El Mundo, España. 23.07.2016
Roberto Bolaño (1953-2003) colgó en su obra los desgarros de
una vida poco dichosa. Su éxito llegó cuando él mismo comenzaba a desvanecerse:
una contradicción más, como él mismo lo fue. El escritor y poeta chileno, hoy
considerado una de las grandes voces de la literatura latinoamericana, obtuvo
el reconocimiento poco antes de su muerte, con el Premio Herralde de novela
(1998) y el galardón Rómulo Gallegos (1999).
Un final de desaliento, un desenlace no del todo feliz, como el
que en vida arrojó a su prosa. Esta semana, una docena de personalidades literarias
le han rendido homenaje al mito en el encuentro Roberto Bolaño: Estrella distante, organizado por la Universidad
Internacional Menéndez Pelayo y la Fundación Chile España. A través de textos,
correspondencias y la memoria de quienes le conocieron, reconstruyeron a un
Bolaño de contrastes siempre fuera de lugar. Un escritor chileno que murió en
Barcelona, pero que hasta en su patria se sintió extraño.
"Roberto estuvo siempre a la contra, pero no lo hacía de
un modo gratuito", relata el poeta Bruno Montané, que mantuvo con él una
estrecha amistad. "Él creía que la literatura era un campo de batalla como
la vida misma. No un lugar de paz, como la muerte, sino de conflicto
vital", resumió el coetáneo, que conoció a Bolaño en México, donde el
autor de Estrella distante vivió
durante ocho años hasta su traslado a Barcelona en 1977.
"Por entonces era un chico que leía y escribía obras de
teatro, ni siquiera escribía novela ni poesía", cuenta Montané, que
también fue testigo de la "fogata" que Bolaño prendería más tarde
para acabar con el rastro de su obra teatral: "Es muy malo, ni siquiera es
representable", aseguró el autor en su día. "Fue una especie de
ritual para marcar el fin de una cosa y el comienzo de otra", medita
Montané.
La dureza de este gesto acompañó a su obra y a su persona.
"Era capaz de hacerte sentir como una pulga en mitad del mar; un mal humor
que fue remitiendo de un modo sano y extraño", recuerda su amigo de
juventud, en quien se inspiró Bolaño para el personaje de Felipe Müller en la novela
Los Detectives Salvajes. También fue
con Montané con quien fundó el movimiento infrarrealista en su etapa mexicana,
una corriente que desafiaba los patrones literarios y políticos del momento y
que reivindicaba la cotidianidad desde la vanguardia.
El desafío al oficialismo se tradujo en su aversión a los
críticos. "No le interesaba la interpretación especializada, lo que le
gustaba era la literatura viva, el proceso de escribir", cuenta Wilfrido
H. Corral, Profesor de Literatura Latinoamericana de la Universidad (chilena)
de Playa Ancha. "Hay quienes le llaman 'autodidacta' para desautorizarlo,
pero no se dan cuenta de que la formación no siempre tiene que ver con la
escritura. Es subestimar su capacidad para interpretar la vida", destaca
Corral.
La violencia y la crudeza son el mar de fondo en la obra de
Bolaño. "Lo horrible es que la violencia es latente, está contenida hasta
que estalla", observa Dunia Gras Miravet, amiga de Bolaño y profesora de
la Universidad de Barcelona del área de Literatura Latinoamericana.
El conflicto que rodea a su obra también pobló su existencia;
una suerte de supervivencia diurna, con trabajos como el de vigilante de
seguridad o vendedor de bisutería. Los galardones que ganaba eran bautizados
por él mismo como "premios bisonte, con los que sobrevivía la larga
travesía del invierno", detalla Gras. Su lucha diaria contrastaba con las
noches de desvelo y de entrega a la lectura. "La tranquilidad de la noche
fue su única droga; disfrutaba de ese tiempo apacible y definitivo que daba la
noche", cuenta Montané.
A esta quietud, que dio nombre a Nocturno de Chile, una de sus obras más traducidas, se unía su
aislamiento social, que el mismo Bolaño narra en “Llamadas telefónicas”, donde
describe su primera época en Gerona: "En aquella época yo tenía
veintitantos años y era más pobre que una rata. (...) Casi no tenía amigos y lo
único que hacía era escribir y dar largos paseos que comenzaban a las siete de
la tarde, tras despertar".
El aislamiento y la nocturnidad, además de su peculiar carácter,
le forjaron la imagen de un autor maldito. Una percepción que se hizo mito con su
muerte temprana, a los 50 años, por unas causas que profundizan la leyenda:
"Murió de una enfermedad hepática, diagnosticada en 1992", explica
Gras, que quiere desmontar una de las fábulas que envuelven al escritor
chileno: "Esta enfermedad se relaciona con el alcohol y los excesos, pero
nada más lejos: Roberto bebía manzanilla, pero no la de jerez, sino la
infusión".
La dulcificación final de Bolaño tuvo un punto de inflexión: el
nacimiento de su primer hijo y el diagnóstico de su enfermedad. El escritor,
hasta entonces centrado en la poesía, decide dedicarse a la novela para dejar
un legado económico a su familia. Así, dejó 2666,
publicada después de su muerte y una de las más novelas reconocidas del autor.
Entre las obras inéditas, destaca El
espíritu de la ciencia ficción, que verá la luz el próximo otoño.
La enfermedad, además de ser el detonante de viraje literario,
fue una constante en su vida. "Él contaba que desde niño tuvo una salud
frágil", cuenta la escritora y traductora Menchu Gutiérrez, que define la
poesía como "su tabla de salvación" ante la enfermedad que le
permitía "la reflexión del tiempo que caduca, de un tiempo efímero".
Una poesía que invadió también la narrativa, donde "unas veces ponía las
vísceras encima de la mesa, y otras cargaba la pluma con formol". La
antítesis que describe a la vez al autor y a su obra, en un viaje en que Bolaño
quiso emparejar ficción y realidad para cumplir sus máximas, ahora revividas la
poeta que le guarda homenaje: "Él decía que, en la literatura
contemporánea, aunque se equivocara, tenía que emprender siempre grandes
aventuras".