(Edición impresa)
Roberto Bolaño murió
el 14 de julio de 2003 a causa de una insuficiencia hepática. Dejaba la más
monumental de sus obras, 2666 (Anagrama), que apareció este año y que nuestros
críticos han destacado como el mejor libro de ficción de los últimos doce
meses. Ofrecemos un autorretrato con forma de diccionario que el propio Bolaño
fue esbozando en diversas entrevistas.
Autobiografía: “Las únicas autobiografías interesantes son las de los grandes policías o la de los grandes asesinos, porque de alguna manera rompen ese molde deprimente y real de que el destino de los seres humanos es respirar y un día dejar de hacerlo”.
Boom: “No me siento heredero del boom de
ninguna manera. Aunque me estuviera muriendo de hambre no aceptaría ni la más
mínima limosna del boom, aunque hay escritores que releo a menudo como Cortázar
o Bioy. La herencia del boom da miedo. Por ejemplo, ¿quiénes son los herederos
oficiales de García Márquez?, pues Isabel Allende, Laura Restrepo, Luis
Sepúlveda y algún otro. A mí García Márquez cada día me resulta más semejante a
Santos Chocano o a Lugones”.
Críticas: “Cada vez que leo que alguien
habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de
escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte,
salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de
treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se
comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que
ningún mal les he hecho?”.
Elvis: “Elvis for ever. Elvis con una
chapa de sheriff conduciendo un Mustang y atiborrándose de pastillas, y con su
voz de oro”.
España: “Vine a España en el año 77. En
realidad iba a Suecia, donde más o menos tenía arreglado un trabajo, pero mi
madre vivía en España desde hacía dos años y estaba muy enferma cuando yo
llegué. Entonces, me quedé a esperar que se pusiera bien. Barcelona, en el año
77, era una verdadera belleza, una ciudad en movimiento con una atmósfera de
júbilo y de que todo era posible. Se confundía la política con la fiesta, con
una gran liberación sexual, un deseo de hacer cosas constantemente, que
probablemente era artificial, pero, artificial o verdadero, era tremendamente
seductor. Para mí fue un descubrimiento, y me enamoré de la ciudad. En
Barcelona aprendí cosas que yo creía que sabía pero en realidad no sabía”.
Exilio: “Nunca me he sentido exiliado.
Extranjero me he sentido en todas partes, empezando por Chile. Como fui un niño
pedante, ya desde niño me sentía extranjero”.
Fútbol: “Mi experiencia como jugador de
fútbol nunca fue del todo comprendida ni por los espectadores ni por mis
compañeros de equipo. A mí siempre me pareció más interesante marcar un autogol
que un gol. Un gol, salvo si uno se llama Pelé, es algo eminentemente vulgar y
muy descortés con el arquero contrario, a quien no conoces y que no te ha hecho
nada, mientras que un autogol es un gesto de independencia”.
García Márquez: “Un hombre encantado de haber
conocido a tantos presidentes y arzobispos”.
Lema: “Mi lema no es Et in Arcadia ego,
sino Et in Esparta ego”.
Libros: “El Quijote, de Cervantes. Moby
Dick, de Melville. La Obra Completa de Borges. Rayuela, de Cortázar. La conjura
de los necios, de Kennedy Toole. Nadja, de Breton. Las cartas de Jacques Vaché.
Todo Ubú, de Jarry. La vida, instrucciones de uso, de Perec. El castillo y El
proceso, de Kafka. Los aforismos de Lichtenberg. El Tractatus de Wittgenstein.
La invención de Morel, de Bioy Casares. El Satiricón, de Petronio. La Historia
de Roma, de Tito Livio. Los Pensamientos de Pascal”.
Oficios: “El oficio en el que mejor me he
desempeñado fue el de vigilante nocturno de un camping cerca de Barcelona.
Evité un linchamiento (aunque de buena gana, después, hubiera linchado o
estrangulado yo mismo al tipo en cuestión)”.
Paraíso: “Es como Venecia, espero, un lugar
lleno de italianas e italianos. Un sitio que se usa y se desgasta y que sabe
que nada perdura, ni el paraíso, y que eso al fin y al cabo no importa”.
Política: “Siempre quise ser un escritor
político, de izquierdas, claro está, pero los escritores políticos de la
izquierda me parecían infames”.
Reconocimiento: “No me importa nada. El narrador
más importante de este siglo que se acaba (¡por fin!) se llamó Franz Kafka y no
lo reconocieron ni en su casa, así que figúrate si me va a preocupar a mí una
gilipollez de ese calibre”.
Remordimiento: “Son muchos y se acuestan y
levantan conmigo y escriben conmigo porque mis remordimientos saben escribir”.
Sexo: “La gente, al hablar de sexo, se
vuelve idiota. Tal vez siempre lo ha sido, pero el sexo la vuelve aun más
idiota y se limita a balbucear ideas preconcebidas cuyo fondo en nada difiere
del antiguo Dios, Rey y Patria, que, como todo el mundo sospecha (pero se lo
calla), significa Miedo, Amo y Jaula”.
Triunfo: “No creo en el triunfo. Nadie con
dos dedos de frente puede creer en eso. Creo en el tiempo. Eso es algo
tangible, aunque no se sabe si real o no, pero el triunfo, no. En el campo de
los triunfadores uno puede encontrar a los seres más miserables de la tierra y
hasta allí yo no he llegado ni me veo con estómago para llegar”.