La Tercera. 18.07.2009
Supo que estaba enfermo, gravemente enfermo, a principios de
los 90. Era una fría noche de febrero y Roberto Bolaño estaba en un hospital
público. “Era pobre, vivía en la intemperie y me consideraba un tipo con suerte
porque, a fin de cuentas, no había enfermado de nada grave. Abusé del sexo pero
nunca contraje una enfermedad venérea. Abusé de la lectura pero nunca quise ser
un autor de éxito. Incluso la pérdida de dientes para mí era una especie de
homenaje a Gary Snyder, cuya vida de vagabundo zen lo había hecho descuidar su
dentadura. Pero todo llega. Los hijos llegan. Los libros llegan. La enfermedad
llega. El fin del viaje llega”, escribiría en su texto “Literatura + enfermedad
= enfermedad”.
Afectado de una insufiencia hepática crónica, Bolaño murió el
15 de julio de 2003. Nunca habló públicamente de su salud, hasta el año
de su muerte, cuando ya estaba grave. “Literatura + enfermedad...” acaso sea el
único relato donde aborda abiertamente el tema. Publicado en el volumen póstumo
El gaucho insufrible, lleva la
dedicatoria “para mi amigo el doctor Víctor Vargas, hepatólogo”.
Médico jefe del servicio de hepatología, Víctor Vargas trabaja
hace 25 años en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, donde murió Bolaño y desde
1993 fue su médico tratante. “Más que la relación médico y paciente, fuimos muy
amigos”, recuerda al teléfono desde Barcelona. “En una de sus últimas visitas,
me contó que me había dedicado un relato. Cuando se publicó, su familia me lo
envió “, dice.
Son las 11 de la noche en España y Víctor Vargas aún está en su
despacho en el hospital. Tiene a la vista los libros de Bolaño. “Cada libro que
sacaba lo traía y me lo dedicaba. Antes de que llamara estaba mirando Los detectives salvajes, que también
tiene una pequeña dedicatoria”.
Cuando Bolaño llegó a su consulta, no era un paciente grave.
“El tenía una trastorno inmunológico que afecta a las vías biliares y va
dañando el hígado. Es una enfermedad de lenta evolución. Al principio estaba
más angustiado que otra cosa y durante mucho tiempo estuvo bien. Pero sufría la
angustia de estar enfermo, era muy sensible y cualquier exploración o examen
era un sufrimiento para él”, dice el médico. Sin embargo, después de años de
tratamiento, hubo un momento en que Bolaño se descuidó. Y las cosas se
complicaron.
El origen del mal
Javier Cercas fue amigo de Bolaño y en su novela Soldados de Salamina lo incluye como un personaje clave. En ella habla de su enfermedad. Dice que le habían diagnosticado una pancreatitis. “Antes de dormise esa noche, Bolaño sintió una tristeza infinita, no porque supiera que iba a morir, sino por todos los libros que había proyectado escribir y nunca escribiría, por todos sus amigos muertos y por todos los jóvenes latinoamericanos de su generación (soldados muertos en guerras de antemano perdidas) a los que siempre había soñado resucitar en sus novelas y que ya permanecerían muertos para siempre, igual que él, como si no hubieran existido nunca”, escribe Cercas.
El doctor Víctor Vargas no recuerda una pancreatitis, pero sí
la etapa en que Bolaño temía morir. Fue al principio de la enfermedad. “Su
evolución fue la típica de esta patología. Con el tiempo la enfermedad crónica
del hígado genera una insuficiencia hepática grave. Fue cuando planteamos hacer
el trasplante. De alguna manera, él tenía miedo de afrontar la enfermedad y
durante un período tuvo una tendencia a negarla y no controlarse. Eso llevó
después a complicaciones”.
El origen del mal de Bolaño, dice el médico, es difícil de
precisar. “Es una enfemedad de base inmunológica, no es infecciosa ni tóxica,
no tiene relación con el alcohol ni con drogas; son anticuerpos que atacan la
vía biliar”.
Con la traducción de sus novelas en EE.UU., se creó la leyenda
Bolaño. Su muerte generó una serie de mitos. Uno de ellos decía que un supuesto
pasado de heroinómano le pasó la cuenta. O que la literatura y su actitud
autodestructiva acabaron con su salud: habría pospuesto el trasplante hasta
última hora para terminar su novela 2666.
“Heroinómano, seguro que no era”, dice el médico. “Lo que tal vez se podría
interpretar como actitud autodestructiva fue ese período en que no se controló.
Dejó correr la enfermedad sin preocuparse. Un poco por miedo a afrontarla. Y
coincidió también con el comienzo del reconocimiento. Se dedicó a hacer
literatura”.
Volvió a la consulta el 2001, aproximadamente, y fue incluido
en lista de espera para el trasplante. Pero su salud ya estaba deteriorada y
las perspectivas no eran las mejores. Él lo sabía. “Me van a hacer un
trasplante de hígado, no me van a poner una pila atómica. Lo digo en serio. Yo
creo que perfectamente podría vivir cinco años como cinco días”, dijo a La
Tercera el 19 de junio de 2003 (Nota del editor: Bolaño murió casi un mes más
tarde, el 15 de julio de 2003).
Un tipo especial
“Literatura + enfermedad...” es una buena ecuación para describir las consultas de Bolaño con el doctor Vargas. “Era una persona muy amigable”, recuerda. “Diría que las consultas eran un 50% de enfermedad y un 50% de literatura. Comentábamos su estado de salud y hablábamos de su trabajo, de América Latina y de los escritores. Recuerdo que siempre decía que él no era famoso como Vargas Llosa y García Márquez”.
Durante su último año trabajó obsesivamente en 2666, novela que acabó siendo su
testamento literario. ¿Habrá resentido su salud? Vargas piensa que no.
“Trabajaba en ella en forma compulsiva, pero no creo que el curso de la
enfermedad se modificó por eso. Si algo precipitó las cosas fue el tiempo que
no se controló. Pero al final volvió al redil y decidió hacer caso de lo que le
decíamos”.
¿Cómo podría haberse salvado? Vargas hace una pausa. Es una
pregunta infructuosa. “No lo sé. Tal vez si llegaba antes y lo poníamos en
lista de trasplante con seis meses de antelación. O si él no hubiera tenido
complicaciones, a lo mejor hacíamos el trasplante. ¿Y si salía mal?”, pregunta.
Para el doctor Vargas, “las cosas se hicieron lo mejor posible. Roberto tenía
una enfermedad terminal grave, que se complicó, tuvo una infección y fue
internado en la UCI. La insuficiencia hepática terminal no se cura con pastillitas”.
El médico recuerda a Bolaño como “un tipo muy especial, sencillo y con una
mirada llena de ironía”. Aún parece verlo, dice, “ahí sentado, esperándome”.
Tan lejos entonces de la estrella de moda en que se ha convertido. “Nunca pensé
que tendría esta popularidad. Cuando ganó el premio (Rómulo Gallegos) todo se
disparó. Y hoy es casi una leyenda. Él no se lo tomaría en serio, seguro que se
habría reído”.
Fotografía:
José Rosas Ribeyro