martes, 26 de febrero de 2008

Breves apostillas al artículo anterior

por Carlos Almonte









Es el anterior, un artículo-comentario un tanto majadero, pero con ciertas dosis de interés. Eso de imprecar la condición revolucionaria de Bolaño, además de ser curiosamente repetido, es inexacto y un tanto injusto. Él mismo no se caracterizó de tal manera, a lo más lo hizo algún crítico despistado, de esos que no faltan. Por otro lado, el adjudicar una tan tremenda o desmesurada ambición artística a 2666, al parecer, parte, o se origina en el mismo autor de este artículo-comentario. La ambición, ahora sí desmesurada, de 2666, radica en su monumentalidad (un artificio, como se sabe, más bien editorial que autorial), en su incrustación política, sobre todo en La Parte de los Crímenes, y en su extraordinaria facilidad de construir, abordar y relacionar episodios aparentemente inconexos entre sí.

Las continuas quisquillosidades, si se me permite el término, tales como: ¿Era realmente necesario? ¿Para esto usa su inteligencia? ¿Un autor como Bolaño? ¿Un lector de Joyce?, no hacen más que corroborar que más que comentar, el autor de este artículo-comentario prefiere –camino válido, por cierto- ubicarse en el terreno siempre ferragoso del crítico impune, que denosta lo que se le cruza por delante, obviado en su accionar un tanto vengativo. El comparar La parte de los crímenes con Hammett o Chandler, es un camino sin destino, argumento sólo aceptado en pos de un silencio total. Pensar, por el solo hecho de que si hay crímenes presentes se parodia a Chandler o Hammet, me parece la más obtusa –hasta diría ignorante, pero suena mal- de las salidas probables. La parte de los crímenes es enumeración, dislalia narrativa, si se quiere, escatología, aburrimiento, taxonomía, furia e injusticia. La historia se completa: una historia particular multiplicada por setenta y ocho da como resultado una tragedia de proporciones (sólo entendible desde la no ficción, de ahí el formato). Es un artilugio sofisticado y sin encuadre. Acaso sea más un parte policial que sesgo genérico; una colección de certificados de defunción, más que ficción narrativa. Hay, por decir lo menos, un gran salto entre La parte de los crímenes y El largo adiós, novela excelente, pero que responde al tempo y desarrollo clásico de la novela negra. (Un entre paréntesis: superar al autor parodiado no es el único camino, en mi opinión, o no tendríamos obras tan magníficas dentro de la poesía reciente chilena, digamos de los últimos cuarenta años, como las del mismo señor Zurita).

“Esto ya fue hecho”, “Hacer esto y no haberlo superado”, “Podría haber intentado otro camino y tampoco habría sido tan nuevo”, son frases que inundan el artículo-comentario. Lo que podría entenderse si Zurita hubiera sido uno de los numerosos aludidos por Bolaño en sus constantes, y muy poco correctos políticamente, comentarios acerca de la literatura nacional y sus representantes (sus comentarios acerca de Isabel Allende, Volodia Teitelboim, Rivera Letelier, la escritora maldita Diamela Eltit y Marcela Serrano, entre otros y otras). Un artículo-comentario-que-sangra-por-la-herida, habría titulado este post-comentario en ese caso.

Es más, Zurita, en un arrebato de creatividad, propone nuevas soluciones para La parte de los crímenes: “Esto podría haber sido hecho así”; luego de lo cual... reúne a los lectores de Bolaño y los califica de “literatosos, intelectualosos y aspirantes a Rimbaud”. (Risas). Y de este modo, un asunto que parece descabellado, inexacto y hasta infantil (usando la consabida técnica de: tú me dices esto, pero yo te digo esto otro), se transforma, de manera rápida y brutal, en lo que finalmente es, un artículo-comentario que si bien no sangra por la herida, ya que en un afán de conseguir credibilidad, Zurita elogia algunos rasgos de Bolaño y su novela (es inteligente, se salvan 350 páginas de 2666), sí demuestra el clásico desparpajo de la crítica chilena: habla desde el piso y comenta los aviones, como bien dice el dicho vasco, explicitando la imposibilidad y el abandono de quien busca el borde impreciso de las cosas.

Si bien nunca he sido un acérrimo admirador de 2666, y en eso coincido con el buen Zurita (2666 no es una obra maestra, sino una novela convencional), lo que llama la atención es el tono del escrito. La duda que provoca y el mal sabor de boca que deja al finalizar su lectura. Acaso habría sido mejor disertar sin aspavientos y sobre todo sin esas quejillas que más suenan a discurso precario y niñológico que a comentario de un autor serio acerca de la obra de un semejante.

En cualquier caso, y como ya nos advirtió el más errante de los españoles, que Dios nos dé paciencia para llevar bien el mal que han de decir o mencionar, más de cuatro sutiles y almidonados. Vale.