jueves, 8 de marzo de 2012

La ‘caja negra’ de Roberto Bolaño, una literatura sin residuos. Consideraciones críticas sobre el autor y su obra

por Valeria Bril
Revista Espéculo, Universidad Complutense de Madrid, 2011











El escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003), radicado en México y posteriormente en España, produce una ruptura en el horizonte crítico literario a partir de la producción de una literatura que avanza intempestivamente en lo que considera una percepción de lo original y lo hace desde una perspectiva poco valorada. Puesto que el reconocimiento, primero, a Roberto Bolaño se produce por parte de los jóvenes escritores y de los lectores, luego vendría la aceptación de los críticos y profesores españoles, argentinos, chilenos, uruguayos y mexicanos, hasta que en los últimos años el autor fue alcanzando un renombre universal. Bolaño, al enterarse de la existencia de los primeros libros [1] de crítica sobre su obra, realiza los siguientes comentarios con respecto a la crítica chilena Patricia Espinosa y a la profesora argentina Celina Manzoni:

“Espinosa me parece una crítica muy buena, independientemente de cómo vaya a quedar yo en su libro, que supongo que no muy bien, pero el trabajo de Espinosa es necesario en Chile. De hecho, la necesidad de una, llamémosla así, nueva crítica, es algo que empieza a ser urgente en toda Latinoamérica” (Maristain 2003).

“A Celina la conozco personalmente y la quiero mucho. A ella le dediqué uno de los cuentos de Putas asesinas” (Maristain 2003).

La obra de Bolaño aparece como una nueva forma literaria, no obstante, el autor se proyecta como un fuerte opositor de la estética vigente para algunos escritores contemporáneos. Los procedimientos narrativos, el abordaje temático y las lecturas particulares, que Bolaño lleva a cabo rigurosamente en sus textos, demuestran una intención obsesiva por la originalidad y un desarrollo creativo incomparable. Para poder entender lo que ocurre con el fenómeno “Bolaño” es necesario dar cuenta que en su escritura se produce una simbiosis entre ficción y realidad a partir del cruce de la ficción con su propia vida. Hay una celebración autobiográfica por la inclusión de elementos reales que imprimen en la obra de este autor un sello único. Esto se visualiza, sobre todo, en el modo de integrar cierta realidad personal en la dimensión enunciativa de sus textos; las referencias a la realidad política chilena y a la condición de extranjero, están presentes en su narrativa, entre otros parámetros contextuales que resultan observados como constantes en la obra de este autor.

El crítico literario Juan Antonio Masoliver Ródenas señala que: “La medida de la grandeza de un escritor está, entre otras cosas, en los estímulos que invitan a reflexionar sobre la obra literaria. Y los estímulos que encontramos en la escritura de Roberto Bolaño son múltiples.” (Masoliver Ródenas 2001). Hoy podemos registrar un fervor inusitado por el autor; hay quienes consideran a Roberto Bolaño el escritor más importante en la escena literaria actual. Cabría preguntarnos si este momento va a pasar en nuestras letras. Es sabido de los momentos consagratorios de escritores, que luego pasan al olvido. Pero, por ahora, son muchos los que eligen a este controvertido escritor como objeto de sus estudios ya que Bolaño reúne en su escritura una serie de características estéticas que lo van definiendo como un escritor sobresaliente.

La obra de Bolaño es una obra coherente con el sentimiento de unidad que propone el autor -pero hallamos pequeñas historias que suelen alejarse de la trama principal, esto sucede en las novelas más extensas-, la coherencia se profundiza en el uso de expresiones chilenas, mexicanas y españolas, y modismos argentinos; aunque nos sorprende encontrar algunos términos en determinadas novelas que parecieran tener una identidad propia, como por ejemplo el término “gilipollas” en una novela “tan chilena” como podría ser Estrella distante (1996a), o un “pololeaba” en la novela La literatura nazi en América (1996b), en “Ramírez Hoffman, el infame” (de ello da cuenta también el crítico chileno Camilo Marks (Espinosa 2003)). Nuestra sorpresa deviene por reconocer en Bolaño una intención casi obsesiva de ajustar el habla de sus personajes a sus universos de pertenencia, como lo haría cualquier buen escritor que encuentre un mérito en estos ajustes que dan cuenta de la configuración discursiva de los personajes.

En la primera novela de Roberto Bolaño Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce [1984 (2008)], escrita en coautoría con Antoni García Porta, el autor deposita la responsabilidad de reflexionar sobre el significado de la literatura en el protagonista Ángel Ros quien dice: “Seriamente: qué era la literatura para mí, puesto que seguía escribiendo, después de unos comienzos tan desastrosos. La Forma a través de la cual la vida tendría que ser si no clara, legible, estable.” (Bolaño 2008: 51). Cabe aquí observar que para Bolaño, vida y literatura constituyen un binomio inseparable. Bolaño explica que: “La novela es un arte imperfecto.” (Jösch 2000), y “En un libro largo un escritor tiene que demostrar su aguante, su capacidad constante de inventiva, tiene que tener una respiración ancha y mucha capacidad de fabulación” (Jösch 2000). El autor sostiene su obra desde una estructura temática-estética que se podría considerar perversa, porque se basa en el regodeo del mal y en los detalles obscenos que certifican el profundo malestar del hombre en la cultura y en la sociedad -los personajes bolañianos parecen caer en un abismo-. Los personajes en los libros de Bolaño son difíciles de olvidar, y demuestran el talento del autor: no por el logro de encontrar en su obra la imitación de la vida misma sino por el hecho de plasmar la experiencia de la literatura. El pensador Tzvetan Todorov que estuvo de visita por primera vez en nuestro país -en 2010-, habló sobre la memoria y la justicia, y también sobre la literatura y el olvido de los escritores, críticos y profesores que pierden la noción de que no sólo se trata de un juego formal o un divertimento, sino que “la gran vocación de la literatura” es darle sentido a nuestra vida. Para Todorov: “La literatura es la mejor mirada posible para la comprensión de la condición humana.” (Todorov 2010), por lo cual el pensador francés, de origen búlgaro, prefiere la ficción latinoamericana porque “no está encerrada en pequeños juegos formales” -actualmente en Francia se leen preferentemente novelas latinoamericanas-. Desde este punto de vista, Roberto Bolaño propone un recorrido literario que no sólo coincide con su visión de la vida, sino que justamente versa en el conocimiento profundo de su vocación por la literatura. Para Bolaño, la literatura es una materia compuesta esencialmente de configuraciones pasionales, que representan la condición sine qua non para el desarrollo de su poética narrativa.

Roberto Bolaño estaba viviendo en España -en 1992- cuando le diagnosticaron una grave enfermedad, y todo indica que a partir de ese momento decidió escribir con la furia de un escritor que sabe que está próximo su fin. El hallazgo de este escritor, coincidiendo con Javier Cercas, consiste en “que decidió vivir como si ya estuviera muerto; es decir: decidió escribir como si ya estuviera muerto.” (Cercas 2003). De esta manera Bolaño escribe a un ritmo imparable y se convierte en un escritor “esencial” para el panorama de la literatura latinoamericana actual en donde encontramos un vacío con respecto a la posibilidad de distinguir concretamente a un autor (o a varios autores), dado que en el espacio literario persiste una serie de vacilaciones propias de la crítica a la hora de discernir y nombrar referentes.

Bolaño fue un escritor valiente, fiel a sus creencias, y escribió lo que pensaba sobre el ser latinoamericano y la literatura; aunque en una entrevista el autor afirmara que ya sólo creía en los niños y en los guerreros, Bolaño siguió creyendo en la literatura y esto quedó demostrado desde las primeras palabras hasta las últimas que escribió. Según el escritor español Javier Cercas, “Porque fue puro en lo puro, Bolaño dio la exacta medida de un hombre [2]. [..] [Y] Ahora somos nosotros los que le hemos sobrevivido, y ya no finge que está muerto, y es justo que todavía ahora estemos llorando por él, como si fingiéramos estar muertos y tratáramos de resucitarlo.” (Cercas 2003).

Conscientes del impacto que provocó la muerte de Roberto Bolaño en el mundo de las letras, no por ello podemos dejar de mencionar que algo extraño ocurre en relación a Bolaño como escritor y su intervención como tal en el ámbito literario de la otra orilla; según afirmara Enrique Vila Matas: “Siempre me ha llamado la atención el poco interés que ha despertado Bolaño entre una gran parte de los escritores españoles. Es una indiferencia que hay que encuadrarla dentro de esa falta de interés que sienten normalmente los escritores españoles hacia sus propios colegas, y más aún si son latinoamericanos” (Galán 2009). La “normal” indiferencia a la que se refirió Vila Matas nos recuerda aquello que escribió Bolaño: “Todos tenemos algún antepasado imbécil. Todos, en algún momento de nuestras vidas, encontramos el rastro, las huellas vacilantes del más pelmazo de nuestros antepasados, y al mirar ese rostro huidizo nos damos cuenta, con estupor, con incredulidad, con horror, de que estamos contemplando nuestra propia cara que nos hace guiños y muecas amistosas desde el fondo de un pozo” (Bolaño 2004: 160).

El segmento narrativo que acabamos de citar pertenece a la compilación de los artículos escritos entre mayo de 1999 y julio de 2001, entre los cuales encontramos el texto “El antepasado” en donde Bolaño cuenta que ese episodio está registrado en el libro primero de las Sátiras [3] de Horacio, en donde un tal Bolano (Bolanus) que dice ser hombre de letras persigue insistentemente a Horacio quien se niega a acompañarlo a una cita que tiene con la ley. Aquí aparece otro personaje (Aristio Fusco) tan estúpido como el pobre Bolano, pero es Fusco quien termina acompañándolo a su cita. Si bien varía la historia narrada en el texto de Roberto Bolaño con la anécdota de la sátira horaciana, deberíamos recordar que en la Oda “A Aristio Fusco” de Quinto Horacio Flacco: Aristio Fusco es “El hombre recto y de conciencia pura/ no quiere arco, mauritanas armas,/ ni de saetas venenosas, Fusco,/ [...]”.

El autor chileno afirma que no hay moraleja en la historia sobre Horacio y Bolano, pero que todos tenemos un antepasado imbécil que es una sombra y que es nuestro hermano, y, peor aún, pervive en nosotros mismos con nombres diferentes: miedo, ridículo, indiferencia, ceguera, crueldad, y en un grado de implicación también diferente. Bolaño fue un escritor que criticó a muchos autores consagrados, por lo cual nunca le faltaron los enemigos de ocasión; en el texto que mencionamos el autor invita a auto-reflexionar a partir del reconocimiento de su propia estupidez sobre los sentimientos y acciones que se involucran en el difícil arte de la literatura y que dificultan entablar relaciones productivas entre los escritores.


Bolaño y su literatura “artificial”

Roberto Bolaño sostiene que toda literatura nacional es por naturaleza una literatura “imaginaria”, una literatura “artificial”. Bolaño afirmó que:

“Yo sigo con atención pero con profundo aburrimiento lo que se produce en Chile, porque realmente lo que se produce está mal, pero muy mal. Chile parece estar condenado a no salir de ese circuito infernal entre Augusto D’Halmar y el peor José Donoso, de todos los José Donoso que hubo. Y que en la época actual vendría a ser un ping-pong infernal entre Skármeta y Luis Sepúlveda. O entre Luis Sepúlveda e Isabel Allende. Es que Chile no es un país de novelistas, ha tenido pocos: Chile es un país de prosistas, que es otra cosa.” (Gras Miravet 2000: 65).

El autor genera polémicas en torno a este tema, puesto que ensaya sus propias formulaciones literarias a partir de juicios categóricos en los cuales problematiza el valor de la literatura y el oficio de escritor. Bolaño critica sin tapujos a aquellos escritores que considera malos escritores, y les habla con la impunidad que tienen los hombres que no tienen nada que perder. La vara con la que mide Bolaño a sus enemigos es la misma vara con la que mide a sus amigos; el autor se caracterizaba por la vehemencia a la hora de elogiar a sus amigos o de fustigar a sus enemigos. Y entonces, se cumple aquello que Ricardo Piglia estimara sobre la amistad en el mundo literario: “Las amistades entre escritores son complejas, ¿no? Solamente uno puede ser amigo de un escritor si le gusta lo que escribe.” (Piglia 2008).

En los libros de Roberto Bolaño abundan las reflexiones sobre los escritores, y las innumerables referencias a muchos de los autores leídos por Bolaño, que impulsan a un análisis pormenorizado de la literatura dentro del sistema literario y el significado de la construcción de un canon literario. El periodista cultural Iván Quezada cree al respecto que: “Tal vez a ello se daba su predilección por los personajes escritores. En ellos todo es equívoco, incluso el fracaso y el éxito. Su trabajo es absolutamente inútil, y no sólo en el sentido estético.” (Espinosa 2003: 146). Podemos observar que existe un sentido equívoco en los personajes escritores de Bolaño, sentido que no es compartido por el autor ya que Bolaño parece saber con certeza que desea, como escritor, alcanzar el éxito, entendido como un reconocimiento a su trabajo, y demuestra intolerancia ante el fracaso -su lucha profesional no decayó en ningún momento de su vida-. Bolaño cree en su trabajo, y desecha rotundamente que hubiera algún sesgo de inutilidad en su profesión. Lo que piensa el autor de una manera tan convincente y hermética, se aproxima a lo que formulaba Roland Barthes [1973] citando a Georges Bataille: “hablaba Bataille (“La neurosis es la miedosa aprehensión de un fondo imposible”, etc.); pero ese mal menor es el único que permite escribir (y leer).” (Barthes 2008: 14), y concluye Barthes afirmando: “Todo escritor dirá entonces: loco no puedo, sano no quería, sólo soy siendo neurótico.” ( Barthes 2008: 14). En este sentido, y en el único plano en el que podemos opinar, Roberto Bolaño es un escritor neurótico, asumiendo una neurosis no asociada a trastornos mentales sino aplicada en su uso más extenso como sinónimo de obsesión, excentricidad o nerviosismo.

La literatura de Bolaño se desarrolla a un ritmo vertiginoso por la capacidad de producción del autor, una literatura a simple vista “poderosa” y fiel a las obsesiones de su autor. Ello se puede comprobar en sus libros, puesto que ocurre lo que señala Carlos Almonte: “una nueva visita al “Jardín Bolaño”, donde se adivinan -allá al fondo, tras la niebla- robles gigantescos, arbustos demenciales y laberintos de intrincados diseños, junto a flores que recién nacen y otras mal cuidadas, o que han sido mutiladas.” (Almonte 2008). La obra de Bolaño no es una obra homogénea, porque sus libros han sido sometidos a tratamientos literarios diferentes -no sólo por la dedicación en el tiempo para escribirlos, sino también por el punto de partida en la creación-; ejemplos de ello son: una novela escrita en coautoría: Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, una novela que surge de un fragmento de la novela Los detectives salvajes: Amuleto, una novela fragmentaria que fue publicada veintidós años después de ser escrita: Amberes, una novela por encargo: Una novelita lumpen, una novela que se asemeja a un manual o catálogo: La literatura nazi en América, una novela escrita en tres semanas a partir de ampliar y profundizar partes del último capítulo de la novela La literatura nazi en América: Estrella distante, una novela inconclusa: 2666, etc.

El estímulo literario que constituye la figura de Bolaño como autor para otros escritores, tiene una proyección concreta que la crítica actual señala con cierta precisión cuando logra olvidarse del Bolaño celebrity crush; Eduardo Lagos señaló que: “Bolaño trasciende las marcas de identidad regional, mostrando un cuño de signo claramente transatlántico, panhispánico. […] Ha abierto un camino para que pasen los demás. Eso es lo que los jóvenes escritores, sobre todo de América Latina, han visto en él.” (Lagos 2005). En este sentido, Rodrigo Fresán afirma que: “la obra de Bolaño, ahora inevitablemente acompañada de la leyenda de Bolaño, para bien o para mal, es una de las que más y mejor obliga -me atrevo a afirmar que es la más poderosa en este sentido dentro de las letras latinoamericanas- a una casi irrefrenable necesidad de leer y de escribir y de entender el oficio como un combate postrero, un viaje definitivo, una aventura de la que no hay regreso porque sólo concluye cuando se exhala el último aliento y se registra la última palabra.” (Fresán 2007).

Ahora bien, existe una necesidad de hablar y/o escribir sobre Bolaño de parte de los medios literarios, y esto por supuesto trae aparejado demasiados problemas para los que intentamos tener líneas centrales críticas fidedignas. El fenómeno “Bolaño” puede ser visto hoy en una doble perspectiva: la abundancia de información tiene un efecto positivo, por los textos y videos -conferencias- sobre el autor que circulan sin dificultad; y un efecto negativo, por la repetición de datos en artículos, reseñas y entrevistas, y la repercusión de información errónea y/o imprecisa que involucra desde las lecturas infantiles que hiciera Bolaño hasta incluso se informa con inexactitud el dato sobre la fecha de su muerte.




Notas


[1] Los dos primeros libros de crítica, dedicados a la obra de Roberto Bolaño, fueron el de Celina Manzoni: Roberto Bolaño: la escritura como tauromaquia (2002) y el de Patricia Espinoza H.: Territorios en fuga. Estudios críticos sobre la obra de Roberto Bolaño (2003). Los comentarios personales que hace Bolaño sobre las autoras de estos libros se encuentran en la entrevista: “La última entrevista de Roberto Bolaño. Estrella distante” (subida online en el sitio sololiteratura literatura hispanoamericana.com), realizada por la periodista Mónica Maristain, publicada originalmente por la revista Playboy -edición mexicana-, y subida online al sitio Clubcultura con el título: “Confesiones de un detective salvaje”, y reproducida parcialmente bajo otro título: “El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio” en Bolaño por sí mismo: entrevistas escogidas (2006).
[2] “La medida de un hombre” es un poema del poeta catalán Joan Vinyoli (1914-1984), del libro homónimo. En este poema Javier Cercas pensaba a veces desde que su amigo Bolaño murió. La medida de un hombre: “Bien pensado, los días /de juventud valen mucho /para no darles un alto precio. /Si fueron ricos en fuego y en acción y disponibles /para todo (...) /Si fuiste /fracaso, anhelo, soledad y reserva /de la chispa que enciende bosques /y no sólo /proyecto avaro de ganancias /de hipócrita dominio, /sobre todo si fuiste /puro en lo puro /diré que has dado /la medida de un hombre.
[3] La traducción de las sátiras horacianas es de Vicente Alcoverro, traductor del poeta romano Quinto Horacio Flacco. La sátira IX de Horacio trata sobre el encuentro que tuvo el propio Horacio con un insistente estúpido, al que casi no conocía y del que no podía librarse. Este personaje prefiere no ir a un juicio por quedarse con el poeta, y luego el personaje insistente y el poeta Horacio se encuentran con un amigo de Horacio, Aristio Fusco, quien en vez de librarle del pelmazo, le sigue el juego y se ríe de la situación. Al final llega el adversario y lo arrastra al juicio queriendo tomar como testigo a Horacio.




Bibliografía
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Cercas, Javier: Llanto por un guerrero, El País Semanal, <
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Galán, Lola: El enigma universal de Roberto Bolaño, El País, <
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