Revista La Panera, Chile. 10.01.2017
«Viento blanco», de Carlos Almonte, no es, en rigor –según su
autor-, un homenaje a Roberto Bolaño, sino “un gesto de amistad y de
extrañamiento”. Una vez leída «Los detectives salvajes», surgió en Almonte la
necesidad de volver a interactuar con los personajes de la novela. “Tenía ganas
de saber más de sus vidas”.
No es fácil seguir el camino de Bolaño y muchos se pierden en
el intento, pero en el caso de Almonte, escribió una buena obra, poética,
atrevida, una historia que transcurre entre poetas “de putamadre”, de esos que
“algo se traen entre rimas”.
Los capítulos se estructuran en torno a sus personajes
favoritos: Font, Salvatierra, Lupe, Piel Divina, Belano… Aquí siguen con una
“nueva vida”, en otros contextos, en un relato que da para “tanta posibilidad y
sub-posibilidad y sub-sub-posibilidad”, que hasta la misteriosa Cesárea
Tinajero, fundadora del movimiento de los “real visceralistas” en «Los
detectives salvajes», reaparece con poemas y reflexiones, entre litros de
tequila, como si la vida se tratara de episodios sueltos, desarticulados,
cuentos sin final, armados por una sintaxis a veces abrumadora, suprarrealista.
Los hechos parecen no conducir a ninguna parte, a pesar de la infinidad que se
mencionan (no sabemos exactamente si ocurren o no), como si, al igual que pasa
con los personajes, el relato perdiera “toda coordinación, toda conexión
interna y externa”. Sin duda, se trata de un texto metaliterario, es decir, un
texto que interactúa con otras obras literarias; en este caso, con la de
Bolaño. En palabras de Almonte, es una “ucronía metaliteraria”, ya que si en
una ucronía la trama ocurre en un mundo desarrollado a partir de un momento
rastreable, en «Viento blanco», el punto de partida es también ficción, es otra
ficción.
Esta es también una novela coral, donde conviven personajes,
sus visiones y peculiares formas de actuar. Todos ellos, sus historias, manías
o fetiches, confluyen hacia una búsqueda común, representada parcialmente en
cada capítulo y, fundamentalmente, en la unión de todas las partes. Por esto,
la novela se puede leer por capítulos, pero es la fusión total la que permite
desentrañar su misterio. «Viento blanco» tiene una alta dosis lírica que
transcurre en paisajes desolados, yermos, solitarios: tormentas de nieve,
montañas lejanas, desiertos, lugares de la ciudad donde los personajes viven su
soledad, etc. Pero nos quedamos, por cierto, con la sensación de que el destino
final es hacia la nada, pues es allí, tal vez, donde se encuentren. Buena
literatura, para lectores exigentes, sin ningún rasgo liviano.
*El título refiere a un artículo que versa sobre dos libros:
Viento blanco (de Carlos Almonte) y Árboles sin sombra, volumen de cuentos de
Graciela Pino Gaete. El artículo completo puede encontrarse en: http://www.lapanera.cl/una-ucronia-literaria-bajo-arboles-sin-sombra/