La Razón, Bolivia. 19.08.2012
Escribir una novela sobre un ser humano que tuvo una existencia real, como hace Cristina Zabalaga en Pronuncio un nombre hueco (Gente Común, 2012) sobre el escritor chileno Roberto Bolaño, es un proyecto que debe enfrentar malas lecturas que le reclamen falta de fidelidad con la verdad histórica del personaje o haber inventado el personaje y no haber atendido a los hechos reales del individuo en cuestión.
Se abre la novela con una referencia a las diversas maneras de ser en el mundo que anuncian las identidades del poeta o B o R: “Esta es la historia de R también conocido como B, el poeta. Y también el padre. El hijo. El chileno. El pobre. El extranjero. El niño-joven. El niño-viejo. El adolescente. El paciente. El amante. El autor. El joven. El prisionero. El vigilante. El escritor”.
Desde el punto de vista de B como escritor, todas esas maneras de ser son posibles, algunas son efectivas, tal vez no todas necesarias. El texto contribuye a fundamentar esa referencia inicial y en las lecturas diversas se encontrarán respuestas a la posibilidad, efectividad o necesidad de esas identidades.
El epígrafe del libro (Poéticamente habita el hombre sobre la tierra, Hölderlin) sugiere una idea central: la esencia de la labor narrativa es la poesía, de ahí que a B se lo llame poeta. La narración aparece como renuncia a la poesía, pero también confiesa su verdad como poesía y no su traición o renuncia. El estilo de Cristina ratifica esta idea y la ejercita.
En la novela hay dos pasajes bellamente logrados y que se refieren a la relación del personaje con su abuelo materno chileno y con su abuela paterna catalana. El abuelo materno es un coronel que pierde todo por salvar del linchamiento a un poeta que robó unos libros, como si este hecho no fuera hurto, porque la poesía no es de nadie y, por consiguiente, nadie puede robar aquello que le pertenece. En el otro pasaje se describe la conmovedora relación entre la abuela y el poeta casi muerto de hambre, al que alimenta gratis en su restaurante. El poeta un día se va a Santiago, dejándole un paquetito. Cuando éste fallece el sobre es abierto por su esposa, quien con enorme desilusión comprueba que sólo contiene poemas, papeles que no valen nada, que no le darán de comer ni a ella ni a su hijo.
En esos dos pasajes se refleja a B y sus imposibilidades existenciales y el carácter casi subversivo de la escritura, dejando al mismo tiempo claro el halo de romanticismo que dibuja la figura del poeta.
El estilo de Cristina está demandado por la exigencia de acompañar rápidamente los gestos existenciales y literarios de B, apremiado por la realización de una obra amenazada por la muerte prematura. Una obra permanentemente escamoteada por la pobreza, su condición de extranjero, por la tensión entre la narración y la poesía.
Pareciera que la tensión narrativa en la novela surge de las distancias y diferencias entre dos polos. Por un lado, la narración es, al parecer, depositaria de un secreto; ese secreto tiene las claves de todo lo que está siendo representado y está más allá del texto. Y, por otro lado, la escritura proviene de la propia intención narrativa, la cual está dada antes de la experiencia. Así, la escritura es una iluminación o mancha y cobra realidad en los rasgos, las sombras y las luces, las renuncias y las imposibilidades de la narración, marcando los silencios y sentidos que están más acá del texto. Entre esos dos polos se jugará el lector, resultando cómplice del secreto o yendo más allá de un poco previsible juego que pretende simular el horizonte de la historia de B y del mundo.
La historia del poeta es la historia de Chile, de México, de Barcelona y el mundo; la historia de las mujeres que amó; la historia de la claridad que tuvo para ver la historia y todo lo que en la historia le fue oscuro e imposible de interpretar; el muelle del que se parte para siempre o el puerto que espera al viajero, con Penélope o sin ella, con la tejedora que confundió todo, pero siguió juntando los hilos para que uno de los posibles Ulises retorne a su lecho y su casa en Ítaca.
Quiero destacar, finalmente, que me sorprende la intensidad sostenida de la narración, que no cede ante las tentaciones de las historias o cuentos menores que se aproximan desde muchos lados a lo largo de la novela. Yo estoy seguro que esta novela constituye un pacto de Cristina con la escritura, pues la intensa poesía de esta novela corre por sus venas.