Por Guillermo Esaín
El País, suplemento “El Viajero”. 06.06.2017
Si hay un novelista cuya figura no ha dejado de crecer
universalmente es Roberto Bolaño (1953-2003).
Epígono del boom latinoamericano,
Bolaño vivió sus últimos 18 años en la Costa Brava (Girona). “Espero ser
considerado un escritor sudamericano más o menos decente que vivió en Blanes y
que quiso a este pueblo”. En este “paraíso sin estridencias” de unos cuarenta
mil habitantes encontró la estabilidad emocional, familiar. La paz de quien
ejerció de chileno errante.
Su peripecia vital fue la de un exiliado que hasta pocos años
antes de morir no recibió el reconocimiento de sus colegas. Su voz literaria
mantiene la frescura, dice Pilar Pagespetit, que le surtía de libros en la
librería Sant Jordi: “Sus lectores, que pasan por mi librería venidos de medio
mundo, suelen ser menores de 35 años, con lo que su sintonía con la juventud es
incuestionable”.
Para atender el creciente peregrinaje de letraheridos, la oficina de turismo diseñó la “Ruta Roberto
Bolaño”, a través de 17 puntos indicados con postes metálicos y documentados
con sendas citas literarias. Siguiéndolos, comprenderemos no tanto su
territorio literario cuanto su cotidianidad, que es barrida poco a poco por el
paso del tiempo. En la documentación de la ruta figura su reportaje “La selva
marítima”, que fue portada de El Viajero
[suplemente del diario El País, especializado en destinos turísticos de España
y el extranjero –Nota Archivo Bolaño-] en el año 2000.
El itinerario empieza en la estación de tren, adonde Bolaño
llegó con su madre, dispuesta a abrir una tienda de bisutería. Quien haya leído
El Tercer Reich reconocerá el barrio
turístico de Los Pinos, en cuyo bar “Hogar del Productor”, antiguo reducto de
marginalidad, solía dejarse caer el autor de las gafas redondas. No muy lejos,
en la plazuela lindante al colegio, Bolaño esperaba la salida de su hijo
Lautaro, escudriñando su mar preferido. En el farallón
de Sa Palomera, caminable hasta la cúspide, da comienzo topográficamente la
Costa Brava. Enfrente, el restaurante Sa Malica ofrece paellas y pescado
fresco, y Es Blanc, ambiente lounge
para una copa. Agrada dialogar con Santi Serramitjana en su tienda “Joker Jocs”
(Bellaire, 39), que dio rienda suelta a la afición bolañiana por los juegos de estrategia (como evidencia: El Tercer Reich). Tan obligado es
detenerse en la Fuente Gótica, “la joya de la villa”, según el autor, como
paladear un helado artesano en la Gelateria Venecia (Cortils i Vieta, 46). En
el bar Terrassans, epicentro de la vida blandense, Bolaño pedía, antes que los
clásicos calamares a la romana, infusiones de manzanilla y churros, para
llegarse después al Carrer del Lloro, al que se accede una vez atravesado el
arco de los santos copatronos, Bonoso y Maximiano, representados en el dintel.
El silencio tiene aquí una consistencia mineral; la que contribuyó al
recogimiento propicio para la gestación de Los
detectives salvajes, novela con la que el chileno llegó al gran público.
Fue en la segunda planta del número 23 del Carrer del Lloro
donde fijó su estudio, el sanctasanctórum
de su mapa literario. Una pintada destila poder de conmoción: “Déjenlo todo
nuevamente” (el texto completo es “Déjenlo todo, nuevamente láncense a los
caminos”, tomado de su primer manifiesto poético infrarrealista). El viajero, seguramente con el
beneplácito de Bolaño, hilvana a partir de ahora un recorrido de trazas
detectivescas. Por la calle de la Unió emboca la de Girbau, flanqueada por
brillantes aspidistras, plantas de casi 40 años de edad. En el número 2
comprobamos cómo se repite la pintada, junto a un dibujo que tiene mucho de
abracadabra para quien no haya leído Los
detectives salvajes. Se trata de un juego de agudeza visual en el que,
según Arturo Belano, alter ego del escritor, cuatro mexicanos velan un cadáver.
A Bolaño le gustaba vivir
rutinariamente aislado del trajín editorial de Barcelona. El hilo conductor de
la ruta nos lleva a la farmacia y a la papelería donde se aprovisionaba, así
como a sus viviendas familiares. Como una experiencia de hallazgos
concatenados, entramos en la librería Ça Trencada (Roig i Jalpí, 10) para tomar
contacto con la Biblioteca Bolaño, que está reeditando Alfaguara. La pista de hielo, sin duda, es el
título que mejor describe al municipio costabravense. De aquí saltamos al
número 23 de la misma calle, al estudio del artista local Serrano Bou. En el
escaparate, varias novelas de Bolaño a los pies de una obra de tintes
simbólicos, Inclement, vehement —cuchillos
y suspensorio incluidos—, basada en el relato “Putas asesinas”. Muy a mano está
el restaurante laBalma, de trato familiar, igual de recomendable que el
gastrobar Sa Lola, situado en el paseo. Quedan un poco más allá los exvotos
marineros de la ermita de la Esperanza. Después recalamos junto al puerto para
tomar un vermú en la estupenda terraza L’Hivernacle. Colgado sobre el mar, el
jardín botánico Marimurtra fue fundado en 1921 por el alemán Karl Faust y pide
ser recorrido nada más abrir, a las nueve de la mañana. Destaca el estiloso
templete de Linneo.
Rematamos la ruta en el poste número 8, en el paseo marítimo.
“Quiero dejar mi cuerpo en la playa, tal vez alguna persona se acerque y se lo
lleve”, escribió al final de su vida. Enfrente, la bahía de Blanes,
“bellísima”, guarda las cenizas de este autor de culto desaparecido
prematuramente, generador como pocos de vocaciones literarias. Ya era un
clásico indiscutido.
Guía: En el apartado de ‘Qué visitar’ de www.visitblanes.net (Oficina de
turismo de Blanes)
se puede descargar el folleto de la ruta literaria de
Roberto Bolaño en Blanes.