jueves, 2 de mayo de 2019

Santa Teresa o “el secreto del mal”: una aproximación a “2666” de Roberto Bolaño

Por Manuel Illanes
Revista Poétika 1, Nº 3, 01.2019



 
Si Los detectives salvajes representa en la obra de Bolaño el acercamiento a un México mítico, luminoso, el territorio de iniciación para Belano, Lima y los real-visceralistas en los terrenos de la poesía, 2666, por el contrario, nos introduce en las zonas oscuras del país, esa suerte de “dimensión desconocida” mencionada por Sergio González Rodríguez en Huesos en el desierto, haciendo eco de lo dicho por R. K. Ressler a propósito de los crímenes de mujeres en Ciudad Juárez. De alguna manera, ambos textos figuran el anverso y el reverso de la imagen que Bolaño comenzó a construir de México casi desde el momento en que pisó el país en 1968, y que siguió desarrollando hasta su muerte ocurrida en 2003, la de una nación que se mueve entre los polos de la maravilla y el horror. Esta distancia no es impedimento, sin embargo, para que desde distintas perspectivas, Los detectives salvajes y 2666 desarrollen el tema del poder como central en sus relatos: mientras que en Los detectives… se nos presenta la historia de un grupo de poetas que desde la marginalidad debe confrontarse con la oficialidad literaria mexicana, liderada por Octavio Paz, que ha establecido un canon acerca de lo que es “apropiado” en la escritura poética -de la que obviamente se hallan excluidos estos poetas-, 2666 traslada este tópico al ámbito del crimen: una de las cinco secciones que componen el libro, “La parte de los crímenes”, narra de forma detallada los asesinatos cometidos a partir de 1993 contra mujeres en Ciudad Juárez, asesinatos en que se manifiesta de manera patente la huella de una cofradía invisible que domina esta ciudad y la frontera norte. Uno y otro libro revelan, entonces, las caras desconocidas de esa Medusa que constituye el poder en México.

En relación a estos crímenes, Carlos Monsiváis ha señalado de forma contundente que existe un vínculo, un lazo que une a los distintos grupos que participan de los asesinatos, lo que ha permitido tanto la impunidad de los crímenes, como su continuidad en el tiempo. Así lo señala en Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México:

La clave de la “incompetencia” es la alianza entre los gobernantes, los inquilinos del poder judicial, las policías y los empresarios y los terratenientes de Ciudad Juárez y El Paso, Texas. Esta alianza (no tan) en las sombras se inicia con el despojo de tierras comunales, con los fraudes sin castigo y con las técnicas de intimidación y compra del narcotráfico, que exhiben la disponibilidad de jueces, jefes policiales (de distintos niveles), agentes del Ministerio Público, muy altos funcionarios, empresarios, comerciantes, militares, clérigos.

Esta lectura que Monsiváis realiza de la situación en Juárez -que podríamos denominar sadiana (desarrollaremos más adelante esta comparación en profundidad)-, puede ser aplicada también al texto del novelista chileno, por cuanto la idea de una complicidad en torno a los asesinatos entre las distintas fuerzas que gobiernan la ciudad es recogida y ampliada por Bolaño en la sección ya mencionada. Ahí, el novelista chileno ficciona un espacio que replica el horror que se vive día tras día en la urbe fronteriza de Chihuahua: Santa Teresa. Santa Teresa será en la novela de Bolaño el centro de un espanto que se expande por todo México, un agujero negro que engulle las vidas de cientos de mujeres que desaparecen a plena luz y son encontradas después, muertas, la mayoría de ellas violadas y algunas mutiladas, situación que se ha prolongado hasta el presente y que revela la existencia de una cultura de cariz no solo machista, sino que abiertamente misógina, para la cual el cuerpo de la mujer es tan solo el espacio de escritura con que cuentan algunas mafias para reafirmar su dominio sobre el territorio y enviar mensajes a sus asociados o enemigos (tal como nos lo ha señalado Rita Segato). Hay que destacar que el tema de los feminicidios, tratado en 2666, encuentra, al menos, un antecedente en la literatura mexicana: Las muertas, libro publicado por Jorge Ibargüengoitia en 1977. En él, Ibargüengoitia realiza una recreación del caso de las “Poquianchis”, un par de hermanas de Guanajuato que ejercían de proxenetas en varios prostíbulos de su propiedad, situados en los estados de Jalisco y Guanajuato, donde mantuvieron trabajando durante años a jóvenes que eran engañadas para ejercer la prostitución, muchas de las cuales terminaron muertas o asesinadas, siendo inhumadas de manera clandestina en los patios de dichos prostíbulos. Estos crímenes únicamente pudieron haberse cometido gracias a la connivencia tácita de las autoridades civiles y policiales de los estados citados, con las que las “Poquianchis” establecieron una red de contactos e influencias que les permitía atraer a sus víctimas, explotarlas en los burdeles y luego desechar sus cadáveres sin ser descubiertas por casi dos décadas. Esta misma combinación de hechos (los asesinatos de mujeres que pululan debido a la corrupción de las autoridades) es la que deben enfrentar los agentes encargados de resolver los crímenes de Santa Teresa en 2666, lo que hermana ambos textos y los sitúa dentro de una órbita similar en relación a la visión del poder que ellos presentan. También los acerca, por otro lado, el lenguaje forense que utilizan al describir los crímenes, aunque en el caso de la novela de Bolaño esto puede deberse a la admiración que el chileno profesaba hacia autores del género policial y, especialmente, por la influencia de James Ellroy, de quién el novelista era un gran adepto (tal como se refleja en Entre paréntesis donde dedica una pequeña reseña a Mis rincones oscuros), en particular sobre la autobiografía de este autor, publicada en 1996, donde se trata acerca del asesinato irresoluto de su madre y de los feminicidios que él investiga para resolverlo, situados en el contexto del Los Angeles de las décadas de los 50 y 60.

Refiriéndose a esta confluencia de fuerzas políticas, policiales y de los cárteles que estarían detrás de una parte importante de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, la ensayista argentina Rita Segato ha indicado en un penetrante estudio acerca de estos casos (La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado) que:

El poder soberano no se afirma si no es capaz de sembrar el terror. Se dirige con esto a los otros hombres de la comarca, a los tutores o responsables de la víctima en su círculo doméstico y a quienes son responsables de su protección como representantes del Estado; le habla a los hombres de las otras fratrías amigas y enemigas para demostrar los recursos de todo tipo con que cuenta y la vitalidad de su red de sustentación; le confirma a sus aliados y socios en los negocios que la comunión y la lealtad de grupo permanece incólume. Le dice que su control sobre el territorio es total, que su red de alianzas es cohesiva y confiable, y que sus recursos y contactos son ilimitados.

El concepto de fratría que la ensayista argentina utiliza en su estudio, se encuentra -a mi modo de ver- directamente relacionado con la lectura que unos párrafos antes llamé sadiana refiriéndome a la interpretación que Monsiváis hacía de la situación en Juárez: el Marqués de Sade, en Las 120 jornadas de Sodoma, desarrolla la idea de la existencia de una cofradía, integrada por cuatro hombres adinerados (un aristócrata, un eclesiástico, un banquero y un juez) que deciden recluirse en un castillo y someter a una serie de abusos y vejaciones a un grupo de jóvenes de ambos sexos, especialmente escogidos para tales efectos. Estos hombres representan distintas facetas del poder que, ya en esa época -con el capitalismo alcanzando una incipiente madurez-, despuntaba en la sociedad del Antiguo Orden y se proyectaba hacia el futuro, esto es, el poder del Capital. El hecho de que todos ellos se encuentren asociados bajo un pacto secreto y compartan una misma visión respecto al derecho que los respaldaba para ejercer una violencia sin freno sobre los cuerpos de los jóvenes encerrados en el castillo parece tener una resonancia poderosa en la novela de Bolaño, quién de forma sutil (y otras no tanto) sugiere los vínculos incestuosos que unen a la clase dirigente de Santa Teresa con la policía y los grupos criminales. Esto se refleja, por ejemplo, en los lazos de amistad que unen al jefe de la policía de la ciudad, Pedro Negrete, con el líder de uno de los carteles de Santa Teresa, Pedro Rengifo, al que el primero entrega para el séquito de guardaespaldas del segundo, a Olegario Expósito (Lalo Cura), quien se convertirá en uno de las protagonistas de “La parte de los crímenes”. O en la actuación de las fuerzas de seguridad del Estado, que en distintas escenas de la novela, demuestran una ineptitud y negligencia en la investigación de los casos que está al borde de transformarse en una asistencia directa a los autores de los delitos y que, incluso, han llegado al extremo de adoptar los métodos delincuenciales, torturando a supuestos sospechosos de cometer los crímenes e intentando que éstos se autoinculpen, amén de otras tropelías aun más graves (la escena de la violación de las prostitutas del club La Riviera en los calabozos de un cuartel policial, que figura en la página 501 de 2666, resume a la perfección este punto). O en las reuniones entre los distintos estamentos del gobierno con el objeto de “solucionar” la situación -que más bien parecen el intento de maquillar los entuertos que se cometen en la ciudad-, de la que este fragmento simboliza de modo cabal la estrategia de ocultamiento de los responsables directos:

La vida es dura, dijo el presidente municipal de Santa Teresa. Tenemos tres casos que no ofrecen ninguna duda, dijo el judicial Ángel Fernández. Hay que mirar las cosas con lupa, dijo el tipo de la cámara de comercio. Yo todo lo miro con lupa, una y otra vez, hasta que se me cierran los ojos de sueño, dijo Pedro Negrete. De lo que se trata es de no moverle al cucarachero, dijo el presidente municipal. (Las cursivas son mías)

La particular insistencia que Bolaño pone en asociar las figuras de los representantes más importantes de Santa Teresa (como en la cita anterior) en relación a los crímenes, da cuenta de este afán del novelista por hacer patente la clave sadiana a la que me he referido. En tal sentido, hay otro fragmento de “La parte de los crímenes” que abona sobre la evidencia de los nexos existentes entre las autoridades civiles de Santa Teresa y los capos de los grupos criminales, y su deseo de dirigir las investigaciones en cierta dirección, una que apunte hacia la tesis del asesino único (que en 2666 se encarna en la figura de Klaus Haas) o de crímenes que son el resultado de la violencia intrafamiliar, con el objeto de proteger sus propios intereses:

Dos noches después del hallazgo de los cadáveres se reunieron en un club privado anexo al campo de golf el presidente municipal de Santa Teresa, el licenciado José Refugio de las Heras, el jefe de la policía Pedro Negrete y los señores Pedro Rengifo y Estanislao Campuzano. El encuentro duró hasta las cuatro de la mañana y se aclararon algunas cosas. Al día siguiente toda la policía de la ciudad, se podría decir, se puso a la caza de Javier Ramos.

Es de notarse, además, una característica muy importante que se repite entre las víctimas de los crímenes, que remarca la dimensión sadiana a la que creo apunta Bolaño en esta sección de su novela: de igual forma que en Las 120 jornadas de Sodoma (y aquí es la ficción la que cruelmente se anticipa a la realidad) ellas pertenecen al estrato más bajo de la sociedad -la juarenense, en particular, y la mexicana, en general-, el que corresponde a las mujeres migrantes que laboran en las maquilas por salarios de hambre. Estas víctimas son, desde el punto de vista de los victimarios, material desechable, lo que no solo se expresa por la constante incidencia de los asesinatos entre las féminas de este grupo, y la virulencia que tales crímenes muestran, sino que también por el hecho de que los cadáveres son abandonados en zonas de la periferia de Santa Teresa/Ciudad Juárez, tales como descampados, basurales, barrancas, etc., es decir, que se confundan, literalmente, con los desechos y la basura (lo anterior se ejemplifica en el tiradero El Chile, que es mencionado varias veces en “La parte de los crímenes”, un vertedero ilegal donde se encuentran algunos cuerpos de víctimas, prácticamente irreconocibles). De cierta manera, esto exhibe la absoluta asimetría que hay entre víctimas y victimarios: mientras las primeras se hallan en un estado de total indefensión, siendo muchas veces raptadas a plena luz del día sin que nadie haga nada por ayudarles, los victimarios cuentan con todos los medios para raptarlas, torturarlas, asesinarlas, deshacerse de los cuerpos y desaparecer posteriormente en el anonimato. Lo que surge de esta constatación es la idea de que el poder se manifiesta en tanto realidad incondicional que resguarda a algunos y aniquila sin piedad a otros, siendo estos “otros” aquellos que no pertenecen a la cofradía de la que se forma parte, la que se encuentra detrás de los abusos y vejaciones en Las 120 jornadas... y de los asesinatos en 2666.

Justamente tal rasgo de las mujeres asesinadas, el de su pertenencia a uno de los estratos más bajos de la sociedad y su indefensión, es apuntado por Sergio González Rodríguez en Huesos en el desierto, una obra que funge como contrapunto ensayístico de la ficción elaborada por Bolaño en 2666, ya que en ella se abordan los crímenes de Juárez a través de una serie de reportajes que González produjo como periodista del periódico Reforma, durante los años en que los feminicidios se desarrollaron con mayor fuerza. El recientemente fallecido ensayista señala, refiriéndose a Huesos

Asimismo, el libro ha retratado la puesta en marcha de esta industria maquiladora del exterminio de mujeres pobres, al insistir en el modus operandi de extrema violencia de aquellos asesinos que inscriben signos de odio idiosincrático, misógino, radical, u otros que reflejen los privilegios sociales de quienes patrocinan todo. Las víctimas de esta fábrica de cadáveres en serie han sido objeto de mensajes de secrecía en condiciones específicas de miedo y amenazas de un poder clasista e impune. Sangre, sacrificio, poder, grabados en cada uno de los cuerpos.

La inclusión de Sergio González como personaje de 2666 da cuenta de la dimensión política que Bolaño intenta imprimir a “La parte de los crímenes”: en tanto Huesos en el desierto representa una declaración directa contra la impunidad asociada a los asesinatos en Juárez, y el esfuerzo por desvelar los nombres que están detrás de la cofradía que ordena los crímenes y los encubre, al mostrar la “toma de conciencia” del personaje Sergio González respecto de la situación (“toma de conciencia” que se lleva a cabo paulatinamente en el texto), lo que se nos está sugiriendo, en pocas palabras, es que todos debemos realizar, junto con la lectura, el mismo viaje que guió a González desde una postura inicial de indiferencia hacia una de rechazo de los feminicidios y denuncia de sus causas. Bolaño mismo, reseñando Huesos…en su obra Entre paréntesis, invoca esta cualidad subversiva que posee el texto de González Rodríguez respecto del orden actual de las cosas en México:

Huesos en el desierto es así no sólo una fotografía imperfecta, como no podía ser de otra manera, del mal y de la corrupción, sino que se convierte en una metáfora de México y del pasado de México y del incierto futuro de toda Latinoamérica. Es un libro no en la tradición aventurera sino en la tradición apocalíptica, que son las dos únicas tradiciones que permanecen vivas en nuestro continente, tal vez porque son las únicas que nos acercan al abismo que nos rodea.

Siguiendo la misma línea se encuentra la aparición del personaje Juan de Dios Martínez, uno de los judiciales que debe hacerse cargo de los innumerables casos de mujeres asesinadas en Santa Teresa, en el relato que desarrolla “La parte de los crímenes”. El nombre del judicial es una clara alusión a la obra del poeta chileno Juan Luis Martínez quién, en 1977, editó un libro fundamental: La nueva novela. Publicado en uno de los momentos más oscuros de la dictadura pinochetista, en el texto de Martínez se presenta un alegato cifrado contra los poderes ilimitados del mal, en el cual, el alter ego del autor -justamente este Juan de Dios Martínez- ocupa un papel central. Me parece pertinente citar uno de los fragmentos del poema “La desaparición de una familia”, que figura en La nueva novela, el cual expresa este sentimiento de pérdida de sentido e indefensión completa que implica el rapto de un familiar, para ilustrar la carga significante que Bolaño imprime al texto al aludir a este Juan de Dios en 2666: “Ese último día, antes que él mismo se extraviara / entre el desayuno y la hora del té, / advirtió para sus adentros: / “-Ahora que el tiempo se ha muerto / y el espacio agoniza en la cama de mi mujer, / desearía decir a los próximos que vienen, / que en esta casa miserable / nunca hubo ruta ni señal alguna / y de esta vida al fin, he perdido toda esperanza”.

Las anteriores palabras parecen tener un eco en el párrafo final de “La parte de los crímenes” en que se expresa la sensación de extrañeza, de vivir en un mundo hostil, como el que tenía lugar en el Chile de fines de los 70, pero ahora trasladado a la realidad del México de mediados de los 90, el epicentro de una guerra soterrada entre los diferentes carteles, y entre éstos y el Estado mexicano, en medio de la cual se hallan los civiles inocentes:

Las navidades en Santa Teresa se celebraron de la forma usual. Se hicieron posadas, se rompieron piñatas, se bebió tequila y cerveza. Hasta en las calles más humildes se oía a la gente reír. Algunas de estas calles eran totalmente oscuras, similares a agujeros negros, y las risas que salían de no se sabe dónde eran la única señal, la única información que tenían los vecinos y extraños para no perderse.

Al enlazar la realidad chilena de fines de los 70 con la de las desaparecidas y asesinadas de Santa Teresa/Ciudad Juárez, Bolaño no solo hermana las situaciones políticas de uno y otro país sino que al mismo tiempo establece el campo de acción a seguir, cosa que la inclusión del personaje de Sergio Rodríguez en la novela, a mi modo de ver, ratifica: la oposición a este orden del mal que es el México contemporáneo y el deseo de desvelar el secreto del mal que está detrás de los asesinatos y desapariciones.




Bibliografía


-Bolaño, Roberto. 2666, Editorial Anagrama, Barcelona, 2008

-Bolaño, Roberto. Entre paréntesis, Editorial Anagrama, México, 2013

-González, Sergio. Huesos en el desierto,  Editorial Anagrama, Barcelona, 2005

-Martínez, Juan Luis. La Nueva Novela, Ediciones Archivo, 1977

-Monsiváis, Carlos. Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México, Random House Mondadori, México, 2010

-Segato, Rita. La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en  Ciudad Juárez. Territorio, soberanía, y crímenes de segundo estado, Tinta Limón Ediciones, Buenos Aires, 2013



Fotografía: Tzompantli, Museo del Templo Mayor, Manuel Illanes