El Malpensante, Edición Nº 145, 09.2013
Ilustración de Juan Pablo Gaviria
En abril de 2001 comencé a armar una antología sobre
nuevos pecados capitales para Editorial Norma. La idea era invitar a algunos
escritores latinoamericanos para que participaran junto a los autores
argentinos. Yo propuse a Roberto Bolaño. En la editorial estuvieron de acuerdo
pero dudábamos si, al estar en la cresta de la ola de la fama, Bolaño podía
llegar a aceptar la propuesta de escribir un cuento por encargo.
Sin muchas esperanzas, le escribí un mail y para mi
sorpresa me contestó a los pocos días: “En principio la idea me parece muy
buena y acepto. Dime cuántas páginas es el máximo y cuántas el mínimo. Mi pecado
sería el plagio, espero que nadie lo haya elegido ya”.
A partir de ahí empezamos un intercambio de mails. Al
comienzo eran puramente referidos al cuento que iba a escribir. Para mi
sorpresa otra vez, en uno de sus mails me comentó que había leído mi antología La selección argentina, que incluía
escritores argentinos nacidos después de 1960. “Leí tu libro y me gustó.
Lástima lo de la edad, que más bien empobrece la selección. Para mí el portero
ideal de la albiceleste es Fogwill, y el zaguero izquierdo, que se marcha al
ataque a la más mínima ocasión (aunque deje el carril abierto y desguarnecido
en caso de un contraataque rival) es Aira. O Alan Pauls de 6. En fin, ya se
sabe que una alineación nunca deja satisfechos a todos. Pero digamos que como
sub-21 tu selección es impecable. Un abrazo. Roberto”.
Enseguida le contesté sobre mi desacuerdo con respecto
a Pauls y Aira. Le armé mi propia selección (que definía como “bilardista”) y
para provocarlo le dije que yo armaría la selección chilena con un escritor que
seguramente a él no le gustaba: Enrique Lafourcade, y hacía algún chiste sobre
otro, Alberto Fuguet. También le preguntaba de qué cuadro chileno era:
“Mientras me pienso una selección menottista o, mejor, valdanista, te mando
este breve comunicado aclaratorio:
1. El único
equipo chileno que me gustaba desapareció hace siglos. Se llamaba
Ferrobadminton, llegó a jugar en primera, y su camiseta, sin duda, era la más
bonita que ha habido jamás en el fútbol patrio.
2. A Lafourcade
no lo metería ni de agüatero, que era como se le decía en mis tiempos al que
iba a buscar el agua para que bebieran los jugadores.
3. A Fuguet sí lo
metería, pero de animadora, o de agüatero, porque tampoco se trata de matar a
los muchachos de sed.
4. Discrepo, como
te habrás imaginado, sobre la inclusión de Gelman en la delantera. Pero no
porque no me guste (al contrario, me gusta mucho), sino porque los poetas no
juegan al fútbol. Los poetas juegan al hockey sobre hielo en una pista
gigantesca y en brumas en donde muy de tarde en tarde divisan a otro compañero
de equipo.
5. Contra lo que
ocurre con la selección chilena, en donde probablemente jugaríamos muy pocos,
la argentina tiene una sobreabundancia de cracks. Reconozco que ser
seleccionador argentino teóricamente es más difícil que serlo de la selección
de Costa Rica, Perú o Colombia.
Recibe un fuerte
abrazo.
Roberto.
Ahí descubrí que hablar de fútbol le divertía tanto
como hablar (mal y a veces bien) de escritores latinoamericanos. Le apasionaba
el Barcelona. Pero eran tiempos “pre Messi” y Bolaño se mostraba esperanzado
por la llegada del “Conejito” Javier Saviola. Yo prefería jactarme del presente
que pasaba Boca de la mano de Juan Román Riquelme y de Carlos Bianchi.
Por algunas cuestiones burocráticas de las editoriales,
Bolaño estuvo a punto de no darnos su cuento pero al final lo hizo: “Te mando
el cuento, total, ya está acabado y lo hice para ti”, me escribió y ese “lo
hice para ti” es uno de los halagos más maravillosos que me han hecho. Su
relato salió publicado en El libro
de los nuevos pecados capitales y su protagonista se llamaba (no pude
menos que considerarlo como un regalo) Riquelme.