jueves, 17 de noviembre de 2011

Poeta Bolaño

por Kato Ramone
Revista Quimera, 314. Dossier Bolaño Poeta. Enero 2010





Poesía que tal vez abogue por mi sombra
en días venideros
cuando yo sólo sea un nombre
y no el hombre que con los bolsillos vacíos
vagabundeó y trabajó en los mataderos
del viejo y del nuevo continente.
R.B.



Primera cosa: he releído al bibliotecario valiente y me he impuesto ser breve. Todavía primera cosa: daré vueltas a una misma idea o a un mismo par de ideas. Ahora sí segunda cosa: me invitan a escribir sobre “Bolaño poeta”, pero no puedo expresar nada al respecto; sí puedo escribir acerca del poeta Bolaño. Todavía segunda cosa, aunque bien podría ser antesala de la primera: Bolaño es poeta. Otra cosa: el poeta Bolaño no se habría permitido la cursilería de “fallecer” y por eso, el 2003, lisa y llanamente se murió. Ergo, todo lo que hoy indiquen los textos (escritos y orales) nos interesa a nosotros y, sobre todo, no le pueden interesar al foco de nuestro interés, Roberto Bolaño. Riamos, lloremos, aplaudamos, despotriquemos, recordemos, olvidemos, publiquemos (esto también podría ser “olvidemos”), etcétera, lo cierto es que es asunto nuestro, un triste asunto frente a lo irremediable: Bolaño ha muerto y de estos limitados ejercicios de elucubración nada sabrá. Otra cosa entonces: si Bolaño no hubiera muerto, estaríamos bajo el mismo sol, aunque ciertamente otro gallo cantaría. No juguemos, empero, a la postumidad con él, no seamos obscenos, y apliquemos sólo el presente que no deja de asombrarnos a través de su obra sísmica y ambiciosa como pocas. Tercera cosa: se recurre a la afirmación de que sus poemas serían el esbozo de su narrativa, la prefiguración, el bosquejo, el embrión de sus historias; malos lectores o buenos lectores a medias. Lo cierto es que toda la obra conocida de Bolaño es un largo poema, ahíto de registros y de desdén por la celda del género (o por el género a la manera de cárcel insuperable); al mismo tiempo, toda la obra conocida de Bolaño demuestra respeto por las claves de los diversos géneros. Su poesía abunda en seres, hechos y lugares relatados; su poesía permite la narración —parece ser así— y sin embargo nunca es relato o narrativa, pues no olvida que la poesía suscribe a su cadencia y a su fondo en verso, versículo o prosa poética, y se explica y al mismo tiempo se extraña en la Imagen (todos los buenos poetas no olvidan ni descuidan este punto y Bolaño es, por supuesto, uno de los buenos); sus cuentos, novelas, columnas, reiteran la presencia de poetas —menores casi siempre—, no eluden, cuando es menester, el uso de un lenguaje llamado poético, y no obstante nunca desfigura las claves que constituyen como tal al relato, nunca suelta la historia, nunca cae en la poetización gratuita y desarraigada del curso narrativo o, en el caso de sus crónicas, jamás escatima la opinión, el punto de vista informado y siempre en franco debate. Y, con toda esa consciencia (consciencia crítica) acerca de la claves de un género, nos otorga la summa de un largo poemario escrito sin lugar a dudas por un poeta. Es que Bolaño —lo sabemos por su propia boca— se vio siempre a sí mismo como poeta y además, por si fuera poco, actuó frente a ese azogue cotidiano como tal, con todo el rigor del caso, es decir, sin ahorrar una sonrisa frente a lo que para los cursis es demasiado serio. Su poesía no está constituida por el atisbo de su narrativa —he acá que asumo las vueltas a la misma idea—, sino por poemas en toda su ley; su prosa está fundada en una reivindicación del gesto narrativo y de la necesaria —cuando es necesaria— solución de continuidad: es una hábil construcción y demolición de la estructura en virtud, obviamente, de la estructura (con toda la carga de alusión y digresión que supo aportar). ¿Y qué subyace allí al fin y al cabo? Aquello que descree de la linealidad y crece en el quiebre: ahí hay una Poética. La poesía del poeta Bolaño es sus poemas, cuya Poética se consuma en su narrativa (cualquier académico o periodista cultural, a cada renglón mostrando más seriedad que yo, podrá echar por tierra todo lo que digo y lo que seguiré diciendo, pero aporto una certeza muy probable en su improbabilidad: Bolaño se reiría menos de este tipo de textos que de los otros; al fin y al cabo fue, primero, un lector de literatura y, dentro de su bienaventurado equívoco, un lector generoso de literatura negra y de ciencia ficción; bueno, tengo la ventaja de que éste es un relato muy negro de ciencia ficción y tengo, además, el dato de que la reunión mayor de su poesía se titula La Universidad Desconocida, nombre tomado de un cuento de Alfred Bester, uno de los mejores —y a veces también uno de los peores— escritores de ciencia ficción estadounidenses). Cuarta cosa: en todo momento, no se le salía, le habitaba el poeta; los que sigan pensando que en su poesía mora, solapado o a rostro descubierto, el trasunto del narrador, allá ellos. Ciertamente se equivocan y no acabarán de acercarse a un entendimiento, si no más informado, por lo menos más justo de Roberto Bolaño. Quinta cosa: en La Universidad Desconocida no está uno de sus mejores poemas, Un resplandor en la mejilla, e ignoro por qué. Sexta cosa y final: y pese a no estar tal poema en tal libro, nos ubicamos en ese momento en que “La velocidad se detiene, mira hacia todas partes, enloquece/ a las fechas”. B + Contexto. B + Contracontexto. B + Descontexto. Por ello pesa tanto la parodia del mundo en que nos sitúa el incesante momento otorgado por el poeta Bolaño: “Una sonrisa sin/ contexto, una mano crispada fuera de la foto”. Cosa posdata: Extrarradios + poetas = raya para la suma.