lunes, 19 de marzo de 2012

La herencia como campo minado

por Ignacio Bajter
Brecha, edición 1369, Uruguay. 17.02.2012




A veces se abren hendijas en la fortaleza de Carolina López y circulan, póstumas, noticias de Roberto Bolaño. La viuda del escritor es quien decide la suerte de la obra, aunque se da por cierto que son poderosos marchantes quienes trabajan el legado. Tras la muerte de Bolaño, en 2003, su figura se vició de codicias, confabulaciones, intrigas, interpretaciones paranoicas. La última nota de desconcierto la dio Jorge Herralde, cabeza de la editorial Anagrama. En una entrevista publicada el 28 de enero pasado en el portal www.sinembargo.mx, con el título “Adiós a las armas”, se le pregunta si le dolió que la viuda de Bolaño le quitara sus libros: “Hombre, muchísimo –contestó el editor. Sobre todo por lo notoriamente inmerecido. Jamás tuve una discusión con Bolaño, jamás tuve una discusión con Carolina López y la verdad es que no sé lo que le pasó. O se le cruzaron los cables o hubo alguna intoxicación por parte de otras personas”. Al otro día de la aparición de Herralde, el 29 de enero, La Vanguardia publicó un texto de Josep Massot sobre la apertura del archivo personal del escritor, administrado por la viuda y custodiado (presuntamente) por la agencia Balcells.

Con una muestra mínima de un cuaderno de tapas marrones, fechado en 1978, de cartas inéditas y de algunas notas tomadas durante la escritura de Los detectives salvajes, citas de una escritura privada y muy encendida, el artículo de La Vanguardia trata de hacer tres movimientos bastante pueriles: dar pruebas que desmientan que Bolaño decidió escribir narrativa por dinero, reafirmar la pasión por los juegos de guerra, y hacer creer que le debe todo a la literatura de Jack Kerouac y a Europa, incluido el éxito (siempre en alza) en Estados Unidos e Inglaterra. La Vanguardia destaca las ventas de El Tercer Reich, la novela de los “wargames de mesa” publicada en español en 2010 y recientemente en inglés, y recoge los juicios de algunos diarios de renombre. Más importante que la molienda del marketing es el archivo de Bolaño, bien reservado, secreto, que se abrió para que un periodista español corrija y moralice la imagen del autor. Al parecer el archivo es accesible a los estudiosos que confirmen la tesis, en lo sucesivo, de que Bolaño no escribió novelas por “razones alimenticias” sino por una elección estética. Quien crea que en tiempos de tirantez, de pobreza, el escritor libró duras “batallas por pesetas” (una constante en el proletariado latinoamericano) seguramente no tenga acceso a todo el contenido de un cuaderno en el que Bolaño se ve a sí mismo como un “héroe de Kavafis en su ratonera barcelonesa”.

El reporte de La Vanguardia suprime de paso a la poesía, le resta importancia en favor de la novela. Recuerda que en un tiempo lejano Bolaño fue un agitador y apunta que “llegó a la literatura por medio de una apasionada vocación poética”. No es claro qué quiere decir, en este caso, “literatura”. Tal vez sea una manera de nombrar la frontera entre poesía y narrativa, una línea divisoria que Bolaño no tenía muy bien definida. La Vanguardia pudo decir que el escritor llegó a la novela después de inventarse con poemas que buena parte de los lectores y la crítica no han podido tolerar. Claro que no hay Bolaño sin el pasaje por la colección “Narrativas Hispánicas”, de Anagrama, y tampoco hay narrativa sin poesía. Habría que saldar la discusión alterando los términos: vivió como un artista (a veces del hambre y otras veces del trapecio), como un escritor ultra con épocas de paseo y épocas de encierro, fue un narrador “Escribiendo poesía en el país de los imbéciles” (así de fuerte es un verso didáctico de 1990). Los géneros son puras divisiones económicas. Todavía, como en el XIX europeo, se paga un peso por palabra. Bolaño hacía sus bromas: “Si ganara cuatrocientos millones en la lotería se enterarían. Se acabaría la escritura. Sólo escribiría poesía, cuatro o cinco poemas perfectos, eso sí. Vivir es un milagro irrepetible y en cambio escribir es algo bastante jodido. Si un escritor escribe prosa, que es lo más aburrido de la escritura, es por dinero.” En la misma entrevista de 1999, cuando era un novelista de tiempo completo, se le pregunta si escribir es una terapia: “No, es un trabajo”. Y a continuación viene el cliché que La Vanguardia trata de falso: “¿Escribes también por dinero?”. “Por supuesto, por supuestísimo”.

Aún en la ironía, la declaración se toma por incorrecta y acaso inmoral. ¿Cuál sería el problema de escribir largo para ganarse el pan después de probar suerte como vigilante de camping y albañil en palacios de invierno? Nadie pone en duda que el relato extenso es el formato burgués por excelencia, el único género (con la excepción del teatro) en el que los escritores pueden esperar su 10 por ciento. ¿Cómo va a ser el dinero el motivo que tuvo Bolaño para criar a sus “niñas” (las novelas)? Esta es la pregunta que se hacen quienes creen que antes de entrar en la gloria del Paraíso dios les revisará los bolsillos. En todo caso lo importante no es develar por qué escribió la mayoría de sus libros sino cómo los hizo y qué viene a decir con ello. Que alguien usara la pluma para tapar deudas industriales (Stendhal) y que otro le rogara plata a la madre (Baudelaire) son circunstancias de segundo orden, como las tareas insignificantes que el tiempo olvida. La relaciones de muchos escritores con las abstracciones monetarias, el valor de la bolsa y más prosaicamente con el trabajo de escritura suelen ser juegos literarios y una forma audaz de criticar al sistema de explotación y usura. A fin de cuentas, si de dinero se trata, Bolaño hizo de la pobreza un tema de ficción, e hizo de sí mismo algo que parece ajustado a la realidad, un espartano que aprendió rápido el arte de vivir sin salario.

En los últimos años la referencia al “triunfo” en Estados Unidos es una marca redundante no sólo entre periodistas. Es difícil asociar la mera palabra “triunfo” a un escritor de tiempo descontado y de derrotas (estéticas, amorosas, políticas). El éxito en Estados Unidos se quiere hacer pasar por un criterio de calidad cuando en principio no es más que un reflejo en la mesa de póquer del mercado. El éxito en Nueva York y Los Ángeles es tan curioso como las traducciones de los libros de Bolaño hechas por poetas de lenguas balcánicas. En cuanto a aspectos literarios, a linajes abiertos y dispares, se exagera la deuda que mantiene con la generación beat, especialmente con Burroughs y Kerouac. Vuelve a ello el texto de La Vanguardia titulado “Cuando Bolaño decidió ser novelista”. Resumir Los detectives salvajes (y obras afines) a la lectura de On the road elimina todo el aprendizaje en la poesía y la vida latinoamericana con toda su expresión frondosa y visceral. Es muy pobre ver a Bolaño como un “beat hispano”. Entre las mejores citas, La Vanguardia recorta del archivo una imagen de Kerouac, amor cantado: “abre su cuerpo y su movimiento a los hechizos tiernos de México DF y de repente es la ciudad (la locura mexicana) la que empieza a circular en él, igual que si un platillo volador soñado por David Cooper, el Antipsiquiatra, diera vueltas alrededor de un niño demente. Bueno, Kerouac fue un poeta sencillo, un niño fiel, de esos que escriben textos y los hacen circular (por sus nervios o por sus venas o por sus espejos), improvisando con lo primero que aparecía en el atardecer privilegiado del DF”.

A la vista del archivo se sabe que en 1986 Bolaño escribe fumando Ducados y tomando té Hornimans. En una carta dirigida a la crítica chilena Soledad Bianchi dice que es feliz y que sus amigos son “obreros en paro y pescadores, todos muy jóvenes y con un tormento especial”. A la misma Bianchi, que lo incluye en antologías de poetas, le bosqueja una genealogía: “Mi familia paterna –escribe– es de origen gallego y catalán. Mi abuelo paterno nació en Galicia, tuvo nueve hijos y murió de una conmoción cerebral tras caerse de un caballo. Mi familia materna es chilena, descendientes de una burguesía venida a menos (incluso a espantoso). Mi abuelo materno fue coronel de ejército y murió de un ataque al corazón en el año 62, en su cama y jubilado, con dos solas aficiones: jugar al ajedrez y decorar jarrones con trocitos de papel recortados de revistas de colores”. Estas noticias dejan en claro un verso sencillo, escrito en México: “Mi experiencia es otra”. Mientras tanto se acabó la historia con Anagrama y se renovaron las piezas de un mercado editorial en el que, a diferencia de las grandes ligas del fútbol, los pases de autores se sufren como un arrebato y una traición. En cuanto a la voz inédita de un anacoreta en la fase previa al reconocimiento, el goteo de la caja negra durará años, todo está por verse: el archivo se abre levemente con el fin temperado de reinterpretar la imagen del escritor y, sobre todo, de mostrar a quién pertenecen joyas y territorios. Mientras tanto Bolaño sigue en otra.