Septiembre
2009
A Andrés
Braithwaite
“Ignoro cuánto rato estuvimos en silencio. Sé que
hacía frío pues yo en algún momento me puse a temblar. A mi lado oí sollozar al
Ojo un par de veces, pero preferí no mirarlo. Vi los faros de un coche que
pasaba por una de las calles laterales de la plaza. A través del follaje vi
encenderse una ventana.” Éstas son, para mí, las mejores líneas del Bolaño
cuentista. Pertenecen a El Ojo Silva.
Es un párrafo muy técnico, pero, a diferencia de muchos textos ahítos de
técnica, es además exquisito. Bolaño consigue revelar lo no visto; vemos al Ojo
Silva por lo que oímos y lo vemos con toda la nitidez de la fragilidad más
grande del mundo: es la foto perfecta tomada por un ciego vidente; es en
realidad la flecha Zen haciendo fama, pero en el exacto centro del blanco. Y el
centro está, en esas pocas líneas, todo el tiempo esparcido, pues lo que reina
allí es la periferia, interior y exterior.
Primero, el narrador (¿Arturo Belano?) ignora la duración del silencio. Luego,
sabe del frío no por el frío, sino
porque en algún momento empieza a
temblar. Luego, oye sollozar al Ojo
Silva, a su lado, y lo cumple dos
veces, dos veces lo oye sollozar
(este acento de Bolaño es sutil y al mismo tiempo terrible), pero prefiere no mirarlo. No ve un coche, lo
que ve son sólo los faros de un coche
que pasa y que, además, lo hace por
una de las calles laterales. No ve
encenderse, a través de una ventana, la luz de una casa: ve que una ventana se enciende, y la ve a través del follaje.
Se que he leído muchas veces El Ojo Silva y sé que he leído muchas más el párrafo de marras. Sé
que lo emprenderé otras tantas y sé, por supuesto, que no me dejará de asombrar
la dimensión narrativa de numerosos párrafos de Roberto Bolaño, pero sobre todo
de ése. Lo remarco, pocos, muy pocos escritores —defiendo la validez de este
énfasis— tienen un dominio tal de la imaginación y de los recursos técnicos
como para permitirse esos lujos narrativos. La maestría para exponer la extrema
vulnerabilidad de un par de hombres deducidos del infierno, pero mostrando aquello
que no se ve o lo que es apenas vislumbrado. Hay un verbo morando en toda la
escena: Estar.
Ref.: “El Ojo Silva”, en Putas asesinas, 2001