miércoles, 6 de julio de 2011

Sinsabores que deleitan

por Agustín Squella
El Mercurio –blogs-. 13.05.2011








Quien diga que Los sinsabores del verdadero policía es una novela inacabada mas no incompleta, como hace su prologuista, Juan A. Masoliver, constata una característica patente de esa obra de Roberto Bolaño, pero que, a la vez, semioculta, o casi, se halla en todas las demás, y no sólo en las del mismo autor, sino en las de cualquier otro, porque lo mejor que puede ocurrir con la escritura, como propuso Marguerite Yourcenar, es que imite el dibujo de las figuras que ciertos alfareros dejan sin terminar en uno de sus extremos, para que el espíritu del artista no quede aprisionado y flote libre hacia su próxima creación. En tal sentido, inacabada mas no incompleta es toda obra artística, no sólo las literarias, e incluso la vida que hacemos durante un tiempo tan incógnito como limitado exhibe esa misma condición mutilada o parcial de lo que debe ser juzgado antes por su desarrollo que por el punto al que finalmente conduce. De manera que en el caso particular de esta novela de Bolaño -como escribe el prologuista-, con personajes que oscilan entre la desdicha y el abismo, lo que corresponde es centrarse "en el desarrollo narrativo, lo que implica que toda la tensión no está en el desenlace, sino en lo que está ocurriendo". En lo que está ocurriendo en cada una de sus partes -cabe agregar-, en cada uno de los capítulos de esas partes, en cada página, en cada párrafo, en cada línea incluso, porque así de concentradas se hallan aquí la calidad y el poder hipnótico de la prosa de un narrador inagotable que parece continuar escribiendo después de muerto. Fragmentos, sí, de eso está hecha Los sinsabores del verdadero policía, pero el mismo Bolaño advierte que "el conocimiento es reunir fragmentos", o acaso recordarlos, o contarlos, o escribirlos, o leerlos, o todo eso a la vez, frustrados al comprobar que no encajan como las piezas de un calculado rompecabezas, aunque también maravillados por su concluyente parentesco, por ese vago y a la par inconfundible aire de familia que toman los más diversos asuntos humanos cuando se los examina con suficiente piedad, o compasión, o caridad, las mismas virtudes que el autor menciona sin diferenciarlas en el antepenúltimo capítulo de este libro, cuando en medio de un viaje por la campiña catalana en un tren casi vacío un poeta de Girona interpela a un magrebí que leía un libro al revés.

Al contrario, el amigo y especialista en la obra de Bolaño, Ignacio Echavarría, considera que Los sinsabores del verdadero policía no es una novela, y ni siquiera una novela inconclusa, sino un conjunto de materiales destinados a un proyecto que finalmente no cuajó, simplemente porque "algunas de sus líneas narrativas condujeron hacia 2666, mientras otras quedaron en suspenso, inservibles o pendientes de ser retomadas por el autor". Echavarría sostiene que hay una diferencia entre "dejar una historia con final abierto y abandonar simplemente la escritura de esa historia por las razones que sea, reclamado el autor por otras historias que se cruzan en su camino, o ganado por la fatiga, o bien inseguro ante la manera de continuarla", y que es esto último lo que habría ocurrido con la presente obra de Bolaño.

En cualquier caso -y esto es lo que cuenta para el lector-, Los sinsabores del verdadero policía se paladean con la facilidad, la sugestión y el deleite de las mejores páginas de su autor, unos beneficios que si decaen en algunos de sus momentos, reaparecen luego con fuerza arrolladora y deslumbrante en la parte final de la obra -"Asesinos de Sonora"-, donde un curso narrativo a la par caudaloso y cristalino, extraño y familiar, grave e indulgente, fúnebre y luminoso, ratifica que no por nada la prosa de Bolaño, se la califique como se quiera, alcanzó ya la cima de la literatura universal.