jueves, 3 de enero de 2013

2666: Año 1 de Roberto Bolaño

por Don Clorato
Revista Proscritos, nº 24, año 3. 10.2005










Se cumple un año de la publicación de una obra que se ha constituido ya, desde su nacimiento, como una de las paradas obligatorias en el fascinante trayecto que supone la literatura latinoamericana. En octubre de 2004 llegaba a las librerías, de la mano de la editorial Anagrama, 2666, obra magna y póstuma del escritor nacido en Chile –aunque crecido literariamente en México– Roberto Bolaño (1953-2003). Pero el motivo de este artículo no es celebrar un aniversario ridículo para un texto que con toda seguridad perdurará en el tiempo y habrá de enquistarse en los manuales de historia literaria mientras sus páginas seguirán completamente vivas; el aniversario es, por el contrario, la excusa para hablar del libro, de su recepción en este primer año de existencia y de su lugar en el mundo de las letras.

Hay que señalar en primer lugar que en estos doce meses 2666 ha tenido el reconocimiento –la rendición absoluta en muchos casos– de los que entienden de esto: los críticos y los compañeros escritores de Bolaño. Empezando por Ignacio Echevarría, terrorífico crítico para los nuevos y los no tan nuevos, capaz de indignar con sus ataques directos a los autores al mismo tiempo que deslumbra con análisis certeros de las obras que merecen la pena –aunque a veces parezca que de Kafka y Musil abajo, ninguno–. Echevarría, testaferro literario de Bolaño, se ha encargado de preparar la edición de esta obra compleja e inacabada –aunque completa– y ha sido junto a los herederos quien, contraviniendo la voluntad del autor –y se lo agradecemos casi como se lo agradecimos a Max Brod–, ha defendido más firmemente que esta gran novela –en tamaño y calidad– dividida en cinco partes tan independientes como interconectadas, se publicase como un todo, un todo de más de 1.100 páginas en las que es imposible evitar la lectura del más mínimo párrafo, de tal manera subyugan al lector. Tras este temible exégeta al que es imposible tapar la boca y cuya ausencia, por cierto, hace perder mucho a cierto suplemento literario, han venido jueces más o menos implicados con Bolaño que no han podido sino reconocer la magnitud de este proyecto y situarlo entre lo mejor del año pasado –quizá sería mejor decir, no ‘entre’, sino ‘como’–. Los escritores también han mostrado su aprecio a 2666 otorgándole el último Premio Salambó y los lectores, asimismo, han respondido comprando este mamotreto de más de 35 pliegos y 30 euros, del que se llevan tiradas varias ediciones.

Pero, en fin, lo que hay que hacer no es enumerar los éxitos de crítica y público sino leer este libro que se ha erigido como el mayor acontecimiento literario de la pasada temporada. Puede que las putas tristes del más insigne ciudadano colombiano hayan tenido una repercusión mediática inmensamente mayor, pero lo que en verdad ha sido noticia relevante es este libro, que podemos situar a la par con La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, Rayuela, de Cortázar, Un mundo para Julius, de Bryce Echenique, La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, Paradiso, de Lezama Lima, Las lanzas coloradas de Uslar Pietri o la obra de Borges; es decir, junto a la élite de la narrativa latinoamericana de todos los tiempos.

Como obra magna, 2666 trata grandes temas. En esencia podríamos decir que su tema principal es la muerte, vista desde múltiples perspectivas: la muerte violenta, la muerte igualadora y distintiva, la muerte que lleva al olvido, el miedo ante la muerte, el desprecio de la muerte, etc. Pero esta novela-río de infinitos planos y ángulos enhebrados con el maravilloso hilo que constituye la prosa embriagadora de Bolaño no se acaba en este tema, que da, sin embargo, para millones de páginas. En una suerte de triángulo del horror, a la muerte se unen con especial énfasis el mal y la violencia, el mal resuelto en forma de violencia. Si a esto se añaden las interesantes y abundantes reflexiones sobre la literatura, la Historia, la memoria o el deseo, se va configurando el vasto friso que es 2666, una tentativa triunfante de obra total en la que cabe todo y nada choca con el conjunto. Una obra total que no desfallece ni en su más pequeña frase, que hace que los ojos se sequen y la mente se embote ante la incapacidad de abandonarla. Porque tal vez ahí esté la clave de la genialidad de Bolaño en este libro y en otros suyos como Los detectives salvajes. Nos enfrentamos a la más alta literatura con la máxima capacidad de entretenimiento. Muchas grandes obras de la literatura universal exigen esfuerzos a veces sobrehumanos para soportar prosas farragosas o versos insondables –que no obstante acaban premiando el sacrificio–. Bolaño consiguió aclarar al máximo su estilo –sin perder la perspectiva estética– para que otros aspectos del conjunto pudieran permitirse la mayor oscuridad, oscuridad que no se refiere tanto a la comprensión como a la turbación que queda en el alma del lector. Han pasado más de dos años desde que Bolaño falleciera. Aparte de lo trágico que ha debido de ser para los que lo conocieron y amaron, no puede sino entristecer el pensar que ya no saldrán más párrafos magistrales de su mente, aunque el legado literario que ha dejado es tal que hay para disfrutar durante toda una vida.