Por Manuel Vilas
Página 12, Argentina. 31.03.2019
Si bien Roberto Bolaño fue reconocido como un gran narrador y
novelista latinoamericano, su obra poética no sólo no fue menor ni lateral sino
que estuvo en la base de su configuración como escritor. Se formó leyendo
poesía y, sobre todo, atento a la vida de los poetas que lo fascinaban y que
también alimentaron a muchos de sus mejores personajes. Ahora se publica un
tomo de su Poesía reunida (Alfaguara)
que además de los volúmenes La
Universidad Desconocida, Los perros
románticos y Tres, incluye una
buena parte de poemas dispersos en revistas y plaquettes prácticamente
inhallables. Aquí se anticipa el prólogo que escribió el escritor y poeta
español Manuel Vilas para la presente edición.
Roberto Bolaño siempre fue devoto de la poesía. Llegó a la
literatura de la mano de los poetas, de Baudelaire, de Rimbaud, como él mismo
se encargaba de recordar cuando en las entrevistas se le preguntaba por sus
orígenes literarios. Una mano dura, la de esos poetas. Su fascinación por la
vida y obra del poeta chileno Nicanor Parra es de sobra conocida. Parra fue su
poeta tutelar, un poeta que regaló a Bolaño una forma de entender la poesía que
estaba directamente relacionada con una manera de vivir. Y esa manera de vivir
perseguía la irreverencia, la iconoclastia y el misterio.
A Bolaño le apasionaban los poetas y, sobre todo, la vida de
los poetas. Y la vida de los seres humanos que fracasan: “Nunca te enamores de
una jodida drogadicta: / Las primeras luces del día te sorprenderán / Con
sangre en los nudillos y empapado de orines”. Los poetas que fracasan eran un
espectáculo universal. La vida de los poetas fracasados era inquietante y
humorística, albergaba una melancólica ironía contra todos los poderes de la
tierra: el poder político y el poder económico, y también el cultural.
Los poetas fueron una fiesta. Una fiesta para mendigos. Porque
los mendigos que se van de fiesta se convierten en poetas.
Bolaño vio en la poesía una forma de rebeldía y una intriga
existencial que engrandecía la vida. Es curioso, porque sin esa apelación a la
poesía no se puede entender el conjunto de su obra, especialmente sus dos
novelas más celebradas: Los detectives
salvajes y 2666. Ese sentido de la
rebeldía se manifiesta en una preocupación constante por exhibir las vidas de
los fracasados, de los malogrados, de los hundidos, de los seres humanos que no
consiguieron arraigar, de los desposeídos, de los que tuvieron mala suerte, de
los raros, de los incomprendidos, de los que murieron antes de hora. Y sobre
todo de los pobres: “Demos gracias por nuestra pobreza, dijo el tipo vestido
con harapos”.
Hay mucha desesperación en la poesía de Roberto Bolaño. Tal vez
porque la contemplación de la vida y del mundo de finales del siglo veinte
producía extrañeza, destemplanza y angustia. Producía una desesperación
inteligente. Yo diría que ése es el sentimiento que predomina en esta poesía:
una angustia que viene de muy adentro y que acaba siendo luminosa. Pienso en
ese poema en que Bolaño cita a Alain Resnais, quien a su vez recuerda que
Lovecraft fue vigilante nocturno en un cine de Providence, y en esa historia el
poeta encuentra consuelo, al contemplarse como vigilante nocturno del camping
Estrella de Mar. A veces Bolaño comunica telegráficamente su desesperación,
pero siempre con una ironía final: “El fracaso. La miseria. La degeneración. La
angustia. / El deterioro. La derrota. Dos artículos masculinos / y cuatro
femeninos”.
El trovador medieval Guiraut de Bornelh, uno de los personajes
que aparece en la poesía de Bolaño, es una sombra del pasado remoto de la
literatura desde la que nuestro poeta piensa su propio presente. Con frecuencia
Bolaño buscó auxilio privado en la historia de la literatura y también en la
amistad de los escritores coetáneos con quien tuvo afinidades vitales. Buscaba
un refugio, no sentirse tan solo y desamparado. Hay mucho sentimiento de
desamparo en la poesía del autor de Los
detectives salvajes. Pensó que ese desamparo era inherente a la tarea del
poeta, a la tarea del escritor. Al aprendizaje en el desamparo dio en llamarle
“la Universidad Desconocida”, y así se tituló la recopilación de su poesía,
preparada durante décadas y finalmente publicada en 2007. Es un título muy en
la línea de 2666, formulaciones que encierran un pequeño misterio que nos araña
el corazón: sabemos qué significan, pero son tan herméticos que hay algo en
esos títulos que esquiva nuestra comprensión. Además, la universidad
desconocida posee casi una naturaleza infernal, un abismo que encierra terror y
muerte. México puede ser el lugar de la universidad desconocida, todo un país
que sirve de alegoría, de símbolo de la desesperación luminosa, de la
destrucción elegida en un acto de valor oscuro.
Siempre pensé que había un hermoso paralelismo, un secreto
túnel, entre la manera en que aparecen y son caracterizados los poetas en una
obra como Luces de bohemia, de Ramón
María del Valle-Inclán, y en Los
detectives salvajes, de Bolaño. El poeta mexicano Mario Santiago, al que
Bolaño dedica varios poemas, se convertirá en el legendario personaje Ulises
Lima en la citada novela. La miseria material, la existencia llena de penurias
acompañada por la autenticidad moral y la entrega a una vocación poética
parecen aunarse en personajes como Max Estrella y Ulises Lima.
Tanto Valle-Inclán como Bolaño idearon teorías estéticas. Valle
formuló el esperpento y Bolaño, junto con Mario Santiago y otros poetas
mexicanos, el infrarrealismo. La fundación de este último ocurrió a mediados de
los años setenta en México. Más allá de los contenidos literarios, tanto el
esperpento como el infrarrealismo eran estéticas revulsivas y disolventes.
Bolaño entendió el infrarrealismo como una especie de orden mendicante de la
posmodernidad, o un rotundo “no” a las convenciones. Los infrarrealistas
querían volarle los sesos a la cultura oficial. Valle quería volarle los sesos
a la España putrefacta. El poema de Bolaño titulado “Ernesto Cardenal y yo”
puede ser un ejemplo de teoría infrarrealista. Tal vez toda esta teoría poética
sea un homenaje a México. Puede que México también sea un homenaje al
infrarrealismo. En realidad, nadie sabe qué fue el infrarrealismo, más allá de
la parodia y de la ironía con respecto a las grandes vanguardias literarias de
principios del siglo veinte.
Los poetas parece que son lo único insobornable. Tal vez porque
no tengan nada. La miseria radical se convierte en pureza, en un acto político
valiente, sólido. Bolaño estaba obsesionado con los poetas, porque eran lo
único que se resistía al dinero. No tenían dinero los poetas, pero sí conocimiento.
Esa es la paradoja que gustaba al autor de 2666.
Memorable es el poema titulado “El dinero”:
“Trabajé 16 horas en el camping y a las 8 de la mañana tenía 2.200
pesetas pese a ganar 2.400 no sé qué hice con las otras 200 supongo que comí y
bebí cervezas y café con leche en el bar de Pepe García dentro del camping y
llovió la noche del domingo y toda la mañana del lunes y a las 10 fui donde
Javier Lentini y cobré 2.500 pesetas por una antología de poesía joven
mexicana...”.
La exhibición del dinero, cuando es tan poco dinero, se
convierte en la mejor poesía del mundo. En otro poema nos dice: “El dinero que
no tendré jamás y que por exclusión hace de mí un anacoreta, el personaje que
de pronto empalidece en el desierto”. Es sugerente la imagen del anacoreta
posmoderno, del escritor que se sabe inútil para ganar dinero, y sabe que eso
lo es todo, o casi todo. Inútil para ganar dinero, pero no para el sexo. En la
poesía de Bolaño, como en su narrativa, el sexo descarnado o fisiológico o
explícito tiene una gran relevancia. Los poetas no tenían dinero, pero hacían
el amor. Siempre disponibles para la promiscuidad. Los detectives salvajes son salvajes porque son tan pobres como
promiscuos, o lujuriosos, qué hubiera dicho Dostoievski. La lujuria o la
promiscuidad parecen emociones o postulados infrarrealistas.
El Tercer Mundo, es decir, México, solo nos regala miseria y
promiscuidad. Bolaño celebró el Tercer Mundo inventando una danza literaria
entre la pobreza y el sexo. Porque el sexo entre pobres es más sexo que entre
ricos. La pobreza convierte el sexo en rabia, en la rabia más perturbadora del
universo.
No hay nada más preciso para definir a un yo poético que decir
cuánto dinero gana y con quién fornica. No hay nada más impúdico, y a la vez
tan necesario. Los poetas se convirtieron en “perros románticos”. Y la vida de
Bolaño se midió en pesetas. Eso produce melancolía. Es una medida desaparecida,
que pertenece al siglo XX, desde donde Bolaño nos mira, en donde Bolaño quedó
atrapado. Solo tres años pudo cruzar el siglo XXI, pues, como todo el mundo
sabe, murió en 2003, a la edad de cincuenta años. Una edad que hoy hace que
pensemos en él como si fuese un poeta joven.
La vida fue una universidad desconocida, eso nos dijo Bolaño.
También nos dijo, en una parodia brillante que tenía por objeto la novela
negra, que los verdaderos detectives son los poetas (y especialmente los poetas
anónimos) y que el futuro que se nos trasladaba en 2666 era una expansión incontrolada de la ficción como una forma de
borrosa, ambigua, azarosa existencia.
Siempre con un pie más allá del orden, de la naturaleza y de la
vida, así es la literatura de Bolaño, en cualquier género. La poesía de Bolaño
se decantó por un simbolismo personal. Es una poesía de tendencia figurativa,
no usa la abstracción, aunque sí el irracionalismo y el toque visionario, pero
se mueve en un territorio simbólico que se apoya en referentes de la historia
de la cultura, del arte y de la literatura. Estoy pensando en el poema titulado
“El Greco”, en donde la evocación histórica del pintor se mezcla con una escena
erótica que busca la redención del pasado. Porque el destino de los artistas es
la muerte, y Bolaño los quiere rescatar, para que vuelvan a estar vivos, bajo
esa dimensión imaginaria de la poesía. El poeta nombra en sus poemas a
escritores de todos los tiempos, dialoga con ellos, y en alguna medida se
encomienda a ellos desde la ironía. Mezcla personajes históricos con personas a
quienes el poeta conoció. El resultado es una combinación de historia y vida. Y
el sentido final siempre es el de una sentencia presidida por la muerte y la
angustia. También fondeó Bolaño en la creación de símbolos crípticos, con
imágenes que a veces recuerdan a la poesía de Leopoldo María Panero. La
creación de símbolos personales, enigmáticos y de cierto tono distópico o
apocalíptico tiene asiento en muchos poemas. El hondo desierto de la realidad y
de la condición humana busca ser dicho con acertijos, con arcanos privados. Hay
destellos de Jorge Luis Borges, y su influencia se nota específicamente en ese
poema río titulado “Un paseo por la literatura”, que acaba siendo un aleph en donde cabe la historia del
universo.
Son muchos los poemas que expresan una idea recurrente en esta
poesía, y que podría cifrarse en un verso del propio Bolaño, ese que dice “Nada
quedará de nuestros corazones”. La conciencia de la inutilidad del arte frente
a la muerte y el tiempo hacen que Bolaño adopte la ironía, en una acepción casi
lúdica, como remedio, o como bálsamo. Es toda una melancolía, de fundamento
clásico, la que aparece en esa constatación: nada quedará de nuestras vidas,
por mucho que existan los poetas.
La necesidad de narrar historias, pero historias con poesía
dentro, lleva a Bolaño a escribir poemas en prosa. La poesía está en un lugar
intermedio. La poesía se ha hecho prosa. En este libro que tiene el lector
entre sus manos hay muchos poemas que son, en realidad, breves narraciones.
¿Por qué llamar poesía al relato corto? Porque tampoco son relatos, en puridad.
Pues albergan en sus entrañas un sentido poético, un sentido simbólico e irreal
de la existencia humana. No buscan narrar unos hechos, sino trascender esos
hechos como motivo simbólico de la vida. La prosa narrativa de Bolaño es poesía
por eso, por su ambición de decir la condición humana. Hay en estos textos en
prosa mucha influencia de Franz Kafka, sobre todo en esa mezcla de amenaza y
desasosiego que invade estas pequeñas narraciones, donde la tan famosa
autoficción, donde la aparición del propio Roberto Bolaño como personaje, toman
un destacado protagonismo. Pensaba nuestro poeta que si contaba en carne propia
todo cuanto veía, la vida se ordenaba o al menos vivir servía para algo.
Mientras Roberto Bolaño cuenta lo que le pasa a Roberto Bolaño, con absoluto
verismo, con un lenguaje coloquial, recurriendo incluso al exabrupto y a las
expresiones soeces, es posible encontrar un poco de sosiego, y una finalidad.
Justamente la finalidad que no tiene la vida. ¿Por qué hay tantos hechos,
tantos personajes o personas, tantas ciudades y países en la vida real? Bolaño
no lo sabe. Lo que sabe es que un ser humano pierde la vida, gasta la vida
viendo ciudades, caminando las calles de Barcelona, de Ciudad de México, de
Castelldefels, de Ciudad Juárez, que invierte la vida en Chile, México y
España, que la vida es lo que ocurre en el camping Estrella de Mar (“Un camping
debe ser lo más parecido al Purgatorio”) o en la barcelonesa calle Tallers, y
que lo mejor es contarlo, porque la vida solo sirve para contarla. Y si la vida
solo sirve para contarla, es que estás desesperado, aunque no se note. Que no
se note es la tarea del escritor con talento.
En la poesía de Bolaño puede encontrar también el lector el
taller del narrador, la trastienda del novelista, y puede observar cómo
funciona el trasvase entre poesía y prosa. Muchos de los temas que ocuparán la
narrativa del autor de Los detectives
salvajes están sugeridos en los poemas, a modo de apunte, a modo de
reflexión, a modo de esbozo. Podría hablarse de la “escritura total”, que puede
manifestarse en una novela o en un poema. La creación de Bolaño confundía los
géneros literarios porque procedía del violento afán de representar la vida:
daba igual el género. La urgencia era la vida. Por eso, este libro de poesía
reunida es, en rigor, un libro más de Roberto Bolaño sobre Roberto Bolaño. Un
libro sobre la vida de Roberto Bolaño, sobre el intento de que la vida de
Roberto Bolaño alcance un fin, un sentido, una representación, una existencia,
un rostro, una fotografía.
Se podría sintetizar así: hay poesía escondida en sus novelas y
hay novelas interrumpidas en su poesía. Porque todo son palabras. Como todo son
palabras, Bolaño buscó aquellas que más dolían o más decían, o más escondían, o
más cercanas estaban a lo que el propio Bolaño vivió.
Toda la poesía aquí reunida es, pues, de carácter
autobiográfico. Bolaño habla de su trabajo de vigilante en el camping Estrella
de Mar de Castelldefels, habla de sus amigos, de todo cuanto vio y vivió con
ellos, de las mujeres a las que deseó, de las calles y los bares en los que
estuvo y fue Nadie. Esa sensación ardiente de pasar por el mundo siendo Nadie,
eso está en estos poemas, en estas prosas.
Creo que el lector encontrará especialmente emocionantes los
poemas dedicados a Lautaro Bolaño, hijo del poeta. A través del hijo, llega el
poeta a reconstruir el rostro de su propio padre, y hasta el del abuelo.
Lautaro Bolaño representa la vida que se cumplirá con el padre ya ausente. Él
es lo mejor que hubo en la vida del poeta.
El mundo es líquido y no sólido en la literatura de Bolaño. Eso
buscó nuestro chileno españolizado y mexicanizado. El estado líquido es muy
hermoso, ayuda a tomarse la vida como comedia, una comedia con sus largos
quejidos, con tanta irreverencia como desesperación. Eso es este volumen, esta
poesía reunida: la comedia íntima de Roberto Bolaño.
Para poder vivir hay que creer en algo. No me gustaría acabar
este prólogo sin recordar aquello en lo que creyó Roberto Bolaño. Creyó en el
misterio y en la fuerza de la vida, susceptible de ser dichos de manera
quijotesca y cervantina a través de las palabras. Al hacer un brutal recuento
de sus fracasos editoriales, Bolaño dijo en lo que creía. Lo dijo en este
poema: “Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad también de
Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik, Seix Barral, Destino… Todas las
editoriales… Todos los lectores… Todos los gerentes de ventas… Bajo el
puente, mientras llueve, una oportunidad de oro para verme a mí mismo: como una
culebra en el Polo Norte, pero escribiendo. Escribiendo poesía en el país de
los imbéciles. Escribiendo con mi hijo en las rodillas. Escribiendo hasta que
cae la noche con un estruendo de los mil demonios. Los demonios que han de
llevarme al infierno, pero escribiendo”.
Un raro poema, líneas desesperadas, en donde el acto de
escribir es voluntad, amor y castigo. Un escritor puede arder en el infierno,
pero no se consumirá del todo en tanto que su mano en llamas escriba aunque solo
sea una sílaba, sea cual sea esta sílaba ignominiosamente secreta.