jueves, 1 de marzo de 2012

La Universidad Desconocida

por Carlo Ricarte
Periódico de Poesía, UNAM. 2009






Cuando todo el mundo civilizado desaparezca México seguirá existiendo,
cuando el planeta se desvanezca o se desintegre, México seguirá siendo México.
Roberto Bolaño




Porque la vida no basta, se escriben testamentos. El de Roberto Bolaño se titula La Universidad Desconocida, summa poética de un poeta inexplorado que se hizo célebre con la narrativa, o la poesía disfrazada de cuentos y novelas. Bolaño opinaba, como Harold Bloom, que la mejor poesía del siglo XX en el mundo se hizo en prosa y en una entrevista afirmó: “En el Ulises de James Joyce está contenida La Tierra Baldía de Eliot, y es mejor que La Tierra Baldía de Eliot”. En las novelas de Bolaño hay pasajes de gran contenido lírico y esto se debe a la exposición de la idea (ya decía Ricardo Reis que una idea perfectamente concebida es rítmica en sí misma). Bolaño maduró con la escritura de novelas, pero creció, se enamoró y murió con los poemas. Y es precisamente en la Ciudad de México, en un D.F. que ya no existe, donde se inició como poeta mexicano en la aventura infrarrealista; en aquel grupo que molestaba al status de la literatura mexicana por no pertenecer a ninguna mafia o grupo de poder. Después se fue de México para ya no volver, pero regresó constantemente a través de los sueños y los recuerdos contenidos en la escritura. La Universidad Desconocida transita por diversos pasillos mexicanos, el de los poetas perdidos: “Borrachos y drogados como escritos con sangre/ ahora desaparecen por el esplendor geométrico/ que es el México que les pertenece// El México de las soledades y los recuerdos/ el del metro nocturno y los cafés chinos/ el del amanecer y el del atole”.

En este libro (como una de sus líneas lo confirma) se dan “en efecto, el desaliento, la angustia, etc.”. Y en los últimos años cuando ya solo y enfermo: “Los sueños lo trasladaban a ese país mágico que él y nadie más llamaba México D.F.”. El país del águila y la serpiente, del “Burro” en el que Roberto Bolaño y Mario Santiago salieron de la “Ciudad de México que es la prolongación/ De tantos sueños, la materialización de tantas Pesadillas”. También es el país del “Nopal”: “Vio el nopal allí, tan lejos,/ no debía ser sino un sueño”. El México del poeta está construido de materia onírica, de memento, y como escribe en “Devoción de Roberto Bolaño”: “de tantas otras cosas buenas y dignas […]/ México, los pasos fosforescentes de la noche,/ la música que sonaba en las esquinas/ donde antaño se helaban las putas/ (en el corazón de hielo de la Colonia Guerrero)/ le proporcionaban el alimento que necesitaba/ para apretar los dientes/ y no llorar de miedo”.

Recorriendo las páginas reconocemos la cartografía del poeta mexicano: la Colonia Tepeyac, la Guerrero, Bucareli, “y el Roberto Bolaño de la Alameda y la Librería de Cristal”. Los héroes del país son homenajeados y representados con cariño: Efraín Huerta, Tin Tan, el jorobadito (que también era mexicano), Resortes y Calambres, el emperador Moctezuma pintado en un mural que observa a los clientes de un baño público, el recuerdo de Lisa en un “México diseñado por Lovercraft”: “llamo México, llamo D.F., / llamo Roberto Bolaño buscando un teléfono público/ en medio del caos y la belleza/ para llamar a su único y verdadero amor”.

La Universidad Desconocida abarca quince años de trabajo. Allí hay poemas corrosivos, impenetrables como sueños ajenos, detectives salvajes, y muchas otras rutas. Pero lo que en todos los poemas está presente es la peculiar forma de escritura: “Quiero decir que mi lirismo es DIFERENTE/ (ya está todo expresado pero permitidme añadir algo más)”. Lo que Bolaño añade es la ocupación del lenguaje y detecta el poema en la conversación cotidiana, en el delirio del vagabundo o en la añoranza del tiempo perdido. Su poesía, siguiendo los pasos de Nicanor Parra, no se instaura en el poema, sino en la duda del poema, del poeta y del lector. Esta noción fue adquirida en los años infrarrealistas y nunca abandonada. La obra de Bolaño está basada en “la experiencia disparada, estructuras que se van devorando a sí mismas, contradicciones locas”. Para él si el poeta está inmiscuido, el lector también tendrá que estarlo. Y cuando escribe de “extraños tripulantes embarcados en una ruta Miserable, caminos borrados por el polvo y la lluvia,/ Tierra de moscas y lagartijas, matorrales resecos/ Y ventisca de arena, el único teatro concebible/ Para nuestra poesía”. El lector mexicano inevitablemente se siente inmiscuido en el escenario, sobre todo cuando se llega a las últimas páginas del libro, que terminan con “Un final feliz”: “En el atardecer/ Sin mácula/ De México”.