por Rafael Fuentes
El Imparcial. 05.04.2014
Tras llevar a escena “2666”, la monumental
novela de Roberto Bolaño, Àlex Rigola regresa al escritor chileno adaptando y
dirigiendo su relato “El policía de las ratas”, basada a su vez en “Josefina,
la cantante”, cuento de Franz Kafka. En su exitosa gira, este sugerente y
depurado montaje recala ahora en el Corral de Comedias de Alcalá para continuar
después su trayectoria por escenarios teatrales de toda la geografía española.
El drama orquestado por Álex Rigola
posee la cadencia de un “thriller” absorbente que captura nuestra emoción ante
los detalles atroces de una serie de crímenes cometidos en el subsuelo, con ese
deleite de descubrir gradualmente la lógica de sucesos espantosos. Pero al
mismo tiempo es una pieza que impulsa a la meditación, a la pesquisa
intelectual que acompaña de la mano a la investigación policial a través de un
laberinto de cloacas. El componente profundamente reflexivo -expuesto con la
ligereza y la fuerza sugestiva de los relatos que siguen la huella de un
criminal-, proviene de las sucesivas lecturas y relecturas con las que se ha
construido el texto. “El policía de las ratas” dimana -pero no es idéntico- del
relato de Roberto Bolaño de título homónimo, editado póstumamente en la
colección de narraciones recogidas bajo el título general de “El gaucho
insufrible”. A su vez, “El policía de las ratas” de Bolaño nace de una singular
lectura que el novelista hizo del cuento “Josefina la cantante”, escrito por
Franz Kafka en sus últimos meses de vida.
Tres escalones creativos, tres
peldaños de interpretaciones penetrantes o equivocadas, siempre inventivas, que
desembocan en el drama que el que fue director del Teatre Lliure está moviendo
por los más diversos escenarios españoles. “Josefina la cantante” encierra la
impronta alucinada de los mejores apólogos de Kafka. En este relato kafkiano el
pueblo de las ratas se afana en una actividad febril en las galerías
construidas en las alcantarillas y solo encuentra un instante de placidez
cuando se congrega para escuchar las hipnóticas canciones de Josefina, una
música que no comprenden y que se limita a ser solo silbidos o chillidos de una
rata a la que el auditorio de sus congéneres escucha con recogido silencio. Las
placenteras y a la vez tortuosas relaciones de Josefina con el pueblo de los
ratones pertenecen sin duda a esos fantasmas nocturnos que visitaban
inclementemente al autor de “El proceso” obligándole, según sus propias palabras,
a seguir excavando ese “pozo de Babel” que es su obra. A trasluz del pueblo de
los ratones no es difícil percibir al pueblo hebreo, en aquel momento ya en el
punto de mira criminal del antisemitismo de la época. Como explicase Giorgio
Mangenelli en relación con este relato, aquellos ratones “eran más bien una
metáfora de los judíos, ese pueblo ingenuo y astuto, infantil y senil, sufrido
y atrevido, que se había salvado no se sabe cómo de los horrores de la historia”.
Roberto Bolaño dio un primer giro
interpretativo a ese pueblo de los ratones para sacarlo del ámbito hebreo y
convertirlo en un símbolo de todo el género humano. El gran irónico que fue
Bolaño no advirtió -no supo o no quiso advertir- el enorme sarcasmo que
contenía “Josefina, la cantante”, y quiso verla como el emblema del artista que
se sacrifica por su pueblo, quien disfruta de su arte pero a la vez no lo
comprende. El esfuerzo, pues, del creador excepcional que se desvincula del
trabajo práctico precisamente para hacerlo posible en los demás. Como el propio
Kafka nos dice a propósito de lo que cree Josefina: “Piensa que su canto nos
salva en las crisis políticas o económicas, nada menos, y cuando no aleja de la
desgracia, por lo menos nos da fuerzas para soportarla.” Tomada literalmente
esta idea, despojada de la sarcástica ironía kafkiana, Roberto Bolaño concibe
“El policía de las ratas” como el desarrollo de ese supuesto contenido moral,
creando un sobrino de Josefina la cantante, Pepe el Tira, policía del pueblo de
los ratones para convertirlo en algo similar a un artista de la justicia.
Josefina, al igual que su sobrino Pepe, dejan traslucir en sus nombres una
clara analogía con Joseph K., protagonista del kafkiano “El proceso”. Este es
el concepto que Àlex Rigola sube a las tablas. Bolaño ha reconfigurado la masa
pesadillesca del pueblo de los ratones de Kafka y le dota de una geografía de
galerías útiles y de galerías muertas, donde depredadores extraídos de las
leyendas urbanas acechan a ratas y ratones. Hay ratas de las fronteras, ratas
exploradoras, ratones profesorales, ratas forenses, ratas juez y ratas policía,
como Pepe el Tira, impulsado por una singularidad análoga a la de su pariente
artista: el insobornable esfuerzo que realiza para investigar el atropello, la
injusticia, el crimen, más allá de cualquier orden recibida o finalidad
práctica, pesquisas a las que Bolaño y Rigola les proporcionan una gradual
tensión que se incrementa con una pauta magistralmente orquestada.
Como ocurre en gran parte de los
“thrillers” policiacos latinoamericanos, el descubrimiento del culpable o de
los culpables no supone la restitución del orden moral perdido -como sí es
habitual en los relatos norteamericanos clásicos del mismo género-. Muy al
contrario, saber la verdad no es suficiente para recuperar la justicia y evitar
que el mal persiste a pesar de haber sido desvelado. Máxime cuando la
revelación última es el placer, la satisfacción del asesinato fratricida. Algo
que por cierto Franz Kafka ya había expuesto en un relato muy anterior, “Un
fratricidio”, donde Schmar acuchilla a Wese para exclamar después. “-Ya está
-dice Schmar y arroja el cuchillo, esa inútil carga ensangrentada, hacia el
frente de la casa contigua-. ¡Éxtasis del crimen! Alivio, sensación de alas que
el fluir de la sangre ajena nos provoca.” Frente al odio y la envidia de Caín,
la espantosa dicha del crimen como aberrante motivación última.
Àlex Rigola también ha introducido
su propia corrección ideológica al relato “El policía de las ratas”, de Bolaño,
haciendo que ese éxtasis del asesinato no pertenezca al pueblo -de las ratas,
de los seres humanos-, sino a un virus inoculado a los ratones por una
multinacional farmacéutica, de modo que las perturbaciones morales queden
adjudicadas de modo global a las grandes corporaciones, al poder del dinero y
la dictadura del capital. Es el eslabón más endeble de esta cadena de
interpretaciones a propósito de Kafka -realmente frágil-, pero es el vínculo de
unión ideológica que Rigola traza para unir su pieza con el presente, o más bien
con los prejuicios políticos del presente, donde las grandes corporaciones, las
entidades bancarias o los grupos de inversión aparecen como el origen de todos
los males, ante los cuales Rigola quiere oponer la fuerza testimonial de la
denuncia artística.
Seguramente la seducción que “El
policía de las ratas” ejerce sobre el auditorio tiene más que ver con la
extraordinaria sabiduría teatral desplegada por el director de escena catalán,
basada más en la sobriedad y esencialización de las fórmulas dramáticas, que en
un despliegue de medios expresivos. El monólogo de Bolaño se escinde en dos
narradores que actúan como dos melodías perfectamente armonizadas en sus
disonancias, sus encuentros y desencuentros, en su milimétrica
complementariedad. La disposición de los dos actores, sentados como dos
cantantes ante sus micrófonos, acentúa este propósito de darle un sesgo
melódico a la interpretación de ambos. Àlex Rigola reduce aquí los
desplazamientos de sus dos personajes a la mínima expresión, de modo que alcance
su máxima expresividad la voz. Dos voces que cautivan como los relatos
primitivos, las leyendas contadas por la noche en torno al fuego. La acción y
la intención fluyen con natural intensidad hacia los espectadores. Un diseño
escénico despojado, geométrico, frío y blanco como un quirófano de hospital,
ayuda a conferir un relieve espectacular a la víctima asesinada, a los pequeños
chorros de sangre que salpican el suelo, a las palabras que nos narran las
macabras averiguaciones que gotean sobre la mente del público.
Ficha técnica
“El
policía de las ratas”, de Roberto Bolaño
Director de escena: Àlex Rigola
Escenografía: Max Glaenzel y Raquel Bonillo
Intérpretes: Andreu Benito y Joan Carreras
Lugar de representación: Corral de Comedias de Alcalá de Henares: Viernes 4 y sábado 5 y Gira por España.
Director de escena: Àlex Rigola
Escenografía: Max Glaenzel y Raquel Bonillo
Intérpretes: Andreu Benito y Joan Carreras
Lugar de representación: Corral de Comedias de Alcalá de Henares: Viernes 4 y sábado 5 y Gira por España.