lunes, 2 de marzo de 2020

El barrio más oscuro de su memoria

Por Raúl Silva
Inédito, 2020


Testimonio de Horacio Caballero sobre Mario Santiago Papasquiaro

Su personalidad y su figura son las de un caballero andante. Su nombre es una premonición: Horacio Caballero Silva. Su verbo se desborda para hacer brotar un nuevo y ancho río. Es un hombre de palabras que se airean en conversaciones interminables, bebiendo café y mezcal Tehuana. Es un tejedor de historias a la velocidad del instante. Fue amigo de Mario Santiago Papasquiaro y guarda recuerdos de sus encuentros, como quien sabe bien que la ausencia es una presencia que los momentos de entrañable amistad sellaron para siempre. Horacio es un poeta anónimo cuyos mejores versos flotan en el medio ambiente:

            “Es lo que Mario Santiago tenía. Había descubierto el lenguaje necesario para decir todas las cosas sin usar un lenguaje elegante, oculto, inauténtico. Él quería un lenguaje verdadero, auténtico, que saliera del barrio más oscuro de su memoria y que pudiera visitar nada más las realidades azotadas, dolientes. Escogía a la prostituta, al enfermo de sífilis, al purulento. Las cosas más desagradables las convertía en impulso, en aliento, en presunción de creatividad poética. Se las arreglaba para decir cosas grandiosas entre ruinas, y dice cosas muy hermosas de repente: “nuestro señor el aguacero”, con ese modo de encontrar la armonía de los contrarios y los pasos de un estado al otro.

            Se gozaba demasiado atacando a los demás. Había un mundo verdaderamente espantoso para él, entonces su arte surge en la medida que el mundo es  un rival al que puede, a través de sus versos, atacar. Este rival imaginario que también es él mismo, porque en determinados momentos se reconcilia y logra estados poéticos diferentes. Este ser con el que combate perpetuamente me recuerda a un personaje de la Biblia que luchó contra un ángel toda la noche. Creo que, guardando las diferencias,  Mario Santiago se la pasó luchando contra un ángel, Blue Demon o Santo, el enmascarado de plata, contra ese tipo de mitos a los que él apreciaba. Arremete contra ellos y trata de desenmascararlos. De repente se le olvidan. Pero es el principio de su batallar y su impulso continuamente reforzado. En él hay una idea de la fuerza amorfa, brutal, de lava derretida, como la que Rimbaud describe en la Carta del vidente: “Si lo de lo profundo viene amorfo, lo doy amorfo, si trae forma, lo doy con forma”. Ese tipo de testamentos, de los que fue heredero legítimo Mario Santiago, pueden servirnos mucho para entender no sólo sus motivaciones, sino el secreto de sus recursos. Además de que se la pasaba en esos estados de malestar que deja el haber bebido diez días seguidos, esa irritación del nervio y del estado pensante, bajo la disciplina que la alcoholización le produce a un  individuo con el talento que él tenía. Al mismo tiempo, ese estado de volver arte el mal humor. Es como pedirle a un prisionero que haga arte con las experiencias de la celda, del celador, de los prisioneros que lo acosan y de toda la decepción y frustración que le produce el no poder salir en muchos años de ese sitio.
           
            Mario Santiago investigaba a la prostituta, al prisionero, al que murió de cirrosis, al mediocre, investigaba al criminal, al vividor, al que le roba a los demás con su profesionalismo. Todo el inventario de sinvergūenzas estaba perfectamente valorado por él y lo aprovechaba hablando no de personajes sino con metáforas que aludían a ese tipo de seres. Sus metáforas tienen la característica hermética de contener compactos de seres compactados que viven en una promiscuidad, en un horror, en una soledad indiferente. Toda esta sociología de seres excepcionalmente defraudados, tristones y resentidos, tenían la revancha en el verso agresivo y sorpresivo de Mario Santiago. Él, ahora sí que se hacía cargo de causas perdidas y las llevaba a expresarse a través de su palabra. En el universo secreto al que arriba con mucho esfuerzo el poeta, están invitados todos los personajes que menciona y algunos que, aunque no los nombra, están presentes porque los respeta. A fin de cuentas, es un ser que se gana a pulso cada instante de libertad, que quema, que incendia, que convierte en un montón de ruinas o en pleno poema  mira cómo se resquebrajan las verdades, las cosas. Luego, con esos pedacitos arma nuevas criaturas animadas, sólo para que el poema tenga una expansión, una extensión, una forma encantada, como un monstruo que con un beso se convierte en princesa. Esas historias que nos cuentan de niños, él las recreaba. En muchos momentos vemos cómo hace los milagros de transformar lo horrible en maravilloso o desenmascarando lo maravilloso con todas sus complicidades con una humanidad que él definitivamente no puede salvar. La mira toda leprosa y toda enferma. Se especializa con las enfermedades de los pobres: la sífilis, la tuberculosis. Pero no sólo las enfermedades, sino la locura, el ímpetu y la dignidad que le agrega a sus esfuerzos de persona que maltrata con la palabra a otras palabras. Entonces, es la lucha contra esa personalidad con la que no para de tener conflictos, que puede ser Dios, un ángel o cualquiera de los demonios que él menciona. Porque no menciona a los demonios de acuerdo al nombre que tienen en las tradiciones musulmanas o judías o cristianas. Cuando digo que él menciona a los demonios es que él menciona la embriaguez, la pobreza, la sordidez. Las conjura y se pelea con ellas, no son sus socias sino sus formas de provocar al abismo para sacar lo que Rimbaud decía: a ver qué sacas, ¿lo amorfo?, dalo, sigue dando lo amorfo, si trae forma dalo con forma. Entonces podemos ver que lo amorfo y lo irracional, en el ímpetu de versificador, finalmente le da forma a estos cauces de lava derretida. Creo que Mario Santiago trabaja la fuerza como un peón, como un cargador, como un guerrero que no ha parado de combatir a los españoles en la conquista o a los gringos en la invasión. No le interesa la historia, le interesa enfrentar enemigos, encontrar rivales, provocar respuestas, ecos, convertir sus propias palabras en motivos de burla. No porque se esté burlando de sí mismo. Él tiene que burlarse de lo que es digno de burla. En su plástica, el lenguaje sirve para presentar lo que más detesta y para pulverizar esas entidades. De esta batalla salen de pronto versos maravillosos, sueltos o insólitos, o dentro de un poema hay cuatro claves que te permiten advertir que el trabajo tiene más significado.

            Una de las cosas que le producen más placer es llegar al momento del éxtasis de la gran poesía. Lo convierte en sorpresa, aprovecha esta forma de exteriorizarse como alguien sorprendido porque la cosa ya está diciendo con más energía una verdad. Sabe hacer muy bien los contrastes y las verdades a las que se permite tener derecho son las verdades del pobre y del que sufre, del que tiene un resentimiento más grande por lo que la humanidad no tiene que por lo que a él le falta.

            Otra cosa que puede permitirnos una pista para descubrir los recursos secretos de Mario Santiago es el placer que la da no ser monedita de oro. El placer que le da ser una mortificación hasta para las personas que más estima. Eso le costaba mucho. No se flagelaba como un místico en la celda de un convento, aunque podrían considerarse actividades por el estilo esas depresiones alcohólicas que indudablemente no eran placenteras. Lo placentero en él es encontrar calidades, no la belleza como una presencia o una estatua o una imagen maravillosa. No, no, no. Las pinceladas que llegan a tener estas calidades eran para él su gran encuentro con la poesía. No con la poesía bonita, sino la poesía que encontraba en esas astillas verdades supremas y eso era su esfuerzo de náufrago. Al mismo tiempo, cuando ya despertaba de su propio impulso y se daba cuenta de que su forma de no fracasar en el esfuerzo poético le procuraba el placer y el gusto de poder leerles a sus amigos el poema, a ver qué te parece esto, en una llamada telefónica a las tres de la mañana, cuando uno está más bien para descansar y dormir que para escuchar a un tipo con el que se necesita el triple de voluntad para entender que se trata de un artista excepcional...”.



* El presente texto forma parte del libro que está preparando Raúl Silva sobre el Infrarrealismo.