viernes, 9 de febrero de 2018

“2666”, la indiscutible obra maestra de Roberto Bolaño

Por Alejandro Zambra
Las Últimas Noticias, 17.11.2004
Recuperado de http://www.letras.mysite.com/rb1711041.htm


 
 

Meses antes de morir, Roberto Bolaño definió 2666 -el libro a cuya escritura estaba abocado día y noche- como su obra más ambiciosa, lo que, proviniendo de un narrador por definición ambicioso, que por lo demás ya se había apuntado con una decena de libros magistrales, provocó una mueca de ligera incredulidad hasta en sus más incondicionales seguidores. La publicación de 2666 era, entonces, esperada no solo con curiosidad, sino también con franca impaciencia, tanto por los lectores, digamos, químicamente puros, como por esa verdadera horda de fiscalizadores de la crítica literaria chilena que últimamente se ha venido constituyendo.

Pues bien: 2666 ya está aquí, recién editada por Anagrama. Después de leer sus 1.129 vertiginosas páginas, es evidente que para describirla de manera adecuada se requerirían otras mil u otras cinco mil páginas, porque se trata de una novela inconmensurable, una novela que desafía cualquier idea previa sobre sus dimensiones y su importancia para la literatura hispanoamericana e incluso mundial. Pero ya que estamos en esto -y bien avisados de que todo intento de condensar lo que hay en 2666 está destinado al fracaso- convengamos que es este un libro de destinos, algo así como un gigantesco obituario donde figuran todos los nombres.


Detalles microscópicos

Con o sin sus papeles en regla, explícita o imaginariamente, los centenares de personajes de esta novela se dirigen al infierno, un infierno que aquí cobra la forma de Santa Teresa -la Comala o el Spoon River de Bolaño-, una ciudad mexicana en la frontera con Estados Unidos donde casi no hay cesantía pero abundan, en cambio, los cadáveres: cadáveres de mujeres jóvenes, violadas por los dos conductos -aunque un experto llega a asegurar que es posible violar a una mujer hasta por siete conductos- y luego abandonadas en el basurero "El Chile" o en alguno de los numerosos rincones baldíos de la ciudad.

Es verdaderamente impresionante la capacidad de Bolaño para sostener el relato, para acumular detalles microscópicos cuya enumeración, sin embargo, nunca detiene el trepidante progreso de la narración. Las cinco partes o las cinco novelas de que consta 2666 son, en rigor, obras simultáneas, piezas movidas con voluntariosa maestría por un narrador omnisciente, orgullosamente omnisciente. Así, "La parte de los críticos" es el relato de las aventuras -es decir de los deseos, las frustraciones, los sueños y, sobre todo, de las pesadillas- de un grupo de críticos europeos que viajan a Santa Teresa animados por la posible presencia de Benno von Archimboldi, un esquivo escritor prusiano cuya obra llevan décadas estudiando con incontenible admiración. "La parte de Amalfitano", en tanto, es el magistral registro de la descomposición psíquica de Óscar Amalfitano, un profesor chileno cuya mujer lo abandonó en España y que ahora vive con la hija de ambos en la ciudad de los crímenes, arrinconado por oscuras bromas geométricas y hasta por un fantasma que le asegura que "no hay amor, no hay épica, no hay poesía lírica que no sea un gorgoteo o un gorjeo de egoístas, trino de tramposos, borbollón de traidores, burbujeo de arribistas, gorgorito de maricones".

En "La parte de Fate", la tercera del conjunto, un periodista negro neoyorquino se ve involuntaria y fatalmente impelido a transitar por los ambientes de la mafia y del hampa de Santa Teresa, mientras que "La parte de los crímenes" es la maratónica y aterradora narración de más de cien salvajes asesinatos, con abundancia de pormenores forenses que confirman la insólita pericia de Bolaño para conciliar el horror con la más corrosiva de las carcajadas. "La parte de Archimboldi", finalmente, es la historia que los críticos de la primera novela hubieran querido leer, es decir, la biografía de Benno von Archimboldi.


Heridas de guerra

Archimboldi es un novelista respetado y admirado que ha escrito su obra guiado por la convicción de que "toda la poesía, en cualquiera de sus múltiples disciplinas", cabe o puede caber en una novela. Del mismo modo, la historia de su vida es una melancólica y sangrienta versión de la historia del siglo veinte europeo. Aunque la ilusión de las cuatro paredes lo resguarda de la desesperación, Archimboldi nunca deja de ser un ex soldado que repasa sus heridas de guerra, el hijo de un cojo y de una tuerta que recuerda culposamente a Boris Abramovich Ansky (un escritor que, en la trinchera enemiga, no tuvo la suerte que sí tuvo Archimboldi: sobrevivir) y que viaja a México (el país de los aztecas, que según Ingeborg Bauer, su mórbida esposa, son gentes muy extrañas), no para reunir materiales para una próxima novela transcontinental, sino más bien para conocer a su sobrino, que es el principal sospechoso de los asesinatos de Santa Teresa.

Como dice uno de los enésimos personajes secundarios de esta novela: "todo libro que no sea una obra maestra es carne de cañón, esforzada infantería". Roberto Bolaño ha escrito una obra maestra, una novela absoluta, un libro total, que hurga en los límites mismos de la literatura y demuestra que escribir es una incalculable y definitiva forma de acción.


Un cementerio olvidado

En más de una entrevista, Roberto Bolaño dijo que el título 2666 ameritaba una extenuante explicación, una explicación probablemente tan larga, que a fin de cuentas nunca se animó a dar. Por lo pronto, parece que el título alude a una fecha, o a un centro desde luego imposible de localizar, o a una esencia o a un hoyo, que para el caso vienen a ser lo mismo. En la nota editorial que cierra el volumen, Ignacio Echevarría observa que en otra novela de Bolaño, Amuleto, se menciona “un cementerio de 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato”. En la misma nota, Echeverría se refiere también al supuesto carácter inacabado de 2666: se supone que Bolaño no alcanzó a terminarla, pero es prácticamente imposible discernir con mediana seguridad qué aspectos de la novela quedaron a medio acabar. Hay, naturalmente, algunas historias que hubiera sido posible continuar (los asesinatos relatados, sin ir más lejos, son ciento y tantos, pero podrían ser doscientos o cuatrocientos), pero la verdad es que, según la lógica interna del relato, no tendrían por qué finalizar.

Echevarría advierte con justicia que si Los detectives salvajes hubiera sido publicada de forma póstuma también podría haber sido leída como una novela inacabada.