martes, 2 de abril de 2013

Roberto Bolaño y los días febriles de Cataluña

por Juan Ángel Juristo
ARN Digital, Madrid. 07.03.2013





En el CCCB, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, se inauguró el martes 5 una muestra insólita, pues se trata, bajo el título de 'Arxiu Bolaño 1977-2003', de dar a conocer mediante manuscritos la etapa de los años en que el escritor chileno Roberto Bolaño anduvo errante y errático por ciudades catalanas y cuya manera de estar en el mundo entonces dejó reflejado en un poema que dice: “Días febriles en Barcelona con la ropa arrugada y los labios partidos”. La muestra, que recoge ingente cantidad de material, se compone de ensayos, novelas, poemas, diarios, artículos… una montaña de manuscritos que hasta ahora ha permanecido oculto y que esconde curiosidades como la novela El espíritu de la ciencia ficción, que Bolaño escribió en el año 84 y dedicó a Philip K. Dick.



La muestra ha sido auspiciada por Carolina López, viuda de Bolaño, que ha trabajado con Valerie Miles, autora del catálogo de esta exposición, en la clasificación de los papeles de Bolaño, y ha actuado como comisario de la misma Juan Insúa, responsable de la división en secciones donde se ha querido conectar a Bolaño y las ciudades que habitó en ese periodo, Gerona, Barcelona, Blanes, con otros autores presentes en la geografía de las urbes, ya sea James Joyce y Dublín, ya Magris y Trieste. Este tipo de correspondencias son arriesgadas, sin embargo, porque suponen un conjunto de semejanzas que se antojan un tanto traídas por los pelos, aprovechando gestos del marketing cultural que no aguantan el mínimo análisis textual. ¿Por qué, por ejemplo, Dublín y Trieste y Joyce y Magris y no Svevo, sin ir más lejos? Azarosa elección que podría extenderse a otras correspondencias de capricho parecido: ¿por qué esa incidencia en establecer distintos Bolaños, en su obra, en justa correspondencia con la estancia en Barcelona, Blanes o Gerona?

Tengo para mí que una muestra de material literario da para poco si nos atenemos a la costumbre de lo que el público entiende por una exposición pública. Parecería que este material se adaptaría mejor al goce de los estudiosos que al acto fetichista de los fans, que se van a encontrar con papeles y sólo con ellos, manchados de letras, eso sí, del autor. Es probable, de todas maneras, que me asista un prejuicio en esta prevención, pues no sé bien la razón de que no le ocurra a un escritor lo que les acontece a los músicos populares: no hay más que ver muestras de instrumentos musicales y las colas que se guardan para ver, por ejemplo, un saxo usado, para percatarse de que es probable de que la literatura haya pasado de ser una categoría midcult a la de cultura de masas sin puente alguno.

No es la primera vez, por otro lado, que acontece. Los relicarios de las catedrales son muestras mostrencas del fetichismo de los siglos anteriores que en conexión directa con los souvenirs de los templos griegos y romanos enlaza ahora con las ventas millonarias que alcanzan vestidos y zapatos que alguna vez han utilizado estrellas de cine o ídolos del pop. ¿Ha llegado Bolaño a esa categoría fetichista? No, en lo que concierne a la panoplia que se desarrolla, acorde con el público que lo reclama. Sí, en lo referente a la intención.

De ahí que no le haga ascos a cierta prevención de Ignacio Echevarría que se muestra veladamente reticente ante esta muestra por lo que tiene de totum revolutum. Ignacio Echevarría fue el primero que tras la muerte de Bolaño se metió en el disco duro de su ordenador y sacó inéditos en forma de bits radiantes. Gracias ello hemos leído 2666, Entre paréntesis y El secreto del mal, una notable narración, un curioso libro de artículos y un más que bueno libro de relatos. Hasta aquí todo bien, pero creo que el material sacado, ese material secreto, necesita de una criba antes de su exposición porque puede acabar por abrumar, que es una manera distinta de emplear la palabra cansar.

La muestra navega entre esas prevenciones, en todo caso, en sentimientos encontrados. Porque es curioso encontrarse con manuscritos, verlos y atisbar entre líneas, y ello forma parte del goce del fetichismo que, además, deja entrever muchas cosas, como las lecciones que pueden sacarse de la visión del modo de escribir de ciertos autores, como todos los que hemos ejercido la investigación filológica sabemos. Uno ha aprendido, contemplando un manuscrito de Calderón de la Barca, lo poco que corregía y la razón de la memoria de aquella época, en justa correspondencia con el precio astronómico del papel. Saber de esas cosas ayuda a entender el mundo de donde surgió la obra, pero poco más. Es legítimo, por tanto, acudir al fetichismo, legítimo y dador de cierto conocimiento, pero el problema de esta muestra son, digamos las ínfulas con que se exhibe.

Porque dividir las estancias en las ciudades como La universidad desconocida, que abarca su estancia en Barcelona y se la quiere ver como aquella en la que Bolaño escribe versos pero sueña con una novela, el Caleidoscopio, en su etapa de Gerona, que es cuando su obra comienza a cobrar cierta enjundia, con la escritura de Monsieur Pain, La paloma Tobruk o El espíritu de la ciencia ficción y termina en Blanes donde consolidará un universo literario que se quiere semejante al de Coetzee o de Don De Lillo, y enlaza todo esto con cierta coherencia y destino literario me parece un tanto, ya dije, azaroso. Repito, ¿cuál es la razón de colocar a Bolaño junto a Coetzee o De Lillo? ¿Por qué no otros?

Me temo que aquí hay una voluntad, fallida por otro lado, por dividir el mundillo literario occidental en fronteras poco definidas literariamente pero sí respecto a influencias de otro tipo, al modo que aconteció en Tordesillas hace mucho tiempo: a Bolaño le correspondería el de padre de lo más moderno que surge en las letras en español y ejemplo de las nuevas generaciones. Digo, es una intención que planea en la exposición. Hasta ahora pura querencia.