lunes, 13 de julio de 2020

Prohibido escribir la palabra verga, por Manuel Illanes





Sobre Zona de tolerancia de Ramón Méndez

La reciente publicación de Zona de tolerancia de Ramón Méndez Estrada, antología personal elaborada por el mismo poeta, obliga a reflexionar en torno a su figura y la recepción que ha tenido tanto su poesía como aquella escrita desde la trinchera del infrarrealismo, del cual Ramón fue uno de los fundadores y defensor constante.

Hay que mencionar, en primer lugar, que esta antología constituye un hito, puesto que ofrece por vez primera un panorama, más o menos aproximado, de la obra de Ramón que -tal como la de la mayoría de los infrarrealistas, con las excepciones de Mario Santiago y Roberto Bolaño- se encuentra todavía dispersa en pequeñas publicaciones independientes, lo que dificulta en extremo su lectura y reconocimiento. Editoriales como Praxis, Al este del paraíso, Startpro y la Ratona Cartonera, por mencionar algunas, han acogido previamente sus poemarios, permitiendo así visibilizar el extenso trabajo realizado por Ramón en cuatro décadas de labor poética y narrativa. En ese sentido, debe agradecerse a Raúl Silva & Edgardo Mantra, editores de la Ratona Cartonera & Mantra Edixiones, respectivamente, y a Antonieta Zenteno, por la iniciativa de dar a la luz esta antología, que corresponde a un proyecto largamente acariciado por Ramón.

Pero Zona de tolerancia no sólo es un hito porque rescata de la “dispersión” una parte esencial de la bibliografía de Ramón (en el libro se reúnen fragmentos de Al amanecer de un día dos lagartija, Ramo para las hadas, La vida de Ginés Pérez, La edad dorada y Tonadas ágiles para sonreír en voz alta, además de incluirse en forma completa el poema largo Cabiria), sino también porque nos permite dimensionar algunas de las corrientes que atraviesan su obra: me refiero a temas como el de la pasión, que se manifiesta indistintamente de forma erótica & tanática en varios de los poemas de Zona de tolerancia; la aproximación que realiza al lenguaje callejero y, por último, su exploración de territorios que habré de llamar por necesidad marginales (usando un adjetivo que se ha convertido en un lugar común muy extendido en estos tiempos), zonas de peligro, en las palabras del poeta chileno Tomás Harris, espacios degradados como colonias perdidas, lupanares, cárceles, que Ramón aborda exhaustivamente en libros como Vida de Ginés Pérez, Cabiria y el poema inicial de Al amanecer de un día dos lagartija. Estos dos últimos temas (el de la aproximación al lenguaje callejero y la exploración de los territorios del margen) me parecen el núcleo central del aporte efectuado tanto por la poesía de Ramón como por la producida dentro del infrarrealismo, y permiten emparentarlo con la poesía coloquial, o conversacional, que se desarrolla en el ámbito latinoamericano a partir de los trabajos de Nicanor Parra & Ernesto Cardenal en los años 50’. A mi parecer, esta poesía -algunos de cuyos elementos tienen su primera manifestación en México en la obra de Efraín Huerta- alcanza un momento climático con la irrupción de los infras y Ricardo Castillo en el panorama poético mexicano de la década de los 70’. A esta corriente, entonces, se podría adscribir una parte importante de la labor poética de Ramón, al menos la que lleva a cabo en los textos apuntados.

Existe una tercera razón por la cual considero que Zona de tolerancia es un hito: en la misma medida que Los detectives salvajes de Roberto Bolaño galvanizó al infrarrealismo, dándolo a conocer a un público amplísimo y generando un gran interés por el movimiento, ha ayudado también a la construcción de un mito que, de alguna manera, nubla el acercamiento a la obra de los infrarrealistas. Se puede decir, con mayor o menos exactitud, que cierta apreciación del “realvisceralismo”, el movimiento que en la novela de Bolaño sigue las huellas de los infras a lo largo de varias décadas, ha oscurecido la lectura de los infrarrealistas, ese grupo del que Ramón, Mario, Roberto, Cuauhtémoc, Rubén, Guadalupe, José, Bruno, Pedro, Mario Raúl, Rafael, Edgard y tantos otros formaron y forman parte, privilegiando exclusivamente sus rasgos más básicos y haciendo caso omiso de sus diferencias (no es aventurado afirmar que el infrarrealismo está conformado por múltiples infrarrealismos), como si la sola imagen que se pudiera destacar de Los detectives… fuera la de una pandilla de muchachos y muchachas desmadrosos. Pues bien: no pretendo desmentir lo “revoltosos” o no que hayan sido los infras (de hecho, creo que fueron y siguen siendo “revoltosos” a concho), sino señalar que éstos trascienden esta simple imagen, que rebasan el mote de “desmadrosos” que una interpretación miope de Los detectives…podría asignarles, tal como la lectura de Zona de tolerancia deja en claro.

Encontramos apuntados en esta antología de Ramón, además de los temas mencionados anteriormente, cuestiones como la de la debacle política-social del México contemporáneo y los desastrosos resultados que ha tenido el crecimiento de la mancha urbana sobre el medio ambiente del ex distrito federal, cuestiones que hallan en I kuik ome kuetzpalli, por ejemplo, una representación destacada; todo lo cual habla, a las claras, de una densidad escritural que está muy, pero muy lejos, de poder reducirse a la mera imagen del poeta desmadroso y vociferante (epítetos que, sin embargo, Ramón hubiese acogido con entusiasmo) que una mala lectura de Los detectives podría llevarnos a imaginar.

Nuestra misión entonces, en este punto del camino, es simple: se trata de leer y releer, una y otra vez, la obra de Ramón, de escuchar en ella los ecos de muchos de los problemas que aquejan hoy en día a los mexicanos, de descubrir el canto de una catástrofe largamente aullada y, sin embargo, omitida, silenciada, prohibida, tal como la palabra verga en la poesía mexicana.



Texto leído en la presentación de la antología Zona de tolerancia, de Ramón Méndez Estrada

(La Ratona Cartonera y Mantra Edixiones, 2019), en el Foro Alicia, D.F, México.



Selección de Poemas de Zona de Tolerancia

Coedición La Ratona Cartonera y Mantra Edixiones, 2019

  

 

Memorándum para una Amiga Casada


Me había propuesto no volver a escribir
Bertha
pero estos días el Sol calienta mis desenfrenados
deseos de poseerte
y sólo duermo unas cuantas horas
para levantarme a soñar la colectiva
lujuria de los atropellamientos:
mundo por el que te fuiste sin voltear la cabeza,
con tus cabellos soltados al viento
que los movía con ese ritmo de rock and roll
cansado con que mueve
todas las cosas,
y donde te fuiste porque te cansaron mis obsesiones
y mis vicios;
nunca te interesó mucho que yo fuera
un ser atormentado por la vida y la
realidad de ser hombre
y que quisiera ser poeta;
nunca imaginaste que yo quería ser bueno
y que sabía muy poco para poder luchar racionalmente:
mi única arma era manifestar el descontento
por cualquiera de los caminos,
y los que escogí me llevaron a las enfermedades y a la cárcel;
nunca quise abrir una zona de tolerancia hacia adentro
y la abrí hacia afuera:
mal me fue con todos, contigo misma:

te fuiste al mundo con los cabellos sueltos
y la cara llena de tu sonrisa;
y si yo sigo estos caminos y muestro al Sol mi espalda
ya no es para recobrarte,
sino para reprochar al mundo una cosa más;
sigo creyendo que la enfermedad más grande es adaptarse
y que los hombres nacimos para deshacer y hacer,
y que mi etapa de destruir no ha pasado;
creo más en el vino que en los pájaros:
beber es una forma de obligarte a no pensar
y volar es una forma de
esquivar el pensar.
Bertha
dondequiera que estés la felicidad y la enajenación sean contigo,
porque ese camino escogiste, menos viciado que el mío,
esa zona donde las criadas riegan jardines
y no hay niños jugando en
la calle ni borrachos tirados
ni puestos de fritangas ni putas,
y te siga llegando cada número de Kena y,
en forma más aventurada,
de vez en cuando un plural,
de vez en cuando una borrachera social,
un encabronamiento,
Bertha
dondequiera que estés la felicidad y la enajenación sean contigo.



I Kiuk Ome Kuetzpalli  

 (Fragmentos del Canto de Dos Lagartijas)


                                   A José Pedro, no'kni


            Nehuatl nonawal nik notza azteka tlahtokopa

                                               nik ilwi ma walaz

                       Nehual tonawal aztekah nik notza

                                   Ma tech palewiz yowaltzinko

                       Tonawalye: xi witz, xi tlahto to panpa

                                   xi tech maka aztekak kuiniantli

            Aztekah tonochtin zepan teotekitl tik chiwaz

            nochtin Metziko tlakameh kaa nikan ti kateh

                                               tik chiwaz kakitzia totozka

                                               Zepan ti walah

                       Tik chiwaz kaki totozka yowaltzinko

                                               Ome Kuetzpalli Yaotekatl

Por este camino voy perdido, por este silencio,
transcurso de lengua atada, de manos atadas,
de brazos impotentes.
La ciudad, mis miserias, nuestras inconsecuencias.
Esta inercia mental, esta pereza.
Mañana
              moztla, moztla
mañana será... y hoy
me como mi hambre, me devoro lentamente a mí mismo.

Hace falta una ligereza, un polvo de luz
una larga avenida
                              en el lago
                                  
                                    las estrellas
estremecidas por el viento sueñan
dispersas. La que se creyó todo, todo;
la que nada más la mitad, la que sólo un cuento
y las que cuentan de lo que hablan las piedras.
No hay lago. Las estrellas, todas, en el lodazal,
hirviendo miserias, supurando llagas, plásticos
para que no coma la tierra...

Había un lago, sí, como una purulencia.
Y el Gran Canal, lento río café negro,
con sus puentes de madera desvencijados,
sus gatos despanzurrados, sus perros pudriéndose
y sus aventuras de piedras, cuerdas, nudos, horquetas
y un sentimiento en el volcán,
una furia presta a estallar.

Tú y yo lo conocimos. Sólo conocimos aquella parte...
una nube de mosquitos nos perseguía
y la viruela
mató a nuestro primo. Una de las primeras
víctimas de la epidemia.
No ha parado. Entubaron el Gran Canal.
Escondieron la mierda.
Se la sacan a la ciudad por el Drenaje Profundo
pero no pueden contenerla:
cáncer, sarampión, salmonelosis, gripe, gastritis
hacen olas en la ciudad
como antes el lago                        
rizado por el viento...
El lago... caminamos horas cazando lagartijas
de panza azulverde
y allí estaba el lago
                                   imponente
no como lo habíamos soñado,
sino como una llaga en la tierra.
¿Dónde buscar la transparencia?
¿A qué estrella acogernos?
Si cuando niño
miré nuestro hermoso lago lleno de mierda y supe
que el primer día que cayó mierda humana
al primoroso lago
                              era mierda de mi español.
No era ya, el lago, lo que nos contaban que fue.
No he vuelto a verlo. No volveré a verlo
aquel prodigio de armonía.

La ciudad se lo comió todo, se lo come todo.
Las estrellas hace mucho que se escondieron
en el fango del cielo.
A no ser por grandota, la luna misma no estaría
tirada de cabeza en los charcos
                                                          ahora
con un fondo de asfalto, cielo petrificado
y la ignorancia.

La ciudad se lo come todo. Tiene hambre
la ciudad, mala madre, madrastra
que disputa la lonja a sus hijastros,
que nos deja los platos rotos y agujerados los cacles.




Cabiria (Fragmento)

…En la noche
                     un mal jazz
un mal blues
un rock más triste que la jodida...

¿De qué paisaje atroz, de qué relato de fábula y terror
me vino esta venganza de esperar
un no sé qué de fraude encubierto en tu muerte,
un no sé qué de trampa en esa tumba
que se abriría de pronto para escupirte fuera
            –amarga y amargada
de haber estado a punto y no lograrlo?

Pero no. Meses antes, por esas mismas fechas,
la amante de Gustavo
también paseó por el jardín
                                                  –Las avenidas del saber:
Una vereda empedrada de barbitúricos.
¡El veneno! ¡El escándalo!

No hay paz a que acogernos,
            no hay descanso...

La vida es dura y al ganarla
la lucha no da tregua:
como al toque de una varita mágica
sale uno de la infancia
para ya no parar.

Los más sabemos lo que es el filo del invierno:
como tú, como yo
                                tantos otros
que aunque decimos dulce sabe amargo,
que al decir satisfecho
            tenemos en el cuello la espina del deseo atorada.

Sabemos –aunque suene a tango–
lo que es un mal amor
y sospechamos lo que sería la pinche vida
sin tener por lo menos
un coito de esos malos con ese mal amor                                                                       
                                                        de vez en cuando...

En la noche
                     un mal jazz
un mal blues
un rock a duras penas...

Frustraciones de qué calibre, eh, de qué tamaño
se precisan
para decidirte a dejar por la paz
de una vez por todas
el pinche mundo, la renegrida sociedad,
la puta vida...

Yo también, como todos,
he blasfemado de la vida
y como todos he bebido incansable su dulce leche,
he amasado su pan...

Ahora, claro,
además de pastura de gusanos
eres tema para ejercicio de la lírica,
botín absurdo de poetas piratas, aprendices
de aves de rapiña
atornillados por la cultura Televisa:

¡Que venga Superman!
            ¡Que haga striptease la Mujer Maravilla!

Falta fuerza para contar este desastre.
Voz al vate... ¿Y por qué?,
¿tan escasos de evidencias andamos
que precisamos el augurio?
Yo creo que no.
                            Vale, por hoy, gritar:
¡La escoba es un mito y la aspiradora es un mitote!
            ¡Que vivan... ¡No!
                       ¡Que revivan las brujas!

En la tarde
una tormenta empuja a los duendes del recuerdo
a organizar extraños ritos
donde se canta a gritos, donde se bebe a cántaros,
donde se ama
con claras y contundentes tendencias a la orgía...

En la noche
una multitud se arremolina en torno de la choza
en las afueras del poblado,
una muchedumbre iracunda que reclama,
que grita, que patea la tierra con
potentes patadas de catástrofe...
Y dentro de la choza una mujer reza oraciones extrañas,

pronuncia rogatorios inútiles,
lanza desesperados sortilegios
con el propósito
de ahuyentar enemigos, y no logra nada,
y la yerba no prende, y la llama no abrasa,
y ella sabe por fin
                               –lucidez de los más oscuros presagios–
que el linchamiento está en la puerta
y le interpone un último desesperado recurso:
la negación,
la pena...
y la choza se incendia.
            En medio de la hoguera
una carcajada vomita sobre el auditorio
su triunfo enano y último,
                                              mala pasión de los frustrados,
y en la noche se eleva de la choza
un fuego de artificio, una espiral ardiente
y nada...




La Vida de Ginés Pérez  (fragmento)


* * *

Nada es aquí. Sólo la oscuridad.

Y un frío de perros.

La oscuridad como una cosa muerta. Como una muerte
densa y palpable donde está sumido mi cuerpo.
Soy yo el que respiro. Son mis músculos
los que se clavan en la noche
buscando otras presencias. Apenas son dos muros,
y una sorpresa: una voz ronca,
un gemido de una garganta descompuesta.
Me estremezco.

Debe ser el silencio. Es el silencio que habla, y yo que escucho.
La oscuridad que se percibe al tacto, al gusto.
Mis ojos que no ven. Mis ojos ciegos
que sólo miran el relámpago atroz de la memoria:
La oscuridad que es esta muerte y la primera oscuridad,
líquida y tibia, antes que el artesano del amor
pusiera en su lugar mi sexo...

Mi corazón en medio, noche en la noche,
vivos cuchillos de la sangre que hieren
sin piedad a la muerte.
Mi vida, en la noche terrible de mis ancestros.

* * *

“Se le notaba.

”Algo como una fatiga enorme y un insomnio
sin puerta hacia el descanso.

”Lo cogieron en la madrugada,
ya como quien va a amanecer,
llegando a Los Ajolotes.
Habría corrido toda la noche.”

“Habría corrido”, no como si
hubiera hecho correr al caballo,
sino que incrustado al caballo
corría él, centauro, en la inmensidad
que comprende “toda la noche”.
No la distancia. El tiempo.
El espacio infinito que abre la noche
entre el hombre y la muerte.

Mientras más lejos, mejor. Pensaría el hombre.
Mientras más lejos de la muerte. Era justo.
Todos sabían que nunca le había sacado al bulto,
que no le tuvo miedo a las balas
cuando hubo necesidad, con todos aquellos valientes.
Los valientes. Los que hicieron la guerra.
Esas bestias morenas que eran los hombres
incrustados en los caballos.
Huir a caballo. Sentir en la llanura
que las estrellas vuelan cada vez más alto
y nada más para alejar cada vez más el horizonte.

Suda el potro, y despide un olor a fatiga. El hombre suda
y lucha contra el ángel del sueño que –está seguro–
vio caer en una estrella que se desprendió del desastre.

Ahora no. Ahora no se puede dormir, como en la guerra.
Eso pensaría el hombre cuando la lucha contra el sueño
era ya abierta y franca, de poder a poder,
cuando se daba cuenta de que no era un ángel
sino un duende maligno,
que ahora le ponía unas trancas sobre los párpados
para cerrarlos.

No huye: va a enfrentarse. Entre las piernas
el corcel sudoroso, el miembro erecto.
Alderredor la noche, la oscuridad total, densa,
sin una sola estrella.
Los puños rígidos en arma y rienda
y sin ojos para penetrar la sombra esa.




Ruta del Averno


Al galope
mi corazón
me lleva
a recorrer
de noche
los sótanos
de la casa
embrujada,
a encontrar
fantasmas
donde debiera
no haber
nada,
a sacar
malvivientes
de su mala vida
para meterlos
a otra
peor,
a mal vivir
de plano,
a no tener
temor
de Dios.


 

 

Ruta del Paraíso


Un poco
de placer
cada vez,
yendo
y viniendo
un poco,
y poco a poco
recorriendo
como un gusano
medidor
unos cuantos
centímetros
del camino
del Paraíso,
rumbo
a la muerte,
viendo
en la senda
abandonada
ya
varios
kilómetros
de dicha.
Oh, corazón,
no me traiciones.
Cuerpo,
responde.                
Alma,
álzate.




Ramón Méndez Estrada nació en Ciudad de México el 29 de enero de 1954. Poeta, ensayista, narrador, cuentista y periodista, inició el Movimiento Infrarrealista con una pandilla que incluyó a su hermano Cuauhtémoc, Mario Santiago Papasquiaro, Roberto Bolaño, Bruno Montané, José Peguero, Guadalupe Ochoa, Rubén Medina, Edgar Altamirano, José Rosas Ribeyro… Estudió Letras Hispánicas en la UNAM y Lingüística en la ENAH. Trabajó en los diarios: El Nacional, El Financiero, La Voz de Michoacán, Cambio de Michoacán, entre otros. Fue editor en jefe del suplemento El Gallo Ilustrado. Militó en la Liga Socialista, también conocida como Liga Leninista Espartaco, fundada en 1960 por José Revueltas. Entre sus obras publicadas: El paso de los días (Praxis/Dos Filos, Universidad Autónoma de Zacatecas, 1989), Al amanecer de un día dos lagartija (Al este del paraíso, 1996), Tzitzilin y otras lecciones del lado moridor (Secretaría de Cultura del Estado de Michoacán, 2008), La edad dorada (Startpro, 2009), Cabiria (La Ratona Cartonera, 2009), Tonadas ágiles para sonreír en voz alta (CONACULTA, 2013). Sus poemas también forman parte de las antologías Hora Zero. Los broches mayores del sonido, preparada por el poeta peruano Tulio Mora y publicada en 2009 por el Fondo Editorial Cultura Peruana; Perros habitados por las voces del desierto, selección, introducción y notas de Rubén Medina, publicada por Aldus en 2014, y por el Fondo Editorial Cultura Peruana en 2015; Anuario de poesía 1990, Instituto Nacional de Bellas Artes. Buena parte de su obra permanece inédita. Hasta su fallecimiento, el 13 de mayo de 2015, impartió cursos y talleres en Morelia (“Se hacen y remiendan versos”, advertía el anuncio en la fachada de su casa).