lunes, 9 de abril de 2018

"Bolaño es un escritor borgeano, a veces de manera flagrante". Entrevista a Ignacio Echevarría

Por Pablo Bujalance
El Día de Córdoba, Málaga. 25.05.2017




Pocos pueden hablar sobre Roberto Bolaño con la autoridad de Ignacio Echevarría (Barcelona, 1960), quien, además de compartir amistad con el autor de Los detectives salvajes, se ocupó de la edición póstuma de 2666 y otros títulos como El secreto del mal. Último eslabón de la mejor estirpe de críticos literarios españoles, alojado hoy en las páginas de El Cultural de El Mundo con su imprescindible tribuna y responsable de ediciones de la obra de autores como Nicanor Parra, Juan Benet, Rafael Sánchez Ferlosio y Franz Kafka, Echevarría clausuró ayer el ciclo de conferencias “Bolaño Distante”, con una aproximación personal al escritor.


¿Habrá ocasión de leer a Roberto Bolaño como a un clásico en el futuro, o su obra resistirá bien las tentaciones marmóreas?
El tiempo nos fosiliza a todos y eso le llegará, sin remedio, también a Bolaño. Pero si de algo se reía él era de la posteridad. Jugó mucho con este concepto e incluso se indignaba con quienes se referían a la suya propia. Bolaño ha demostrado que sabe resistir las modas: murió hace ya catorce años y la expectación, atención y admiración que despierta su obra actualmente son tanto o más elevadas. Sí, seguro que algún día será leído como un clásico. Más aun, seguramente ya empieza a serlo.

¿Podemos hablar ya, en consecuencia, de sus herederos?
Sí, desde que se publicó Los detectives salvajes hace veinte años el impacto de la obra de Bolaño es notable. Hay bastantes autores en los que cabe reconocer no una imitación, sino la certificación de que Bolaño logró hacer lo que hacen los escritores importantes: cambiar el paradigma de la escritura. El escritor argentino Patricio Pron es un buen ejemplo de esto, pero hay muchos más que siguen su estela de manera poco disimulada.

¿No se ha proyectado una imagen demasiado doliente del autor, incluso propia de un mártir?
No, al contrario, si algo transmite Bolaño en su escritura es vitalidad y energía. Es cierto que hay un fondo de tristeza, ya que en el fondo se trata de una escritura elegíaca, en gran parte respecto a la propia literatura. Pero su figura no se ajusta a eso que dices. Lo que sí sucede es que Bolaño encaja bien con la tradición romántica, en muchos sentidos es un escritor romántico; y casi siempre asociamos los rasgos románticos a lo doliente, al martirio, pero Bolaño no es nada de esto. Es un buscador de lo absoluto y un cantor de cierta experiencia literaria que parece que se va perdiendo, de la que nacen la leyenda y la elegía. Pero para él la escritura era una ocasión para la alegría, sin duda. Además, escribía siempre conectado con el mundo. Era un espectador adictivo de series televisivas y de películas de serie B. Y escribía siempre escuchando música. Su obra transmite el pulso y la energía de alguien que está conectado con la vida, de alguien para quien escribir es vivir.

De su admirado Nicanor Parra afirmó Bolaño: "Escribe como sabiendo que al escribir el punto final recibirá la descarga eléctrica que acabará con su vida". ¿No le sucedía a él lo mismo?
Sí, sin duda. Toda la literatura de Bolaño está atravesada por la muerte. Cuando decidió vivir de la literatura, a comienzos de los años 90, era un hombre de más de cuarenta años, casado y con un hijo, que había desempeñado trabajos muy distintos, lo mismo vigilando aparcamientos que vendiendo bisutería. Y Bolaño, que desde los 15 años había escrito sobre todo poesía, era consciente de que para poder vivir de su escritura tenía que dedicarse a la narrativa. Justo entonces le diagnosticaron la enfermedad hepática de la que terminaría muriendo, así que se encontró bajo una espada de Damocles que le condenó a una vida seguramente más corta de la que puede esperar la mayoría. Pues bien, toda la obra de Bolaño está atravesada por esa competencia con la muerte. Y conforme avanza en su trabajo, esa competencia es más notoria. Eso se ve de manera clara en 2666, que tiene mucho de carrera contra la muerte pero embellecida de algún modo, adscrita a esa vitalidad que nunca perdió.

Ha afirmado usted que Bolaño, como escritor hispanoamericano, trascendió las fronteras para convertirse en un escritor continental. ¿Habría sido un escritor nacional más si hubiese permanecido en Chile o en México?
Probablemente sí. Bolaño se marchó de Chile con 15 años y volvió durante un tiempo breve a los 18, en coincidencia con el golpe de Pinochet. Luego se marchó a México, hasta el 78, y posteriormente se trasladó a España. Bolaño encarna por tanto esa condición tan propia de su generación que es el exilio, aunque él no era un exiliado político, sino más bien un emigrado. Pero todo esto se traduce en una lengua que ya no permanece arraigada en su lugar de origen, sino que se vivifica y se nutre de las distintas modalidades continentales del castellano. Su literatura, como su lengua, tienen una cualidad extraterritorial: no es un escritor chileno, ni mexicano, ni español. Es un escritor hispanomericano, en un sentido muy amplio. Y esta noción del destino latinoamericano, desligado de un territorio concreto, contribuyó a modificar la imagen arquetípica que se tenía del escritor latinoamericano en España, ligado esencialmente a las figuras del Boom. El recambio de este arquetipo llega con Bolaño: el escritor latinoamericano ya no es esa figura cosmopolita, influyente, con contactos internacionales, sino un desarraigado, nómada y solitario. Después de tantos años de resaca del Boom, este otro arquetipo fue muy bienvenido.

Y contribuyó a recuperar a Borges como primer referente.
Bueno, desde que Borges se reveló como escritor se mantiene alzado como un tótem indiscutible. Bolaño es un escritor borgeano, a veces de manera flagrante, como en La literatura nazi en América. Pero la aparición de Bolaño fue oportuna porque ya llevábamos dos promociones de escritores posteriores al Boom que de alguna forma habían querido desentenderse de su eclosión internacional pero no lo consiguieron. Tuvieron que pasar veinte años hasta la llegada de Bolaño, que conectó tan bien, por ejemplo, y de manera sorprendente, con la literatura norteamericana, con la cultura pop y los beats, y que decididamente ya estaba ofreciendo otra cosa. Es verdad que cuando se lee a Fogwill o a Villoro uno se pregunta todavía por qué no pasó con ellos. Habría que atender a muchas claves para poder responder.

¿Se encuentra en Bolaño la respuesta a la diatriba en torno a la tradición realista española?
La discusión en torno al realismo adolece hoy día de una imprecisión que la hace inoperante. ¿A qué llamamos realismo? ¿A las novelas de Aramburu y Almudena Grandes? Son categorías muy rancias de realismo. Lo difícil es decir qué no es realismo. Llamar realista a Bolaño es equívoco, pero por otro lado sí que es un escritor realista. Es todo muy complejo.

¿Sirve para algo la crítica?
Sí, claro que sirve. Otra cosa es que haya quedado desplazada, espero que coyunturalmente, del lugar que venía ocupando tradicionalmente. Como género periodístico dedicado a la actualidad, la crítica tiene que refundarse, tanto en sus retóricas como en los lugares desde los que actúa. Como el propio periodismo, la crítica atraviesa un periodo de transformación, pero no deja de ser importante. Bolaño prestaba mucha atención a la crítica y defendió siempre su valor. De la importancia de la crítica como instancia orientadora y constructora del canon nadie puede dudar, por mucha manía que se les tenga a los críticos.