El cultural.es. 21.01.2011
El próximo jueves sale a la venta Los sinsabores del verdadero policía (Anagrama), penúltima obra póstuma de Roberto Bolaño (1953-2003), que sólo al final de su vida, tras mil penurias, se vio convertido en una leyenda. De él se dice que ha sido “el último escritor latinoamericano” y el de mayor influencia actual en las dos orillas. Según Jorge Volpi, Bolaño se “reía a carcajadas de las mieles de la fama”, así que es posible que contemple, admirado y divertido, la expectación que rodea a este libro. La misma que hace que El Cultural ofrezca hoy, de la mano de Ignacio Echevarría, amigo y especialista en su obra, las claves de Los sinsabores..., mientras que otro cómplice, Bruno Montané, recuerda cómo el narrador le explicó que el volumen inédito iba a “contener todo aquello que hasta entonces no había conseguido escribir”. La reseña tendrá que esperar, no hasta 2666, sino a que el libro esté en la calle.
Vayan por delante dos afirmaciones categóricas:
Una: entre las páginas de Los sinsabores del verdadero policía se cuentan algunas de las mejores de Roberto Bolaño, que las escribe desde la altura alcanzada a partir de Estrella distante, con una libertad y una osadía a ratos apabullantes. Dos: no cabe arrojar sospechas sobre la legitimidad y el correcto proceder de Carolina López, viuda de Bolaño y administradora de su legado, ni de sus agentes y asesores, que vienen mostrando, hasta el momento, un escrupuloso respeto hacia la integridad de los textos del autor.
Dicho esto, conviene salir al paso de algunas presunciones que se deslizan en los textos que envuelven esta última entrega de Bolaño (entre ellos, la “Nota editorial” firmada por Carolina López), empezando por la de que se trata de una novela. No es así. Los sinsabores del verdadero policía no es -como se repite insistentemente- una novela, no al menos en el sentido cabal, por extenso que sea, que se suele conceder a este término. Ni siquiera es, como se sugiere, una novela inconclusa. No. Ni falta que hace.
Si fuera imperioso -como parece- decir qué es, la forma más neutra y ajustada de hacerlo sería decir que se trata de materiales destinados a un proyecto de novela finalmente aparcado, algunas de cuyas líneas narrativas condujeron hacia 2666, mientras otras quedaron en suspenso, inservibles o pendientes de ser retomadas por el autor, de haber tenido ocasión y ganas de hacerlo. En este caso, lo hubiera hecho ya no para prolongarlas tal y como se ofrecen ahora, sino para reelaborarlas en un marco nuevo, inevitablemente transfigurado por la hazaña que supuso la escritura de 2666 (el último libro, entre los publicados después de su muerte, que Bolaño consintió expresamente publicar tal y como lo conocemos).
Insisto: los materiales narrativos reunidos demasiado acríticamente bajo el título Los sinsabores del verdadero policía no constituyen, con propiedad, una novela. Tal y como se presentan, no admiten ser tomados, en rigor, como una obra más de Roberto Bolaño, por muchas piruetas que se pretenda hacer (las hace, de hecho, Masoliver Ródenas en su prólogo). Lo cual no les resta aliciente, claro que no. Ocurre simplemente que es preferible no confundir al lector.
Cuando no se cuenta con testimonio expreso alguno acerca de las intenciones que, a su muerte, el autor abrigaba hacia unos textos encontrados entre sus papeles y archivos de ordenador, el único criterio más o menos fiable es el que, apoyado en los indicios disponibles, se deduce de la lógica interna que preside el conjunto de su obra. En el caso de Bolaño, esta lógica es bastante férrea. “La estructura de mi narrativa -declaró en cierta ocasión- está trazada desde hace más de veinte años y allí no entra nada que no se sepa la contraseña”. Palabras estas que imponen la obligación de ser muuy cauto a la hora de escoger la puerta por la que se ha de dar entrada a nuevas entregas.
Por lo que toca a Los sinsabores del verdadero policía, esa puerta es la destinada a materiales aún no definidos que, en el caso de un escritor como Bolaño, que trabajó siempre en varias bandas simultáneas (durante la redacción de 2666 parió al menos dos libros), dan cuenta de la multitud de direcciones en que se orientaba su impulso creador. Resulta insensato pretender que todas esas direcciones abrían caminos hacia objetivos bien delimitados y reconocibles. Lejos de eso, ocurre a menudo que un escritor ensaye senderos que finalmente no conducen a ninguna parte. No se trata ahora de esa “poética de la inconclusión” que en otras ocasiones se ha invocado para caracterizar el proceder de Bolaño como narrador, no. Hay una diferencia sustancial entre dejar una historia en suspenso, con final abierto, como suele decirse, y abandonar el desarrollo de esa historia por las razones que sea, reclamado acaso por otras historias que se cruzan en el camino, o ganado por la fatiga, o bien inseguro ante la manera de continuar.
Como en tantas ocasiones, la obra de Kafka sirve aquí de inmejorable referencia. Los escritos póstumos de Kafka ofrecen un variado repertorio de textos en diverso estado de desarrollo. A algunos les cumple el calificativo de terminados, satisficieran o no a su autor. A otros, el de inacabados. Otros más constituyen brotes, abortos narrativos, pasajes a menudo fascinantes pero abruptamente interrumpidos, desviados.
Los sinsabores del verdadero policía se acerca más bien a esta última tipología. No cabe compararla a El Tercer Reich, novela primeriza que, llegado el momento, Bolaño resolvió no dar a la luz y guardó en una carpeta, insatisfecho sin duda con el resultado. Sobre El Tercer Reich cabría sostener que, aun cuando fue escrita por el mismo Bolaño, en el momento decisivo no acertó con la contraseña que le había de permitir el ingreso a la estructura diseñada tan precoz y clarividentemente por él.
Distinto es el caso de Los sinsabores... Se trata de un proyecto de novela cuyo germen es con seguridad anterior a la redacción de Los detectives salvajes. Quizá Bolaño lo retomara al concluir esta novela, pero, a partir de cierto momento (y me atrevería a especular sobre cuál es ese momento, muy ligado al abismo que se fue abriendo a los pies mismos de Roberto conforme se metió de lleno en el filón de los crímenes de Ciudad Juárez), se desvió por los derroteros que, sin apartarse del todo de personajes y motivos ya apuntados, lo conducirían finalmente a 2666.
Que Bolaño no hubiera retomado de nuevo los materiales ahora publicados para prolongarlos tal cual, es algo que se puede afirmar no sólo intuitivamente, sino desde la convicción de que un escritor como él jamás hubiera cometido descarados autoplagios, ni hubiera incurrido deliberadamente en abiertas contradicciones con lo escrito y contado en otras novelas antes publicadas. Que se den una y otra cosa en Los sinsabores... sólo puede justificarse (más allá del sobado recurso a comodines críticos como los de “intertextualidad”, “variaciones”, “caleidoscópico”, etc.) desde el supuesto de que, como tantas veces, Bolaño se sirvió de unos materiales ya elaborados como cantera de la que se nutrieron otras obras suyas, sin menoscabo de que con algunos restos de esos mismos materiales pudiera luego urdir nuevas historias.
El extravagante título de Los sinsabores del verdadero policía lo acarició Bolaño durante años. Estuvo siempre asociado al proyecto de una novela sobre un joven policía que en estas páginas sólo asoma lateralmente. Lo que nos cabe leer tiene que ver sobre todo con Amalfitano, un Amalfitano bastante distinto al que da nombre a una de las partes -la más enigmática, ahora intuimos por qué- de 2666. Bastante menos con un embrionario J.M.G. Arcimboldi que para nada coincide con el Beno von Archimboldi (con ch) que protagoniza esa novela.
En el camino que lleva de Los detectives salvajes a 2666, el libro que ahora se publica viene a ser una vía muerta. Sólo parcialmente hubiera podido reintegrarse en la cadena de la que se desprendió. Tal y como se ofrece, es un eslabón partido, que no por eso deja de arrojar destellos deslumbrantes, verdaderamente deslumbrantes por su audacia, por su comicidad, por su misterio, por su lirismo.
Que un material de estas características sea capaz de emitir esos destellos, y de atrapar al lector, dejándolo acaso insatisfecho pero nunca decepcionado, es una prueba más -concluyente como pocas- de la excepcional calidad de Bolaño como narrador.
Si fuera imperioso -como parece- decir qué es, la forma más neutra y ajustada de hacerlo sería decir que se trata de materiales destinados a un proyecto de novela finalmente aparcado, algunas de cuyas líneas narrativas condujeron hacia 2666, mientras otras quedaron en suspenso, inservibles o pendientes de ser retomadas por el autor, de haber tenido ocasión y ganas de hacerlo. En este caso, lo hubiera hecho ya no para prolongarlas tal y como se ofrecen ahora, sino para reelaborarlas en un marco nuevo, inevitablemente transfigurado por la hazaña que supuso la escritura de 2666 (el último libro, entre los publicados después de su muerte, que Bolaño consintió expresamente publicar tal y como lo conocemos).
Insisto: los materiales narrativos reunidos demasiado acríticamente bajo el título Los sinsabores del verdadero policía no constituyen, con propiedad, una novela. Tal y como se presentan, no admiten ser tomados, en rigor, como una obra más de Roberto Bolaño, por muchas piruetas que se pretenda hacer (las hace, de hecho, Masoliver Ródenas en su prólogo). Lo cual no les resta aliciente, claro que no. Ocurre simplemente que es preferible no confundir al lector.
Cuando no se cuenta con testimonio expreso alguno acerca de las intenciones que, a su muerte, el autor abrigaba hacia unos textos encontrados entre sus papeles y archivos de ordenador, el único criterio más o menos fiable es el que, apoyado en los indicios disponibles, se deduce de la lógica interna que preside el conjunto de su obra. En el caso de Bolaño, esta lógica es bastante férrea. “La estructura de mi narrativa -declaró en cierta ocasión- está trazada desde hace más de veinte años y allí no entra nada que no se sepa la contraseña”. Palabras estas que imponen la obligación de ser muuy cauto a la hora de escoger la puerta por la que se ha de dar entrada a nuevas entregas.
Por lo que toca a Los sinsabores del verdadero policía, esa puerta es la destinada a materiales aún no definidos que, en el caso de un escritor como Bolaño, que trabajó siempre en varias bandas simultáneas (durante la redacción de 2666 parió al menos dos libros), dan cuenta de la multitud de direcciones en que se orientaba su impulso creador. Resulta insensato pretender que todas esas direcciones abrían caminos hacia objetivos bien delimitados y reconocibles. Lejos de eso, ocurre a menudo que un escritor ensaye senderos que finalmente no conducen a ninguna parte. No se trata ahora de esa “poética de la inconclusión” que en otras ocasiones se ha invocado para caracterizar el proceder de Bolaño como narrador, no. Hay una diferencia sustancial entre dejar una historia en suspenso, con final abierto, como suele decirse, y abandonar el desarrollo de esa historia por las razones que sea, reclamado acaso por otras historias que se cruzan en el camino, o ganado por la fatiga, o bien inseguro ante la manera de continuar.
Como en tantas ocasiones, la obra de Kafka sirve aquí de inmejorable referencia. Los escritos póstumos de Kafka ofrecen un variado repertorio de textos en diverso estado de desarrollo. A algunos les cumple el calificativo de terminados, satisficieran o no a su autor. A otros, el de inacabados. Otros más constituyen brotes, abortos narrativos, pasajes a menudo fascinantes pero abruptamente interrumpidos, desviados.
Los sinsabores del verdadero policía se acerca más bien a esta última tipología. No cabe compararla a El Tercer Reich, novela primeriza que, llegado el momento, Bolaño resolvió no dar a la luz y guardó en una carpeta, insatisfecho sin duda con el resultado. Sobre El Tercer Reich cabría sostener que, aun cuando fue escrita por el mismo Bolaño, en el momento decisivo no acertó con la contraseña que le había de permitir el ingreso a la estructura diseñada tan precoz y clarividentemente por él.
Distinto es el caso de Los sinsabores... Se trata de un proyecto de novela cuyo germen es con seguridad anterior a la redacción de Los detectives salvajes. Quizá Bolaño lo retomara al concluir esta novela, pero, a partir de cierto momento (y me atrevería a especular sobre cuál es ese momento, muy ligado al abismo que se fue abriendo a los pies mismos de Roberto conforme se metió de lleno en el filón de los crímenes de Ciudad Juárez), se desvió por los derroteros que, sin apartarse del todo de personajes y motivos ya apuntados, lo conducirían finalmente a 2666.
Que Bolaño no hubiera retomado de nuevo los materiales ahora publicados para prolongarlos tal cual, es algo que se puede afirmar no sólo intuitivamente, sino desde la convicción de que un escritor como él jamás hubiera cometido descarados autoplagios, ni hubiera incurrido deliberadamente en abiertas contradicciones con lo escrito y contado en otras novelas antes publicadas. Que se den una y otra cosa en Los sinsabores... sólo puede justificarse (más allá del sobado recurso a comodines críticos como los de “intertextualidad”, “variaciones”, “caleidoscópico”, etc.) desde el supuesto de que, como tantas veces, Bolaño se sirvió de unos materiales ya elaborados como cantera de la que se nutrieron otras obras suyas, sin menoscabo de que con algunos restos de esos mismos materiales pudiera luego urdir nuevas historias.
El extravagante título de Los sinsabores del verdadero policía lo acarició Bolaño durante años. Estuvo siempre asociado al proyecto de una novela sobre un joven policía que en estas páginas sólo asoma lateralmente. Lo que nos cabe leer tiene que ver sobre todo con Amalfitano, un Amalfitano bastante distinto al que da nombre a una de las partes -la más enigmática, ahora intuimos por qué- de 2666. Bastante menos con un embrionario J.M.G. Arcimboldi que para nada coincide con el Beno von Archimboldi (con ch) que protagoniza esa novela.
En el camino que lleva de Los detectives salvajes a 2666, el libro que ahora se publica viene a ser una vía muerta. Sólo parcialmente hubiera podido reintegrarse en la cadena de la que se desprendió. Tal y como se ofrece, es un eslabón partido, que no por eso deja de arrojar destellos deslumbrantes, verdaderamente deslumbrantes por su audacia, por su comicidad, por su misterio, por su lirismo.
Que un material de estas características sea capaz de emitir esos destellos, y de atrapar al lector, dejándolo acaso insatisfecho pero nunca decepcionado, es una prueba más -concluyente como pocas- de la excepcional calidad de Bolaño como narrador.
Enlaces
Los materiales reunidos bajo el título Los sinsabores del verdadero policía contienen hilos narrativos de muy diferente antigüedad, varios de ellos empleados por Bolaño para algunas de sus novelas. Sin ir más lejos, el capítulo que abre el libro, con su provocadora división de los poetas en “maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos”, fue tomado por Bolaño para Los detectives salvajes, donde se da prácticamente idéntico, allí puesto en boca de Ernesto San Epifanio (pp. 83-85). Asimismo, la historia de los soldados que supuestamente habrían violado a Rimbaud en su camino a París, cuando acudió allí para unirse a la Comuna (capítulos 21 y 22 de la parte III de Los sinsabores...), aparece contada ya (incluida la cita por extenso del poema “Le Coeur volé") en las pp. 154 y siguientes de Los detectives...
En “Otro cuento ruso”, de Llamadas telefónicas, se narra, tal cual, la historia del sorche de la División Azul que aquí se relata en el capítulo 7 de la parte II. Y en Estrella distante ya se da extensa noticia de la secta de los “escritores bárbaros”, con detalles que repiten los del capítulo 10 de esa misma parte II.
Pero si éstos y otros pasajes de menos relieve indican que los materiales ahora publicados sirvieron a Bolaño de cantera de la que se nutría su obra en marcha, algunas diferencias sustanciales entre el perfil de dos de los principales personajes de Los sinsabores... y sus homónimos en 2666 revelan que fue esta novela la que terminó absorbiendo la mayor parte de los materiales ahora publicados.
El Amalfitano de Los sinsabores... es un cincuentón todavía apuesto que ha descubierto tardíamente su homosexualidad. La tonalidad moral del personaje es semejante a la del Amalfitano de 2666, pero su recorrido vital ofrece divergencias muy notables con éste.
El J.M.G. Arcimboldi de Los sinsabores..., en cambio, nada tiene que ver con el Beno von Archimboldi de 2666. De hecho, se trata del J.M.G. Arcimboldi que aparece mencionado en Los detectives..., donde se alude a él como “uno de los mejores novelistas franceses” (p. 170).
El Pancho Monje Expósito de Los sinsabores... sí tiene muchos rasgos comunes con Olegario Cura Expósito (Lalo Cura), de 2666, y hay indicios para pensar que fuera este personaje, que aquí apenas alcanza desarrollo, el que, mucho tiempo atrás, inspiró el título al que Bolaño se aferró durante años.
En la medida en que la parte final de Los detectives... prefigura ya el escenario de Santa Teresa, cabe presumir que este escenario, que es el principal de Los sinsabores..., lo tenía Bolaño diseñado desde muy atrás. Las múltiples correspondencias entre tantos personajes de Los sinsabores... y los de 2666 sugieren en qué medida los de aquel proyecto se volcaron en esta novela. En definitiva, es la encantadora relación entre Amalfitano y Padilla lo que, en Los sinsabores..., más despierta la añoranza de una novela perdida. Otra de tantas que una imaginación torrencial como la de Bolaño concebía sin cesar, conformándose en muchas ocasiones (La literatura nazi en América, Estrella distante) con trazar simples esbozos de sus argumentos, como los que se hacen aquí de las novelas de J.M.G. Arcimboldi.
En cuanto a los crímenes de Santa Teresa que empiezan a gotear en la última parte de Los sinsabores... son probablemente la grieta por la que estos materiales quedaron anegados por la concepción fúnebre y grandiosa de 2666.
En “Otro cuento ruso”, de Llamadas telefónicas, se narra, tal cual, la historia del sorche de la División Azul que aquí se relata en el capítulo 7 de la parte II. Y en Estrella distante ya se da extensa noticia de la secta de los “escritores bárbaros”, con detalles que repiten los del capítulo 10 de esa misma parte II.
Pero si éstos y otros pasajes de menos relieve indican que los materiales ahora publicados sirvieron a Bolaño de cantera de la que se nutría su obra en marcha, algunas diferencias sustanciales entre el perfil de dos de los principales personajes de Los sinsabores... y sus homónimos en 2666 revelan que fue esta novela la que terminó absorbiendo la mayor parte de los materiales ahora publicados.
El Amalfitano de Los sinsabores... es un cincuentón todavía apuesto que ha descubierto tardíamente su homosexualidad. La tonalidad moral del personaje es semejante a la del Amalfitano de 2666, pero su recorrido vital ofrece divergencias muy notables con éste.
El J.M.G. Arcimboldi de Los sinsabores..., en cambio, nada tiene que ver con el Beno von Archimboldi de 2666. De hecho, se trata del J.M.G. Arcimboldi que aparece mencionado en Los detectives..., donde se alude a él como “uno de los mejores novelistas franceses” (p. 170).
El Pancho Monje Expósito de Los sinsabores... sí tiene muchos rasgos comunes con Olegario Cura Expósito (Lalo Cura), de 2666, y hay indicios para pensar que fuera este personaje, que aquí apenas alcanza desarrollo, el que, mucho tiempo atrás, inspiró el título al que Bolaño se aferró durante años.
En la medida en que la parte final de Los detectives... prefigura ya el escenario de Santa Teresa, cabe presumir que este escenario, que es el principal de Los sinsabores..., lo tenía Bolaño diseñado desde muy atrás. Las múltiples correspondencias entre tantos personajes de Los sinsabores... y los de 2666 sugieren en qué medida los de aquel proyecto se volcaron en esta novela. En definitiva, es la encantadora relación entre Amalfitano y Padilla lo que, en Los sinsabores..., más despierta la añoranza de una novela perdida. Otra de tantas que una imaginación torrencial como la de Bolaño concebía sin cesar, conformándose en muchas ocasiones (La literatura nazi en América, Estrella distante) con trazar simples esbozos de sus argumentos, como los que se hacen aquí de las novelas de J.M.G. Arcimboldi.
En cuanto a los crímenes de Santa Teresa que empiezan a gotear en la última parte de Los sinsabores... son probablemente la grieta por la que estos materiales quedaron anegados por la concepción fúnebre y grandiosa de 2666.