lunes, 28 de septiembre de 2009

Historia universal de la envidia

por Alejandro Zambra
La Tercera. 27.09.2009




“Es fácil hablar de él: es exótico, tiene una biografía interesante y está muerto”, dijo Richard Ford en una entrevista que concedió a La Tercera hace algunas semanas, con ocasión de su visita a Chile. El aludido es Roberto Bolaño, a quien Ford considera un escritor sobrevalorado en Estados Unidos, donde, a su juicio, “todos hablan de él, todos escriben de él, pero nadie lo ha leído”. Tampoco Ford lo ha leído mucho que digamos, pues como único argumento literario señaló que las escenas de sexo de Los detectives salvajes eran buenas, pero que la novela le había parecido muy larga.

Siempre me ha impresionado la liviandad con que los escritores hablan sobre sus colegas, sobre todo cuando pontifican con argumentos tan básicos y vagos. Decir que una novela es muy larga debería ser el punto de partida para una cierta argumentación, pero en este caso fue solamente una salida desmitificadora que encubre una envidia grande e incomprensible. Ford es un escritor consagrado a quien sin embargo le duele el éxito de un latinoamericano, de un inmigrante que llegó, de repente, a remecer a una literatura tan pagada de sí misma como es la norteamericana.

Seguramente el público que presenció la conferencia de Richard Ford en la Universidad Católica estaba integrado por dos o diez o en el mejor de los casos quince lectores de su obra y el resto era gente que no había leído y tal vez nunca leerá sus libros. A mí me gusta lo poco que he leído de Ford y me parece valioso que se haya tomado la molestia de venir a Chile, aunque sólo fuera para conocer el paisaje y airear un rato el ego, pero sus opiniones sobre Bolaño me parecen mezquinas y atarantadas.

Explicar la estupenda recepción de las novelas de Roberto Bolaño en Estados Unidos es tan fácil o tan difícil como explicar su buena estrella en Chile o en Israel o Italia. Obviamente en cada país hay variables específicas que determinan el éxito de un libro o de un autor, pero el hecho esencial es la calidad de las novelas de Bolaño, que resisten de lo más bien las pataletas de moros y cristianos. De vez en cuando la gran literatura se hace un lugar en el tinglado donde campean los bestsellers y la autoayuda. Por eso uno espera que los viejos, los que ya dieron todas las peleas, actúen como lectores y no como pololos celosos. Que hablen a favor o en contra, pero con seriedad.

Pero no suele ser así. Parece que incluso los grandes escritores envejecen mal. Parece que todos quieren llevarse la literatura a la tumba, para morirse convencidos de que no había ninguno mejor que ellos. Seguro que hace años dejaron de leer, tal vez porque estaban demasiado ocupados recorriendo el mundo para ser venerados por las glorias pasadas. Es triste este asunto, aunque, como decía Henry Miller, la gente no sufre por falta de buena literatura: sufrimos por otros numerosos motivos pero no porque escaseen esos libros que finalmente, de alguna forma, nos consuelan.

La literatura no está en crisis. Están en crisis los mecanismos de difusión y distribución y el libro como formato exclusivo, pero no la literatura. El mejor escritor de mi generación tal vez es alguien que todavía no publica y ahora mismo escribe, en soledad, un libro bello, libre y necesario. Yo quiero leer ese libro. Todos deberíamos querer leer ese libro.

Afortunadamente todavía algunos escritores, por más viejos que sean, siguen mostrándose generosos con los recién llegados, y no por solidaridad o demagogia sino porque realmente les interesa la literatura; porque se dan el tiempo de leer a los demás, porque siguen buscando lo que buscamos al leer a Proust o a un narrador de 20 años: palabras nuevas que nombren las experiencias que conocemos pero no sabíamos cómo nombrar.