Deriva.org. 21.04.2004
A Belano lo conocimos siete meses antes de que muriera. Por aquel entonces era otoño y venía a Madrid a instruirnos sobre cómo hacer literatura. Fue muy claro: nada más comenzar su taller, apoyado contra la mesa y fumando, dijo que no tenía ni idea. En ese momento me di cuenta, no sin regocijo, de que estábamos ante un tipo del que había mucho que aprender. Parecía un poco triste, pero siempre preparado para descerrajar un chiste en cualquier momento. A mí me daba la impresión de que muchas de sus bromas iban a caer en el vacío. Era un gran humorista.
Después comenzó a hablar sobre el vínculo necesario entre el buen escritor y una buena persona. Un buen escritor es, fundamentalmente, una buena persona. Eso fue lo que dijo con las últimas luces del atardecer a sus espaldas. Nadie creyó entenderlo. Algunos reaccionaron moralmente. A otros participantes del taller les pareció una aberración y sacaron a relucir el caso de Louis Ferdinand Céline. Lo que nadie entendió, y eso Belano lo sabía por experiencia propia, es que la literatura es, fundamentalmente, un viaje al fondo de la noche. Aquel que tiene la valentía de emprender el camino se torna una persona más cabal, más humana. Aunque sea un perfecto hijo de puta. Alguien que es capaz de escribir íntegramente es alguien que ha descendido a las profundas galerías del espíritu humano para continuar extrayendo los preciosos minerales inútiles que llenan la cueva de este animal monstruoso. Belano polemizaba con esa pequeña audiencia de potenciales escritores/as. Tal vez quería decir algo completamente otro. Tal vez para algunos, todo se reducía a un problema técnico.
Pero hay algo de lo que no dudo. Tal como Nietzsche lo creía necesario, Belano era un tipo que predicaba con el ejemplo. Esa coincidencia sobre sí mismo era una fuente de garantía.
En su justa medida, era un tipo al que le gustaba el peligro. En el colegio, entre sus compañeros, se hizo respetar. Después no le pegaría nadie. Iría a la cárcel, viviría de los ideales, masticaría la amargura y el desengaño en política, llegaría hasta el final del pasillo y entraría de nuevo en Kafka, con tranquilidad, mirando las circunstancias a la cara para dar un suspiro y fumarse otro cigarrillo. Con cierto amor del peligro. Había leído a los clásicos pero sus poemas eran los de un “perro romántico”, un sujeto desahuciado que porfía, que se levanta de su cama y sale a dar un paseo y se alegra de que la primavera vuelva a llegar ese año, aunque ya no sea tanto para él. La melancolía más digna posible dentro de esta actividad (la literaria) que se torna como un momento revelador y absurdo. Voy a conservar la frase anterior. Quiero ver si se aclara, aunque se trate de una tarea tan elíptica como fotografiar la luz.
En sus Tesis sobre la filosofía de la historia, Walter Benjamin menciona que “el pasado sólo puede ser aprehendido como una imagen que destella en el instante en el que se hace reconocible y nunca más se vuelve a ver”. Está nombrando algo que recuerda a una epifanía o una aparición. Pero, más concretamente, Benjamin contempla todo lo contrario, el instante de una desaparición. Des-aparecer es una aparición negativa, por decirlo de algún modo. Es ver lo que se acaba de ir y que nos deja con una impresión melancólica.
Debido a algún abuso o a un exceso de vergüenza, la palabra melancolía se ha convertido en un término asociado a un sentimentalismo languideciente. Da recelos hablar de melancolía sin contagiarse de los aires de una canción de moda. Ahora ¿sería posible darle un sentido que, sin rechazar la tristeza a la que invoca, recuperase un modo de ser más práctico de la melancolía? La convalidación del desaparecer en su perfecta sincronía con nuestro deseo de detenernos en la contemplación. La melancolía se torna en una forma real que se manifiesta en toda regla en el acto de desaparecer.
En el caso de Belano, la palabra desaparición tiene más de un sentido. Uno de los principales contextos viene dado por la práctica aterradora que se difundió en Chile durante la dictadura militar: la desaparición. Recordemos que el propio Belano pudo convertirse en un d.d. (detenido desaparecido) en su juventud, cuando fue encarcelado en las mazmorras de la dictadura pinochetista. La desaparición hubiera supuesto el fin de todo el futuro. Una obra completa nunca hubiera tomado cuerpo. Resulta extraño pensarlo. Eso no hubiera sido una desaparición. Sólo desaparece lo que amamos.
Tal vez, a Belano le hubiera gustado escribir un cuento sobre un mago que hace desaparecer a una mujer en su espectáculo y la mujer, efectivamente, se esfuma, desaparece de la faz del planeta. El mago, como es lógico, se desespera y se maravilla. Sus trucos han alcanzado un momento en que el efectismo y la ocurrencia real son la misma cosa. Una literatura en la que la ficción nombra a lo que desaparece y que, sin embargo, en ese último instante le infunde toda la vida.
Sin embargo, no escribió sobre un mago, sino sobre un aviador. En La literatura nazi o, en su versión extendida, Estrella distante, Carlos Wieder es el piloto acrobático que escribe poesía. Sus versos aterradores extienden por el cielo una serie de mensajes que ahondan en la más desquiciada forma de concebir el arte: como una anulación de la vida. La formidable y aterradora expresión que logramos entrever es aquella que no puede disociar la belleza de la muerte, preferiblemente violenta. Wieder, que hace desaparecer a varios, parece amar la superioridad de aquel que desprecia la vida. Una especie de sublimación holocáustica.
La muerte, esa gran desaparición.
A Belano lo conocimos siete meses antes de que ello ocurriera, ya lo he dicho. ¿He acabado por hacer un homenaje funerario, confundiéndolo todo? Me gustaría pensar que no. Bueno, de alguna forma no hay escapatoria. He hablado de alguien que ya no está, que dejó encendida la luz de su escritorio. En el extremo opuesto a su siniestro personaje (un perfecto hijo de puta) su desaparición nos contraría, nos decepciona. A quién menos queremos ver desaparecer: es esa definición infantil del amor. Belano ha desaparecido para siempre: su historia no hace más que comenzar. Poeta: tienes toda la muerte por delante.