jueves, 6 de marzo de 2008

Los márgenes del mundo

por Alberto Olmos










La soterrada trayectoria literaria de Roberto Bolaño tomó altura cuando, en 1998, publicó su novela Los detectives salvajes. Se trataba de un texto abrumador, polifónico y metaliterario. Su éxito multiplicó las traducciones de la obra de Bolaño y convirtió su nombre en referente indiscutible de (algo así como) la nueva literatura hispanoamericana.

Lo primero que puede llamar la atención del lector atento que ahora se acerque a esta novela es la escasa similitud entre su contenido y lo que la contraportada y los críticos dicen que contiene. «Dos amigos unen fuerzas para localizar a la escritora Cesárea Tinajero, en un viaje detectivesco que ocupa media vida y medio mundo». Eso dicen. Lo cierto es que Los detectives salvajes parece más una búsqueda de los dos «detectives» que de ninguna otra persona, y que Cesárea Tinajero es buscada y encontrada en apenas unos meses, siendo los veinte años posteriores a este hallazgo (que nada tienen que ver con la ilocalizable literata) el auténtico cuerpo narrativo de la novela.


Diario + Entrevistas + Diario

La novela viene dividida en tres partes. La primera de ellas la conforma el diario de Juan García Madero, y nos sitúa en el México de 1975. La segunda parte, mucho más extensa que las demás, es una acumulación de testimonios de estirpe periodística que «alguien» va recogiendo por todo el mundo durante 20 años y en los que, de una u otra manera, se menciona siempre a Arturo Belano y Ulises Lima, los protagonistas del libro. La parte final es nuevamente el diario de Juan García Madero, que simplemente ha sido interrumpido por el autor con las cuatrocientas páginas anteriores.

Descartado que Los detectives salvajes sea un novela sobre la búsqueda de determinada escritora, concluyo que la obra tiene por objeto detallar la errancia internacional de dos inadaptados, narración que se hace de manera indirecta con una estructura similar a la de Faulkner en Mientras agonizo. Sin embargo, mientras en esta novela de Faulkner lo capital es el relato de los avatares de la familia Bundren, en Los detectives salvajes queda en primer plano la vida del testigo, que en algunas ocasiones se olvida de que «alguien» le está preguntando por Arturo Belaño y Ulises Lima y se dedica a narrar su particular historia.


Un confusa primera parte

La primera parte del libro abunda en la tópica figura del jovencito universitario que quiere ser escritor. El lector asiste a sus encuentros poéticos, sus desvelos bibliotecarios y su desaforada fornicación, que es en realidad de lo que va siempre todo esto de ser poeta. El estilo y lo narrado no presentan un brillo excesivo y la narración llega en algunos momentos a volverse repetitiva y poco verosímil. Especialmente confusa es la fragmentación del texto, ese fechar cada episodio como si de un diario se tratara, cuando es imposible que García Madero escriba todos los días y en todas las casas en las que está y hasta dentro de un automóvil. Un detalle que descalifica la condición diarística del texto se encuentra en la página 112: «Aunque ahora que lo escribo no consigo ver con la misma claridad que entonces...», que sitúa la escritura en un tiempo muy alejado de lo narrado, lo que hace del todo inverosímil que el narrador se acuerde de qué día exacto fue de librerías, y qué día exacto no hizo absolutamente nada.


Apoteosis

Vadeadas las desconcertantes primeras páginas, llega la apoteosis del talento. Un sinfín de narraciones fascinantes va acumulándose cronológicamente para llevarnos del año 1976 en México al año 1996 en diversas ciudades europeas. Estas narraciones son de una extraordinaria variedad, y en muchas ocasiones recuerdan a los testimonios que podría haber recogido un periodista de televisión cámara en mano. La coloquialidad es el timbre dominante de estos relatos, que, como ya se dijo más arriba, parecen girar en torno a la presencia de Belano o Ulises Lima en la vida de estas personas. Algunos fueron amigos suyos, otros sus jefes laborales, otros compañeros de trabajo, o amantes, o poetas y amigos también exiliados. Todos tienen una historia aparte de la historia de su encuentro con los «detectives salvajes», y esas historias que se van contando, sin ninguna relación entre ellas, edifican casi milagrosamente un bloque narrativo indivisible, porque cada historia bien podría ser un cuento aislado, pero hay algo en la dinámica de esta fragmentación que vuelve todos esos relatos individuales una misma fluencia, y que saca a esta novela del populoso catálogo de las novelas que no son tal sino una suma indiscriminada de historias.

El primer testimonio emocionante se titula "Auxilio Lacouture, Facultad de Filosofía y letras, UNAM, México DF, diciembre de 1976". Los militares toman la universidad y Auxilio se refugia en un cubil del cuarto de baño, en lo que ella califica como «el último reducto de autonomía de la UNAM». Y allí piensa cosas como ésta: «Supe que tenía que resistir. Así que me senté sobre las baldosas del baño de mujeres y aproveché los últimos rayos de luz para leer tres poemas más de Pedro Garfias, y luego cerré el libro y cerré los ojos y me dije: Auxilio Lacouture, ciudadana de Uruguay, latinoamericana, poeta y viajera, resiste. Sólo eso».

Algunas páginas más adelante, pueden localizarse pasajes que remiten a la biografía real de Roberto Bolaño (trabajador en un cámping, página 243) lo que viene a confirmar la sospecha primera de que tras Arturo Belano está el propio autor. Además, otros elementos de la realidad, en concreto del mundo literario, sirven para armar numerosos episodios dentro de la novela. Autores como Antonio Muñoz Molina y críticos como Ignacio Echeverría protagonizan diversas escenas bajo los nombres de Aurelio Baca e Iñaki Echavarne, respectivamente. Esta divertida variación bautismal tiene un momento especialmente ácido en el episodio del abogado y editor Xosé Lendoiro, cuya nómina de poetas es como sigue: Gabriel Cataluña, Rafael Logroño, Ismael Sevilla, Ezequiel Valencia, Toni Melilla, etcétera. El propio Xosé Lendoiro protagoniza páginas memorables, trufadas de citas en latín y expresiones lingüísticas de estirpe barroca, con clara intención paródica: «(...) orgullosas como perras, la carne débil y la carne fuerte, maceradas en el atanor del destino, si se me permite la expresión, una expresión carente de significado, pero dulce como una perra perdida en las faldas de una montaña».

Historias delictivas, relatos fantásticos, amoríos, personas enriquecidas por una iluminación quinielística, cárceles... todo va inclinando este libro hacia los márgenes del mundo, las personas desubicadas y su circunstancia a menudo miserable.

Hacia el final de la segunda parte, una frase de uno de los «testigos» parece descubrir el misterio. Andrés Ramírez (página 383) dice: «Mi vida estaba destinada al fracaso, Belano, así como lo oye». Esta afirmación puede hacernos pensar que Arturo Belano es el que está entrevistando a toda esta gente, pero eso es imposible ya que todas estas personas hablan de él. Por ello, la estructura subterránea de esta genial segunda parte (es decir, la respuesta a la pregunta: ¿a quién se lo cuentan?) mantiene su secreto, lo que hace de estas páginas algo digno de releerse con mayor afán detectivesco.


Final

El último segmento de Los detectives salvajes nos devuelve a la búsqueda de Cesárea Tinajero. Muy hábilmente, Bolaño ha intercalado en la segunda parte numerosos episodios en los que Belano y Lima hablan con un tal Amadeo Salvatierra sobre el paradero de la escritora. El diario de García Madero en esta ocasión resulta menos comprometido, y su lectura constituye una especie de suave aterrizaje después de las escandalosamente inteligentes páginas anteriores.

La novela concluye sin palabras, de una manera original que certifica las tremendas aspiraciones de posteridad que alientan esta importante novela.