jueves, 21 de febrero de 2019

Los rastros y los mitos de Bolaño

Por Joaquín Sánchez Mariño 
Diario La Nación, Argentina. 12.07.2015




Roberto Bolaño Ávalos es llevado en auto hacia un hospital de Barcelona. Tiene 50 años y necesita un trasplante de hígado. [Este] No llega: durante la madrugada del 15 de julio de 2003, luego de entrar en coma, muere. Unas horas después, en Chile, la presentadora Carolina Zúñiga anunciará en la televisión: "Se ha muerto Chespirito, se ha muerto el Chavo".

El equívoco es ilustrador: a pesar de haber nacido en Chile, y haber escrito sobre Chile, y haber teñido pesadillas horribles y hermosas sobre Chile, el escritor nunca llegó a ser profeta en su tierra. Y no bastó con que le aclararan a Zúñiga que Roberto Bolaño no era Roberto Gómez Bolaños (el Chavo), porque ni ella, ni los productores, ni la gente en general sabían quién era. Aunque ahora sí: "¿Bolaño? Ah, el que la Zúñiga confundió con el Chavo".

Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia.

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"Hay una infancia chilena, la adolescencia, el año 73, en fin, cosas pequeñas y misteriosas, casi sin importancia, o sin el casi, probablemente cosas sin ninguna importancia, pero que son también las cosas que van construyendo un destino".

(Entrevista de Bolaño con Carolina Díaz)

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Hijo de León Bolaño y de María Victoria Ávalos, Roberto nació en Santiago de Chile el 28 de abril de 1953. Sin embargo, sus primeros años los vivió en la calle Mercedes, del cerro Los Placeres, en Valparaíso. Luego, en 1960 se mudaron a Quilpué, donde pasarían algunos de los años más felices de su infancia. Tenían una casa grande con un jardín delante y detrás, una casa que hoy sigue en pie y que en su frente tiene una placa conmemorativa, acaso la única de todo Chile. Tocamos el timbre, pero nadie acude, solo los cuatro perros que viven ahí, y que ladran y custodian más la privacidad que la placa, que al final del cuento es solo un pedazo de piedra.

Quilpué es una ciudad cercana al mar a la que se llega entre curvas. Desde la altura parece una pequeña villa de pescadores, aunque no tiene mar ni puerto. Casas de madera y cerros con callecitas de tierra. La gente es amable, indica las direcciones sin hablar demasiado. Y camina por el frente de la casa de Bolaño como si nada. Como el chico de unos 12 años que pasea por ahí arrastrando un monopatín. Nos mira, mira la cámara de fotos, la atención inexplicable con que estudiamos la roca. Entonces le preguntamos:

¿Conoces a Roberto Bolaño?
¿El profesor de deportes?

No, un escritor que vivió acá.
Ah. No, po.

Y se va. Entonces nos dedicamos a recorrer Quilpué buscando algunos de los mitos que el propio escritor fue sembrando. Lo hizo en su literatura o en las entrevistas que dio entre 1996 y 2003, los únicos años en los que pudo vivir exclusivamente de la escritura, gracias a la sucesión de premios (el Rómulo Gallegos y el Jorge Herralde), y a la posterior influencia mundial de su obra.

De esos años en Quilpué, Roberto recordaba un caballo. Se llamaba Poncho Roto y se lo regaló su padre, un boxeador profesional, camionero y ganador de varios concursos de físico en la playa, según reconstruye la periodista Mónica Maristain en su biografía El hijo de Míster Playa. Ese caballo vuelve a aparecer en el cuento “Últimos atardeceres de la tierra” (del libro Putas asesinas), donde el personaje lo recuerda con el nombre de Zafarrancho.

También contó varias veces que en ese tiempo le atajó un penal a Vavá. Bien podría ser fabulación, una construcción de sí mismo, o un recuerdo futbolístico glorioso para alguien que nunca fue un gran deportista. Según su relato, vivía al lado del centro deportivo de Quilpué, donde se concentraba la selección brasileña en el Mundial de 1962, y él podía entrar a verlos. Ese centro deportivo sigue estando a 50 metros de la casa que fue de Bolaño. Tiene reposeras, piletas, campos de fútbol. A pocas cuadras de ahí está la Escuela Pública N° 98, donde Bolaño estudió un año y donde su madre daba clases. Frente a la escuela, limpiando la vereda, un hombre pregunta qué hacemos. Decimos “Roberto Bolaño” esperando la expresión de duda que antecede el recuerdo de Chespirito. Pero el hombre abre bien los ojos y dice: "Mi mujer fue al colegio con él". Su mujer es Erna Heidke, compañera de Bolaño hasta quinto básico en el Colegio Alemán, el segundo al que asistió Roberto en Quilpué.

¿Lo recuerda?
Sí, como a un compañerito más. Su cara, sus rasgos Sí, era el Roberto.

¿Cuándo supo que era un escritor reconocido?
Ya hace tiempo, porque nosotros todavía con los compañeros del colegio estamos en contacto, tenemos un grupo y nos reunimos, y por ahí una vez alguien contó y todos nos sorprendimos. Es lindo de pronto saber que uno fue al colegio con una persona tan importante.

¿Recuerda alguna anécdota con él?
Me acuerdo una vez que nos llevó a todos a ver a la selección de Brasil, porque el padre trabajaba con camiones y no sé qué hacía con el centro deportivo y tenía acceso, entonces él nos invitó a sus compañeros. Fue muy lindo.

¿Y le atajó un penal a Vavá?
Ah, eso no recuerdo. ¿Quién es Vavá?

Bolaño 1, Vavá 0.

Todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como misterio o como marcha triunfal, ¿no?

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"Toda literatura, en cualquier época, se apoya en sus, digamos, Troyas portátiles, y en ocasiones las crea. En el caso de mi generación, bueno, nuestro valor no fue tan grande como nuestra inocencia o estupidez. Digamos que, en esa épica, lo que contaba era el gesto. Mediante gestos uno construía su novela de aprendizaje, algo que, bien mirado, es bastante tonto y que, a la postre, si las cosas hubieran sido diferentes nos habría convertido en víctimas o verdugos".

(Entrevista con Daniel Swinburn)

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La Biblioteca Nacional de Santiago de Chile tiene 185 entradas con el nombre de Roberto Bolaño. Están sus libros, hay traducciones, ensayos. Hay textos de entrevistas que lo nombran a la pasada, otros que lo enaltecen y otros que lo destrozan. Su relación con el mundo literario chileno fue más bien polémica. Llamó “escribidora” a Isabel Allende, que le respondió luego de su muerte, diciendo que era un tipo bien desagradable. Se declaró ciento por ciento seguidor de Parra antes que de Neruda o Mistral, los poetas nacionales. Dijo cosas como que en Chile los escritores se preocupan demasiado por la respetabilidad, que es lo peor que puede hacer un escritor, y que la literatura chilena estaba más bien muerta.

Sin embargo, sí tuvo la voluntad de publicar Estrella distante en su país natal. En ella narra una historia de horror -tragicómico, otra vez- durante la dictadura de Pinochet. En su momento, mediados de los noventa, le mandó la novela a su amigo Jaime Quezada y le pidió por carta que llevara el manuscrito a "cualquier editorial que pague". Jaime lo hizo: se la acercó a Carlos Orellana, que en sus Memorias de un editor cuenta: "Quezada trajo Estrella distante con el encargo de ofrecerla a alguna editorial nacional. Yo trabajaba por esos años (1993 y siguientes) en Planeta-Chile. Tardé un par de meses (o acaso más) antes de leer Estrella distante, y comprobar entonces que tenía entre mis manos una novela de un escritor de primer orden. Me conseguí su teléfono con el poeta mensajero y me comuniqué con Bolaño. Demasiado tarde. Ante la falta de noticias de Chile había contactado a la editorial Anagrama". Jaime también lo recuerda y aporta una postal en la que Roberto le anuncia que consiguió editorial para su libro. Nos la muestra en una mesa del bar “El Valle de Oro”, donde Quezada se reunía con un grupo de poetas en la década del 70, los años en que Bolaño volvió de regreso a Chile para participar de la revolución.

Antes de su regreso, hubo varias mudanzas internas y una externa. Después de Quilpué, la familia se mudó a Cauquenes y luego a Los Ángeles, de donde era León. De Los Ángeles se fueron en 1968 rumbo a México. Roberto tenía 15 años. En esa época llegó Jaime Quezada a México y se hospedó dos años en su casa. Le presentó el mundo de poetas, lo sacó por las calles del DF. Le presentó, entre otros, a la poeta argentina Diana Bellesi, que hoy recuerda: "Fuimos amiguitos en nuestra juventud". A los 20, Roberto decidió volver a Chile y subirse al sueño socialista. Llegó a Santiago el 30 de agosto. Once días después el sueño de Allende terminó en manos del golpe militar.

Todo lo que empieza como comedia termina como película de terror.





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En esta casa del barrio La Cisterna, entonces residencia de Jaime Quezada, permaneció Bolaño en los días previos al golpe de 1973.

"Estuve detenido ocho días, aunque hace poco, en Italia, me preguntaron: ¿qué le pasó a usted?, ¿nos puede contar de su año y medio en prisión? Y eso se debe al malentendido de un libro en alemán donde me pusieron medio año de prisión. Al principio me ponían menos tiempo. Es el típico tango latinoamericano. En el primer libro que me editan en Alemania me ponen un mes de prisión; en el segundo, en vistas de que el primero no ha vendido tanto, me suben a tres meses; en el tercer libro, a cuatro meses; en el cuarto libro, a cinco meses, y, como siga, todavía voy a estar preso".

(Entrevista con Eliseo Álvarez)

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Llega el 30 de agosto y se hospeda en lo de Jaime Quezada, en el barrio La Cisterna, donde hoy hay casas bajas, gente trabajadora, poco ruido. La calle La Blanca 0559, habitación en el pasillo, justo frente al baño. Hoy es habitada por Francisco Quezada, sobrino de Jaime, un cantor popular que hace shows en los ómnibus y vende empanadas. A dos cuadras de ahí [al momento de escribir esta crónica], digamos que por casualidad, se entrena la selección brasileña para la Copa América.

Durante aquellos días antes del Golpe, Roberto recorría la ciudad con Jaime como si fuera un turista. Él lo llevaba al bar “El Valle de Oro” a conocer poetas, iban a la biblioteca, caminaban sin rumbo. "Este recorrido de Bolaño sobre la ciudad de Santiago no se ha hecho nunca", dice Jaime, que reunió gran parte de sus experiencias junto a su amigo en el libro Bolaño antes de Bolaño. "La figura de los detectives, por ejemplo, tan emblemática en su obra, la tenía interiorizada desde muy chico. Recuerdo una vez en México que íbamos a jugar al policía y ladrón, y él dijo: Yo quiero ser detective, para seguir al policía y al ladrón", recuerda Jaime con entusiasmo. Luego abre un libro y nos muestra un fragmento de una entrevista con Mihály Des en la que Bolaño relata sobre el Golpe: "Yo vivía en casa de Jaime Quezada, que ahora es un poeta casi oficial. En aquella época era un poeta joven, amigo de mi madre. Me despertó temblando y me dijo: Roberto, los militares han dado un golpe. Lo primero que recuerdo es haber dicho: Dónde están las armas, que yo me voy a luchar, y Jaime diciéndome: No salgas, no vayas, ¿qué le voy a decir a tu mamá si te pasa algo? Yo no conocía el barrio y Jaime estaba dispuesto a quedarse encerrado todo el día en casa. Fue muy divertido. Fui a casa de un chaval que sabía que era de izquierda y le pregunté: ¿Quién está organizando la resistencia en el barrio? Porque yo voy de voluntario. Y el chaval me dijo: Yo también quiero ir de voluntario. Yo tenía 20 años, pero él tenía 15. Y fuimos juntos a la célula de unos comunistas, que eran los únicos que tenían organización. Había gente de todos los partidos allí. Era la casa de un obrero comunista. Un hombre que estaba muy, muy asustado. Recuerdo, además, que en su aparador tenía libros de Marcial Lafuente Estefanía, esos pequeños libritos de vaqueros. Fue muy tierno. Muy desolador y muy tierno”.

Jaime se ríe. Lanza una risotada larga y feliz. Le preguntamos si es cierto. "Roberto siempre fue un gran narrador, y esto lo engrandece aun más. Él creó su propio relato. Nada de eso sucedió: nunca preguntó dónde estaban las armas. En cambio, nos quedamos todo el día juntos en la casa porque no se sabía nada y era muy peligroso".

Él cuenta en varias entrevistas y en un cuento incluso (“Detectives”) que luego lo detuvieron ocho días y estuvo al borde de la muerte, temiendo ser torturado. Es parte de su poder narrativo. La verdad es que él se sintió atado a Chile a partir del Golpe. El 20 de septiembre se fue para Los Ángeles a visitar a unos parientes que tenía y luego a Concepción a ver a un amigo. En la estación de Concepción lo detienen. Y ahí lo tuvieron un tiempo hasta que averiguaron sus antecedentes.

¿Estaba comprometido? Dice que lo salvaron dos compañeros del liceo que lo reconocieron.
Los que vivimos esa época sabemos que eso no era posible. Roberto había venido de México con una chaqueta militar, hablaba como extranjero, el pelo largo Llamaba la atención, era esperable que lo detuvieran. Pero no hubo cárcel, solo lo interrogaron y lo liberaron. Ahí se vino para mi casa, hicimos los trámites con la embajada mexicana y se fue para allá otra vez.

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"Detesto, con algunas excepciones, los libros de memorias. Suelen ser grandilocuentes, a veces desde el título mismo; piense, si no, en Confieso que he vivido (de Neruda), un título estúpido de donde los haya, pues nadie, ni el torturador más necio, tratará de hacer confesar a alguien que ha vivido. Una respuesta tonta para una pregunta inexistente () En realidad, los únicos a los que se les debería permitir escribir libros de memorias es a los aventureros sangrientos, a las actrices de cine porno, a los grandes detectives, a los traficantes de droga, a los mendigos".

(Entrevista con Rodrigo Pinto)

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Cuando Roberto Bolaño Ávalos murió, el poeta Nicanor Parra le dedicó un poema visual que decía "Le debemos un hígado a Bolaño". Si es cierto que su tierra no lo reconoció a tiempo, creo que le habría alcanzado con el regalo del Antipoeta. Según Jaime, sin embargo, el país siempre le dio y le sigue dando lugar. Cuando le mencionamos que la mayor parte de la gente lo reconoce por la anécdota de Chespirito, se ríe y dice que eso no habla de Bolaño, sino de Chile. Y otra vez se ríe. Y quedamos en plena calle de Santiago mirando el faraónico Centro Cultural Gabriela Mistral, que está justo enfrente, como cayéndole encima a “El Valle de Oro”, donde nadie sabe que ahí estuvo el autor de Los detectives salvajes. Pienso que Parra diría que la única justicia es siempre imaginaria: debió haber sabido Roberto Bolaño que diez años después de su partida, cuando efectivamente muriera el Chavo, en esta tierra de poetas muchos se iban a acordar de él.

Todo lo que empieza como comedia acaba como un responso en el vacío.



Fotos: Hugo Infante