores en lengua española destacados por Harold Bloom en su Canon occidental (del siglo XX sólo 13, por 12 en Yiddish y 80 de Irlanda y Gran Bretaña), comprendes que el salto ha sido olímpico.
Cuando le hicieron la reseña los del NYT Books Review, citaron, por informar, la trilogía mercurial de Bob Dylan, las pinturas anochecidas de Vincent Van Gogh, las inmersiones en absenta de Rimbaud. Cualquier recurso parece óptimo para describir una literatura engordada con materiales de derribo, arena, vegetaciones deprimidas, viajes infinitos, camposantos, almas desnudas, ramos sobre la calavera y soles que huelen a grito.
Traducida por Natasha Wimmer, 2666 tiene a los críticos babeando. Como desprecian lo foráneo, cada vez que reciben noticias del exterior alucinan. Especialmente, si la botella cobija un manuscrito 'tierra/aire'. No faltarán simposios, celebraciones, paseos donde ponerle flores. Oprah Winfrey, generala de la sobremesa, comentó que "al sostener en público una copia en pruebas de 2666 me sentía como si tuviera la nueva entrega de Harry Potter en un colegio. Hasta media docena de extraños se acercaron para preguntarme por lo último de un autor al que admiraban profundamente".
A Winfrey, por cierto, le debemos también el escopetazo de La carretera, aquella parábola desolada de Cormac McCarthy que luego ganó el Pulitzer [Anoten los odiadores del gringo: traducen poco, 'yes', pero los programas más populares, en EE. UU., a veces, si tienen el día, promocionan la alta cultura. Como en España, ¿no? Me parece o me temo que no].
Con sus cielos rojos, lunas de saguaro y psicópatas postrados ante las vírgenes muertas dibujó páginas que relinchan. Escribía, como los salmones calamarianos, a contracorriente y porta gayola. Sabía que sus originales sólo serían reconocidos una vez enterrado. Lo premiaron antes de entrar en coma, pero al igual que le ocurriera al 'bluesman' Skip James, las tormentas que apacentó sólo rugirían cuando él hubiera firmado el armisticio. Masticando tierra, devorado por sierpes, recibe tributos.
El New York Times ha proclamado 2666 una de las cinco mejores novelas del año. Hablamos de un país isleño. En 2008, sólo el 3% de los libros publicados en Estados Unidos fue ficción extranjera. El triunfo de Bolaño, que soñaba mezcal 'Los suicidas', reluce en un contexto blindado. Si lees la relación de autores en lengua española destacados por Harold Bloom en su Canon occidental (del siglo XX sólo 13, por 12 en Yiddish y 80 de Irlanda y Gran Bretaña), comprendes que el salto ha sido olímpico.
Cuando le hicieron la reseña los del NYT Books Review, citaron, por informar, la trilogía mercurial de Bob Dylan, las pinturas anochecidas de Vincent Van Gogh, las inmersiones en absenta de Rimbaud. Cualquier recurso parece óptimo para describir una literatura engordada con materiales de derribo, arena, vegetaciones deprimidas, viajes infinitos, camposantos, almas desnudas, ramos sobre la calavera y soles que huelen a grito.
Traducida por Natasha Wimmer, 2666 tiene a los críticos babeando. Como desprecian lo foráneo, cada vez que reciben noticias del exterior alucinan. Especialmente, si la botella cobija un manuscrito 'tierra/aire'. No faltarán simposios, celebraciones, paseos donde ponerle flores. Oprah Winfrey, generala de la sobremesa, comentó que "al sostener en público una copia en pruebas de 2666 me sentía como si tuviera la nueva entrega de Harry Potter en un colegio. Hasta media docena de extraños se acercaron para preguntarme por lo último de un autor al que admiraban profundamente".
A Winfrey, por cierto, le debemos también el escopetazo de La carretera, aquella parábola desolada de Cormac McCarthy que luego ganó el Pulitzer [Anoten los odiadores del gringo: traducen poco, 'yes', pero los programas más populares, en EE. UU., a veces, si tienen el día, promocionan la alta cultura. Como en España, ¿no? Me parece o me temo que no].