Por
Miguel Huezo Mixco
En
FronteraD.com, 28.01.2016
Para Dani, el mejor guía turístico de Barcelona
¿Qué
hago aquí?, me pregunté en voz baja, al no más descender del tren. Una
sensación de incomodidad me recorrió el cuerpo cuando entré a la pequeña
estación de Blanes. Viniendo de Barcelona, habíamos recorrido la costa poblada
de ciudades, hoteles y balnearios donde apenas se miraba gente. La playa
nudista de Massanes lucía desierta, pues era enero, y el frío comenzaba a
hacerse sentir. En Vilassar de Mar un grupo de veleros, como mariposas
mutiladas, hacían piruetas sobre un mar sin olas. Desde la ventana del vagón
todo se miraba de maravillas, pero al llegar a Blanes...
Llegué
para conocer el lugar a donde el chileno Roberto Bolaño llegó “de casualidad”,
en 1985, y donde terminó escribiendo la mayor parte de su obra. Al bajar del
tren, sin embargo, no hay ciudad. La estación está a unos cuantos kilómetros
del pueblo. En el momento que busco el mapa en el teléfono aparece un enorme
bus completamente vacío. Sí, va a Blanes…
Ahora
conozco la razón de mi malestar, me digo. En mi interior no dejaba de sentirme
un poco tonto y ridículo haciendo una especie de peregrinación. Algo similar me
ocurrió unos años atrás en Albany, NY, frente a la casa donde vivió Herman
Melville, y, de súbito, mi entusiasmo se transformó en incomodidad, al punto
que ni siquiera quise apearme del carro.
El
bus se detiene en la plaza de España, en el centro de la ciudad. No sé por dónde
comenzar el recorrido. Por toda señal, llevo anotado el nombre de la calle
donde vivió Bolaño: el Loro, que he encontrado la noche anterior en internet.
Un animal, pienso con cierta saña, que encarna bien la figura del literato.
Sino, recuérdese el cotorro disecado que Flaubert hizo traer de un museo, y que
terminó arrojando al fondo de un armario.
Blanes
es, pues, el armario de Bolaño, me digo, mirando en redondo, desde las gradas
de la cafetería Els Terrassans, un amplio salón de aire decadente, repleto de
parroquianos locales. Francisco, el mesero que nos atiende, tiene más de 30
años trabajando en el lugar. Habrá visto de todo. Entonces, le suelto a boca de
jarro la pregunta que le habrán hecho muchos:
—¿Conociste
a Bolaño, el escritor?
Su
respuesta se repetirá, una y otra vez, como era de esperarse.
—Sí,
claro, lo conocí.
—Te
lo habrán preguntado tantas veces…
—En
los últimos años, menos. Recién muerto [Bolaño] vino mucho periodista. Ahora,
no tanto.
Como
sospecho que mi malestar, al que se ha agregado cierto escalofrío, está
relacionado con el clima, pero también con el hambre –por causa del jet lag mis horarios de comida y sueño
están completamente trastornados– dejo en paz al camarero para dar cuenta de mi
desayuno. Veo el mapa. Sorpresa. La calle del Loro está a unos pocos pasos. La
carrer Ample se atraviesa de dos zancadas. En las aceras hay ventas de calzado
y de ropa. La gente camina sin prisa. La mayoría son viejos. Bordeando la
plaza, a mano izquierda, hay una callejuela estrecha. Buscamos la casa familiar
del escritor, y no tardamos en dar con ella. Misión cumplida. No se me ocurre
nada más que hacerle una foto, una foto muy aburrida, pues la pequeña fachada
es blanca, y la puerta, pues, es una puerta oscura con unos detalles de hierro,
o algo así.
Decidimos
seguir la calle para saltar a la carrer Gibert, pero apenas hemos dado unos
pasos cuando me llevo una tremenda sorpresa: una placa de colores rojo y negro,
como la enseña sandinista, da cuenta de que estamos frente a lo que fuera el
estudio de Bolaño. Al lado, un cartel en catalán, castellano, inglés y francés,
detalla la existencia de la Ruta Roberto Bolaño.
La
ruta fue estrenada por el ayuntamiento en ocasión del décimo aniversario de su
muerte. Como supe después, en el sitio web de la Biblioteca comarcal de Blanes
se encuentra información sobre ese recorrido donde se mezclan sitios claves
para conocer ese tramo de la vida del autor con referencias propias de
TripAdvisor.
Estamos
en el lugar 13 de 17 sitios que, de acuerdo con lo que leo, reconstruyen el
espacio vital del Bolaño. Por ningún lado leo, sin embargo, nada relacionado
con la casa de Valldoreix, que compartió intermitentemente con Carmen Pérez de
Vega, la mujer que vivió con él sus últimos días, y que el 1 de julio de 2003
llevó al escritor, que escupía sangre, al hospital Vall d’Hebrón, de Barcelona,
donde moriría unos días más tarde.
Con
ayuda del teléfono y preguntando comenzamos a desandar el camino. El 1, cómo no
imaginarlo, corresponde a la estación del tren. El 2 corresponde a la tienda de
bisutería que montó junto a su madre, recién llegado a la ciudad, en 1985.
Bolaño venía de Girona, donde conoció a la catalana Carolina López, quien se
convertiría en su esposa ese mismo año. El 3, al Antiguo Hogar del Productor,
que en realidad es un bar. El 4, alquiler de vídeos propiedad de un tal Narcí
Serra, pero no dimos con el lugar, y nos encaminamos en otra dirección. Así,
dimos con el mojón número 15, el de la papelería Bitlloch, en la carrer Ample,
donde ahora se encuentra una reluciente tienda Benetton.
El
nuevo local de la papelería está muy cerca de allí, en el número 8 de la carrer
Nou. En lugar de “las chicas guapas y simpáticas” que trabajaban allí, según
escribió Bolaño, nos encontramos con el amigable propietario, a quien le hice
la misma pregunta que al camarero del Terrassans.
Nos
retiramos en busca de Joker Jocs, el número 11 de la ruta: una pequeña, surtida
y maravillosa tienda de juegos, electrónicos y de mesa, rompecabezas, aviones y
barcos para armar. El lugar estaba colmado de clientes. Compré un sobre
sorpresa de la nueva colección de Los Simpson, de Lego, para conseguir aproximarme
a la caja y hacerle al dependiente la misma pregunta que le hice al hombre del
Terrasans y al dueño de la Bitlloch. Me respondió que no, que quien lo conoció
fue su padre, que estaba al lado, pulsando afanosamente la caja registradora.
Su mirada me bastó para adivinar lo que pensaba. De todos modos, ya conocía su
respuesta.
Saltamos
a la carrer de Bellaire, en dirección al passeig Cortils i Vieta, frente a la
bahía, para mirar La Palomera, el impresionante montículo de roca que entra en
el mar, considerado el punto donde comienza la Costa Brava. La estancia fue
breve. Me picaba el cuerpo. Miré debajo de mi ropa y me di cuenta de que estaba
pringado de manchitas rojas. Soplaba un viento frío. Era hora de volver.
En
algún lugar Bolaño escribió: “Blanes es más antigua que Nueva York y en
ocasiones parece una mezcla rabiosa de Tiro, Pompeya y Brooklyn”. Las
antiquísimas ciudades de Tiro y Pompeya han sido declaradas por Unesco como
Patrimonio Universal de la Humanidad. Brooklyn, una ciudad de inmigrantes, es
una de las mecas de la cultura hip hop. Por más que me retorcí el cerebro, no
conseguí imaginarla en esos términos. Qué duda cabe: el fértil verbo de Bolaño
convirtió a Blanes en un lugar de ficción.
Fotografía: Miguel Huezo Mixco
* Miguel Huezo Mixo es poeta, novelista y ensayista
salvadoreño. En Archivo Bolaño ha publicado también: “Roberto Bolaño en El
Salvador: Supremo jardín de la guerra florida”: http://garciamadero.blogspot.cl/2011/04/roberto-bolano-en-el-salvador-supremo.html