Diario La Nación, Argentina. 12.07.2015
Roberto Bolaño Ávalos es llevado en auto hacia un hospital de
Barcelona. Tiene 50 años y necesita un trasplante de hígado. [Este] No llega:
durante la madrugada del 15 de julio de 2003, luego de entrar en coma, muere.
Unas horas después, en Chile, la presentadora Carolina Zúñiga anunciará en la
televisión: "Se ha muerto Chespirito, se ha muerto el Chavo".
El equívoco es ilustrador: a pesar de haber nacido en Chile, y
haber escrito sobre Chile, y haber teñido pesadillas horribles y hermosas sobre
Chile, el escritor nunca llegó a ser profeta en su tierra. Y no bastó con que
le aclararan a Zúñiga que Roberto Bolaño no era Roberto Gómez Bolaños (el
Chavo), porque ni ella, ni los productores, ni la gente en general sabían quién
era. Aunque ahora sí: "¿Bolaño? Ah, el que la Zúñiga confundió con el Chavo".
Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia.
* * *
"Hay una infancia chilena, la adolescencia, el año 73, en
fin, cosas pequeñas y misteriosas, casi sin importancia, o sin el casi, probablemente cosas sin ninguna
importancia, pero que son también las cosas que van construyendo un
destino".
(Entrevista
de Bolaño con Carolina Díaz)
* * *
Hijo de León Bolaño y de María Victoria Ávalos, Roberto nació
en Santiago de Chile el 28 de abril de 1953. Sin embargo, sus primeros años los
vivió en la calle Mercedes, del cerro Los Placeres, en Valparaíso. Luego, en
1960 se mudaron a Quilpué, donde pasarían algunos de los años más felices de su
infancia. Tenían una casa grande con un jardín delante y detrás, una casa que
hoy sigue en pie y que en su frente tiene una placa conmemorativa, acaso la
única de todo Chile. Tocamos el timbre, pero nadie acude, solo los cuatro
perros que viven ahí, y que ladran y custodian más la privacidad que la placa,
que al final del cuento es solo un pedazo de piedra.
Quilpué es una ciudad cercana al mar a la que se llega entre
curvas. Desde la altura parece una pequeña villa de pescadores, aunque no tiene
mar ni puerto. Casas de madera y cerros con callecitas de tierra. La gente es
amable, indica las direcciones sin hablar demasiado. Y camina por el frente de
la casa de Bolaño como si nada. Como el chico de unos 12 años que pasea por ahí
arrastrando un monopatín. Nos mira, mira la cámara de fotos, la atención
inexplicable con que estudiamos la roca. Entonces le preguntamos:
¿Conoces a Roberto Bolaño?
¿El profesor de deportes?
No, un escritor que vivió
acá.
Ah. No, po.
Y se va. Entonces nos dedicamos a recorrer Quilpué buscando
algunos de los mitos que el propio escritor fue sembrando. Lo hizo en su
literatura o en las entrevistas que dio entre 1996 y 2003, los únicos años en
los que pudo vivir exclusivamente de la escritura, gracias a la sucesión de
premios (el Rómulo Gallegos y el Jorge Herralde), y a la posterior influencia
mundial de su obra.
De esos años en Quilpué, Roberto recordaba un caballo. Se
llamaba Poncho Roto y se lo regaló su padre, un boxeador profesional, camionero
y ganador de varios concursos de físico en la playa, según reconstruye la
periodista Mónica Maristain en su biografía El
hijo de Míster Playa. Ese caballo vuelve a aparecer en el cuento “Últimos
atardeceres de la tierra” (del libro Putas
asesinas), donde el personaje lo recuerda con el nombre de Zafarrancho.
También contó varias veces que en ese tiempo le atajó un penal
a Vavá. Bien podría ser fabulación, una construcción de sí mismo, o un recuerdo
futbolístico glorioso para alguien que nunca fue un gran deportista. Según su
relato, vivía al lado del centro deportivo de Quilpué, donde se concentraba la
selección brasileña en el Mundial de 1962, y él podía entrar a verlos. Ese
centro deportivo sigue estando a 50 metros de la casa que fue de Bolaño. Tiene
reposeras, piletas, campos de fútbol. A pocas cuadras de ahí está la Escuela
Pública N° 98, donde Bolaño estudió un año y donde su madre daba clases. Frente
a la escuela, limpiando la vereda, un hombre pregunta qué hacemos. Decimos “Roberto
Bolaño” esperando la expresión de duda que antecede el recuerdo de Chespirito.
Pero el hombre abre bien los ojos y dice: "Mi mujer fue al colegio con
él". Su mujer es Erna Heidke, compañera de Bolaño hasta quinto básico en
el Colegio Alemán, el segundo al que asistió Roberto en Quilpué.
¿Lo recuerda?
Sí, como a un compañerito más. Su cara, sus rasgos
Sí, era el Roberto.
¿Cuándo supo que era un
escritor reconocido?
Ya hace tiempo, porque nosotros todavía con los compañeros del
colegio estamos en contacto, tenemos un grupo y nos reunimos, y por ahí una vez
alguien contó y todos nos sorprendimos. Es lindo de pronto saber que uno fue al
colegio con una persona tan importante.
¿Recuerda alguna anécdota
con él?
Me acuerdo una vez que nos llevó a todos a ver a la selección
de Brasil, porque el padre trabajaba con camiones y no sé qué hacía con el
centro deportivo y tenía acceso, entonces él nos invitó a sus compañeros. Fue
muy lindo.
¿Y le atajó un penal a
Vavá?
Ah
, eso no recuerdo. ¿Quién
es Vavá?
Bolaño 1, Vavá 0.
Todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como
misterio o como marcha triunfal, ¿no?
* * *
"Toda literatura, en cualquier época, se apoya en sus,
digamos, Troyas portátiles, y en ocasiones las crea. En el caso de mi
generación, bueno, nuestro valor no fue tan grande como nuestra inocencia o
estupidez. Digamos que, en esa épica, lo que contaba era el gesto. Mediante
gestos uno construía su novela de aprendizaje, algo que, bien mirado, es
bastante tonto y que, a la postre, si las cosas hubieran sido diferentes nos
habría convertido en víctimas o verdugos".
(Entrevista
con Daniel Swinburn)
* * *
La Biblioteca Nacional de Santiago de Chile tiene 185 entradas
con el nombre de Roberto Bolaño. Están sus libros, hay traducciones, ensayos.
Hay textos de entrevistas que lo nombran a la pasada, otros que lo enaltecen y
otros que lo destrozan. Su relación con el mundo literario chileno fue más bien
polémica. Llamó “escribidora” a Isabel Allende, que le respondió luego de su
muerte, diciendo que era un tipo bien desagradable. Se declaró ciento por
ciento seguidor de Parra antes que de Neruda o Mistral, los poetas nacionales.
Dijo cosas como que en Chile los escritores se preocupan demasiado por la
respetabilidad, que es lo peor que puede hacer un escritor, y que la literatura
chilena estaba más bien muerta.
Sin embargo, sí tuvo la voluntad de publicar Estrella distante en su país natal. En
ella narra una historia de horror -tragicómico, otra vez- durante la dictadura
de Pinochet. En su momento, mediados de los noventa, le mandó la novela a su amigo
Jaime Quezada y le pidió por carta que llevara el manuscrito a "cualquier
editorial que pague". Jaime lo hizo: se la acercó a Carlos Orellana, que
en sus Memorias de un editor cuenta:
"Quezada trajo Estrella distante
con el encargo de ofrecerla a alguna editorial nacional. Yo trabajaba por esos
años (1993 y siguientes) en Planeta-Chile. Tardé un par de meses (o acaso más)
antes de leer Estrella distante, y
comprobar entonces que tenía entre mis manos una novela de un escritor de
primer orden. Me conseguí su teléfono con el poeta mensajero y me comuniqué con
Bolaño. Demasiado tarde. Ante la falta de noticias de Chile había contactado a
la editorial Anagrama". Jaime también lo recuerda y aporta una postal en
la que Roberto le anuncia que consiguió editorial para su libro. Nos la muestra
en una mesa del bar “El Valle de Oro”, donde Quezada se reunía con un grupo de
poetas en la década del 70, los años en que Bolaño volvió de regreso a Chile para
participar de la revolución.
Antes de su regreso, hubo varias mudanzas internas y una
externa. Después de Quilpué, la familia se mudó a Cauquenes y luego a Los
Ángeles, de donde era León. De Los Ángeles se fueron en 1968 rumbo a México.
Roberto tenía 15 años. En esa época llegó Jaime Quezada a México y se hospedó
dos años en su casa. Le presentó el mundo de poetas, lo sacó por las calles del
DF. Le presentó, entre otros, a la poeta argentina Diana Bellesi, que hoy
recuerda: "Fuimos amiguitos en nuestra juventud". A los 20, Roberto
decidió volver a Chile y subirse al sueño socialista. Llegó a Santiago el 30 de
agosto. Once días después el sueño de Allende terminó en manos del golpe
militar.
Todo lo que empieza como comedia termina como película de
terror.
* * *
En esta casa del barrio La Cisterna, entonces residencia de
Jaime Quezada, permaneció Bolaño en los días previos al golpe de 1973.
"Estuve detenido ocho días, aunque hace poco, en Italia,
me preguntaron: ¿qué le pasó a usted?, ¿nos puede contar de su año y medio en
prisión? Y eso se debe al malentendido de un libro en alemán donde me pusieron
medio año de prisión. Al principio me ponían menos tiempo. Es el típico tango
latinoamericano. En el primer libro que me editan en Alemania me ponen un mes
de prisión; en el segundo, en vistas de que el primero no ha vendido tanto, me
suben a tres meses; en el tercer libro, a cuatro meses; en el cuarto libro, a
cinco meses, y, como siga, todavía voy a estar preso".
(Entrevista
con Eliseo Álvarez)
* * *
Llega el 30 de agosto y se hospeda en lo de Jaime Quezada, en
el barrio La Cisterna, donde hoy hay casas bajas, gente trabajadora, poco
ruido. La calle La Blanca 0559, habitación en el pasillo, justo frente al baño.
Hoy es habitada por Francisco Quezada, sobrino de Jaime, un cantor popular que
hace shows en los ómnibus y vende empanadas. A dos cuadras de ahí [al momento
de escribir esta crónica], digamos que por casualidad, se entrena la selección
brasileña para la Copa América.
Durante aquellos días antes del Golpe, Roberto recorría la
ciudad con Jaime como si fuera un turista. Él lo llevaba al bar “El Valle de
Oro” a conocer poetas, iban a la biblioteca, caminaban sin rumbo. "Este
recorrido de Bolaño sobre la ciudad de Santiago no se ha hecho nunca",
dice Jaime, que reunió gran parte de sus experiencias junto a su amigo en el
libro Bolaño antes de Bolaño.
"La figura de los detectives, por ejemplo, tan emblemática en su obra, la
tenía interiorizada desde muy chico. Recuerdo una vez en México que íbamos a
jugar al policía y ladrón, y él dijo: Yo quiero ser detective, para seguir al
policía y al ladrón", recuerda Jaime con entusiasmo. Luego abre un libro y
nos muestra un fragmento de una entrevista con Mihály Des en la que Bolaño
relata sobre el Golpe: "Yo vivía en casa de Jaime Quezada, que ahora es un
poeta casi oficial. En aquella época era un poeta joven, amigo de mi madre. Me
despertó temblando y me dijo: Roberto, los militares han dado un golpe. Lo
primero que recuerdo es haber dicho: Dónde están las armas, que yo me voy a
luchar, y Jaime diciéndome: No salgas, no vayas, ¿qué le voy a decir a tu mamá
si te pasa algo? Yo no conocía el barrio y Jaime estaba dispuesto a quedarse
encerrado todo el día en casa. Fue muy divertido. Fui a casa de un chaval que
sabía que era de izquierda y le pregunté: ¿Quién está organizando la
resistencia en el barrio? Porque yo voy de voluntario. Y el chaval me dijo: Yo
también quiero ir de voluntario. Yo tenía 20 años, pero él tenía 15. Y fuimos
juntos a la célula de unos comunistas, que eran los únicos que tenían
organización. Había gente de todos los partidos allí. Era la casa de un obrero
comunista. Un hombre que estaba muy, muy asustado. Recuerdo, además, que en su
aparador tenía libros de Marcial Lafuente Estefanía, esos pequeños libritos de
vaqueros. Fue muy tierno. Muy desolador y muy tierno”.
Jaime se ríe. Lanza una risotada larga y feliz. Le preguntamos
si es cierto. "Roberto siempre fue un gran narrador, y esto lo engrandece
aun más. Él creó su propio relato. Nada de eso sucedió: nunca preguntó dónde
estaban las armas. En cambio, nos quedamos todo el día juntos en la casa porque
no se sabía nada y era muy peligroso".
Él cuenta en varias entrevistas y en un cuento incluso (“Detectives”)
que luego lo detuvieron ocho días y estuvo al borde de la muerte, temiendo ser
torturado. Es parte de su poder narrativo. La verdad es que él se sintió atado
a Chile a partir del Golpe. El 20 de septiembre se fue para Los Ángeles a
visitar a unos parientes que tenía y luego a Concepción a ver a un amigo. En la
estación de Concepción lo detienen. Y ahí lo tuvieron un tiempo hasta que
averiguaron sus antecedentes.
¿Estaba comprometido? Dice que lo salvaron dos compañeros del
liceo que lo reconocieron.
Los que vivimos esa época sabemos que eso no era posible.
Roberto había venido de México con una chaqueta militar, hablaba como
extranjero, el pelo largo
Llamaba la atención, era
esperable que lo detuvieran. Pero no hubo cárcel, solo lo interrogaron y lo
liberaron. Ahí se vino para mi casa, hicimos los trámites con la embajada
mexicana y se fue para allá otra vez.
* * *
"Detesto, con algunas excepciones, los libros de memorias.
Suelen ser grandilocuentes, a veces desde el título mismo; piense, si no, en Confieso que he vivido (de Neruda), un
título estúpido de donde los haya, pues nadie, ni el torturador más necio,
tratará de hacer confesar a alguien que ha vivido. Una respuesta tonta para una
pregunta inexistente (
) En realidad, los únicos a
los que se les debería permitir escribir libros de memorias es a los
aventureros sangrientos, a las actrices de cine porno, a los grandes
detectives, a los traficantes de droga, a los mendigos".
(Entrevista
con Rodrigo Pinto)
* * *
Cuando Roberto Bolaño Ávalos murió, el poeta Nicanor Parra le
dedicó un poema visual que decía "Le debemos un hígado a Bolaño". Si es
cierto que su tierra no lo reconoció a tiempo, creo que le habría alcanzado con
el regalo del Antipoeta. Según Jaime, sin embargo, el país siempre le dio y le
sigue dando lugar. Cuando le mencionamos que la mayor parte de la gente lo
reconoce por la anécdota de Chespirito, se ríe y dice que eso no habla de
Bolaño, sino de Chile. Y otra vez se ríe. Y quedamos en plena calle de Santiago
mirando el faraónico Centro Cultural Gabriela Mistral, que está justo enfrente,
como cayéndole encima a “El Valle de Oro”, donde nadie sabe que ahí estuvo el
autor de Los detectives salvajes.
Pienso que Parra diría que la única justicia es siempre imaginaria: debió haber
sabido Roberto Bolaño que diez años después de su partida, cuando efectivamente
muriera el Chavo, en esta tierra de poetas muchos se iban a acordar de él.
Todo lo que empieza como comedia acaba como un responso en el
vacío.
Fotos:
Hugo Infante