Librosdementira.com. 28.03.2011
Antes que todo, me gustaría dejar en claro que hablar de un libro que habla de otros libros no es tarea fácil. Imagino que tampoco fue fácil para el autor de Canon, Cenizas y diamantes de la literatura chilena (Debate, 2010) tratar de condensar más de un siglo de narrativa chilena en 227 páginas. Ciertamente no son esfuerzos comparables -escribir un canon de la narrativa chilena versus escribir un artículo sobre el canon de la narrativa chilena-, pero he querido iniciar esta crónica de lectura apuntando hacia las aparentes dificultades que debería entrañar un título de estas características, pues éste debería ser un libro para especialistas, uno de aquellos voluminosos mamotretos enciclopédicos apto sólo para iniciados… Pero no lo es.
Y aquí encontramos la primera gran fortaleza de la última entrega de Camilo Marks. Porque Canon… es un libro culto, ambicioso, bien argumentado y que, contrario a todo pronóstico, evita la faramalla academicista que suele ahuyentar a los lectores. Para leer y disfrutar de la última obra de Marks no es necesario tener un magíster ni un doctorado en literatura chilena, pues este es un libro ameno, que instruye sin ser pedante, que dice sin querer apabullarnos.
Siguiendo en esta línea de dificultades aparentes, me gustaría abordar el tema del libro, que no es otro que la narrativa chilena de los siglos XIX y XX. Estamos condicionados a creer que la narrativa chilena es, en general, una lata y que, con algo de razón, todas las cosas pasan y pasaron al otro lado de la cordillera. ¿Por qué no escribir un libro sobre los 200 años de la poesía chilena o de los dos siglos de narrativa trasandina, mejor? Pues bien, permítanme decir que este libro, escueto en apariencia, me ha reconectado con una serie de autores, de grandes autores, que he leído ya sea porque fueron lecturas obligatorias en el colegio como Augusto Goemine Thomson, más conocido como Augusto d’Halmar, Blest Gana, Baldomero Lillo; por curiosidad, Juan Emar, María Luisa Bombal, Diamela Eltit; y otros que simplemente son imprescindibles como Manuel Rojas, José Donoso y Roberto Bolaño. Y ninguno de los períodos ni de los autores abordados en los diez capítulos del canon resultan sosos o agotadores, esto es en gran parte gracias a que el autor siempre tiene un “conejo en el sombrero”, una anécdota, una reflexión o un dato desconocido que te mantiene pegado al libro.
La selección temática que subyace al texto sigue un orden relativamente cronológico y, según nos aclara el autor en el prólogo, posee un carácter estrictamente personal. Asimismo, advierte que ha tenido que fijarse en autores que había descartado previamente porque a estas alturas son verdaderas piezas de museo y que dejó fuera a tantos otros porque el libro se hubiese alargado demasiado. La omisión de autores es un tema que tocaré más adelante, por ahora continuaré con la taxonomía de la obra que concluye con un panorama del presente y del futuro de la narrativa chilena, en él se destacan las figuras de Diamela Eltit y de Germán Marín.
Es interesante, si nos remitimos a la mecánica que opera al interior del libro, ver la forma en que Marks jerarquiza y cataloga a los autores a través de la asignación de espacio. Como antes mencioné, deja a Eltit y a Marín para el final y realiza una verdadera apología de la obra de estos dos autores, sin embargo, no les dedica un capítulo completo como sí lo hace con Rojas, Bolaño e Isabel Allende. Por otra parte, a autores como Alberto Fuguet o Jaime Collyer (narradores que han trascendido la llamada nueva narrativa) se les dedica sólo un párrafo.
Y es aquí cuando necesariamente debo detenerme en los autores que no aparecen en este canon. Sé que cualquier listado, compilación o selección, inevitablemente tiene que dejar obras fuera, sin ir más lejos puedo citar al mismo Marks que en el prólogo señala: “Siempre ha existido un ordenamiento jerárquico de las producciones artísticas (…) y siempre habrá cosas que son buenas, mediocres o malas. Un crítico literario califica y evalúa novelas, cuentos, poesías de acuerdo a sus parámetros”. Si me ciño a las palabras del autor, necesariamente debo concluir que ni la obra de Alejandro Zambra ni de Pedro Lemebel califican para ser consideradas en alguno de los capítulos del canon, que la controversial figura de Miguel Serrano también merece quedar fuera y, finalmente, que autores como Marcelo Lillo o Marcelo Mellado, dos figuras que, guste o no, son parte del presente y del futuro de las letras nacionales deben ser marginadas. Como antes he señalado, el libro obedece a una selección personal, no obstante, resulta curioso que este panorama de lo más destacado de nuestras letras omita el trabajo de los autores antes mencionados. La única forma de revertir esta situación sería que alguien escribiera otro canon, cosa poco probable de aquí a diez años.
Bolaño, salvaje gloria póstuma
Si tuviera que elegir los dos capítulos que más me han gustado de este libro, sin dudarlo, elegiría las páginas dedicadas a Manuel Rojas y su inmortal Hijo de Ladrón junto con el capítulo dedicado a Roberto Bolaño; tal vez mi juicio responde a que Roberto y Manuel están entre mis autores favoritos y comparten espacio en mi “repisa del honor” con Fiódor Mijáilovich, Herman, Kenzaburo y Edgar. Pero dejando de lado mis gustos personales, y en honor a la verdad, he de señalar que el capítulo dedicado a Roberto Bolaño contiene juicios y reflexiones originales y provocativas que dan una vuelta de tuerca a la apreciación general que se tiene sobre el autor de Los Detectives Salvajes.
Camilo Marks abre el capítulo analizando el sitial que ostenta actualmente el escritor de Blanes, cita a Javier Marías quien señala que si Bolaño no hubiese muerto, su fama sería considerablemente menor. Luego, y aquí lo interesante, sitúa la figura de Bolaño en un estatus de precariedad. Para el crítico nacional, la avalancha de elogios y reconocimientos post mortem hacia la obra de Bolaño podrían jugar en contra de la perdurabilidad del autor, puesto que aún no ha pasado el tiempo suficiente como para declarar qué textos de Bolaño trascenderán la prueba del tiempo.
Posteriormente, Marks aborda el tema de la nacionalidad de Bolaño, nos dice que no incluirlo en el canon podría haber significado un crimen de lesa humanidad para algunos, sin embargo, da buenas razones para creer que el narrador oriundo de Los Ángeles, es cualquier cosa menos un escritor chileno. Esta reflexión se sustenta tanto en la biografía de Bolaño como en su obra. Por una parte, nos dice Marks, vivió sólo quince años en Chile, luego emigró a México y posteriormente, a principios de los ochenta, a España, lugar en donde realiza toda la producción que se le conoce hasta ahora. Desde el punto de vista de la obra, advierte el crítico, difícilmente podremos considerar a Roberto Bolaño como un escritor chileno, pues su prosa es demasiado universal, cosmopolita y desarraigada. En suma, su figura y narrativa exceden con creces los límites de cualquier nacionalidad que quisiéramos atribuirle.
El grueso del capítulo está dedicado al análisis de las que, a juicio del autor, son las obras superlativas de Bolaño: Estrella distante, La literatura nazi en América y Los detectives salvajes. También declara que Llamadas telefónicas es el mejor libro de cuentos de Bolaño (juicio al que no adhiero, pues para mí es Putas Asesinas, a pesar del cuento "Putas Asesinas"). Durante estos pasajes Marks explora los títulos señalados en forma calculada, develándonos los flancos que podría tener la obra de Bolaño (Nocturno de Chile, Amuleto) pero al mismo tiempo reconoce las grandes virtudes de ésta. Sin duda es un ejercicio de crítica que busca el equilibrio y la honestidad por sobre todo.
Palabras al cierre
Es indudable que Camilo Marks maneja al dedillo el oficio de la crítica y sabe encontrar la gracia y el mérito a cada libro y autor que menciona. Ya antes nos había cautivado con ese robusto volumen llamado La crítica: el género de los géneros, en donde se pasea con soltura y propiedad por los clásicos de la literatura universal. En esta nueva entrega repite el gesto y agrega un plus: redescubre y re-sitúa los diamantes y las cenizas de nuestras letras. Un libro imperdible para todos los que quieran adentrarse en los resplandores y las sombras de la narrativa chilena. No duden en comprarlo, pedirlo prestado o incluso robarlo, si se les da la oportunidad.