El País, España. 18.09.2017
Rigoberto Belano, narrador de “Patria” (el primero de los tres
textos que conforman Sepulcros de
vaqueros), recuerda que cuando era niño jugaba con sus hermanos a “convertir
los momentos felices en estatuas”; mientras escapa de Santiago de Chile en el
coche de Patricia Arancibia, se descubre deseando que “alguien, un ángel que
nos observara desde el cielo, convirtiera [en estatua] la velocidad y la fuga”.
Y sin embargo, muy pocas literaturas son más reacias a adoptar una rigidez
estatuaria que la de su autor, Roberto Bolaño; 14 años después de su muerte, de
hecho, esa obra ni siquiera puede ser dada por concluida: de 1996 a 2003 (sus
años de mayor visibilidad), Bolaño publicó 11 libros; desde esta última fecha
hasta la actualidad han sido publicados 10, entre ellos 4 imprescindibles: 2666 (2004), La Universidad Desconocida (2007), Los sinsabores del verdadero policía y Bolaño por sí mismo (estos dos últimos de 2011). La existencia de
otros inéditos cuyo título se dio a conocer en 2013 en la exhibición Arxiu Bolaño: 1977-2003 permite pensar
que la publicación de libros de Bolaño está lejos de concluir.
Sepulcros de
vaqueros
reúne tres novelas breves o nouvelles.
Según Carolina López, “Patria” fue escrita entre 1993 y 1995; “Sepulcros de
vaqueros”, entre 1995 y 1998, y “Comedia del horror de Francia”, entre 2002 y
2003. La primera de ellas comienza con el recuerdo de un padre boxeador que
rechaza una oferta para trabajar en la policía, luego se desplaza a una fiesta
que está concluyendo la mañana del 11 de septiembre de 1973 cuando se corre la
voz de que se está produciendo el derrocamiento de Salvador Allende y de allí
pasa a la fuga de Patricia Arancibia y Belano; a continuación leemos una carta
del padre de la joven y un (ridículo) responso fúnebre por su memoria, aunque
nada de esto aclara cómo y por qué murió; de allí la narración salta a la
detención irregular de Belano en Concepción y las consecuencias directas del Golpe
en su familia; hay varios sueños, el monólogo de un personaje innominado sobre
el poeta Juan Cherniakovski, el recuerdo de Belano de una de sus clases, una
conferencia de Bibiano Macaduck (sic) sobre la transformación de Cherniakovski
en terrorista y salvador de niños, el protocolo de un incidente en la estación
de trenes de Perpiñán en 1988 cuyos protagonistas no son ninguno de los
anteriormente mencionados y finalmente una carta de Lola Fontfreda a Belano
acerca de un tal “Fernando”. “Sepulcros de vaqueros”, en tanto, comienza con la
marcha de Arturo Belano y su familia a México en “noviembre o diciembre, tal
vez en los últimos días de octubre” de 1968, y los días previos a la partida;
de allí se desliza a la amistad en Ciudad de México entre Belano y un hombre al
que llama El Gusano; más tarde Belano narra la historia de Dora Montes y otras
circunstancias de un viaje en barco de Panamá a Chile en 1973; finalmente, el
relato es el de la mañana del 11 de septiembre y la muy poco gloriosa participación
del protagonista en la resistencia al golpe. “Comedia del horror de Francia”,
por último, comienza con el relato de un eclipse y la caminata posterior de su
protagonista por las calles de una ciudad de la Guyana y concluye con el
diálogo telefónico que éste sostiene cuando se detiene ante una cabina y
levanta el auricular: alguien en las alcantarillas de París lo invita a unirse
al Grupo Surrealista Clandestino.
“Comedia del horror en
Francia” es visiblemente el primer capítulo de una novela inconclusa, así como
el único texto del volumen cuyo contenido Bolaño no reutilizó; de hecho,
los dos primeros textos presentan elementos narrativos que empleó en otros
libros, como la poesía aérea de Carlos Ramírez Hoffman (aquí con otro texto) de
La literatura nazi en América (“Patria”
parece a ratos un intento de escribir esa novela, igual que El espíritu de la ciencia ficción
parecía un esbozo primerizo de Los
detectives salvajes), el nombre “Amalfitano”, la localidad de Santa Teresa
(2666, Los detectives salvajes, Los
sinsabores del verdadero policía), el Detective Pancho (‘William Burns’, Los sinsabores), los talleres literarios
y la castración de niños (‘El Ojo Silva’), etcétera. De hecho, el segundo
capítulo de “Sepulcros de vaqueros” es “El Gusano”, un texto que Bolaño publicó
como cuento en Llamadas telefónicas.
A diferencia de 2666
(novela inconclusa pero “cerrada” en su planteamiento), ninguno de los textos
de Sepulcros de vaqueros supera la
condición de borrador; en contrapartida, los tres ofrecen algo único y a ratos
fascinante: la oportunidad de ver a un escritor del talento de Bolaño
abriéndose camino a través de sus textos, comenzándolos de cierta manera sólo
para descubrir que su desarrollo exigía abandonar la premisa inicial, dejándose
llevar por la dirección que sus criaturas y sus desplazamientos frenéticos le
imponían. Toda la literatura de Bolaño se articula en torno a la contradicción
inherente al deseo de fijar el movimiento, y Sepulcros de vaqueros permite constatar su entrega a ese
movimiento; como tal, es una de las raras oportunidades que se ofrecen al
lector de asistir a la creación de una obra aparentemente inagotable.