lunes, 24 de mayo de 2010

Mago de un solo truco

por Darío Jaramillo Agudelo
Babelia. 14.04.2007









No me gusta hablar de lo que no me gusta. Prefiero equivocarme en el elogio. Cuando abandono un libro es porque la ecuación placer/dolor está de este último lado. Nunca me impongo la lectura como un cilicio. Sobre todo la de poesía y la de novelas. Soy lector sibarita. Cuando dejo un libro, en especial aquellos textos que vienen bendecidos por cierto consenso, tiendo a pensar que se trata de una carencia mía. Con Bolaño me sucedió eso. Fracasé. Tratándose de un autor tan reconocido, de seguro el problema es mío. Perdí por completo el interés en él.

Ahora, con motivo de esta valoración que presenta El País, me obligo a tratar de aclarar(me) los motivos de mi fracaso. Leo algunas páginas. Tiene pocos recursos y los repite sin variar. Me doy cuenta de que su prosa va en remolinos. En cada párrafo uno pasa varias veces por la misma palabra. Abusa de la aliteración hasta el cansancio. Con esa muletilla, da la impresión de estar conversando, siempre con el mismo tono, que fluctúa entre la cantaleta y la salmodia. Mis ideales son otros, distintas mis admiraciones. Por mi parte, mientras leo voy tachando. Admiro la economía de medios. Me parece maravillosa, y dificilísima de lograr, una prosa como la de Pedro Zarraluki, como la de Martínez de Pisón, como la de Andrés Trapiello, todas distintas entre sí como para demostrar que la sobriedad no es monotonía. En cambio ese ir en eses es heces, digo para aliterar como alitera y repetir como repite Bolaño en dosis tan excesivas, que terminan por denunciar la bisutería de una prosa bastante poco recursiva. Bolaño es mago de un solo truco, retorcido (como un remolino), adornado truco, pero siempre igual a sí mismo. Es ahí cuando uno puede ver con nitidez la diferencia entra la pobreza -maquillada- y la difícil y maravillosa sencillez.

Ahora lo tengo más claro. Fracasé con Bolaño porque me marea su repetidora. (De seguro estoy equivocado. Definitivamente no me gusta hablar de lo que no me gusta).










lunes, 17 de mayo de 2010

Una energía que no todos pueden seguir

por Guillermo Fadanelli
Babelia (dossier). 14.04.2007










Hace apenas unas semanas llegué a Berlín, donde permaneceré un año. Para el viaje dispuse de 50 libros que habrían de acompañarme en la aventura: ensayos, novelas que acumulan sobre sí varias lecturas, relatos de escritores alemanes (para ejercer la hipocresía) y ninguna obra de Roberto Bolaño. Mis amigos que a su vez son escritores mexicanos discuten acerca de Bolaño, a unos les parece que se ha hecho una tormenta en un vaso de agua, es un buen escritor dicen, pero nada más. En cambio, otros lo consideran un Dios de talento no sólo evidente, sino indiscutible. Aunque he leído buena parte de la obra del escritor chileno me he mantenido fuera de la contienda. ¿Con qué se queda uno después de leer una novela? Acaso con un vaso roto y un conjunto de maldiciones, nadie lo sabe. Yo creo que Bolaño era un gran escritor: incontenible en su producción e impredecible en sus historias. Además es simpático, es decir, que su relatar tiene gracia, humanidad. Cuántos escritores conocemos sin una sola de gota de gracia. ¿Los contamos? No acabaríamos en varios días. Me sorprende de varios escritores su furia narrativa: no saben detenerse. Me imagino que también le sucedió a Bolaño, pero su caso es distinto porque casi siempre salió bien librado. ¿A qué se debe eso? Ojalá lo supiera, pero sospecho que su poder de fabulación extraordinario sumado a un talento para hacer de cualquier hecho un acontecimiento narrativo lo ponen del lado de los buenos. Los detectives salvajes me parece por mucho una obra más que importante, pese a que me arrastré para llegar a la última página. Y es que Bolaño tiene esa energía de escritor-niño al que no todos pueden seguir. Y bueno, el entusiasmo se acaba: en sus relatos me siento bastante más cómodo, pero menos emocionado.

La discusión a la que aludí líneas atrás no tiene mayor sentido: cuando un escritor va más allá del mero oficio de narrar y crea un mundo desconocido, imposible, capaz de hacer de la imaginación de sus lectores un campo de batalla, estamos frente a un escritor de verdad. Y Bolaño lo era de sobra. (Ahora bien, mis cincuenta libros son intocables).










martes, 11 de mayo de 2010

Cuando el arte nace a la contra

por Mario Bellatín
Babelia (dossier), 14 de Abril de 2007











Lo que más llamó desde un principio mi atención con respecto a Roberto Bolaño fue que su obra es precisamente lo contrario a lo que se esperaría que fuera. Haciendo un rápido recuento a sus circunstancias de vida, a la época en la que ésta transcurrió, a su forma de asumir la realidad, a los acontecimientos que le tocó experimentar, la admiración mayor es que nos encontramos con una serie de libros publicados que desmienten de una manera rotunda una serie de mitos de época, detrás de los cuales muchos de sus compañeros de generación trataron de ocultar su mediocridad narrativa. Los libros de Roberto Bolaño, magníficos en sí mismos, adquieren para mí una importancia mayor porque de alguna manera representan lo que considero como arte: todo aquello que surge justamente cuando todo está dado para que no ocurra. Los libros de Bolaño me parecen pequeños milagros cuya existencia sólo se puede entender si se tiene fe en que la verdadera escritura se encuentra siempre por encima de cualquier condición inmediata. Incluso la de la existencia del propio autor.










miércoles, 5 de mayo de 2010

Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño

por Christopher Domínguez Michael
Letras Libres, México. 05.2004











De las miles de páginas, indignadas o conmovidas, que los escritores latinoamericanos han escrito sobre las dictaduras militares que reinaron en el cono sur en las últimas décadas, pocas me han parecido tan eficaces, por fantasmagóricas, como las dedicadas por Roberto Bolaño en Nocturno de Chile a un inverosímil general Pinochet tomando clases de marxismo con el sacerdote y crítico literario Sebastián Urrutia Lacroix, conocido como el cura Ibacache. Sólo un prosista del refinamiento intelectual de Bolaño podía retratar el terror mediante una anécdota espectral, sin recurrir a las convenciones manidas, poniendo ante una Junta Militar ansiosa de conocer la ideología del enemigo marxista a un poeta improvisado, con relativo éxito, como exegeta de Marta Harnecker.

Para llegar a ese punto Bolaño logra, en tan sólo 150 páginas, una obra maestra de la novela corta, cuya progresión asfixiante cubre el enigma de la vocación artística, la maldición de la crítica literaria, las rarezas del estado eclesiástico y la real o supuesta banalidad del mal. Son al menos cuatro problemas planteados en una narración que no concede respiro al lector. Siguiendo el recurso de Hermann Broch en La muerte de Virgilio, Bolaño (Santiago de Chile, 1953) pone en marcha la memoria fugada de un moribundo, o de un afiebrado que se siente morir, dispuesto a relatar algunos de los momentos clave de una vida más bien superflua.

Nocturno de Chile nos recuerda que la realidad novelesca sólo alcanza el sentido poético del mundo cuando crea, al mismo tiempo, caracteres y atmósferas. Sebastián Urrutia Lacroix deberá iniciar su educación sentimental cruzando la aduana del crítico Farewell, príncipe de la literatura chilena. Con singular libertad, Bolaño presenta una versión de quien en la realidad fue, me parece, Hernán Díaz Arrieta (1891-1984), conocido durante medio siglo por su nombre de pluma, Alone. Reseñista compulsivo, Alone dejó una obra enorme, entre la que destaca Pretérito imperfecto. Memorias de un crítico literario (1976) y la Historia personal de la literatura chilena (1954). Heredero austral y tardío de Sainte-Beuve, Alone, Farewell en Nocturno de Chile, practicó la vieja crítica mediante "un esfuerzo civilizador, en un esfuerzo de tono comedido y conciliador, como un humilde faro en la costa de la muerte", apunta irónicamente Bolaño.

Alone fue un comprometido periodista de derechas, lo que no le impidió ser amigo y protector de Pablo Neruda. El cura Ibacache dialoga con Farewell desde la fiebre: "me gustaría decirle que hasta los poetas del partido comunista chileno se morían porque escribiera alguna cosa amable de sus versos". Y es precisamente ante Neruda, en el fundo de Farewell, donde el pobre cura, humillado por su alzacuello tanto como por su pubertad lírica, pasa su rito de iniciación, volviéndose coime o acólito del gran crítico.

Desde La literatura nazi en América (novela, 1996), Bolaño decidió jugar —apostando muy en serio— con los fantasmas ideológicos del siglo. Para ello, Chile es un lugar apropiado de manera siniestra, tanto por la brutal represión que siguió al derrocamiento de Allende, como por la abrumadora presencia del nacionalsocialismo en ese país desde antes de 1933, como lo documenta exhaustivamente Víctor Farías en Los nazis en Chile (Seix Barral, 2000). Personajes reales como Miguel Serrano (1917), huésped y corresponsal de Hermann Hesse y C.G. Jung en la posguerra y, desde sus exploraciones antárticas de juventud, esoterista convencido de que Hitler goza de cabal salud en el Polo Sur, prueban que los fantasmas de Bolaño son algo más que vidas imaginarias. Por cierto, algunos de los viejos amigos de Serrano, intachables personalidades literarias de la izquierda chilena, aseguran en privado que el sujeto es todo menos un mal escritor.

Pero volvamos a...

Pero volvamos a Farewell y el cura Ibacache, ancianos pinochetistas quienes no comprenden el significado político de la muerte de Neruda, ocurrida unos días después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Este es otro de los momentos culminantes de Nocturno de Chile:

Al día siguiente fuimos al cementerio. Farewell iba muy elegante. Parecía un buque fantasma, pero iba muy elegante. Me van a devolver mi fundo, me dijo al oído [...] Luego alguien se puso a gritar. Un histérico. Otros histéricos le coreaban el estribillo. ¿Qué es esta ordinariez?, preguntó Farewell. Unos retoques, no se preocupe, ya estamos llegando al cementerio. ¿Y dónde va Pablo?, pregunto Farewell. Allí delante, en el ataúd. [...] Qué pena que los entierros ya no sean como antes, dijo Farewell. En efecto, dije yo. Con panegíricos y despedidas de todo tipo, dijo Farewell. A la francesa, dije yo. Le hubiera escrito un discurso hermoso a Pablo, dijo Farewell y se puso a llorar. Debemos de estar soñando, pensé yo. Al marcharnos del cementerio, tomados del brazo, vi a un tipo que dormía apoyado en una tumba. Un temblor me recorrió la columna vertebral. Los días que siguieron fueron bastante plácidos. Yo estaba cansado de leer a tantos griegos, así que volví a frecuentar la literatura chilena.

El cura Ibacache nunca pasará de ser un écrivain raté, atormentado por un joven doble y perseguido por las sentencias escépticas de Farewell, "de qué sirve la vida, para qué sirven los libros, son sólo sombras". Si su indiferencia ante la historia es fantasmagórica, si su relación con la poesía está de antemano condenada por su reputación de crítico, queda la vocación sacerdotal. Pero, como un abate de corte dieciochesco, su vida clerical sólo resplandece durante un viaje eclesiástico por Europa, enviado por el Opus Dei, para revisar la restauración de iglesias y basílicas. El cura literato de Nocturno de Chile acaba conociendo una red italiana, francesa y española de clérigos colombofóbicos que convierten sus campanarios en nichos de cetrería, pues sólo los halcones pueden destruir a las palomas, incriminadas por el deterioro sistemático de los monumentos de la Iglesia Católica.

Tras el golpe militar, indiferente a la función del crítico como faro civilizador desde la costa de la muerte, el cura Ibacache recibe la extraña propuesta, que debe mantener en absoluta confidencialidad, de instruir a los generales golpistas en la ideología marxista. En esas sesiones Pinochet destaca como el más paciente de sus alumnos, quien al final se confiesa superior a los presidentes Alessandri, Frei y Allende pues él, a diferencia de éstos, sí ha escrito libros, aunque fuesen de geopolítica y en ediciones militares.

"La décima clase", leemos en Nocturno de Chile, fue la última. Sólo asistió el general Pinochet. Hablamos de religión, no de política. Al despedirme me dio un obsequio en su nombre y en el de los demás miembros de la Junta. No sé por qué yo había pensado que la despedida iba a ser más emotiva. No lo fue. Fue una despedida en cierto modo fría, correcta, condicionada por los imperativos de un hombre de Estado. Le pregunté si las clases habían sido de alguna utilidad. Por supuesto, dijo el general. Le pregunté si había estado a la altura de lo que de mí se esperaba. Váyase con la conciencia tranquila, me aseguró, su trabajo ha sido perfecto. El coronel Pérez Larouche me acompañó hasta mi casa. Cuando llegué, a las dos de la mañana, después de atravesar las calles vacías de Santiago, la geometría del toque de queda, no pude dormir ni supe qué hacer. Me puse a dar vueltas por el cuarto mientras una marea creciente de imágenes y de voces se agolpaba en mi cerebro. Diez clases, me decía a mí mismo. En realidad, sólo nueve. Nueve clases. Nueve lecciones. Poca bibliografía. ¿Lo he hecho bien? ¿Aprendieron algo? ¿Enseñé algo? ¿Hice lo que tenía que hacer? ¿Es el marxismo un humanismo? ¿Es una teoría demoniaca? ¿Si les contara a mis amigos escritores lo que había hecho obtendría su aprobación? ¿Algunos manifestarían un rechazo absoluto por lo que había hecho? ¿Algunos comprenderían y perdonarían? ¿Sabe un hombre, siempre, lo que está bien y lo que está mal?

Al final, el cura Ibacache le cuenta al crítico Farewell su secreto. Todo Chile se entera. Y nadie dice nada. Nada. Esa respuesta conduce a Bolaño a cerrar Nocturno de Chile con la última aventura del cura Ibacache en el Chile del terror.Dejo al lector la averiguación del desenlace, donde el clérigo letrado se enfrentará a dilemas de conciencia mucho más agudos que las lecciones de marxismo a Pinochet, tocando un Nocturno de Chile esclarecedor, si ello es posible, de las fibras íntimas de una cultura.

Las trepidantes primeras cien páginas de Los detectives salvajes (1998), ese retrato de la vida literaria mexicana de los años setenta que ninguno de nosotros estaba en condiciones de escribir, demostró el enorme talento de Roberto Bolaño. Pero esa novela, tan aclamada, sufre de una tara frecuente en la ficción latinoamericana, ese bizantinismo que nos impide cortar el flujo narrativo sin perder el hilo novelesco. En cambio, en novelas cortas como Estrella distante (1996) y, ahora, Nocturno de Chile, Bolaño demuestra, sin duda alguna, que es uno de los dos o tres narradores latinoamericanos más dotados de nuestra época. Pocos como él sacaron tanto provecho de la diáspora sudamericana de los años setenta, convirtiendo los dolores ideológicos en profecías literarias, encontrando en el terror su esencia metafísica, demostrando que la prosa puede y debe ser, al mismo tiempo, un juguete literario y una apuesta por la gravedad. Las obras de Bolaño, una más, otra menos, presentan a un escritor que pertenece simultáneamente a varias literaturas, no sólo, como se ha dicho, a la mexicana y la chilena, sino a la tradición universal de la novela, virtud de la que pocos escritores se pueden jactar.

En su brevedad, Nocturno de Chile presenta, cosa siempre rara, a un personaje difícil de olvidar, ese cura Ibacache, que concentra atributos sólo visibles en la más alta elaboración artística, desde la personalidad del lenguaje hasta el horror de la historia, el pasmo de la vocación crítica y la novela como casa donde impera no la imitación servil de la vida, sino la experiencia de la literatura.










Robert Bolaño's By Night in Chile

by Louis Proyect
Book Review. 10.05.2004










While most people might feel the need to confess on their deathbed, the Opus Dei priest of Robert Bolaño's By Night in Chile does just the opposite. Over the course of this intense novella, Sebastián Urrutia Lacroix attempts to justify his collaboration with the Pinochet regime to his readers, yet seems determined above all to convince himself that he was without sin. The opening sentences set the tone for the entire work:

"I am dying now, but I still have many things to say. I used to be at peace with myself. Quiet and at peace. But it all blew up unexpectedly. That wizened youth is to blame. I was at peace. I am no longer at peace. There are a couple of points that have to be cleared up. So, propped up on one elbow, I will lift my noble, trembling head, and rummage through my memories to turn up the deeds that shall vindicate me and belie the slanderous rumours the wizened youth spread in a single storm-lit night to sully my name. Or so he intended. One has to be responsible, as I have always said. One has a moral obligation to take responsibility for one's actions, and that includes one's words and silences, yes, one's silences, because silences rise to heaven too, and God hears them, and only God understands and judges them, so one must be very careful with one's silences. I am responsible in every way. My silences are immaculate. Let me make that clear. Clear to God above all. The rest I can forego. But not God. I don't know how I got on to this. Sometimes I find myself propped up on one elbow, rambling on and dreaming and trying to make peace with myself".

Despite being a priest (or perhaps as a result of being one), Urrutia has lived a life in which morality was the least of his considerations. His main calling was not to serve god, but to make it the literary world as a poet and critic. Throughout his narrative, he recounts the various encounters that helped him achieve that goal, starting with a weekend at the country estate of "Farewell", the name he gave to a wealthy Chilean writer. It was there that he met Pablo Neruda, the greatest poet in Chilean history and a life-long Communist. Father Urrutia is in awe of Neruda, who spent the evening "reciting verses to the moon".

The next day, while strolling about Farewell's property, he takes a wrong turn and finds himself among some "rather godforsaken-looking orchards", being tended by a boy and a girl who were "naked like Adam and Eve". Urrutia recounts, "The boy looked at me: a string of snot hung from his nose down to his chest. I quickly averted my gaze but could not stem an overwhelming nausea. I felt myself falling into the void, an intestinal void, made of stomach and entrails".

This reaction would betray a certain inability on Urrutia's part to engage with an aspect of Neruda's poetry that is not focused on the moon and stars, but rather on more mundane matters:

My love, we are not fond
as the rich would like us to be,
of misery. We
shall extract it like an evil tooth
that up to now has bitten the heart of man.
("Poverty," from The Captain's Verses)

Through persistent hard work, the priest Urrutia becomes a member of the Chilean literary and intellectual establishment, which he sees in terms of any hierarchy with a pecking order: "I wrote articles. I wrote poems. I discovered poets. I praised them. They would have sunk without a trace if not for me. I was probably the most liberal member of Opus Dei in the whole Republic". Even the poets of the Chilean Communist Party "were dying for a kind word from me, a word of praise for their poetry".

It is possible that Urrutia was inspired by an influential Opus Dei literary critic of the right wing newspaper El Mercurio. The role of the Catholic Church in general and Opus Dei in particular in the Chilean counter-revolution is a story in itself. According to Catholic scholar and activist Anne Pettifer:

"The Church never distanced itself from the Pinochet regime, which was largely comprised of Roman Catholics in good standing. (One of the think tanks instrumental in planning the coup was staffed by zealous, far-right Catholics.) No one was ever excommunicated, and when Pope John Paul II celebrated a public Mass during his visit to Chile in the late 1980s he gave the Eucharist to the General and his cronies. Some of these men must have been involved in the Santiago Stadium where so many Chileans were liquidated. At a rally in Chicago not long after the coup, I heard Victor Jara's widow describe the manner in which her husband -the great Chilean folk-singer and poet- had been killed in the Stadium. His hands were cut off; then a guitar was thrust at him and he was told to play".

Throughout his career, Urrutia remains impervious to Chilean politics. When Allende arrives on the scene, his aesthetic aloofness faces its greatest challenge. It was almost impossible for him to ignore the clashes between the country's haves and have-nots, despite his best efforts:

"...Allende went to Mexico and visited the seat of the United Nations in New York and there were terrorist attacks and I read Thucydides the long wars of Thucydides, the rivers and plains, the winds and the plateaux that traverse the time-darkened pages of Thucydides, and the men he describes, the warriors with their arms, and the civilians, harvesting grapes, or looking from a mountainside at the distant horizon, the horizon where I was just one among millions of beings still to be born, the far-off horizon Thucydides glimpsed and me there trembling indistinguishably, and I also reread Demosthenes and Menander and Aristotle and Plato (whom one cannot read too often), and there were strikes and the colonel of a tank regiment tried to mount a coup, and a cameraman recorded his own death on film, and then Allende's naval aide-de-camp was assassinated and there were riots, swearing, Chileans blaspheming, painting on walls, and then nearly half a million people marched in support of Allende, and then came the coup d'etat, the putsch, the military uprising, the bombing of La Moneda and when the bombing was finished, the president committed suicide and that put an end to it all. I sat there in silence, a finger between the pages to mark my place, and I thought: Peace at last".

Once Pinochet is in power, he decides that he and his top aides need a crash course in Marxism, so as to better understand the nature of the beast they are trying to exterminate. Who do they turn to for a lecturer, but Father Urrutia. As a member of the intellectual establishment, he had mastered the abc's of Marxism. After the first night's lesson on the Communist Manifesto was completed, he gave them a reading assignment: Marta Harnecker's "Basic Elements of Historical Materialism". For the remainder of the classes, the goons in uniform seem fixated on her, whose various writings were discussed throughout. Once he heard "muffled voices of the generals talking about Marta Harnecker." One of them said that she was intimately acquainted with a pair of Cubans. That leads Pinochet to ask, "Are we talking about a woman or a bitch?". It is apt for Bolaño to choose Harnecker as a foil to the military barbarians and the amoral priest, since her life-long struggle to challenge capitalist oppression in Latin America is widely recognized.

Bolaño's By Night in Chile is not only a devastating attack on the spinelessness of the certain literati in face of capitalist brutality, it is also a literary achievement that breaks new ground in a Latin American fiction that has lately shown a tendency toward magical realist formulae or slavish imitation of European postmodernism.

In the February 22, 2003 Guardian, Ben Richards reported that Bolaño, who left Chile in 1973, is "underwhelmed" by the contemporary literary scene there. In seeking to escape a saccharine magic realism, he was offered several choices. You can imitate the European "greats", either directly like Proust or their Latin American wannabes like Borges. The other is to embrace popular culture in the context of a globalized marketplace as typified by the MacOndo movement led by the Chilean Alberto Fuguet. His "Movies of My Life" takes place in a Los Angeles hotel room and consists of reminiscences about seeing "Jaws", etc. McOndo draws its name from Macondo, the fictional town from magical realist bellwether Gabriel Garcia Marquez's One Hundred Years of Solitude. In an essay against magical realism in Foreign Policy, Fuguet called magical realism "overfolkloric" and the writers of his movement "in-your-face".

Bolaño is obviously not a member of any school. His style and voice are utterly unique. Since, as Henry James once pointed out, all great literature is driven by character, it is clear that Bolaño knows where his priorities lie. Father Urrutia is a quintessential modern villain. Unlike Macbeth or any other Shakespearean villain who consciously plotted evil, Urrutia's greatest sin is complacency. He is the "good Chilean" who never resisted the generals. Bolaño is also a superb psychologist who can get into the mind of a character who he obviously despises while doing him justice. Urrutia is always self-aware. He knows in his soul of souls that he is doing wrong, but rationalizes his behavior in terms of an almost Hegelian belief in the larger missions of history. When told that the North American husband of one of Chile's up-and-coming writers ran a torture chamber in his basement while she ran literary salons upstairs, often with Urrutia in attendance, he remarks "That is how literature is made, that is how the great works of Western literature are made. You better get used to it, I tell him". Fortunately for the world, there is an alternative embodied by Robert Bolaño's masterful By Night in Chile.