lunes, 1 de junio de 2020

Bolaño, Méxicollage

Por Martín Cinzano



Algo se ha escrito acerca de lo mexicano en Bolaño, por lo general, a fin de remarcar una especie curiosa de subdivisión basada en las nacionalidades camaleónicas del escritor. (Hay quienes han llegado a diagnosticar en lectores no-mexicanos un déficit constitutivo para la lectura de Los detectives salvajes, con lo cual se liquida de entrada cualquier estudio extranjero y de paso la misma contratapa marketera de la primera edición de Anagrama). Su obra, entonces, se dividiría en territorios mexicanos, chilenos y españoles. En el mexicano cabrían, pues, Los detectives salvajes, Amuleto, 2666, muchos cuentos (incluyendo los inconclusos) y bastantes poemas. Principalmente debido a una cuestión biográfica o a una lectura biograficista, el hilo entre México y Bolaño se tiende gracias a la importancia dada a su juventud o a la continua evocación de una juventud “iniciática”, mitificada por sus propios personajes, por quienes lo conocieron en México (véase El hijo de míster playa, de Mónica Maristain) y por ese Bolaño polemista, sentencioso y antojadizo de las entrevistas; y no mucho más: el libro dedicado a este tema, México en la obra de Roberto Bolaño, de Fernando Saucedo Lastra, pese a su análisis exhaustivo, insiste en subrayar las “menciones” a México en Bolaño, junto a elucubraciones de carácter geográfico más o menos evidentes (Ciudad Juárez como frontera cultural, el desierto de Sonora como espacio de la “pérdida”, etcétera). Pero, ¿dónde están, a qué distancia se sitúan los textos de Bolaño al considerarlos entre los de la multitud de escritoras y escritores que por algún motivo recalaron e hicieron obra en México, es decir, de aquellos y aquellas que ya traían una literatura a cuestas (como Malcolm Lowry, para hablar de un escritor imposible de desvincular de México y de cuya novela más emblemática, Bajo el volcán, Bolaño extrajo el epígrafe para Los detectives salvajes)? Y, para dar una respuesta: ¿solo basta con insistir en su iniciación mexicana? Si, más allá de tus lecturas exquisitas, creces en el país de las parodias y los simulacros, ¿tu literatura lo resentirá? Con esas preguntas, la particularidad territorial de Bolaño, si se quiere, logra asomar con mayor densidad: eso llamado cultura mexicana —no solo la literaria, e incluso: contra esa cultura literaria—, que en otros escritores y escritoras no aparecería o aparecería casi como un puro exotismo, en Bolaño tiene una presencia sustancial, desde el argot callejero —siempre inactual— y ciertas fórmulas impostadas del lenguaje formal, hasta citas de toda índole, como las provenientes del humor. El humor es clave en esa relación, en esa lengua mexicana de Bolaño; en varios poemas y pasajes de narrativa se hallarán no solo referencias explícitas —por ejemplo, a Tin-Tán, Calambres, Resortes y a algunos humoristas involuntarios como Pedro Infante y Tony Aguilar—, sino además al desarrollo imparable de la cábula misógina, efectista, presente en la larga serie de chistes entre policías de “La parte de los crímenes”. Lo mexicano en Bolaño, visto así, resulta más bien un tono poblado de lenguas o una manera desfigurada de hablar; pero su forma de leer y reescribir la “cultura mexicana” se definirá mejor en la visión del recepcionista del hotel donde duerme Fate: “todo México era un collage de homenajes diversos y variadísimos… Cada cosa de este país es un homenaje a todas las cosas del mundo, incluso a las que aún no han sucedido”.


México DF, mayo 2020