martes, 28 de marzo de 2023

Roberto Bolaño y Giuseppe Arcimboldo: ¿se inspira Roberto Bolaño en las pinturas de Arcimboldo para escribir su novela filosófica 2666?

Por Roberto R. Aramayo 

NuevaTribuna.es 17.08.2022




La fama, cuando no se cimentaba en el arribismo, 

lo hacía en el equívoco y la mentira.
Roberto Bolaño, 2666

 


Debo confesar que no había leído nada de mi tocayo, el escritor chileno Roberto Bolaño, hasta que oí recomendar en la radio una obra suya titulada 2666. Su corpulencia la hacía ideal como lectura de verano. Sus mil doscientos páginas en formato de bolsillo cabían en la maleta y daba de sí. Su lectura es desconcertante, pero tiene algo de hipnótica y no se tira la toalla, ni siquiera en las partes que pueden causar mayor perplejidad. En realidad son cinco libros diferentes cuyas tramas y personajes van aportando nuevas perspectivas de cuanto se narra desde otros ángulos complementarios.

 

Lo cierto es que se nos cuentan mil y una historias. Algunos párrafos presentan a nuevos personajes que devienen transitoriamente protagonistas y aportan su propio relato. El conjunto resultante se asemeja bastante a la técnica del pintor italiano Arcimboldo. En los cuadros del genio renacentista nos encontramos con elementos perfectamente dibujados que van encajándose hasta hacernos ver a una determinada distancia un retrato. Sus “Cuatro estaciones” rivalizan en fama con las de Vivaldi y son pocos quienes no han visto las primeras o escuchado estas últimas. La figura del bibliotecario de Arcimboldo queda compuesta por libros que nos hacen reconstruir sus rasgos. Bolaño cita varios cuadros, uno de los cuales admite verse del derecho y del revés con dos motivos distintos aunque no cambien las piezas aparentemente deshilachadas.

 

Con un género inclasificable que combina novela y ensayo, literatura y filosofía, Bolaño hace otro tanto con su prosa. Las páginas de 2666 van recolocándose merced a nuestra memoria e imaginación según se avanza en la lectura hasta contemplar el fresco del conjunto tras examinar las piezas por separado. Se trata de un escrito póstumo y se dice que planeó hacer cinco libros para dejar a su familia un legado mayor, ya que la muerte no le dejó sobrepasar el medio siglo e impidió que pudiera seguir enriqueciendo nuestro patrimonio cultural desde una trayectoria ya muy consolidada durante algunas décadas más. Pero tuvo mucho sentido que se publicarán como una novela única. Lo contrario hubiera sido tanto como trocear un cuadro de Arcimboldo para utilizarlo como publicidad gastronómica.

 

Al parecer en el campo de Buchenwald hubo un médico alemán llamado Hans Reiter que participó en los experimentos de Buchenwald y que, tras fingir su fallecimiento en 1969, habría publicado bajo el seudónimo de Arcimboldi y vivido en Bariloche hasta el año 1986, fecha de su muerte real. Pero en cualquier caso esa sería la única inspiración para uno de los personajes que protagonizan la novela y sirve como hilo conductor para ensamblar el mosaico de relatos que nos brinda Bolaño en 2666, pues no se pretende ficcionar la biografía del médico nazi convertido en literato y solo se toman prestados los nombres, el auténtico y el del seudónimo adoptado al cambiar de actividad.

 

En un momento dado uno de los personajes desdeña la fama. De un plumazo se identifica nada menos que con el arribismo, el equívoco y la mentira. Obviamente habría que distinguir entre justa celebridad y el ser transitoriamente famosillo. Los medios de comunicación ponen bajo sus focos a ciertos personajes que no tardan en ser olvidados al no merecer un recuerdo colectivo. Nombres que circulan por las redes y obtienen un sinfín de aprobaciones acaban despareciendo del mal con la misma velocidad que comparecieron. No costaría mucho mencionar a ciertos políticos que, tras acaparar las páginas de los periódicos y el inicio de los informativos audiovisuales, pasan a ocupar el rincón más oscuro de la historia.

 

El reconocimiento perdurable suele ser tardío. En el arte, las vanguardias no acostumbran a ser aceptadas por sus coetáneos y deben aguardar a ver apreciada su obra por generaciones posteriores. También pasa en la filosofía, como muestra el caso de Schopenhauer. Diderot escondió sus novelas en un cajón y le tocó a Goethe descubrirlas. La sátira de Moliere no fue bien comprendida en su época. Las partituras de Bach no fueron interpretadas durante mucho tiempo hasta verse redescubiertas y alcanzar su consagración definitiva.

 

Bolaño juega con los caprichosos altibajos de la fama para ensamblar su compleja trama. Un estudioso descubre una obra olvidada y decide dedicarse a estudiar al autor en cuestión hasta devenir un consumado especialista. Esta circunstancia le hace ser conocido en ciertos círculos (porque la fama va por barrios, como casi todo) y eso le hará trabar amistad con otros especialistas, empeñados también en reivindicar la obra de un autor del que se ignora casi todo, dedicándose a buscarlo por todas partes donde haya un mínimo vestigio. Esto les hará visitar diversos lugares y eso permite que se cambie de tercio entrelazando nuevos relatos cuyo decurso paralelo traza las piezas a lo Arcimboldo. Lo que son frutas y enseres domésticos por separado nos dibujan un retrato, si nuestra imaginación las ensambla.