Por
Alberto del Castillo
PlayGround.
11.08.2017
Un
escritor me dijo una vez que no hablaría mal de otro escritor que estuviera
vivo y, aunque pudiera parecer que esta frase complementa a la anterior, lo
cierto es que el criterio de Bolaño para hablar mal de un escritor era simple:
que no le gustara. Pérez-Reverte, Isabel Allende, Octavio Paz o Antonio
Skármeta bien lo saben. Neruda no lo supo, porque murió cuando Bolaño recién
tenía veinte años. Cuando apenas había empezado a criticarle.
La
vara de medir que usó el autor de 2666
para arremeter contra Neruda no era exclusivamente cualitativa. No se refirió a
él en los términos que lo hizo, por ejemplo, Vicente Huidobro: “(Neruda)
escribe una poesía fácil, bobalicona, al alcance de cualquier plumífero. Es la
poesía especial para todas las tontas de América”. No, a Bolaño le gustaban -o
le gustaron, durante un periodo determinado- los versos de Neruda. “Franz Kafka
es un hombre de un talento enorme. James Joyce, ahí hay talento. En Nicanor
Parra hay talento. En Pablo Neruda, hubo talento”.
¿Hubo
talento? ¿En qué momento empezó a existir? O, mejor, ¿cuándo dejó de haberlo?
“Neruda
es gran poeta”, dijo Bolaño. “Él es más o menos lo que yo pretendía ser a los
veinte años. Vivir como poeta sin escribir. Escribió tres libros muy buenos. El
resto son muy malos. Pero él ya vivía como poeta y ejercía como poeta rey”.
Pero
a Bolaño no le molestaba que Neruda viviera de la literatura. No parece haber
restos de envidia por el hecho de que Neruda recibiera un Nobel y él apenas
recibiera reconocimiento en vida. Tras esta crítica se esconde una respuesta a
uno de los reproches que se le hacen a Bolaño: su ausencia de interés en la
política. Como bien señala Andrés Ibáñez en su brillante análisis de la obra de
Bolaño: “Lo cierto es que en la extensa obra de Bolaño la política apenas
aparece. La política en el sentido inmediato y explícito, tal y como suele
entenderse en España”.
De
hecho, el compromiso político de Bolaño se puede resumir con estas palabras (de
Ibáñez): “No quiso ser comunista después de conocer a los comunistas y ver que
todos pensaban igual, y se hizo trotskista. Al ver que todos los trotskistas
pensaban igual se hizo anarquista. Al venir a España y conocer a los
anarquistas, decidió no ser nada”.
En
1952, Neruda recibió el Premio Stalin de la Paz [Es cierto, no es una ironía, existió el Premio Stalin de la Paz –Nota AB-]. Pareciera que, al igual que con Octavio Paz, la
opinión (pobre) sobre Neruda estuviera basada en la hipocresía de su compromiso
político: “El Neruda estalinista me molesta muchísimo, y en ese Neruda veo
además mucha miseria humana”.
La
fijación de Bolaño con Neruda va más allá, incluso llega a ser el elemento
troncal de “Carnet de baile”, un cuento que se integra en Putas Asesinas. Es un relato breve a caballo entre la ficción, el
ensayo y las memorias en el que habla, entre otras cosas, de su relación con
Jodorowski y del propio Pablo Neruda: “Yo era por entonces un joven
hipersensible, además de ridículo y muy orgulloso, y afirmé que el mejor poeta
de Chile, sin duda alguna, era Pablo Neruda”, escribe Bolaño, haciendo
referencia a su inmadurez para criticar al autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Más
agresivo parece el término bajo el que en Los
detectives salvajes cataloga tanto a Neruda como a Octavio Paz. En un
momento de la novela, uno de sus personajes, el poeta Ernesto San Epifanio,
distinguía entre varias corrientes o distintos tipos de poetas. Para él, están
los maricones, que defienden la
estética, y también los maricas,
defensores de la ética. De Paz y de Neruda dice que son poetas maricas.
Roberto
Bolaño nunca llegó a darle el lujo de elevar a Neruda a los puestos
privilegiados de mejor-poeta-chileno: ese honor era para Nicanor Parra. Precisamente
a esta idea hace referencia en “Carnet de baile”: “La literatura chilena gira
en torno a un sol muerto que se llama Pablo Neruda y que es la principal
coartada para que exista esa entelequia que llaman literatura chilena”.
No
obstante, no se puede desdeñar la posibilidad de que las razones escondidas
tras la crítica de Bolaño estuvieran ligadas a una cuestión de pose. En una de
sus últimas entrevistas dijo que: “Residencia
en la tierra o ciertas zonas del Canto
general son una poesía tan alta, pero tan alta, que de alguna manera
permite cualquier exceso posterior. Neruda es un gran poeta, pero un gran
poeta”.
Resulta
curioso, después de todo, que en su estudio de Blanes, en la biblioteca que le
encargó a un ebanista -donde según cuentan guardaba los libros de los poetas que
más le gustaban- tuviera amontonada la obra de Pablo Neruda y de Octavio Paz.