Por Ignacio Echevarría
El Cultural.com
23.09.2016
Meses atrás saltaba la noticia de que
el desaparecido Bolaño, autor fetiche de Anagrama, abandonaba las filas de
Herralde y, a instancias de su viuda, Carolina López, sus libros pasaban al
poder de Alfaguara. El sello de Random House reeditará, junto a varios
inéditos, toda la obra del autor de 2666. Ignacio Echevarría, designado
por el chileno consultor para sus asuntos literarios, rompe en este artículo un
meditado silencio. Y lo hace para aclarar su papel, y el de los que rodearon a
Bolaño, en la administración póstuma de su obra; para disipar dudas y
malentendidos y, aún más, para contar qué hay detrás de la desconcertante
decisión de Carolina López, cuya ruptura con Herralde, como antes con buena
parte de quienes formaron el entorno más cercano al escritor en sus últimos
años, parece relacionada con haber sido testigo de la relación de éste con
Carmen Pérez de Vega. Una presencia en la vida del Bolaño más tardío que está
siendo sometida a un proceso de “borrado”.
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Haber sido amigo de Roberto Bolaño los
últimos años de su vida me ha deparado, una vez muerto él, algunas experiencias
curiosas, vamos a decirlo así. Una de ellas ha sido asistir, más divertido que consternado, al proceso de
mitificación de su figura, con el cortejo de malentendidos, exageraciones
y falseamientos que inevitablemente conlleva. Otra ha sido observar cómo,
quienes administran con toda legitimidad su legado, pretenden además controlar,
mucho más discutiblemente, su memoria.
Escribo estas líneas movido por
algunas de las interpretaciones que he oído dar al hecho de que la obra entera
de Bolaño, incluido algún inédito, vaya a editarse en Alfaguara, abandonando el
sello de Anagrama, la editorial que tanto contribuyó a su visibilidad y a su
éxito crecientes, y a la que Bolaño confió hasta el final la mayor parte de sus
libros, incluido el último que él dio por bueno, El gaucho insufrible.
Por lo que sé, no han sido razones económicas ni de estrategia
editorial las que han determinado que la obra de Bolaño pase a publicarla otro
sello. Después de haber pasado una oferta más que considerable, Jorge
Herralde fue informado sin más del acuerdo con Alfaguara, es decir que no tuvo
oportunidad de -como suele ser lo corriente en estos casos- pujar y mejorar su
oferta para conseguir mantener a Bolaño en su catálogo. La decisión es difícil
de explicar a la luz de la amistosa relación que Bolaño mantuvo en vida con
Jorge Herralde, de su fidelidad a Anagrama, y de la fortuna que su obra -tanto
la publicada en vida como la póstuma- ha corrido a su amparo.
Todo invita a sospechar que había un designio previo de arrancar a
Anagrama la obra de Bolaño. Lo cierto es que hacía ya varios años que
las relaciones de Carolina López, la viuda del escritor, con Jorge Herralde y
su mujer Eulalia Gubern, otrora cordiales, habían quedado unilateralmente
suspendidas. Ya a partir del año 2007, fecha de la publicación de La Universidad Desconocida, todos los
tratos entre ellos se hicieron por vía de agente.
Por entonces hacía tiempo que Carolina López venía cortando sus relaciones
con gran parte de quienes constituyeron el entorno más cercano a Bolaño
durante los últimos años de su vida. Algo a lo que no cabe objetar nada, como
no sea cierta inconsecuencia respecto a actitudes anteriores. Pienso en las
mostradas hacia mí, sin ir más lejos. Es sabido que, recién fallecido Bolaño,
tuve la iniciativa de recopilar todos los artículos y charlas de los que tenía
noticia y publicarlos bajo el título Entre
paréntesis, por supuesto que con la complicidad -además de la autorización-
de Carolina, con quien mantenía entonces una relación sin duda afectuosa.
Poco después, me correspondió
asesorar la decisión de publicar en un solo volumen 2666, novela en cuya edición participé. Fue al frente de la primera
edición del libro, en 2004, donde Carolina López, en una “Nota de los herederos
del autor”, decía que yo era el “amigo
al que [Bolaño] designó como persona referente para solicitar consejo sobre sus
asuntos literarios”. De estas palabras no cabe desprender en absoluto
que yo fuera, ni jurídicamente ni a efectos prácticos, el albacea de Roberto
Bolaño, por mucho que así lo hayan proclamado -nunca con mi consentimiento-
algunos periodistas, ignorantes del significado real de este término. Lo que sí
justificaban dichas palabras era que, en la medida de mis posibilidades, yo
siguiese buscando las fórmulas más adecuadas para publicar el legado inédito de
Bolaño, de cuya extensión sólo alcancé a tener un vislumbre parcial: el que me
procuraba la copia del contenido del disco duro del escritor que la misma
Carolina López me pasó al poco tiempo de su muerte (pues nunca llegué a revisar
más que superficialmente los “papeles” y los cuadernos de Roberto).
A partir del contenido de ese disco
propuse, en 2005, reunir un puñado de cuentos y de fragmentos narrativos
inéditos al que puse el título de uno de ellos: El secreto del mal. En
la “Nota preliminar” explicaba con toda la claridad que me fue posible -como ya
había hecho en Entre paréntesis- la procedencia de los textos y el
criterio con que los había seleccionado y ordenado. La publicación de este
libro, sin embargo, se pospuso un par de años, probablemente a consecuencia de
la determinación de Carolina López de
apartarme en lo sucesivo, siquiera fuera como consultor, de toda
decisión sobre el legado de Bolaño.
Dado que mi proceder como ‘editor' de
las tres obras póstumas de Bolaño en las que tuve participación me parece muy
poco reprochable, hay que buscar la causa de la decisión de Carolina en razones
personales, y éstas señalan en una sola dirección: mi buen entendimiento con Carmen Pérez de Vega, la mujer con la que
Roberto Bolaño mantuvo un larga y estrecha relación sentimental durante
los últimos años de su vida (en especial los tres últimos, en que la relación
se afianzó y se hizo más o menos pública).
La existencia de esta relación
pertenece sin duda a la esfera de lo privado, y sacarla aquí a colación sólo se
justifica en la medida en que la viuda de Bolaño la ha convertido en marca de
fuego con la que señalar a quienes forman parte o no de lo que podríamos llamar
la ‘memoria oficial' de Roberto Bolaño:
una memoria retocada, censurada, siempre en nombre del interés de los dos hijos
que Carolina tuvo con el escritor, Lautaro y Alexandra Bolaño López.
Renuncio a adentrarme en el pantanoso
terreno a que aboca esta última consideración. Me limito a constatar el intento
de imponer esa ‘memoria oficial' a costa de quienes de ningún modo podemos -ni
queremos, por lealtad a Bolaño y a nosotros mismos- renunciar a la nuestra
propia. Y a lamentar que ese intento interfiera en una administración del
legado de Bolaño más acorde con su voluntad.
Mientras me ocupé de los inéditos de
Bolaño no asumí, ni expresa ni tácitamente, condición de ningún tipo relativa a
mi modo de proceder, menos aún a mi libertad de buscar información donde
quisiese. El único motivo que me dio Carolina López para retirarme su confianza
fue haberse enterado de que, durante los preparativos de El secreto del mal,
yo había hecho alguna consulta a Carmen Pérez de Vega. Pero en absoluto pensé
nunca que no podía hacerlo, como enseguida le repliqué, y de hecho ya le había
consultado, y con provecho, cuando preparaba Entre paréntesis, cosa que
Carolina López supo y que en su momento no me objetó.
He dicho ya que la suspensión
unilateral del trato personal entre Carolina López y Jorge Herralde se produjo
hacia el año 2007, el de la publicación de La Universidad Desconocida.
En esa fecha, Carolina López rechazó
con enfado la iniciativa adoptada por Jorge Herralde de confiarnos la edición
de ese libro a Bruno Montané y a mí mismo, tarea que asumimos los dos
con entusiasmo y con todo el rigor del que fuimos capaces. Supongo que había
personas más competentes que yo para realizar esta tarea, pero estoy seguro de
que no había ninguna más adecuada -ni siquiera Carolina López, que exigió
hacerse cargo de ella- que Bruno Montané, viejo amigo de Roberto desde sus años
de México y activo cómplice a lo largo del tiempo de su aventura poética. (De
nuestro trabajo con aquel libro queda testimonio parcial en el número 314 de la
revista Quimera, en el que se publicó la que estaba destinada en un principio a
ser la nota previa de aquel libro).
Por las mismas fechas Carolina López
quiso impedir la reedición, en Ediciones Universidad Diego Portales, de Bolaño
por sí mismo, una selección de entrevistas con Roberto Bolaño
excelentemente armada por Andrés Braithwaite, también amigo y cómplice del escritor
(para Braithwaite escribió Bolaño la mayor parte de sus columnas
periodísticas). Prologado por Juan Villoro, ese libro constituye una
inmejorable “introducción” a Bolaño y un magnífico comentario de su obra y de
su poética. Afortunadamente, los responsables
de Ediciones Universidad Diego Portales no se arredraron frente a las amenazas
de los abogados de Carolina López y el libro sigue circulando en Chile.
Pero esas mismas amenazas han obrado su efecto entre editores de otros países,
en particular España, donde lamentablemente se desconoce. Jorge Herralde se
hizo con los derechos del libro, pero cuando ya estaba en proceso de producción
recibió un conminatorio burofax en el que se le avisaba de la rotunda oposición
de Carolina López a que ese libro viera la luz. ¿Por qué? En el año 2005
Braithwaite había contado con el consentimiento y la complicidad de Carolina
López cuando armó el libro. Tiempo después, sin embargo, lo reprobó. Es más que probable que la razón
fuera la muy velada alusión a Carmen Pérez de Vega que hacía Braithwaite
en su breve nota sobre la edición, en la que le expresaba su agradecimiento.
Al parecer, meses antes de firmarse
el contrato con Alfaguara (¿y por qué no con Literatura Random House, sello
perteneciente al mismo grupo, en el que la obra de Bolaño tan bien hubiera
cabido?, ¿acaso porque su director es Claudio López de Lamadrid, amigo también
y, por lo tanto, testigo de Bolaño?) hubo
amagos para conseguir de Jorge Herralde alguna declaración en el sentido de
negar que Carmen Pérez de Vega hubiera sido “pareja o compañera” de Roberto
Bolaño durante los últimos años de su vida. Puede que la resistencia de
Herralde a hacerlo (se limitó escuetamente a afirmar, con toda verdad, que
“Carolina López fue la esposa legal de Roberto hasta su fallecimiento y jamás,
en ningún momento, Roberto pensó en abandonar a sus hijos”) haya tenido más que
ver con la firma de aquel contrato que casi todas las demás razones con que
otros especulan.
La lista de proyectos en torno a
Bolaño interferidos por los vetos de Carolina López es numerosa. Éstos se
extienden a algunos intentos de rescatar la memoria de sus años en México. Perros
habitados por las voces del desierto (México, Aldus, 2014), la importante antología de la poesía
infrarrealista realizada por Rubén Medina, miembro histórico del grupo, lleva
dieciséis páginas en blanco, en las que se lee únicamente el título y la
fecha de los poemas de Bolaño que no se han podido reproducir. No es el primer
ni el único caso.
Entretanto, los abogados de Carolina López no han dejado de emitir burofaxes
intimidantes y de interponer demandas (en nombre del “derecho al honor y
a la intimidad personal y familiar” de la misma Carolina López y de sus hijos)
a cuantos periodistas, documentalistas, editores, directores de programas
universitarios, de canales de televisión, de prensa periódica han osado
recordar la existencia de Carmen Pérez de Vega o dado cauce a declaraciones en
que se habla de ella en términos que puedan inducir a pensar que nunca fue
“pareja o compañera” de Roberto Bolaño.
Sobre la misma Carmen Pérez de Vega
-mujer discreta, que vive de su trabajo- pesa en la actualidad una demanda
millonaria por manifestaciones que supuestamente habría hecho acerca de su
relación con Bolaño y por su comparecencia en foros públicos en calidad de
“pareja o compañera” de Bolaño, dos términos éstos -los de “pareja” y
“compañera”- que admiten, como parece obvio, una interpretación bastante
elástica, por lo que se diría que es poco probable -a mi juicio, al menos- que
la demanda prospere. Pero el clima de
intimidación sí va surtiendo efecto, me temo, y por mi parte observo con
escándalo e indignación cómo -a despecho de tantas incontestables
pruebas en las que uno sigue confiando tozudamente, incluidas algunas
fotografías inequívocas- la operación de “borrado” de un segmento de la memoria
de Bolaño (de quien, significativamente, todavía no se ha escrito ninguna
biografía) tiene visos de conseguir sus objetivos, ilustrando una vez más de
qué manera, por poco que nos descuidemos, se escribe la historia, cualquier
historia.
Reediciones
La nueva y voluminosa edición de 2666
por Alfaguara suprime, razonablemente, tanto la “Nota de los herederos del
autor” que figuraba al frente como la “Nota a la primera edición” que iba al
final. En lugar de ésta se da un
cuadernillo de “Apuntes de Roberto Bolaño para la escritura de 2666”.
Se trata de la reproducción fotográfica de quince páginas de sus cuadernos en
las que figuran, en efecto, apuntes, listados y gráficos relativos a la novela
(más la portada de una libreta en la que se lee: “2666. A Non Science Fiction
Novel”). Entre los apuntes, se encuentra ése tan emocionante que se citaba ya
en la nota a la primera edición: “Para el final de 2666: ‘Y eso es todo, amigos. Todo lo he hecho, todo
lo he vivido. Si tuviera fuerzas, me pondría a llorar. Se despide de
ustedes, Arturo Belano'”. Se trata de un material sin duda interesante aunque,
servido de este modo, puramente anecdótico. También la nueva edición de Los detectives salvajes incorpora un
cuadernillo parecido.
Han pasado doce años desde que 2666
vio la luz por primera vez. En este tiempo, parece ser que el archivo personal del escritor ha sido o
está siendo -hablo de oídas- minuciosamente catalogado, y es de suponer
que en el camino se hayan hecho hallazgos reveladores. No me refiero solamente
a posibles inéditos como el que está a punto de ver la luz (El espíritu de
la ciencia ficción), sino a pistas de todo tipo que permitan cartografiar
el proceso creativo y la trayectoria de Bolaño. ¿Arrojan estas pistas nuevas
luces sobre 2666? La reedición de la novela hubiera sido una buena
ocasión para saberlo, para esbozar, siquiera muy sumariamente, un ‘estado de la
cuestión' en lo relativo a los planes -a veces contradictorios, como es sabido-
que Bolaño tenía para su obra magna; también en lo relativo a la existencia de
diferentes estratos de redacción, de variantes más o menos sustanciales, de
desarrollos alternativos o de posibles cierres o finales.
Sé que una edición comercial no es el
lugar más apropiado para entrar en detalles de este tipo, pero la publicación
póstuma de escritos quizás no del todo terminados por el propio autor, como es
el caso de 2666, reclama siempre ciertas aclaraciones mínimas. Las
hacíamos los primeros editores de la novela, incluida Carolina López, al
presentarla. Pero por entonces carecíamos
de una perspectiva sólida del legado de Bolaño, como cabe presumir que se tiene
ahora. Sorprende que no haya nada más que decir o que añadir al
respecto.