México D.F. 12.2013
Gracias al poeta
Bruno Montané, desde Barcelona nos llega nuevamente la poesía de Mario Santiago
Papasquiaro. Corregido más tarde por él mismo y rescatado en su momento por el
propio Montané y por Roberto Bolaño (o “Caupolicán-Kerouac”, como se le alude
en el poema), Sueño sin fin
(Ediciones Sin Fin, 2012) es un único poema largo escrito durante la estancia
del poeta en Barcelona a principios de 1977.
Decir
“un único poema largo” puede llevar a engaños en el caso de este libro y,
quizás, en buena parte de los textos de Santiago: “poema largo” aquí también
quiere decir varios poemas cortos que se suceden y se interrumpen los unos a
los otros “a ritmo de chile frito”, según una fórmula acuñada en la “Carte
d’identité” de 1996 (también reproducida en esta edición de Sueño sin fin). “Escribe como camina / a
ritmo de chile frito. / A tranco firme & sin doblarse”: la trancada —y la
tranca— se despliega en el poema como una marcha sin programa donde se toman
desvíos-citas hacia ninguna parte y a la menor provocación, para terminar en
una provocación mayor.
Si
sólo se avistan los poemas reunidos en Jeta
de santo, hasta el momento la más abarcadora antología de la poesía de
Mario Santiago, sin duda la ciudad aparece o se entromete con regularidad, no
tanto en su sentido escenográfico cuanto en el de la posibilidad misma del
poema y su incontenible vagabundeo por las citas pictóricas, literarias
(presentes ya desde el título con la alusión a Muerte sin fin de José Gorostiza) mezcladas al cascajo y al adoquín
“como el eco manchado de mi rostro”.
Así
también, de la misma discontinuidad del poema resulta en Sueño sin fin su disolución o su propio carácter de apunte borroso.
La trancada no prospera aquí junto a la marcha teleológica de la historia, sino
hacia atrás, “mirando un punto pero alejándonos de él, en línea recta hacia lo
desconocido”, como le dice Ulises Lima a Juan García Madero al inicio de Los detectives salvajes: se trata de
avanzar con la escritura por un camino (en ocasiones campo minado) que
paradójicamente (te) retrocede y (te) chupa. El poema, sin doblarse, vira de
golpe por una esquina en la que se corta pero donde al mismo tiempo aguarda,
presto como un perro a saltar y morder, otro poema más, y por ahí, quizás,
“Vertiginosamente me dejo ir”, según declaró Santiago en una entrevista de 1996
reproducida en este libro.
A
contracorriente de la gran prosa latinoamericana de la época afincada en Europa
(y, desde luego, a contracorriente del “vals entre porfiriano & medieval”
de “O. Paz”), el poeta no ha ido allí precisamente para acusar parte histórico
del subdesarrollo continental ni de la “otredad”. En 1975, en París, Enrique
Lihn lo escribió en un recordado soneto: “Espero de la tierra no hacer colas /
ni así hormiguear buscando mi sustento; / quiero en todo ganar el mil por
ciento / y pasármelo todo por las bolas”.
Por
lo menos como adscripción a esa anti-militancia radical (cuyo precio a pagar
—con las mismas bolas— es el silenciamiento y/o la babada anticrítica de
Gabriel Zaid), ya desde la portada de esta nueva aparición de Mario Santiago
tenemos el indicio de una apuesta sin fin:
“Me asusto de ser tan prehistórico / tan fetal / tan impreparado / para las grandes
y necesarias acrobacias”.