jueves, 25 de diciembre de 2008

Roberto Bolaño: «Nunca he creído en el éxito literario, es como creer en Papá Noel»

por J. M.
ABC. 27.06.2003















SEVILLA. El escritor chileno Roberto Bolaño participó ayer en el I Encuentro de Autores Latinoamericanos, que organizan en Sevilla la editorial Seix Barral y la Fundación José Manuel Lara, donde realizó una ponencia titulada «De dónde viene la nueva literatura latinoamericana». Considerado una referencia ineludible por la mayoría de los autores que han acudido al certamen, Roberto Bolaño afirma, sin embargo, y no sin cierta ironía, que «de factotum, nada. Me lo deben decir porque soy el más viejo de todos».

La publicación de «Los detectives salvajes», premio Herralde y Rómulo Gallegos en 1998, cambió la vida de este escritor que vive en la localidad catalana de Blanes. «Para mi economía fue muy fuerte. La verdad es que nunca he creído en el éxito literario y no voy a hacerlo ahora que tengo cincuenta años. Eso es como creer en Papá Noel».

Pero antes del reconocimiento, este escritor corrió mundo y desempeñó los más diversos oficios, entre ellos, el de vigilante de camping, como recoge Javier Cercas en «Soldados de Salamina», que convirtió a este autor en personaje literario. «Toda la historia de Miralles se la conté yo. La verdad es que fue uno de los mejores trabajos que he tenido, porque te permitía leer mucho y no trabajar demasiado».

De su obra afirma que le «cuesta mucho hablar, tengo un pudor enfermizo. Cuando escucho escritores hablar de su obra en términos encomiásticos me dan ganas de sacar el látigo. Es como sacar el papel de inmortal, cuando sabemos que eso no existe». Bolaño trabaja actualmente en una voluminosa novela y reconoce que se encuentra «embarrancado. Tiene más de mil páginas. En mala hora me metí en esa novela. Pero terminé de escribir un libro de cuentos que me dejó muy feliz».









lunes, 15 de diciembre de 2008

La violación de Roberto Bolaño

por Raúl Atrias






Mientras el New York Times, el New York Magazine y el Boston Phoenix elevan hasta los cielos la figura y obra de Roberto Bolaño en Norteamérica, aquí, de vuelta en nuestro horroroso Chile, los poetas jóvenes se dedican a maldecir su nombre. Esperando de esta manera, quizás, sacarse la pesada carga de su sombra.



Durante la Feria Internacional del Libro de este año, realizada como de costumbre en la antigua Estación Mapocho, se celebró, entre otras cosas, el otorgamiento de los premios Roberto Bolaño de literatura, los que son entregados anualmente a jóvenes promesas chilenas menores de treinta en los géneros de cuento, novela y poesía.

Personalmente, yo no asistí a dicho evento, no porque no pudiese asistir sino porque no tenía idea de su existencia -es común que premios de este tipo, si bien son respaldados con una publicidad intensa, no gocen de una convocatoria amplia–; sin embargo me enteré de sus ejecución –y de sus pormenores– gracias a un video que me hizo llegar una publicación penquista y que circula, según tengo entendido, por la web.

El video muestra, de manera temblorosa, un escenario con el logo de la feria en forma de cortina de fondo, un micrófono, un montón de sillas, los jóvenes escritores sentados en esas sillas y una ministra de cultura Paulina Urrutia sentada junto a ellos, en el medio. En algunos momentos se pueden oír los aplausos de una tribuna fuera de toma.

Uno de los participantes -de acuerdo a la descripción del video: el ganador del premio de poesía- procede a ponerse de pie y, ayudado por la misma ministra, se acerca al micrófono y agradece al público presente.

Durante los primeros segundos el acto no parece ir más allá de un discurso emotivo, hasta que de pronto (en el minuto 01.07 para ser más exacto) se produce un giro imprevisto: El poeta se larga a hacer una descripción extensa y minuciosa, en formato de guión o libreto, de todos los personajes de teleserie que han sido personificados por la ministra Urrutia. También pronuncia el nombre de Bolaño.

Desacralización del poder dirán algunos. Rebeldía, actos poéticos. Performance. La reimaginación de una de las pachotadas infrarrealistas según el primer capítulo de Los detectives salvajes. Quizás todas las anteriores. Pero, a mis ojos, una razón prevalece sobre las demás: la negación persistente y necesaria de la imponente figura que es Roberto Bolaño.

Persistente, pues durante los seis minutos y diecinueve segundos que dura el video se repite constantemente lo que hoy considero pertinente llamar el Abandono. La fragmentación de Chile, representado en sus teleseries o telenovelas o culebrones y sus personajes, amplificados, prolongados hasta el delirio. Puestos a trabajar en situaciones inverosímiles, pero profundamente folclóricas. Una aproximación valiente, por no decir otra cosa, de lo que es 2666 o la novela póstuma y definitiva del escritor, la cual tuve el inmenso honor de ojear: El Tercer Reich.

Y necesaria. Por sobre todas las cosas una negación necesaria. Producto de la madurez de un grupo de lectores que no ha tenido otra alternativa que verse criados inocentemente por la literatura vorágine de Bolaño. Una evolución que años o siglos más tarde también vivirán los lectores norteamericanos cuando, desnudos bajo arco iris chilensis de fuego, intenten renegarlo.

Momento que es reflejado, de manera explícita en el minuto 05.20, cuando la ministra, al oír las palabras “Sabor a Ti” presentes en el texto, se tapa el rostro y se oculta en la penumbra que hacen las luces. Como diciendo: aquí te olvidamos, Roberto Bolaño, viste, viniste, venciste y te fuiste.

Como un agridulce recuerdo. Reprimido u olvidado. Una violación.










sábado, 13 de diciembre de 2008

Bolañomanía sin tildes

por Manuel Rodríguez Rivero
El País. 10.12.2008











Imagino que a estas alturas son pocos los estadounidenses informados y cultos que no hayan oído hablar de Roberto Bolaño y su novela 2666. Publicada estratégicamente antes del Black Friday, el famoso viernes que inaugura a bombo y platillo la campaña navideña, el libro ha llegado a las librerías precedido de un insólito tsunami crítico. Además de los apoyos de la inevitable Oprah Winfrey, de la "estrella" (máxima recomendación) que le ha concedido la revista Publisher's Weekly -la indiscutible guía de los profesionales de la edición-, y del espectacular bonus de haber sido considerado "mejor libro de 2008" por el semanario Time, la novela póstuma de Bolaño, publicada por la legendaria Farrar, Straus and Giroux (hoy propiedad del gigante Holtzbrinck), se ha beneficiado de las ditirámbicas y extensas reseñas aparecidas en las últimas semanas en medios tan influyentes como The New York Times y The New York Review of Books. Con esos excepcionales amplificadores no es extraño que el libro no sólo haya sido profusamente mencionado en las páginas culturales de casi todos los diarios importantes, sino que se encuentre en lugar preferente en las mesas de novedades de las principales librerías, lo que no deja de tener su importancia en un país en el que sólo el 4% de los libros publicados son traducciones y en el que es particularmente difícil que un libro "hispano" se convierta en éxito de ventas. Por eso ya hay quien cree que las previsiones iniciales (dos ediciones con un total de 75.000 ejemplares) corren el riesgo de quedarse cortas, y eso que hablamos de una obra calificada "de cejas altas" y cuya extensión (900 páginas en inglés) puede ser considerada disuasoria.

Lo anterior se refiere a los medios, digamos, convencionales. Pero, además, la novela de Bolaño está beneficiándose de un insólito "boca a oreja" promovido desde medios muy diferentes. Las cinco estrellas que le han concedido los lectores de Amazon son el trasunto más comercial de la avalancha de opiniones favorables en la blogósfera, un hecho sin precedentes para un libro en español, aunque Bolaño ya fuera considerado un "autor de culto" en círculos minoritarios desde la publicación de Los detectives salvajes. Y es en esos ámbitos donde es mayor el poder de atracción y la influencia del escritor chileno, cuya literatura, como ha afirmado Rodrigo Fresán, posee un extraño efecto movilizador entre los jóvenes, que es con quienes mejor conecta. A ellos se dirigen los apresurados apuntes que, desde diversos medios, lo presentan perfunctoriamente como "un rebelde literario ejemplar", una "respuesta posmoderna a García Márquez", o resumen apresurado de sus años de formación como los de un "vagabundo, trabajador manual y drogadicto que trabajó intermitentemente en Chile, México y España".

A la "bolañomanía" norteamericana -aunque allí escriban la palabra sin la tilde del acento ni la virgulilla de la eñe- no es ajena la inevitable leyenda surgida a partir de la muerte de un escritor todavía joven y en plena madurez creadora. Pero, en todo caso, cualquier lector de 2666 conoce perfectamente la fascinación y poderío narrativo de esta novela significativamente excéntrica a lo que estábamos habituados a leer en nuestro ámbito, y que muchos consideran entre las más importantes escritas en nuestra lengua en lo que va de siglo. Un libro tan decisivo para los jóvenes novelistas de hoy como fue, por ejemplo, la Rayuela de Cortázar para mi generación. De ahí que no deje de sorprender el relativo, sospechoso silencio (Jorge Herralde, su editor en español, lo calificaba de estrepitoso) con que los grandes escritores supervivientes del boom de los años sesenta y setenta, y buena parte de sus hijos españoles -la generación de la "nueva narrativa"- siguen acogiéndola. Quizás la rampante "bolañomanía" que llega de América contribuya a poner las cosas en su sitio.









jueves, 4 de diciembre de 2008

Todos amigos

por Rafael Gumucio
Letras Libres. 08.2008












“Por lo menos vamos a volver a ser todos amigos”, decía en voz baja un escritor español al enterarse de la muerte de Roberto Bolaño. Debo confesar que en toda su crudeza comprendía de alguna forma la frase. Personalmente me molestaban las listas de Bolaño, sus polémicas de dientes apretados, su talante de comisario político en eterna campaña de depuración ideológica. Pensaba que nada le hacía más daño a la obra de Bolaño que esas pequeñas vendettas donde todo había que leerlo entre líneas, donde algunos juicios justos e inteligentes convivían con alaridos gratuitos.

Con los años me he pillado, sin embargo, preguntándome cien veces: ¿Qué diría Bolaño de esta foto de grupo, de este premio, de este silencio lleno de sonrisitas en que vivimos? Ante el desierto, en el que todos se sienten felices de confesar que escriben para gente que no lee, me hace falta la sardónica voz de Bolaño, que se equivocaba voluntariamente en la forma y los nombres pero nunca en el fondo. Porque en el fondo de su carácter discontinuo y a veces agriado, de sus estrategias trotskistas, estaba la literatura.

Bolaño, como todo el mundo o quizás un poco más que todo el mundo, tenía una cuota de resentimiento injustificado y gratuito, pero he llegado con los años a convencerme que en lo central su dolor era razonable. Ante el ambiente de complacencia mutua, de mutua congratulación en que vivimos hoy, he llegado a pensar que su lucha era justa, su rabia completamente comprensible. Había cometido el error de leer a sus contemporáneos, sabía de lo que hablaba cuando hablaba de la mediocridad de tal o cual.

No podía vivir la literatura de su época y lugar con calma. Para él todo eso era un asunto personal. Otros ganaron las becas y los premios, otros posaron en las fotos de grupo de la literatura latinoamericana cuando el escribía sus mejores libros. Ver los viajes, los premios, las entrevistas de esos fantasiosos vencedores mientras él apenas podía llegar a fin de mes no hizo nada para dulcificar su carácter. Habla de su entereza y coraje el hecho de que, después de esa prueba, encontrara fuerzas para sonreír y ser cordial. Bolaño era demasiado inteligente como para saber que su ausencia de los Mc Ondo, las Líneas Aéreas, los premios Alfaguaras, Biblioteca Breves y Planetas, las becas Guggenheim y las cátedras y residencias en universidades norteamericanas era cualquier cosa menos un accidente. No estaba porque la gente como él, los raros, no podían estar. No estaba porque otros más folclóricos y menos inclasificables, más astutos y menos enredados, sí estuvieron. Otros que hoy, desde facultades de letras y jurados de premios que nunca abrieron sus puertas a Bolaño, siguen disfrutando y perpetrando su poder y autoridad gracias a hablar, escribir y recordar a Bolaño sin que este pueda salir de la tumba para complicarles el festejo.

Bolaño no hacía otra cosa que lo que todo escritor de talento auténtico está llamado a hacer al menos una vez en la vida: construir su canon sobre las ruinas parciales de los cánones anteriores. Buscar su lugar y pelear por él cuando otros lo ocupan no es privilegio de ninguna vanguardia sino el destino de todos en algún momento de nuestras vidas. Parte de los deberes de cada autor es volver a decir en una lengua propia qué es el talento, de qué valentía está hecho. Lo raro aquí no es Bolaño; lo raro es que en el enrarecido mundo de la literatura en español Bolaño y sus desplantes y sus juicios sumarios nos parezcan raros. Lo extraño no es que haya habido entre nosotros un Bolaño sino que haya habido tan pocos, que el escritor chileno y su rabia y sus ganas sea una especie de excepción viviente en una foto de familia en que permanentemente todos sonríen, o si pelean lo hacen por un plagio, un premio o la novia de tal que se acostó con tal otro.

Es de mal tono –en España más que en ninguna otra parte del mundo– tomarse los asuntos literarios en serio. Si los escritores pelean, si tienen diferencias, espantan a los lectores. Los escritores tienen que comportarse como unos náufragos en una isla, compartiendo los víveres y el agua potable que quedan y haciendo fogatas hasta que el barco del cine o la televisión llegue para salvarlos. La idea de un Chesterton o un George Bernard Shaw que se respetan y quieren, pero se destrozan por hondos motivos estéticos e ideológicos, nos es del todo imposible. No hay prueba alguna de que se escriban mejores libros en ambientes calmos donde los críticos acaricien a sus escritores y los quieran. La historia de la literatura nos dice más bien lo contrario. Donde hay crítica acerada, donde hay polémica en carne viva, hay buena literatura. La única paz posible en la literatura –o en cualquier profesión que tenga que ver con el pensamiento– es la paz de los cementerios. Flaubert y Balzac no vivían sobre un lecho de rosas, ni Hemingway, ni Scott Fitzgerald, ni Quevedo, ni Góngora. Las peleas entre escritores, o entre críticos y escritores, no son desagradables anécdotas que revelan el lado mezquino de grandes hombres sino que son el terreno fértil del que surge su grandeza.

Quizá debería hacernos desconfiar la amabilidad, la simpatía que abunda entre los jóvenes escritores hispanoamericanos actuales. De distintos países y mezclas raciales, pero casi todos de la misma clase social, del mismo tipo de colegio, posgrados, padres, amigos. A primera vista parece faltar entre ellos la cuota de monstruos que toda literatura necesita para crecer. La lista que Bolaño elaboró de autores vivos imprescindibles (Rey Rosa, Villoro, Pauls, Aira, Fogwill, Vila-Matas, Marías, entre otros) tenía la ventaja de ser imposible de reunir, ni en Bogotá ni en Madrid, sin llegar a pugilatos, gritos y deserciones varias. La foto de familia de la literatura está destinada a salir siempre corrida. La diversidad no puede ser simplemente geográfica, tiene que empezar a ser también de clase, de ideas, de estética.

Los escritores que se respetan buscan ampliar el rango de lo decible, intentando incorporar a la literatura un mundo de experiencia aún no codificada. Las alianzas y guerras literarias tienen que ver con esa lucha esencial, la de hablar por los que todavía no tienen un idioma conocido, la de incorporar más y más minorías, minorías de una sola persona, al flujo mayoritario de las letras. El objetivo del joven escritor debería ser el de ampliar la torta, no repartirla lo más rápido que pueda; inventar su propio lugar, no simplemente llenar las vacantes que dejan universidades, ministerios, embajadas o medios de comunicación. Se trata de no estar donde te esperan. Se trata de hacer mafia, si es necesario, pero mafias que funcionan como familias, con tíos, abuelos, matones, abogados que se quieran, se odian, se necesitan y se traicionan, pero siempre por razones de vida y muerte, y no como un club de excursionistas boy scout que van cantando mientras suben las colinas.

Todas las mafias literarias pueden ser legítimas mientras los lectores no sean las víctimas. En la literatura en español generalmente son los lectores los que sufren bajo la omertà y las vendettas a las que los someten escritores, editores y periodistas culturales. Best sellers vendidos como obras de alta cultura, vacas sagradas del boom a las que se les perdona cualquier leche agria, literatura que pretende ser cosmopolita pero que acaba siendo kitsch, novelas tan pulcras como el vacío que cuentan, autores que en Madrid se ufanan de su hidalguía y limpieza de sangre pero que al llegar a Duke y Stanford descubren su lado marginal y mestizo. Literatura escrita en español neutro para no incordiar a los correctores de prueba catalanes. Prosa de moda, intertextual ayer, multiétnica hoy, posmoderna por si acaso. Novelas escritas para ser parte de algo que apenas existe y menos se lee. Tristes semillas, como las del desierto chileno, que sólo florecen de lluvia en lluvia.

No era siempre simpático Bolaño, no siempre era sutil, no siempre era justo, pienso ahora que empieza realmente a hacerme falta. Pero no tiene por qué ser sonriente, ni amable, el que se aboca en cuerpo y alma a evitar el avance del desierto.