domingo, 31 de mayo de 2009

Email a Roberto Bolaño, en algún lugar de la Mancha

por Rolando Gabrielli




Las cenizas van al Mar Mediterráneo,
que es el vivir.

R.G.


La Diáspora es un lugar bien berraco en el ninguneo, donde se nace y muere, pero se crece como en un saco roto sin fondo ni punta, el vacío pesa y la voz se siente en off. Extranjero, dijiste, siempre, en realidad se sale una sola vez del vientre y no se vuelve más que otra vez, pero en forma definitiva, sin regreso, más bien para adentrarse más y más al fondo de lo inminentemente oscuro, otra matriz sin duda, que no será necesario abandonar. (Si Chile suena, es porque piedras trae).

Es como la reversa y te vas despidiendo en el adiós final, sin pañuelo, sólo con tu epitafio preferido y a pudrirse en el mañana con el polvo de las estrellas.

No es el momento ni el lugar, este paréntesis, para meter el dedo en el tintero y untárselo en el guardapolvo al mejor alumno de la clase, más bien rascarse la cabeza frente al ordenador, y no explicarse tu partida, aunque a este país de tránsito, no nos llegaran más que tus puteadas e ironías bien pulsadas, respecto de otros colegas latinoamericanos, y en especial los chilenos. Ácido hasta el final, un camino que es un túnel, al que se entra para no salir. Es un motor en marcha, difícil de apagar.

Más autobiográfico de lo deseado por él mismo, referencial, y con su bombo personal, como debe ser. Pero supo agregarle dientes y muela a la literatura chilena, para que tuviera donde agarrarse. El trapecista de Hamelín que la literatura chilena esperaba con su flauta, que algunos ratones tocaban airosos en la fiesta del marketing, con ese oficio triunfal de pasarela, una estudiada manera de sorprender a la audiencia a la hora del crepúsculo nerudiano.

Así son los días también, como una neblina en la espesa cotidiana realidad. Me sorprenden, en momentos en que duermo en mi cama con dos docenas de libros, producto de un ataque de comejenes furibundos, al techo de mi casa, sobre la hilera de la repisa del librero, reducto de una sagrada intimidad vulnerada por los amos despiadados de la tierra y los cielorrasos. Devoradores insaciables de madera y papeles, malos lectores, comejenes del demonio, me digo, y aquí están sobre el lecho tibio, casi impreso, entre otros libros, hace una par de semanas, el cubano Eliseo Diego, Martín Fierro, Rayuela, El Quijote con dibujos de Doré (casi dos mil páginas), Las Mil y Una Noches, Borges, Lihn (Diario de Muerte) Poeta en Nueva York Piglia, Carpentier, Mutis, Rulfo, Rosamel del Valle, T.S. Eliot, diccionarios, en fin, y Los Detectives Salvajes.

Los Detectives Salvajes, entraron al Istmo, como una especie de contrabando literario a un muy buen precio: más de seiscientas buenas páginas por 7 dólares. Yo me matriculé con un ejemplar, que tuve que hacer bajar del sitio más alto del drugstore. Ya medio leído, porque el primer requisito de un escritor es escribir, y después viene el placer de la lectura por añadidura, sobre todo cuando ya pasaste los 50 años.

Esto de ser inédito eternamente es un doble trabajo (mérito además), un oficio secreto, especie de borrón en el aire, sin comienzo ni fin. Estas son vainas (palabra caribeña fuera de contexto quizás) personales que te cuento, para que sepas que no todo es gloriola como dijo Huidobro, y también se deja de existir cuando los libros no son impresos y no llegan al lector. Estoy pensando que alguien me borra de noche las páginas que escribo de día, porque esto de la escritura es un cuento de nunca acabar, largo como un río que se devuelve en las madrugadas para volver a empezar o nacer.

Siempre estuve de acuerdo con echarle más leña al fuego de la literatura pacata, coja y bizca, y ese tábano tuyo, Roberto, te estoy tuteando desde el principio, algo que me cuesta, pero aquí si cabe en el aprecio y la verdadera distancia, picó fuerte, tan necesario en algunas nalgas rosadas, pudorosas, fruncidas, afrancesadas, llenas de naftalina, simplemente señoriales.

Es que si no, una marcha castrense tiene más sentido literario que algunos textos, verdaderas cubiertas de mármol, lisas, planas tipografías erráticas, de plagiadores del insomnio. Borges fue un ejemplo de burlarse de lo propio y ajeno, de regalarle sus ojos al mundo. Eso fue el colmo de las ganas de que otros vieran su mismo paisaje porteño y universal.

Bolaño, le pusiste chispa a la narrativa chilena y una luz roja a los que manejan pedaleando al revés, con calcetines prestados, una escritura tan acostumbrada a cierta vinagreta, aburrimiento, por eso unos gramos menos de solemnidad no le van mal a nadie, y menos al cartón piedra que utilizan algunos prosistas.

Orden y patria en literatura, conforman un himno decadente, artificioso, un libreto previamente aprendido y que después de entonado desafinadamente habrá sonado en el vacío.

Hombre, Bolaño, es digno de mención, no sólo el haber escrito unos cuantos buenos libros, sino también poner atención como rompiste las roscas, camarillas, los círculos viciosos de la mediocridad, las sociedades secretas del amiguismo. Difícil cuadratura del círculo, pero realizable, y necesaria, sobre todo, en el Circo de las Águilas Humanas.

Arar sólo en el desierto es un ejercicio más que meritorio, sobre todo cuando existe la recompensa del reconocimiento en vida real, más allá de los premios y la pasarela editorial. Bolaño, eres un escritor de raza como pocos en Chile, en materia de narrativa. Afortunadamente fuiste reconocido en vida como un escritor original, audaz, que rasgó el velo de la abulia y el compromiso con la monotonía en las novelas y el lenguaje. Tengo la impresión que sabías que eras un escritor de futuro. Y te despediste con un libro de cuentos, antes de entrar al hospital, en un maravilloso gesto y compromiso con el porvenir, la literatura que nunca acaba. Un libro nuevo es siempre un relevo. Una buena señal para partir en paz.

Rara especie esta la de Bolaño, por eso habitó poco el país del smog, donde todo es humo, volatilidad, se empañan los vidrios, caen las persianas llenas de hollín y se trancan las puertas, el freno de mano no sirve, y te tiran la chaqueta desde la punta de un hilo hasta dejarte desnudo en el tejado. Es como si te plantaran un tarro de pintura amarilla en la cara y después te dijeran que eres un payaso desempleado, con derecho a permanecer taciturno ocho veces a la semana.

Sé que me estás entendiendo, es difícil vivir con un cadáver de Arica a Magallanes, especie de zopilote negro, carroñero, sobre el espinazo, picoteándote la oreja, alternándose con la nuca y susurrándote Lili Marlen. Por eso tus sacudidas permanentes, para espantar gallotes, malos augurios, aves agoreras, brujas de escobas sin vuelo.

Te comento, se han escrito buenos titulares, en medio de tu partida, que es un hasta luego, porque nos dejaste la imaginación escrita en palabra y eso si no pasa. “Maestro de la generación post boom”. No es un mal calificativo y socarroncillo a la vez, como dicho frente a tu espejo. En la onda dirías, el gusano que te corroe, pero con gusto.

Oye, por momentos me recuerdas Woody Allen, a veces un fraile franciscano con sus sandalias mistralianas o el Quijote, que frisaba los 50 cuando partió definitivamente cuerdo, pero venía de una Castilla cardiaca, infestada por caballeros andantes de muy mal paso, a juicio de Cervantes.

“El último piel roja”, te llamó un diario español monárquico, y pienso que tiene algo de razón, le arrancaste la cabellera a la narrativa chilena.

Te imagino muerto de la risa leyendo los titulares: “Murió Roberto Bolaño, escritor chileno de carácter insobornable” Estás frente a una copa de vino, sonriente, aplaudiendo, y un anuncio: casi abandonabas el panfleto y el libelo, dos disciplinas menores, a tu juicio, pero muy atractivas, sal y pimienta de tus días, que llegaban a espantar moscas en el Chile disciplinado, aterrado, convicto de su pasado, y momia de su propio alcanfor. ¿Tanta democracia vigilada, para qué Benemérito?

Te acuerdas que vendías santitos en las calles del D. F., no eran tiempos de santurronerías, sino de sobre vivencia, para un hijo del exilio que se transformaría en protagonista de lo más universal de la Diáspora.

Perdona un paréntesis, pero es importante, me acabo de enterar que tu hijo lanzará tus cenizas al mar Mediterráneo. Qué buena idea, que hermoso lugar de evocaciones has escogido para vivir para siempre, la dieta mediterránea te asentará de maravillas. Yo ya había titulado este e-mail antes que lanzaran tus cenizas al Mediterráneo, lo dejaré tal cual por una cuestión de cábala, y respeto al autor, a quien me manda escribir esto, ya sabes son compromisos editoriales con el alma, los más permanentes, porque son invisibles a simple vista del comején publicitario, antropófago del verbo.

IL enfant terrible de la prosa chilena, me parece un calificativo al pelo para ti, te peina la mirada de Wooddy Allen, te quita un poco la expresión franciscana, aunque Rimbaud, fuera un místico empedernido en el fondo de la palabra mierda. Te están llamando inclasificable ahora. Eso me huele a incomodidad. Esperemos mejor que los lectores digan su última palabra a través del tiempo, más poderoso que la muerte, que es una puta caliente, como dice el verso de nuestro Hamlet de Las Cruces, refugiado en el poético mundo de la Antipoesía.

Lo que sucede es que Bolaño Belano, es el Parra de la narrativa chilena, se puso a vendimiar la prosa a su manera y se instaló con su propia cosecha en la carpa del Mediterráneo, porque en el circo chileno había muerto la risa, roto la carcajada y asumido el control la solemne payasada.

Oye, algo aparte, pero importante, qué nombre de agallas le pusiste a tu hijo, Lautaro. De sus manos el Mediterráneo está recibiendo tus cenizas. Roberto, coño, que vaina el fantasma de Chile, pero es real.

Continúo, debo aprovechar que los e-mail son gratis y circulan, y espero que este te llegue directo al Mediterráneo, en el caliente verano europeo. Dicen más los titulares en Barcelona: “Una obra llamada a perdurar y muere en plenitud creativa” Dos afirmaciones justas, pero te encargaste de desmentirlas, porque dejaste todo arreglado con el duende y saldrán en serie tus últimos libros inéditos.

El más audaz de los narradores chilenos a partir de los ochenta. Literatura y oralidad, una sola expresión en Bolaño, sin pelos en la lengua, en nuestra opinión. Supo conjugar humor y razón, divertimento en el espíritu y en la forma. Se dejó querer y odiar, en el verbo escrito y en la lengua hablada. Es que, hacerle concesiones a la realidad, es como otorgarle legitimidad a un Bando Militar. Por ahí leí algunas declaraciones de sus pares, que no han leído sus libros, absolutamente descafeinadas, palabras de institutrices de una precocidad feroz en el marketing orquestal.

Entre tus influencias citas a dos poetas, el mexicano Efraín Huerta y a Enrique Lihn, a quien no conociste. Yo tuve la suerte de conocer a Lihn, leer su poesía, ver como tocaba su Musiquilla de las pobres esferas en el Horroroso Chile. En los días finales de mi partida de Chile, fui testigo de una conversación en una pieza oscura entre él y Parra, en el departamento heredado de calle Bustamante, del poeta brasileño, amigo de Lihn, Thiago Di Melo. Lo único que puedo decir, es que se paseaban de un lado para otro en el ring freudiano de la poesía, y se fueron lejos en las reflexiones, donde sale un duende azul y te hace pasar para tomar un té denso con propiedades alucinantes. Es como un boleto sin regreso. Ya Neruda le había dado vuelta al reloj de arena, pero aún no regresaba a Isla Negra, sino estaba en el nicho helado, donde la dictadura permitió que lo pusieran. La República Asesinada, cuesta a bajo, anunciada por Pablo de Rokha. No sé si Teillier ya estaba en Nueva York 11, en la cábala del futuro. Braulio Arenas le rondaba la oreja al Premio Nacional. Y todo lo demás permanecía intacto. Nos encontramos en las inmediaciones de la casa de un joven poeta, ese día, y en el naufragio de la noche recalamos en ese pequeño apartamento que dividía Santiago en dos. Es decir, en la nada. Nada se escurre, es el título de su primer poemario, que Lihn detestaba. Un pecado de juventud, es el más original de todos.

Voy a ir a un punto incómodo para ti, que no comparto, y que voy a adelantar, por una cuestión de orden. Se te fue la mano cuando dijiste que Neruda había escrito sólo dos libros y no mencionaste ninguno. Sólo con las Residencias en la Tierra, cualquier poeta tendría para más que suficiente, y Neruda fue poeta de varias residencias y unas cuantas estaciones. El Canto General, Las Odas Elementales (muy aplaudidas en silencio por Parra), El Hondero Entusiasta, Canto Ceremonial, Plenos Poderes, y numerosos poemas de amor, algunos de Versos del Capitán, otros en Cien Sonetos y esparcidos por sus libros. Pero sus poemarios escritos en su prima juventud, 19 y 20 años, los emblemáticos 20 poemas de Amor y una Canción desesperada y Crepusculario, siguen vigentes en el corazón de la gente.

Mariposa de Otoño de Crepusculario, escrito hace 80 años, “ LA MARIPOSA volotea/ y arde-con el sol-a veces. Mancha volante y llamarada, /a hora se queda parada/ sobre una hoja que la mece. Me decían no tienes nada/ No estás enfermo. Te parece. Dice más adelante el verso neftaliniano, ya camino a las Residencias, Hoy una mano de congoja/ llena de Otoño el horizonte./Y hasta de mi alma caen hojas. Lo cierto es que en 1962, Parra publica sus famosos Versos de Salón, que traen una Mariposa, pero parriana, aunque también vuela con alas neftalinianas a la manera parriana. Nicanor, como sabes, ha sido uno de los principales demoledores del establishment nerudiano, con su poesía. Algo bueno para la poesía, Chile, el castellano, la literatura, y para Neruda, referente obligado, no sólo de los antinerudianos, sino de la poesía misma.

“Me pregunto quién escribirá ese libro que Parra tenía pensado y que nunca escribió: una historia de la segunda guerra mundial contada o cantada batalla tras batalla, campo de concentración tras campo de concentración, exhaustivamente, un poema que de alguna forma se convertía en el reverso instantáneo del \"Canto general\" de Neruda y del que Parra sólo conserva un texto, el \"Manifiesto\", en donde expone su ideario poético.” Son tus comillas Roberto Bolaño Belano, y el referente está enterrado en Isla Negra.

Parra ha tenido treinta años extras para poner en orden la casa de la Antipoesía, digamos con franqueza.

El hombre confesó, no sólo que había vivido, sino, que se seguiría viviendo, y pienso que tu sigues sus pasos, con méritos propios. Cada uno en su mar, Roberto, tú en el Mediterráneo, y Pablo, en el Pacífico de Isla Negra, viviéndose a su manera.

Lo interesante son tus coincidencias con Neruda, Bolaño. Y me digo, no podía ser de otra manera, dos chilenos verdaderamente grandes, auténticos, no, no, no estoy entrando al himno nacional, ni voy para Chile, ni me enloquecí en su geografía, ni por la Razón (que perdimos por tantos años) ni por la Fuerza, todo lo contrario, sólo que el Sur tú sabes puede estar para mí en el Norte y no dejará de seguir siendo Sur. Perro del Amor, dice el verso nerudiano, Perro Romántico, el de Bolaño. Dos axilas para un mismo cuerpo. El Vate dejó unos ocho libros antes de morir y tú dejaste lo tuyo, tu monumental obra, dicen, el 2666, desglosada en cinco partes autónomas.

Bolaño es el 666 de la narrativa chilena, en mi opinión Le hacía falta un verdadero demonio. Un duende que le hiciera cosquillas al ombligo del largo cuerpo de Chile. Que le encontrara las cinco patas al gato. Es que no estamos para tantos homenajes. País de sietemesinos. Te salvaste de las recomendaciones para premios, anarco, iconoclasta, trotskista, aventurero de corazón, trasgresor, echaremos de menos tu lanza en ristre de viejo caballero manchego, hombre del Mediterráneo.

Belano, perdona, Bolaño, ya me confundo. Te acaban de despedir en el cementerio del barrio barcelonés Les Corts. Un centenar de amigos y parientes, estoy leyendo el mensaje en Internet, y alguien te recordó como un trapecista sin red. Te intrigaba y apasionaba la Argentina, dijo Fresán. Bueno, ya somos dos. La mujer más importante, decisiva de Neruda, fue la argentina Delia del Carril. Huidobro lanzó su Manifiesto sobre el Creacionismo en Argentina. La Mistral editó Tala, uno de sus libros de mayor registro, en Buenos Aires. Neruda escribió buena parte de sus Odas Elementales en Argentina. Nos regalaron a Manuel Rojas, uno de los más grandes prosistas chilenos. Si hasta Borges dijo que era argentino. Si supieras mis deudas con Argentina, y están comenzando. Me gustó lo que dijo Fresán, que eras un libro inmenso. Cada vez que tome un libro, diré, Hola Bolaño.


P.D.

No sé cómo hay escritores que todavía creen en la inmortalidad literaria. Me dan ganas de abofetearlos para que reaccionen y salven su vida.
Roberto Bolaño.


Epílogo, no sé si esta figura está permitida después de la Posdata, pero amerita. Voy a conservar el título, aunque sé que estás en el Mediterráneo. Déjame decirte, que eres uno de los buenos productos chilenos de exportación. Estás en el lugar correcto. Me acaba de llegar un correo sorprendente desde Panamá, donde suelo vivir. De un joven librero, hoy periodista, que trabajaba en la librería El Hombre de la Mancha. ¿Qué casualidad con el título y tus quijotadas? Hace un mes o más, le hablé de ti. No había un solo libro ahí tuyo. Y me acaba de decir que leyó mis artículos sobre tu despedida. Ahí yo digo, que de a vaina encontré Los Detectives Salvajes en un drugstore y de los nazis, tiempo ha. Me dice el joven Guillermo Ávila Nieves, “que con respecto a la carencia de la literatura del gran Roberto Bolaño, en este submundo bananero, estamos de acuerdo, pero además de Los Detectives Salvajes, hay un ejemplar de “Putas Asesinas”. Y después de hacerme una pormenorizada descripción donde queda la librería, se recuerda que estuvimos conversando en ella. Después del olvido, Ávila concluye en una buena prosa de periodista que es,”aprovecho la ocasión para saludarlo y desearle lo mejor en medio de esta algo inhóspita jungla del barbarismo primitivo, pero también cálida en oportunidades, y a veces, afecto, llamada Panamá”.

\"Sólo una cosa no hay. Es el olvido. / Dios, que salva el metal, salva la escoria / Y cifra en Su profética memoria / Las lunas que serán y las que han sido\", Borges.

Se nos adelantó Roberto
Pérdida irreparable para Chile.
Pérdida irreparable para mí.
Pérdida irreparable para todos.
The rest is silence
Now cracks a noble heart.
Good night sweet prince,
And flights of angels sing thee to thy rest!
Lo demás es silencio
Ahora un noble corazón se rompe
Buenas noches dulcísimo príncipe
Y que coros de ángeles salgan a recibirte.
Nicanor Parra.
Versos de Parra y Hamlet.


Epílogo dos

Ya no sé si es pertinente o no esta separación, pero es necesaria. Pero las noticias sobre tu partida Belano no cesan. ¿La inmortalidad es una cosa que amerita un muerto?. No sabemos. Nocturno de Chile será lanzado en Estados Unidos, por Susan Sontag. Ya estaba bueno que la narrativa chilena llegara hasta California. Estás abriendo un sendero, Bolaño, gracias de antemano. Las traducciones de tus libros, llueven como si Babel hubiera estallado en una calle de Bagdad. Alguien dijo que eras un perdedor. La literatura, digo, es una resta del cero al cuadrado, cuando es verdadera.

Un adelanto, es el final de cualquier comienzo que no lo tiene. Este es un párrafo al azar de la novela 2666, de nuestro inefable 666.

“Belano llega a Chile con un turbante azul. Lo están esperando en el aeropuerto “Pablo Neruda”, un representante del Orfeón de Carabineros y del Grupo Móvil, uno de la DINA, otro del CNI, un Sargento vestido de las cuatro armas, un miembro del Ejército de Salvación, un delegado de los Canutos de Chile, un representante de la Sociedad 4 Jinetes del Apocalipsis, un delegado semioficial de Los Amigos del Tata, un lector aventajado de Nocturno de Chile, un miembro honorario de la Fundación Neruda, una joven escritora asidua a la SECH, el agregado cultural de México y España (países de exilio), un redactor de El Mercurio, un secretario de la Academia Panameña de la Lengua, una oficial de turno del Ministerio de Educación, un Subsecretario de La Moneda, un detective civilizado, un representante por los Senadores Vitalicios, un representante por cada Campo de Concentración de Pisagua a la Isla Dawson, el último Edecán del Paciente Inglés, un miembro de la Diáspora escogido de a dedo, un vocero de la Colonia Dignidad, un dignatario del Opus Dei, (en una cajita las mancuernas de uno de los desaparecidos), tres mil pancartas con fotos de los que aún no se encuentran, Gracias a la Vida de Violeta Parra llena de recuerdos el aeropuerto, (Belano va sobre el aire de su propio impulso), alguien grita viva Neruda, país de poetas, una monjita llega con un retrato de Allende, varios Parlamentarios alzan un carteloncito con la leyenda siguiente: ”La Concertación es una realidad”, una delegación de los nietos del Tony Caluga, trae su consigna: “Chileno no te sientes, Chile está de pie”, Belano sigue avanzando y firmando de memoria, ya sólo deja la B en las primeras páginas (un cargador de maletas que tiene su ejemplar auto biografiado interpreta la segunda letra del abecedario: ” bueno, bonito, barato,” al fondo se divisa por sus alas lo conoceréis, el angelorum de Parra,

Y lo declaran, al entregarle las Llaves de la Ciudad, Belano Ilustre hijo Trotskista, Iconoclasta, Trasgresor Supremo de la Literatura Chilena, con asiento en Santiago del Nuevo Extremo. Belano comienza a firmar los últimos autógrafos con la mirada, y de pronto al prusiano ritmo de Lili Marlen, se anuncia la muerte del Inmortal Capitán General, y todo Chile comienza a bailar Regué.










martes, 26 de mayo de 2009

Ronda de la niña sola. Cuando Alcira fue mima

por Marlene Yacobazzo
Brecha, Uruguay. 09.01.2009




La vi por primera vez cuando bajó del ómnibus de Borderre, pocos días antes del comienzo de las clases, a mediados de marzo de 1945. Venía con otra maestra de Durazno, Ilia Irigoin, que se ocuparía del primer año escolar. Yo estaba deseosa de saber cuál sería mi maestra de segundo año y allí estaba Alcira, a la que todos llamaríamos señorita Mima. Era una mujer alta, esbelta, de cabellos largos, con los clásicos bucles “rellenos” de la época y muy joven.

Había nacido en Durazno en 1923 y tenía por el lado paterno ascendencia francesa. Su bisabuelo Pedro Soust había llegado al país a fines del siglo XIX, dejando algún hijo en Buenos Aires y una hija monja en un convento de Francia. El abuelo Nicolás tuvo un solo hijo –Alcides, su padre–, casado con Angélica Scaffo en la ciudad de Durazno, donde Alcira vivió y estudió en sus primeros años y luego en el Instituto Normal de Magisterio.

Obtuvo una ayudantía interina en la escuela donde mi padre era director. La Escuela Granja número 43 de Chileno Grande está en la ruta que une la vieja terminal de ferrocarril de Estación Blanquillo, de Durazno, con el pueblo de San Gregorio de Polanco, en la costa norte del Río Negro. El ómnibus, que se ve en la fotografía, era un nexo clave en la zona, ya que cubría la ruta 43 llevando cartas, diarios, encomiendas y pasajeros que viajaban en el “motocar” rumbo al sur y los que venían de regreso a San Gregorio. El cruce del río por el paso Romero se hacía, y se hace aún hoy, en una balsa para personas, ganado, caballos y vehículos.

El año anterior Alcira había ocupado el mismo cargo, por lo cual conocía ya a todo el vecindario y a algunos niños que habían sido sus alumnos. En segundo año nos sentaban a ocho niños en unas mesitas bajas, dos de cada lado. Mima asignaba los lugares. A mi lado se sentaba Elisa Bude, que era una niña negra-mulata que además de ser muy inteligente era su favorita. Yo era la hija del director y Elisa venía del pueblito de Las Cañas, lo que en la época se llamaba “pueblo de ratas o rancherío”. Pienso que no era casual que nos juntara a las dos. Yo sentía que nos privilegiaba a ambas y no competíamos por el cariño de la maestra; eso me gustaba. Hoy pienso que aquello tal vez intentaba darle al grupo un sentido igualitario. Cuando años después volví con mi marido a ver la escuela del Chileno –algo que me había prometido en el exilio– me conmovió encontrar un pensamiento de Varela, escrito en la galería de la escuela, respecto al temprano ejercicio de la igualdad, desde las “bancas” de la escuela pública. Y pensé en Mima.

El horario escolar era más extendido, porque todos los niños recibían el almuerzo en la escuela. En la tarde teníamos que hacer “labores”; en mi caso un tapiz en punto cruz que penosamente me llevó meses terminar... Alcira eligió para mi trabajo, en una revista de diseños, un motivo un poco extravagante o al menos exótico (que aún conservo). Era un sultán o maharajá cruzando el desierto sentado en una litera, en un elefante asiático y custodiado por tres hombres de a pie, con turbantes y antorchas en alto. Pero lo más complejo, que era la alfombra persa de muchos colores donde se apoyaba la litera sobre el lomo del elefante, la bordó Mima en mi lugar. Había en ella un interés particular por otros mundos, por otras culturas, y además era creativa y original. Como trabajo de fin de curso hizo con sus manos, a cada uno de sus discípulos, un libro de cuentos en cartulina, muy ingenioso en su factura, con casitas pintadas por ella en tinta china roja, que se desplegaban y plegaban al abrir y cerrar el libro; y nosotros redactábamos el cuento.

Alcira escuchaba música centroamericana. Cantaba: “Itsmo de Tehuantepec, maderos que cantan con voz de mujer...”, y lloró amargamente –según recuerda mi madre– cuando se le rayó con la púa de la “ortofónica” un disco de boleros que le había regalado un ser querido. La recuerdo también cantando la vieja canción española “Las cosas del querer” que hoy canta Ángela Molina. Era soltera y tenía amor –no correspondido– por un primo: Washington Corbo, al que llamaban Tom. Cuenta su hermana Sulma que “se peleaban mucho por carta. Ella se hacía la enferma y lo mandaba buscar; ¡y lo recibía con la cara blanquísima y unas enormes ojeras pintadas!”. También amaba los caballos; tuve hasta hace poco tiempo una foto suya al pie de un caballo, con pantalones de montar y botas altas. Las cabalgatas eran pasatiempo común entre las familias del vecindario. Se juntaban ocho o diez jinetes y se cabalgaba camino al arroyo del Chileno, que era el más cercano. Se cruzaban campos, porteras, cañadas hasta llegar a la costa. Fueron los últimos paseos al monte espeso. Cuando se puso en marcha la represa de Rincón del Bonete se inundaron grandes superficies de campo y poco monte indígena quedó en pie.

La fotografía junto al ómnibus que aparece en esta nota corresponde a la última vez que vi a Alcira. Hace dos días me contacté con familiares más o menos cercanos de Durazno. Todos coinciden en que regresó de México, bastante perturbada luego de los episodios de la UNAM que relata Bolaño y de algún desencuentro afectivo. A su regreso vivió por cortos períodos en casas de familiares. De pronto se marchaba y andaba sola. Luego estuvo internada; se encontraba con sus sobrinos en un lugar convenido cerca de la Universidad. Un día no concurrió a la cita y alguien les dijo que “se había ido con el teatro de China a Buenos Aires”. Así Alcira fue desapareciendo poco a poco. Un familiar político dice haber coincidido con ella cuando viajaba a Montevideo –por 1992–, o sea que aún vivía 16 años atrás. Luego parecen haberse borrado sus huellas, pues nadie pudo confirmar cuándo y dónde terminó sus días Alcira Soust.


Julio de 2008





A la búsqueda de Alcira

En 2003, Roberto Bolaño responde a las consultas de Jorge Ruffinelli sobre la vida de Alcira: le dice que un amigo suyo, de paso por Montevideo, supo por una hermana que Alcira estaba internada en tratamiento psiquiátrico. En su nota de Brecha, Ruffinelli agrega la noticia de que ya había fallecido en Uruguay. Pero en 2003 no eran muchos los que tenían conocimiento de su muerte. Aunque era para mí doloroso, teníamos que saber cuál y cómo había sido su fin.

Luego de consultar sanatorios, hospitales y los archivos del Registro Civil, se confirma su muerte –14 años después de su desaparición– en el servicio de Necrópolis de la Intendencia Municipal. Constan allí su nombre y su edad, en tanto que se ignoran sus documentos, estado civil y profesión. La médica que firma/ certifica con el número 530553 el 30 de junio de 1997 su fallecimiento en el Hospital de Clínicas de Montevideo –a causa de bronconeumonía bilateral– es la doctora Isabel Gubitosi. Me contacté con ella telefónicamente con la esperanza de que hubiera sido su médica tratante y pudiera decirnos algo más sobre sus últimos días, pero según nos explicó actuó en esos años y en ese caso únicamente como médico forense. Si las fechas que manejamos son exactas, Alcira vivió sus primeros 28 años en Uruguay y 36 años en México. Se fue en 1952, regresó en 1988 y vivió en Uruguay – Durazno, Trinidad y Montevideo– trashumante hasta su muerte, nueve años después. Murió un año antes de la publicación de Los detectives salvajes.


El reencuentro

Cuando niña conviví en la misma casa con Mima (según sus códigos de escritura: Mi..ma..estra) y junto a otros niños en las mesitas del aula de segundo segundo año en la escuela del Chileno Grande de Durazno. Fui alentada a recuperar su memoria, pero los recuerdos resultaban un tanto cándidos frente a las otras realidades de su vida posterior. Pero he aquí que al revisar los escritos y papeles que conserva su familia, descifrando algunos códigos y “mensajes en clave” de sus notas y leyendo sus pequeños poemas encontré, reencontré a la misma que conocí. Reconocí estrofas o versos que eran parte de lo que cantábamos cuando ella tenía 24 años. Reconocí gestos y acciones. Alcira hizo y cuidó el Jardín Emiliano Zapata con un grupo de niños de escuela en la UNAM en México. Le llamó el “jardín cerrado” o “jardín interior”. También en mi escuela hicimos con ella almácigos de flores. Luego plantamos y regamos “el jardín del mástil”, un círculo de plantas en flor alrededor del mástil de la bandera.

Pienso que había en ella un respeto especial por los símbolos de su “patria”; también eligió para nuestra fotografía en la escuela un sitio justo debajo del escudo nacional. Tal vez ya se intuía una expatriada o más bien “transpátrida”, que adoptó a México durante 36 años con igual pasión. Yo ignoraba que Alcira escribiera poesía, tampoco que manejara el francés y me encantó “Le bonheur sera pour tous”. Leyendo su ronda de la “luna, luna comiendo aceitunas, la boba de Mima no come ninguna” recordé algunas noches en que le cantábamos a la luna llena sentadas en la veredita frente al aljibe y al jacarandá. O cuando en clase nos leía a Juan Ramón Jiménez: “Platero juega con Diana, la bella perra blanca que se parece a la luna creciente, con la vieja cabra gris, con los niños...”. Sus poesías de la niña loba me suenan en el oído a la otra canción de cuna –un poco más dulce– que cantábamos: “La loba, la loba le compró al lobito, un calzón de seda y un gorro bonito...”.

Las “guirnaldas de luz” de su poesía me recordaron las guirnaldas de flores que hacíamos enhebrando en un pequeño junco (Cyperus) que nace en las praderas, corolas amarillas y rojas de macachín, que al regresar a casa regalábamos a alguien. En las tardecitas, cuando bajaba el sol, caminábamos hacia el norte por la carretera vacía, mirando a la distancia el Río Negro y a un lado y otro los arroyos Chileno y Las Cañas. En las zanjas del camino buscábamos pequeñas piedras que arrastraban y rodaban las lluvias; allí encontramos una cuarcita “mamelonada” que guardé durante años. Esto es un cuarzo, me dijo, y aquél fue mi primer contacto con los orígenes de la tierra. Su sobrina me dice que desde México hablaba de Uruguay como “su tierra de las naranjas”. Recordamos con mi madre que había en el vecindario del Chileno una gran quinta familiar de naranjos de los Santurio. Las visitas a doña Eulogia eran “anunciadas” para un determinado día (y confirmadas con el reflejo de dos espejos a la distancia). Incluían sentarse largo rato en la sala frente a un jardín cerrado, las mujeres de la casa, mi madre, Mima y su compañera maestra Ilia Irigoin (después casada con el hijo de los Santurio) y nosotros. Mate, tazón de leche para los niños, licor de pitangas y en una gran copa de cristal un postre de ambrosía. No hablaban todas a la vez. Se producían largos silencios –los niños juiciosos y ansiosos–. Cuando doña Eulogia Santurio daba “el permiso” para ir al huerto de las naranjas se producía la avalancha, y en la sala sólo quedaban mi madre y la dueña de casa. Naranjas, limas, pomelos, limones, naranjas sanguíneas y de ombligo, bergamotas y mandarinas. Y ahí venía la “guerra de las nosotros. Los tiempos gozosos de la otra vida.

Alcira tenía luz en el alma –es lo que hay en sus pequeñas poesías–, que devino luego en esa mezcla de ternura y de horror de la “ronda, ronda de la niña loba, la ronda, ronda de la niña sola”. Ésta es mi evocación de la Mima tierna y esencial, de la Alcira bohemia, solidaria y sesentista, de la Auxilio Lacouture que reinventaron Bolaño y Antonio Algarra – un mito de la resistencia mexicana–, y en su tiempo final, “la boba de Mima” trashumante, confundiéndonos, tratando de engañar a la vida y la muerte, “la niña loba, la niña sola” de..vuelta/envuelta en “su tierra de las naranjas”.



Diciembre de 2008









viernes, 22 de mayo de 2009

Signos particulares (Apéndice de Testamento I)

por Alcira Soust Scaffo –Auxilio Lacouture-





Ahora
sin paréntesis
las últimas palabras
que te escribo
En prosa cotidiana
como corresponde
me regreso
con (mí-silencio)
con (mí-flecha rota)
con (mí-hambre)
con (mí-sitiar)
Y mis trampas
Y mis lamentaciones
Y mi qué importa (en el mes
próximo te amo)
Y tú te quedas con tu desengaño
Y tu-tiempo perdido
Y tus oídos destrozados
Y tu te amo
Y tu ser amigo
Y tu/ta te ti to tú
(Asombrado)
“Mañana me voy mañana.
Mañana me voy de aquí”.
(Canción ranchera)
Yo me voy de aquí
En alas de el-Viento
¡Ay! ¡ay! ¡ay de mí!
Llevaré mi canto
A tierras lejanas
En alas de el-Viento
Llevaré mis lágrimas
Mis lágrimas serán nubes
Rocío de la mañana
Canto de amor en los campos
Olas en la mar salada









miércoles, 13 de mayo de 2009

El Llop Ferotge: Especial Bolaño

por Jorge Morales
Editorial de Revista, nº8, Barcelona. Septiembre 2008










Si ha habido un poeta en los últimos años, que por su obra y trayectoria, haya sido capaz de despertar la admiración y el entusiasmo a nivel internacional, ese fue Roberto Bolaño. Nacido en Chile en 1953, y fallecido en el Hospital Vall d’Hebrón en julio de 2003, Bolaño vivió en Girona a mediados de los 80, para radicarse luego en Blanes, donde nacieron sus hijos Lautaro y Alexandra, y donde escribió la mayor parte de una obra literaria que se eleva a alturas de vértigo, con títulos como Los detectives salvajes, 2666 o Nocturno de Chile. Y si bien fue por su obra narrativa con la cual conquistó el unánime reconocimiento del público y la crítica, hay que señalar que Bolaño siempre fue, ante todo, un poeta, y su extensa obra lírica, es de un valor que no ha sido ponderado con justeza, más allá de Los perros románticos o Tres. Bolaño también dejó una importante obra ensayística, reunida en el volumen Entre paréntesis, publicada en forma póstuma, y que es un verdadero tratado de literatura: En ella, el gran escritor nos descubre sus vastos y sorprendentes viajes por el mundo de los libros, así como su posición frente a la cultura y a la historia.

Entonces, es con el conjunto de su obra, con el que Roberto Bolaño logró, y en muy poco tiempo, (pues sus andanzas editoriales de verdad comenzaron en 1996, con Estrella distante) traspasar los límites de la lengua castellana, para convertirse en uno de los primeros clásicos universales del siglo XXI. Así lo sostiene, por lo menos, la crítica más exigente, las voces egregias de personalidades tan altas como Enrique Vila-Matas o Susan Sontag, y los miles y miles de lectores que agotan sucesivamente, una y otra edición de sus libros.

No obstante, este particular homenaje que Llop Ferotge realiza a Roberto Bolaño, y que nace, básicamente, de nuestra pasión de lectores, tiene mucho que ver también, con un reconocimiento al tesón y la valentía de nuestro autor. Pues los citados méritos de este poeta, en sólo 50 años de vida, brillan aún más cuando consideramos las condiciones de producción de su obra, marcadas por circunstancias vitales difíciles, llenas de escollos, que no fueron impedimento para la construcción de una obra literaria tan trascendente, vasta y necesaria.

Por ello, y a cinco años de su partida, hemos reunido en este número, a un grupo de autores de procedencia variada que, en registros diversos que van desde el homenaje a la crítica literaria, desvelarán diferentes aspectos del amplio universo de Roberto Bolaño, ese “perro romántico” cuyo aullido tanta falta nos hace.










domingo, 10 de mayo de 2009

Borges y Bolaño: un juego intertextual desde la divergencia

por Luis Nitrihual Valdebenito
Revista Espéculo. Universidad Complutense de Madrid. 2007







Actualidad de la obra de Bolaño


Roberto Bolaño es un nombre que apareció en el mundo de la literatura chilena y, por qué no, universal, para quedarse de manera permanente. El escritor chileno se ganó un cupo entre los más grandes autores con una obra sólida, con una escritura propositiva, sugerente y variada, que recorre la poesía, ensayo, cuento y novela.

No hay duda que es un poeta, y él mismo se consideraba de este modo, pero al igual que uno de sus escritores admirados y odiados [1], Jorge Luis Borges, se hizo conocido por su prosa, que le trajo tantas alegrías que ya no pudo dejar de continuar en la senda prosística. No hay duda que todo su ideolecto está nutrido por la poesía, en una simbiosis transtextual que va desde la aparición de la poesía como motor generador del universo narrado, tal es el caso de Los Detectives Salvajes, realizando citaciones de autores admirados o creando poesía dentro de novelas y cuentos. Lo cierto es que su prosa es especialmente rica en esa heterogeneidad de géneros.

Cuando el 2003 Roberto Bolaño dejó de existir, hubo un reconocimiento unánime en torno a su obra, sus detractores y seguidores concordaron en calificar su obra como una de las más importantes de las últimas décadas, de ahí la vigencia de estudiarla.

Tiende a reconocerse que la cumbre como escritor de Bolaño se debió a la publicación de Los Detectives Salvajes (1998) que fue merecedora de la XI versión del Premio Internacional Rómulo Gallegos de Novela. Se trata de una obra fantástica, tan imaginaria como la realidad más dura, una escritura fascinante y que lo lanzó de golpe al lugar de los escritores latinoamericanos de mayor peso y porvenir.

La literatura nazi en América (1996) se inscribe, igual como Los Detectives Salvajes, en la tradición borgeana de Historia de la eternidad, donde la realidad se funde con la ficción. La obra del mismo Borges es un juego especular y Bolaño, como su hijo pródigo, la revive de manera fantástica. La especial relación que Bolaño tenía con Borges [2] se puede intuir desde la obra misma, que revive un estilo cargado de búsquedas filosóficas. De algún modo el "hombre libro" que fue Borges y que lo llevaba a plantearse no sólo escritura sobre temas precisos, sino escritura sobre la literatura misma (autoreflexión) y sobre los escritores (imaginarios y reales), fue también el norte del escritor chileno. El humor borgeano, tanto dentro del texto como en la vida cotidiana, es patente en Bolaño [3], entregando otro elemento para pensar en la vinculación de estos dos escritores.

Precisamente, es la evidencia de una intertextualidad manifiesta la motivación de esta investigación. El dialogismo textual que destacara Bajtin y Kristeva (entre sus primeros teóricos) es el pilar fundamental de cualquier estudio literario actual. Pero más interesante que destacar el carácter intertextual de la literatura, que anticipara también Borges cuando señalaba que se han contado unas cuantas historias a lo largo de todos los tiempos [4], es notar cuáles son los temas que convergen y dónde los textos proponen lecturas y visiones de mundo diversas, en una dialéctica textual que une a estos dos escritores.


El concepto de intertextualidad

Es importante precisar a qué haremos referencia cuando hablamos de intertextualidad, pues tal como lo señala Fernández (2001) el concepto es un poco lábil y tiende a confundirse entre otros con el concepto de fuente o influencia, que parecieran sinónimos, pero que obedecen a otra manera de entender el texto y más que al texto, a los procesos dadores de sentido, que no necesaria y únicamente pertenecen a textos escritos u orales.

La intertextualidad es hoy un campo fértil de investigación y procede de la mirada bajtiniana sobre polifonía y dialogismo textual. Existe consenso en que la primera en acuñar el concepto de intertextualidad es Julia Kristeva que propone un modelo tomado de Bajtin donde “la estructura literaria no existe sino que es generada por relación a otra estructura” (Rivero, 2003: 4 citando a Kristeva 1966: 35). De este modo, la definición operativa que podríamos realizar para atender al concepto de intertextualidad es la de textos que participan de otros textos en un diálogo ilimitado. Es decir, tal como lo vislumbraba Borges, un texto no es sino reescritura de otros textos y quizás de un primer texto.

La idea de intertextualidad es la de un texto “que no se legitima en su corporeidad o singularidad, sino por estar escrito desde, sobre y dentro de otros textos” (Fernández, 74). Esta idea nos lleva a preguntarnos cómo participa un texto de otro, pues la idea puede resultar abstracta.

Más allá de las definiciones necesarias de lo que entenderemos por intertextualidad realizaremos un esfuerzo para hacer fructífero este estudio. Es decir, evidentemente estamos en presencia de textos dialogantes, la mirada semiótica así lo afirma y con ello complejiza la realidad misma, pero qué propone cada texto, cómo revierten, invierten y hasta pervierten el texto origen, es algo que veremos con el estudio cruzado de una obra de Borges y Bolaño.

Los textos que hemos elegido para vislumbrar el concepto de intertextualidad son: El Sur, de Jorge Luis Borges, aparecido en el libro Ficciones [5]. Y como segundo texto, el cuento El Gaucho Insufrible de Roberto Bolaño, aparecido en el libro que lleva el mismo nombre y que se presta para nuestros propósitos pues nos permite conocer la obra de Bolaño en su funcionamiento interno, en su riqueza de mirada, en su visión del mundo actual.

Al concebir el texto como un diálogo, Bolaño entra en el juego de Borges, y reescribe El Sur, pero (lo más importante) con una mirada personal, actual, vigente, que atiende a todas las hondas problemáticas del pueblo argentino y latinoamericano.

Creemos que puede trazarse una línea que va desde Martín Fierro, que es a su vez el texto origen de muchos cuentos y poesías borgeanas (El Sur, El Fin, El Gaucho, entre otros) y que recorre un largo trecho hasta llegar a Bolaño. Es decir, partiendo de los tópicos de Martín Fierro, se prolongan historias que llegan hasta el autor chileno.


Roberto Bolaño: la reescritura como actualización discreta

El Gaucho Insufrible [6] es el cuento que da nombre al libro del 2002 de Roberto Bolaño, en este se cuenta la historia de Héctor Pereda, abogado argentino intachable (situación que el narrador indica como poco habitual en la Argentina de esos años) que tiene dos hijos: el Bebe y la Cuca Pereda, que son criados de la mejor manera posible y por ello son jóvenes “felices” que luego de unos años hacen su vida: el Bebe se transforma en escritor de fama latinoamericana y la Cuca va a vivir a Río de Janeiro.

Lógicamente hubo una señora Pereda, que de soltera tuvo el apellido Hirschman y que falleció joven y dejó al joven abogado viudo y siendo, de algún modo, el soltero “cotizado” de su época de gloria. La soledad de Pereda se incrementa cuando también el Bebe, su hijo menor, decide marcharse a EEUU. En su soledad, y para matar el tiempo, decide dedicarse a ordenar su biblioteca. Cuando Bebe regresa, y al verlo tan abandonado, decide llevarlo a sus reuniones y cafés literarios, en donde Pereda se siente un bicho raro, pues: Para él, los mejores escritores de Argentina eran Borges y su hijo, y todo lo que se añadiera al respecto sobraba.

Pero si bien la literatura no era uno de sus temas favoritos, cuando hablaban de política su cuerpo se estremecía. Sus hábitos cambiaron desde el momento en que se sintió atraído por las tertulias, se levantaba temprano y en su biblioteca buscaba algo que no sabía qué era. Se pasaba las mañanas leyendo. Incluso sus hábitos higiénicos cambiaron. Es más, destaca el narrador, Un día se fue a leer el periódico a un parque sin ponerse corbata. Hasta que un día Pereda se levantó y tuvo la certidumbre de qué algo ocurría en la Argentina. Almorzó con un par de amigos y no paraba de reírse como un loco. Le preguntaron qué le hacía tanta gracia. Pereda sentenció que Buenos Aires se hundía.

Tal como dijo sucedió y comenzó el caos en la ciudad. Participó en los cacerolazos y las protestas contra el corralito, hasta que un día les aviso a sus sirvientas que se iría a vivir a la estancia del sur. Subió a un tren y en un viaje monótono fue cruzando la pampa. Luego el tren empezó a rodar por la pampa y el abogado juntó la frente al cristal frío de la ventana y se quedó dormido. Cuando despertó, observó por la ventana que la pampa estaba plagada de conejos. En Capitán Jourdan, se bajó para tomar camino hacia su estancia, llamada “Álamo Negro”. Mientras estaba sentado en la estación recordó el cuento El Sur de Borges y sus ojos se llenaron de lágrimas.

Cuando llegó a su estancia todo estaba en ruinas y tuvo que contratar peones, que luego se convirtieron en sus amigos, para reconstruirla y hacerla habitable. Fue a la ferretería de Capitán Jourdan para comprar lo necesario y le preguntó al indio que atendía dónde podía encontrar caballos, este le contestó que ya no había en la zona, pero que un tal don Dulce, tenía uno para la venta. Efectivamente don Dulce le vendió un caballo que no tenía utilidad pues él viajaba en Jeep.

Desde su llegada, Pereda comienza un viaje al pasado perdido, busca caballos, animales para domar, peleas a cuchillo, pero ya todo es distinto. En su lugar hay conejos que plagan la pampa y sirven de alimento a los gauchos, que ya no están dispuestos a pelear por honor. Es, en definitiva, un mundo desencantado.

Una tarde recibe una carta del Bebe donde le indica que debe ir a Buenos Aires para firmar los papeles de la venta de su casa. A los dos días parte.

Una vez en Buenos Aires decide ir a buscar a su hijo al café donde se reúnen los escritores. Lo encuentra presidiendo una reunión. En la misma mesa, uno de los tipos se unta las narices con cocaína. Pereda lo mira fijo y éste reacciona con furia increpándolo. Pereda saca su cuchillo y lo pincha en la ingle ante la sorpresa de todo el mundo. En el acto, Pereda desaparece y decide volver a la pampa, de la que reconoce no sabe nada, pero donde al menos lo aceptan.


El regreso a Buenos Aires…

Hay varios elementos que nos llevan a proponer que este texto de Bolaño es una reescritura de El Sur borgeano, pero con algunas propuestas radicalmente distintas. Estructuralmente el Gaucho Insufrible posee una secuencia; el regreso de Pereda a Buenos Aires y la posterior decisión de volver a ese Sur desencantado, que el cuento de Borges, El Sur, no posee.

El universo presentado por el narrador de El Gaucho… es un mundo en crisis. No hay que olvidar que este texto presenta a la Argentina del 2000, con las convulsiones sociales que la afectaron brutalmente. Por tanto, es un texto contextualmente anclado en el presente. ¿Cómo puede entonces un texto como éste ser reescritura de El Sur? Bolaño reconstruye la idea de viaje al Sur como zona de salvación. Observemos como ambos textos presentan una misma fabula: el viaje al Sur, el reencuentro con la tradición gauchesca.




Precisemos que al final de la tercera secuencia, El Sur establece un estado especial de disyunción con la muerte del protagonista. De este modo, el texto de Borges se mueve en los opuestos vida/muerte, pasando por gradaciones precarias. De este modo, se presenta como un texto clásico en torno a ir de un estado conjunto a uno disyunto. Eso, independiente de las posibles interpretaciones en torno al papel ya advertido de los sueños (Alazraki, 1986) que contribuyen a otorgarle al relato un juego especular.

El Gaucho Insufrible en cambio no presenta una resolución final en torno a los opuestos vida/muerte. Se pasa de un primer estado de desencanto con la vida, manifiesto en el trabajo rutinario de Pereda o en su vida sentimental truncada con la muerte de la esposa, a un estado final también de desencanto, con la vuelta al Sur, que ya no es el sitio borgeano anhelado sino un lugar fantasmagórico.

Mientras la muerte es en El Sur un modo de conjunción buscada por Dahlmann, como experiencia de lo que para él es un “verdadero hombre”, y en este caso se transforma en una liberación. En El Gaucho Insufrible la muerte no llega nunca. Pereda no tiene escapatoria y está obligado a vivir en lo aparente.


Algunos elementos del mundo desencantado de Bolaño

Patéticamente, Bolaño nos describe el mismo mundo que Borges: EL SUR, que muestra la dicotomía entre la cultura propia y la ajena, lo europeo y lo argentino (léase también como lo latinoamericano), ¿En esa pugna quién triunfará? La conclusión es que hemos sido criados por una madre postiza, y por eso no hemos resuelto nuestros conflictos de hijos huérfanos. No triunfa una solución como en Borges sino el eterno conflicto, los Cien Años de Soledad de García Márquez.

El mismo argumento es expuesto por Bolaño, pero aprovechando la coyuntura social de Argentina. En una parte de El Gaucho Insufrible, el narrador nos recuerda: Argentina es una novela, les decía, por lo tanto es falsa o por lo menos mentirosa. Buenos Aires es tierra de ladrones, es similar al infierno, dice más adelante.

Pongamos atención en que es lo mismo que piensa Dahlmann de El Sur cuando está postrado en su habitación: Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Tenemos como conclusión que ambos autores nos presentan a Buenos Aires como lo pasajero y efímero, lo doloroso para Dahlmann, lo insoportable para Pereda.


El Sur de los cuentos: tres elementos claves para terminar

La dualidad, Pampa-Buenos Aires, nos recuerda que si Buenos Aires es lo aparente, entonces la pampa es lo eterno. Así lo explicita el narrador en El Gaucho: La pampa, en cambio, era lo eterno. Un camposanto sin límites es lo más parecido que uno puede hallar. Bolaño, al contrario de lo que hace Borges, nos presenta en todo momento un mundo pervertido. Mientras en Borges, el Sur es un modo de liberación y de llegada a un pasado glorioso, Bolaño hace llegar a Pereda a un mundo que ha perdido esa magia.

El primer elemento que resalta en este sur bolañiano es el de los conejos. Mientras Pereda va viajando, nota que el tren es perseguido por conejos que parecen brotar como malezas. No será su único encuentro con este verdadero mundo conejil. El viejo Sur ganadero, en donde los gauchos arriaban rebaños a caballo por la pampa, ha sido reemplazado por los conejos, que se reproducen como la mala hierba. Ahora los gauchos dedican su vida a cazar conejos. El narrador se pregunta en este punto: ¿A qué gaucho de verdad se le puede ocurrir vivir de cazar conejos?

El segundo elemento que nos gustaría resaltar es el del viejo almacén. Encontramos que en Borges el almacén es el sitio donde se fragua la lucha, donde Dahlmann sella su muerte. En El Gaucho… en cambio, tenemos que el viejo almacén ha sido pervertido, por ejemplo, por un juego como el Monopoly. Los gauchos que se reúnen en la pulpería que visita Pereda se divierten jugando Monopoly y esto le parece bastardo y ofensivo, pues Pereda tiene en mente que una pulpería es un sitio donde la gente conversa o escucha en silencio las conversaciones ajenas.

Un tercer elemento a consignar es el cambio en la imagen esterotipeada de los “gauchos”, si se los puede seguir llamando así en Bolaño. Si ellos se prestan para cazar conejos y jugar Monopoly, lógicamente han cambiado. Ya no están dispuestos a pelear. De hecho, cuando Pereda en una discusión reta a unos lugareños a salir a la calle para enfrentarse y pelear, todos lo miran preguntándose si estará loco.

En este sentido, Pereda es un personaje que invierte el papel de Dahlmann en El Sur. Mientras este último se presenta como disonante en un mundo de gauchos recios, hábiles con los chuchillos, Pereda irrumpe en un mundo que ya no es como lo ha imaginado, y aunque sólo en lo aparente (pues él reconoce que no sabe nada de la pampa) se presenta como un verdadero gaucho. A Pereda no se le permite la muerte, ¿quién podría matarlo en un mundo de cobardes como ése?

Pereda es él Gaucho Insufrible pues busca revivir una cultura perdida en los anaqueles de la literatura gauchesca, una cultura de valientes que ahora ha derivado en su opuesto, la cobardía. Pero también es insufrible porque el mismo es un cobarde. De allí la clara alusión textual que realiza el narrador al cuento de Borges: Oyó voces, alguien rasgaba una guitarra, que la afinaba sin decidirse jamás a tocar una canción determinada, tal como había leído en Borges. Por un instante pensó que su destino, su jodido destino americano, sería semejante al de Dahlmann y no le pareció justo.

Pereda es lo aparente. Se conoce lo suficiente, sabe que su mundo no tiene escapatoria, pues ni él está dispuesto a llegar a la muerte. ¿Y si la muerte no se encuentra, entonces qué?

Entonces a Pereda, una vez que comprueba que en Buenos Aires no hay escapatoria y ve que su hijo se reúne con artistas drogadictos y que por tanto su hijo quizás es igual, acepta al menos vivir en lo aparente. Acepta implícitamente cazar conejos para subsistir. Al menos no estará en el infierno, se encontrará en una pampa eterna y pervertida.


Conclusiones

Podemos destacar dos conclusiones principales que pueden servir para trabajos futuros, al menos en el campo de la intertextualidad entre Borges y Bolaño. La segunda conclusión la presentamos a su vez en otras, que clarifican la relación entre El Sur y El Gaucho Insufrible.

1.- Es evidente que existe una intertextualidad: esta se manifiesta en Bolaño, desde las alusiones explícitas que hace el narrador y donde destaca a Borges como escritor admirado, o citando algunas de sus obras, como en el caso de El Sur. También tomando, a partir de una interpretación del propio Bolaño, un tema particular como es el “regreso al Sur”.
2.- Más interesante que dar cuenta de esta intertextualidad, que es manifiesta y evidente, es mostrar cuáles son las características que hace a cada texto sui generis. En este sentido, pensamos que la intertextualidad se teje no sólo en convergencia sino también en la divergencia.

A razón de esto, pueden precisarse las siguientes conclusiones de nuestro análisis de los cuentos de Borges y Bolaño:

(A) El Sur de Borges presenta una estructura que recuerda intertextualmente los trabajos precedentes de Hernández y Lugones y se ve marcadamente la presencia de Martín Fierro, como propuesta de un mundo romántico que se ubica en el SUR como lugar arquetípico.
(B) El Sur presenta un duelo final y la muerte del personaje como una liberación. Si bien la muerte es privativa, y en este sentido el texto es una estructura bastante clásica que va desde un estado de conjunción a uno de disyunción, la gradación en estados intermedios precarios de no-vida/no-muerte produce un juego especular, que hace que el texto pueda leerse también como el sueño de una muerte anhelada (lectura de Alazraki, 1986)).
(C) Bolaño por su parte, propone una estructura similar a la de Borges. Se observa que ambas obras presentan tres secuencias fundamentales que pueden resumirse en: Buenos Aires-Viaje-Sur. La diferencia la establece Bolaño al proponer una cuarta secuencia en que Pereda regresa a Buenos Aires y nuevamente, desencantado, se devuelve al Sur.
(D) El Sur presentado por Bolaño es un Sur actual, donde los gauchos ya han olvidado el uso del cuchillo y más triste que eso, no están dispuestos a morir por nada. Juegan Monopoly y viajan en Jeep, el caballo y el ganado han sido reemplazados por los conejos, que son el verdadero sustento de los gauchos, o lo que queda de ellos.
(E) Tanto Pereda como Dahlmann, aunque inversamente, son hombres que están a contrapelo en el universo al que les toca enfrentar. Dahlmann no tiene la competencia para enfrentar un duelo que acepta y Pereda intenta forzar la realidad hasta convertirse en INSUFRIBLE.

La riqueza de Bolaño, el escritor chileno de mayor vigencia en la actualidad, se encuentra en reescribir desde la divergencia temática que Borges y la tradición gauchesca anterior habían presentado de manera arquetípica.


Notas

[1] Sobre este punto, ver el trabajo de Julia Elena Rial: Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño. Un Obituario a la narrativa del Siglo XX. En este texto se muestra como esta novela de Bolaño presenta a Borges como un escritor odiado, pero donde este odio se transforma en amor y admiración.
[2] Sobre su admiración a Borges, Bolaño indicaba que “he leído toda la obra de Borges, al menos dos veces, y casi todo lo que se escribió sobre él (...). A parte de ser un gran poeta y el más grande cuentista y un gran ensayista. En fin, probablemente el mejor escritor en lengua española desde Quevedo” (Swinburn, Daniel. "Roberto Bolaño: Catorce preguntas". El Mercurio, 2 de Marzo de 2003).
[3] Sobre el tema del humor literario, el mismo Bolaño destacaba a Borges y Cortazar, quienes jugaban con la realidad. (Bolaño, Roberto. "El humor en el rellano". Las Ultimas Noticias. Lunes 20 de Enero de 2003).
[4] Borges señalaba: “Digamos que durante muchos siglos, estas tres historias -la de Troya, la de Ulises, la de Jesús- le han bastado a la humanidad. La gente las ha contado y las ha vuelto a contar una y otra vez” (Borges, Jorge Luis (2001) Arte Poética. Barcelona. Crítica.
[5] Pensamos que en Ficciones y El Aleph se encuentra la madurez de su obra cuentística. Por otro lado, "El Sur" es considerado por el propio Borges como uno de sus mejores cuentos: “De El Sur, que acaso es mi mejor cuento básteme prevenir que es posible leerlo como directa narración de hechos novelescos y también de otro modo” (Ficciones: 112)
[6] En cursiva se presentan las citas textuales del cuento de Bolaño.


Bibliografía consultada


Abril, Gonzalo et al. Análisis del discurso. Hacia una semiótica de la interacción textual. Madrid: Cátedra. 1999.
Alazraki, Jaime. La prosa narrativa de Jorge Luis Borges. Madrid: Gredos 1986.
Bolaño, Roberto. El Gaucho Insufrible. España: Anagrama. 2001
Borges, J. L. Ficciones. Buenos Aires: Emecé1968.
Fernández, José Enrique. Intertextualidad Literaria. Madrid: Catedra. 2001
Greimas, A. J. Del sentido II. Ensayos de Semiótica. Madrid: Gredos.1989
Greimas, A. J. La semiótica del texto. Ejercicios prácticos. Análisis de un cuento de Maupassant. Barcelona: Paidós. 1983.
Greimas, A. J.; J. Courtés. Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje. Vol. 1 Madrid: Gredos.1982.
Grupo de Entrevernes. Signos y parábolas. Semiótica y texto evangélico. Madrid. Ediciones Cristiandad. [s.f. 1989].
Kazmierczak, Marcín. La metafísica idealista en los relatos de Jorge Luis Borges. Barcelona: Tesis doctoral. 2001.
Rivero, Isabel. Intertextualidad, Polifonía y Localización en investigación cualitativa. Athenea Digital N°3: 2003.









jueves, 7 de mayo de 2009

El secreto del mal o La Religión del profeta Bolaño

por Cástulo Aceves Orozco
Al Margen, España. Noviembre 2007










Escribir es un acercamiento al abismo, escribió Bolaño de muchas formas, en muchos de sus libros. Escribir es una enfermedad, también un viaje, también terrible monstruo que puede arrebatarte la vida. A estas alturas, a tan solo unos años de su fallecimiento, ya se puede hablar de los fanáticos del escritor, de los seguidores, los incondicionales, y en contraposición, los críticos furiosos, los retractores.

Cargando a Los detectives salvajes como biblia, a 2666 como profecía, nos quedan sus libros de cuentos como evangelios. El secreto del mal, publicado este año por Anagrama, junto con la antología de poesía La universidad desconocida, es posiblemente el último de los acercamientos, la pieza final de narrativa que nos queda a los que, como yo, hemos devorado cada palabra que escribió Bolaño. De antemano pido disculpas, procuraré ser crítico, pero en el fondo de mí habita un fanático, intentaré ser duro, veraz, pero la melancolía tendrá un peso muy fuerte en lo que de los cuentos incluidos en este libro pueda yo decir.

Empecemos por la narración que bautiza al libro: "Este cuento es muy simple aunque hubiera podido ser muy complicado. También: es un cuento inconcluso, porque este tipo de historias no tienen un final". Aquí esta la premisa, la apuesta y la condena. Textos encontrados en los archivos de computadora de Roberto Bolaño, una obra póstuma, revisada por terceros, que busca, sobre todo, a los que deseamos leer aunque sea un poco más de él, criaturas insaciables. Siendo claro: no es un libro para quién se quiera acercar por primera vez a este autor. Eso parece obvio, pero muchas veces la obviedad es lo último que se ve.

Las narraciones están divididas en dos grupos. Por un lado los textos que están completos, que posiblemente eran ya preparación para un esperanzador siguiente libro, posterior a El gaucho insufrible, el cual, de acuerdo a la introducción de su editor, fue entregado por Bolaño como con la conciencia de que el final estaba cerca: "Todo llega, el final del viaje llega" dice en ese tomo de narraciones. Quedaba 2666 como epitafio, como último aliento. Los segundos textos en ese grupo son apenas esbozos, primeras páginas de futuros cuentos que quedaron inconclusos. Al leerlos uno no puede evitar sentir melancolía, un poco de tristeza por lo que pudieron ser. Tampoco se puede evitar ver su capacidad para crear, desde las primeras líneas, excelentes piezas literarias.

Haciendo disección: Están los cuentos que aún pulsando el más puro estilo de Bolaño, pertenecen a un universo propio: "El secreto del mal", "El hijo del coronel", "Crímenes", "Playa" (que ya había sido publicado en alguna revista). Estas historias son las que un lector nóvel pudiera leer con mayor facilidad. Están también las narraciones metaliterarias, textos que funcionaron como conferencias o que simplemente van, más que sobre una historia, como un ensayo narrativo.

Encontramos, por supuesto, los cuentos donde aparece Belano. Aquí los fanáticos tendrán un dejo de nostalgia. Narraciones que nos hablan de la muerte de Ulises Lima (Mario Santiago) o sobre una visita desconocida, tal vez inexistente, a la ciudad de México. Imposible no sonreír con nostalgia. Existen más textos, uno donde aparece Bolaño en vez de su alter ego, también el origen posible de la novela Una novelita Lumpen. Llaman la atención, ya hacia el final del libro, los textos inconclusos que, sin necesidad de que los editores lo remarcarán, dejan en obviedad que eran proyectos aun en construcción.

Tengo que confesarlo: a mí me gusta más el Bolaño cuentista que en sus otras facetas. Aquí es posible que me convierta en objeto de odio, que me lancen piedras, que me condenen al infierno por hereje. Él mismo me llamaría farmacéutico ilustrado, entonces posiblemente me contaría de las grandes batallas contra "aquello", me reeducaría. Tengo mis razones, su capacidad para crear universos consistentes, sus personajes entrañables, la levedad, la fuerza, el humor oscuro que envuelve a sus narraciones.

Creo que aquellos que profesen la religión Bolañesca apreciarán este libro, lo atesorarán, lo aprenderán de memoria. Aquellos que sean detractores, que se confiesen en contra, que ya estén pensando en escupirme apenas terminan estas líneas: abstenerse, el libro podría envenenarlos, poseerlos, perseguirlos en sueños. Los que simplemente se quieran acercar al autor, les indicaría precaución: como en la mayoría de su obra, el conocimiento de otros textos incrementa a este libro, desconozco su impacto sin estas bases, pero se corren dos peligros, el olvido espontáneo o, aun más terrible, la conversión forzosa e involuntaria a la adoración. Siempre hay espacio para un fanático más en este lado del muro.










viernes, 1 de mayo de 2009

Literatura + Enfermedad = 2666

por Roberto Cabrera
Taller de Letras, Universidad Católica de Chile. 01.05.2005











En el año 2003, poco después de la muerte de Roberto Bolaño, fue publicado un pequeño volumen de relatos, titulado El gaucho insufrible. Al interior de este libro, incluidos casi como un extra, un acápite de último minuto, aparecen dos conferencias o ensayos. En el primero de ellos, “Literatura + enfermedad = enfermedad” el autor intenta vincular los conceptos de enfermedad, viaje y literatura. Y lo consigue. De la mano de Baudelaire y Mallarmé, Bolaño sostiene una suerte de teoría emanada desde su doble condición de escritor y enfermo terminal.

La propuesta de aquel ensayo resulta clarificadora respecto de 2666, especialmente en lo referido a la importancia del viaje en la constitución de un escritor. Es, por lo demás, un texto acerca de la condición del escritor, tomando en cuenta el (no) modelo de los poetas simbolistas.

La lectura de 2666, arroja una serie de luces y otras tantas sombras, mensajes cifrados que sugieren lazos, correspondencias y afinidades literarias; hoy, sin embargo, nos centraremos en la presencia de la enfermedad como un elemento constitutivo de la narrativa de Bolaño, una directriz que se encarna en el personaje central de la inmensa novela póstuma. El recorrido vital de Benno von Archimboldi reafirma lo dicho por los poetas franceses del siglo XIX: entregado al viaje, se ve sumido en el tedio; arrojado al vacío, encuentra lo nuevo, aunque esto corresponda a un oasis de horror.


Una genealogía enferma

La quinta novela incluida en 2666 es “La parte de Archimboldi.” Lógicamente, encontramos en ella las pistas que nos conducen (con sinuosidad, claro) al autor. Dos elementos resaltan en cuanto al origen del escritor: Sus padres y su país.

Su verdadero nombre es Hans Reiter y es hijo de un cojo y una tuerta cuyos nombres desconocemos. Las particularidades físicas de la pareja progenitora resultan irónicamente funcionales al posterior desarrollo del futuro escritor: el niño Reiter muestra una extraña capacidad para mantenerse bajo el agua y ver a través de ella. De hecho, sus ojos crecen de manera exagerada, haciéndolo ver como un animal anfibio, un tipo que no parece estar cómodo en la tierra ni en la orilla de una playa, sino que encuentra su medio natural mar adentro, en lo profundo. Obsesionado con la realidad subacuática, se especializa en la observación y el catastro de las algas. Años más tarde, parecerá estar condenado a un eterno deambular, a un viaje sin fin ni retorno, un peregrinaje a ninguna parte.

Reiter es prusiano, cuestión que liga su vida al desarrollo de los conflictos bélicos europeos; estos últimos entroncan al protagonista con el mundo de la literatura. La existencia de una nación prusiana comenzará a derrumbarse a medida que el gobierno nazi avance en su anhelado proyecto del tercer Reich. Como le sucede a su país, a Reiter también le son retirados los andamios de su incipiente estructura. Prontamente es retirado de la escuela a insinuación de sus profesores, quienes lo juzgan lejano e incapaz. El día de su temprano retiro de la escolaridad coincide con la llegada de Hitler al poder. Su padre, el cojo, ve en el niño-alga los residuos fantasmales de una Prusia idealizada:

¿Dónde están entonces los prusianos? Me acerco a los roqueríos y miro el Báltico y trato de adivinar hacia dónde se fueron las naves de los prusianos… Solo te veo a ti, tu cabeza que aparece y desaparece, y entonces me siento en una roca y me quedo quieto mucho rato, mirándote, convertido yo también en otra roca, y aunque a veces mis ojos te pierden de vista… no temo por ti, pues sé que volverás a salir, que las aguas nada pueden hacerte. (803)

A pesar de su rudimentaria mentalidad, el cojo parece entender la condición incombustible de su hijo (muy distinta de la suya, mutilado en la Primera guerra) y hacia él conduce un lejano vaho de magra esperanza.

A propósito de la construcción niño-alga, el Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier entrega datos que reafirman lo propuesto y que, además, resultan anticipatorios respecto de la trama: “Sumergida en el elemento marino, reserva de vida, el alga simboliza una vida sin límite y que nada puede aniquilar, la vida elemental, el alimento primordial” (Chevalier 75).

Como se observa, Reiter enfrenta desde muy pequeño el problema de la ausencia, de la disolución y la fuerza enorme de lo anónimo. Así, la carencia de un nombre y de vínculos generacionales (el retiro de la escuela supone un distanciamiento de todos aquellos con quienes pudo haber compartido su niñez) se convierten en condiciones inherentes al futuro escritor, sus rasgos distintivos, una marca distinguible incluso en su narrativa. Sus novelas son inclasificables, aunque puedan ser comparadas o relacionadas con algunos estilos o escuelas. El narrador de 2666 es claro al respecto: “…esa novela era parte de una trilogía (compuesta por El jardín, de tema inglés, La máscara de cuero, de tema polaco, así como D’Arsonval era, evidentemente, de tema francés)…” (15).

Así, con la misma sumisión que Prusia es asimilada por la Alemania nazi, Reiter se integra al ejército que esparcirá el caos por buena parte de Europa. En el campo de batalla, el futuro escritor —aparente blanco fácil, gracias a su estatura inconveniente— se mueve entre la incredulidad y la indiferencia. Otra vez, como un alga entregada a los devaneos de las corrientes marinas, Reiter conoce a personas cuya influencia sobre su actuar se hará sentir posteriormente. La misma sumisión de su patria demuestra el ex soldado cuando cambia su nombre al momento de asumir la literatura. Esta decisión es fundamental porque evidencia la capacidad del personaje para adaptarse, para mutar, para sobrevivir en ambientes tan distintos como hostiles:

…entonces el viejo sacó una libreta de un escritorio y quiso saber su nombre. Reiter dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.
—Me llamo Benno von Archimboldi.
El viejo entonces lo miró a los ojos y le dijo que no se pasara de listo, que cuál era su nombre verdadero.
—Mi nombre es Benno von Archimboldi, señor —dijo Reiter— y si usted cree que estoy bromeando lo mejor será que me vaya.
(981)

La escasa importancia que el personaje otorga a su nuevo bautizo, contrasta con su afición infantil de memorizar y escribir el nombre de cada alga contenida en el libro que robó desde el colegio. Esta es, en todo caso, una hábil maniobra que le permite (a pesar de lo irrisorio y equívoco de su nueva identidad) distanciarse aun más de todo aquel que lo conozca. La triquiñuela es doblemente eficaz si consideramos que cada oficio, cada espacio, cada nombre asumido por el personaje, lo acerca al modelo de un tipo cualquiera, fundiéndose en la multitud de los rostros tristes y heridos de la Europa de posguerra. Sin saberlo (sin siquiera sospecharlo) alimentará su propia leyenda, diseminando sus huellas sin lógica aparente; a la vez, hará más difícil la tarea a los críticos que se obsesionan por encontrarlo.

Archimboldi podría ser considerado una suerte de emblema de la anomia, si tomamos en cuenta sus nombres y oficios, multiplicados por cada individuo con que se encuentra en los devastados paisajes que recorre. Cabe, en todo caso, hacer una distinción que favorece al dibujo del personaje que construye Bolaño. Si bien es cierto que Archimboldi vive el desarraigo, no es menos cierto que saca partido del mismo, moviéndose subrepticiamente de un espacio a otro, inmune a los males y conflictos que asolan al continente europeo. La misma condición de sujeto anómico que mencionábamos antes, le permite revestirse, reconstruirse, reconstituirse a partir de muchas y diversas fuentes.

Como los cuadros de su casi homónimo Giuseppe Arcimboldo (pintados a partir de trozos, de elementos dispersos, que, en su conjunto, logran una figura), la literatura y la vida de Benno von Archimboldi son una mezcla de partes y personas diversas y contradictorias (Halder, Ansky, Ingeborg, Sammer, Zeller) que, sin embargo, lo enriquecen y le permiten desarrollar una capacidad de camuflaje que impide su encasillamiento o clasificación fija, categórica. Siempre en la línea de la poesía simbolista francesa, Bolaño crea un personaje que hace recordar a Rimbaud en Una temporada en el infierno: “Varias otras vidas me parecían debidas a cada ser”. Archimboldi/Reiter, el hijo de un cojo, recorre toda Europa y México; el hijo de una tuerta ve bajo el agua y desarrolla una visión privilegiada de la literatura y el arte.

Es momento de retomar la propuesta inicial y referirse a la enfermedad que ataca a Archimboldi, el mal del cual es portador, víctima y sobreviviente. En líneas generales (y respetuosas del carácter abierto de la novela y la narrativa bolañesca) podemos decir que el protagonista de 2666 muestra una tendencia a la dispersión, una suerte de disolución constante, un comportamiento ambiguo, dual y equívoco, marcado por una sostenida producción literaria y el sistemático borrado de sus huellas. Este último elemento es particularmente interesante, puesto que todos quienes han tenido contacto físico con el escritor guardan vagos y escasos recuerdos del mismo, acrecentando así la leyenda y cargando de literariedad al personaje.

De hecho, “La parte de los críticos” —primera sección de 2666— termina en un total extravío de los protagonistas respecto del paradero de Archimboldi, aunque Pelletier y Espinoza, atolondrados por el calor santateresiano, manejen una ciega convicción:

—¿Y por qué no lo hemos hallado? —dijo Espinoza …
Eso no importa. Porque hemos sido torpes o porque Archimboldi tiene un gran talento para esconderse.
Es lo de menos. Lo importante es otra cosa. ¿Qué? —dijo Espinoza.
—Que está aquí… Archimboldi está aquí —dijo Pelletier— y nosotros estamos aquí y esto es lo más cerca que jamás estaremos de él.
(206-7)

Quizás si lo que mejor define a la enfermedad de Archimboldi sea la entrega al vacío, una vocación por la huida y la difuminación. Al respecto, es justo destacar que el protagonista recibe la clave de la escritura de boca de un hombre que le arrendará una vieja máquina de escribir:

“La lectura es el placer y la alegría de estar vivo o tristeza de estar vivo y sobre todo es conocimiento y preguntas. La escritura, en cambio, suele ser vacío. En las entrañas del hombre que escribe no hay nada” (983).

Nueva y exquisita paradoja creada por Bolaño: el poseedor de un artefacto, de una máquina de escribir (un tipo que, además, se declara ex escritor) ha llegado al convencimiento —después de ver pasar cientos de dedos golpeando las teclas— que lo competente al escritor es tomar el camino del vacío, atribuirle el mérito a la escritura como una actividad que trasciende a quien la practica. Respecto a esto último, Enrique Vila-Matas (cuya narrativa guarda evidentes vínculos con la de Bolaño) ha declarado hace poco en una entrevista que “escribir es dejar de ser escritor” y que, en los años de descubrimiento de su vocación literaria:

…ni sabía que era preciso renunciar a una notable porción de vida si se quería realmente escribir. Por no saber, ni sabía que escribir, en la mayoría de los casos, significa entrar a formar parte de una familia de topos que viven en unas galerías interiores trabajando día y noche. (Revista de Libros 828)

Volviendo a la doble constitución del personaje central, cabe recordar lo propuesto por el egipcio Ihab Hassan, en el texto Postmodernism, a reader. El crítico intenta caracterizar el posmodernismo, sosteniendo que este se forma mediante dos tendencias: la indeterminación y la inmanencia.

La primera de ellas es un complejo referente al que muchos y muy diversos conceptos ayudan a delinear: ambigüedad, discontinuidad, heterodoxia, pluralismo, revuelta, perversión, deformación. La deformación, asume, de hecho, docenas de términos de uso corriente para referirse al “deshacer.” Lo que acarrea esta conjunción de conceptos es el movimiento de una “vasta voluntad del deshacer que afecta al cuerpo político, al cuerpo cognitivo, al cuerpo erótico, a la psique individual y colectiva, es decir, a toda la corriente del discurso en el occidente” (Hassan 153).

En cuanto a la inmanencia, esta designa a la capacidad de la mente para generarse ella misma en símbolos e intervenir más en la naturaleza. La inmanencia puede ser evocada por términos como difusión, diseminación, comunicación; todos ellos derivados de nuestra condición de seres con lenguaje. La indeterminación y la inmanencia constituyen la contradicción inherente a lo posmoderno, un monstruo bicéfalo que, no obstante, permite hacer funcionar la lógica de lo post (continuación) y lo moderno (la renovación constante).

Lo anterior parece funcionar como un marco de acción para entender el comportamiento creativo de Archimboldi, pero también de otros personajes de la novela, partiendo por los críticos, a quienes se suman Amalfitano y Fate, entregados al desarme y la disolución.


La ruta del contagio

Ya se sabe, la novela está constituida por cinco partes, capítulos o subnovelas, que podrían ser leídas de manera independiente, no obstante la figura de Archimboldi constituye el elemento común a todas. Pues bien, la estructura elegida por Bolaño relaciona 2666 con el Pentateuco bíblico y aunque establecer comparaciones rigurosas entre uno y otro texto amerita un trabajo de muy largo aliento, llaman la atención algunos detalles. En primer término, cabe destacar que el Pentateuco comienza con el libro del Génesis y el escrito, en su conjunto, también está unido por medio de una figura, la de Moisés. La novela póstuma de Bolaño termina con la biografía de Archimboldi (un sobreviviente, al igual que el patriarca bíblico), cuestión que podríamos considerar como el origen de la extensa narración que precede a la última parte.

Otro de los libros reconocibles en el Pentateuco es El Éxodo: el pueblo elegido debe emprender la huida desde Egipto de la mano de Moisés, quien, a su vez, es conducido por los mensajes de Yahvé. Es sabido que, a pesar de la ayuda divina, el viaje adquiere ribetes caóticos, la ruta elegida incluye una estadía en el desierto, además de rebeliones al interior de las tribus y varios momentos de abierta desesperanza, instantes en que parece imponerse la idea del error.

La primera parte de 2666, “La parte de los críticos,” está marcada por el viaje que emprenden Espinoza, Pelletier y Norton tras la dudosa huella archimboldiana, si bien la novela completa está impregnada por un nomadismo absoluto, que trasciende tiempo, espacio e ideologías. La voluntariedad del viaje no necesariamente lo aleja del concepto de éxodo; consideremos que las carreras de los críticos han llegado a un punto entrópico, demostrado en la escasa preparación de sus últimas ponencias en torno a Archimboldi, como bien lo observa el narrador:

…a participación, ya no digamos el aporte, de Espinoza y Pelletier al encuentro ‘La obra de Benno von Archimboldi como espejo del siglo XX’ fue en el mejor de los casos nula, en el peor catatónica, como si de pronto estuvieran desgastados o ausentes, envejecidos de forma prematura o bajo los efectos de un shock. (100)

Al menos aparentemente, la obra del enigmático escritor ya les pertenece (o ellos ya son parte de la obra misma de Archimboldi), tras largos años de estudios y absurdos grados de especialización. Por lo tanto, lo que resta es el abandono de las comodidades, la peregrinación y el encuentro.

Otra coincidencia. Aunque buena parte del viaje se desarrolla por Europa, la búsqueda los llevará —casi por azar— al desierto de Sonora, una amplia y agreste región del norte de México, dentro de la que Bolaño inserta a la ciudad de Santa Teresa. Evidentemente, el hipograma (en términos de Rifaterre) de la tierra prometida se desliza en la trama. La travesía de Moisés y su gente tiene un final acorde a las bendiciones divinas, sin embargo, para Pelletier y Espinoza, el desenlace es del todo abierto. A pesar de concluir sus pesquisas con las manos vacías, es constatable un ánimo cercano al del sobreviviente: ambos intuyen que —a pesar del innegable fracaso de su misión— esta experiencia marca un punto de quiebre en sus vidas y carreras, es un punto de fuga sin retorno.

En cuanto a otros textos del Pentateuco, digamos, por el momento —un trabajo más extenso y específico sería la instancia ideal— que puede plantearse un grado de cercanía en negativo entre el Deuteronomio (una suerte de censo efectuado durante el exilio) y “La parte de los crímenes,” conteo y descripción de los asesinatos registrados en Santa Teresa.

Ahora, apelando una vez más a la intertextualidad, extendemos vínculos hacia otros escritos de La Biblia. Un complejo perfil es el que caracteriza a los críticos: sus rasgos, nacionalidades y comportamientos permiten el establecimiento de varios juegos interpretativos.

El primer elemento dice relación con el número de personajes implicados, cuatro: el francés Pelletier, el español Espinoza, la inglesa Norton y el italiano Morini. Probablemente a causa de su “inestabilidad topográfica”, Archimboldi no es criticado ni seguido por algún especialista alemán. Así, el cosmopolita cuarteto se une en torno a un escritor del que no saben nada, biográficamente hablando. A pesar de este último rasgo, es factible postular una alusión a los cuatro evangelistas, por medio de cuyos escritos se ha tenido acceso a la vida de Jesucristo, al menos a los episodios de interés teológico, claro.

Contra la ignorancia del medio germano y europeo en general, los cuatro estudiosos logran construir un corpus crítico de la obra de Archimboldi, consiguen legitimarlo (en términos de Bourdieu) en el campo de poder de la literatura alemana de posguerra y posicionarlo como un referente. La “misión” de proclamar la (Buena) Nueva archimboldiana está conseguida.

Siguiendo con el elemento numérico, la trama indica que Morini (postrado en una silla de ruedas) está impedido de iniciar la búsqueda, por ello, los peregrinos son tres. La anécdota puede remitir al episodio de los Reyes Magos, los sabios de Oriente que viajan kilómetros para al futuro rey de los judíos. Guardando las evidentes distancias, diremos que el ibérico, el galo y la isleña inician un periplo tras el poseedor de una verdad que consideran clara y categórica.

Se produce acá un nuevo giro, una nueva revuelta textual. Tras establecerse una dinámica sexual tan nociva como inquietante, Liz Norton comprende que su estadía en México es innecesaria y decide volver a Europa, al lado de Morini. Pelletier y Espinoza perseveran y —ya con las naves quemadas— se entregan al descubrimiento del alma santateresiana. Si hemos de continuar la propuesta numérica, el dos presenta variados y diversos referentes dentro del hipograma bíblico, lo que oscurece el camino y acerca al borde de una lectura aberrante. Asumiendo el riesgo, se propone que el español y el francés podrían ser asociados (al menos, tangencialmente) a las figuras de Pedro y Pablo, respectivamente. El primero, más intuitivo, voluntarioso y enérgico en sus formas. El segundo, en cambio, asume un perfil un tanto más culto, riguroso e intelectual; así también son los caminos por los cuales han llegado los críticos al universo archimboldiano.

No obstante sus diferencias, que le permiten al lector imaginar una amistosa, pero definitiva separación, Espinoza y Pelletier coinciden en la importancia prioritaria que otorgan al eventual encuentro con Archimboldi.

Independiente de la lectura anterior, hay que considerar la manera en la que Bolaño presenta a los críticos y el medio en el que se desempeñan. La ácida ristra de críticas al sistema universitario y al campo literario europeo, se manifiesta en la caracterización de las casas de estudio (“fábricas de atorrantes ”) o en el pulular de personajes tan sórdidos como el decano Guerra y su hijo.

Mención aparte para los protagonistas, quienes, a pesar de su intelectualidad de alto vuelo, se muestran obnubilados con la figura legendaria del escritor; finalmente esta obsesión los convierte en otro grupo de europeos que viajan a América atraídos por el mito. En el inicio, se planteó la idea de la enfermedad como directriz narrativa en 2666; pues bien, los críticos no escapan a ella, muy por el contrario, en búsqueda, se entregarán a la duda y a la experimentación, sacrificando su aparente bienestar europeo.

A muy poco andar, se asume que el cuarteto muestra carencias afectivas achacables a sus carreras profesionales y a la escasa importancia que le atribuyen a ese tema. Lo cierto es que la afinidad literaria que los lleva a conocerse, encontrarse e intercambiar trabajos en congresos, deviene en amistad. En la obra de Bolaño, este vínculo es siempre complejo y relativo; las relaciones de amistad son también instancias para el cruce y la definición de identidades. Entre los críticos —particularmente entre Pelletier y Espinoza— se fija un lazo similar al de Belano y Lima en Los detectives salvajes; utilizando la misma imagen del autor, diremos que el vínculo de la amistad se establece “como una peste”. Así, constituye una marca difícil de borrar y un margen de sufrimiento para cada uno de los involucrados.

Como ya se ha dicho, Pelletier y Espinoza son bastante similares: solteros enfrentados a una cuarentena que los hace ver esquivos, no obstante sus viajes y participaciones. El fantasma de la misantropía visita con frecuencia las oficinas y cuartos de hotel de los críticos. Hacia el final de la mencionada primera parte, el francés y el español mostrarán algunos rasgos de sus enfermedades: afectivamente neutro, Pelletier se sume en la lejanía y su figura se ve reducida por la fallida búsqueda de Archimboldi. Espinoza, en tanto, dirige (más bien desvía) sus afectos a una adolescente santateresiana, en una clara muestra de su nula educación sentimental.

En cuanto a los males de Norton y Morini, estos presentan un doble nivel: Norton evidencia rasgos depresivos, conducidos mediante un alcoholismo que la lleva a cometer actos inconscientes; el más celebre para la novela es el menage a trois con Pelletier y Espinoza. Los rasgos anteriores delatan su condición de abandono y soledad extrema. De Morini, sabemos que necesita una silla de ruedas para poder desplazarse y es esta misma herramienta la que lo aísla del trío restante en su peregrinación por Europa. Mayor que el resto, el italiano es un tipo introvertido, casi un asceta cuya opinión de la obra de Archimboldi es muy positiva, pero dista del entusiasmo que manifiestan sus compañeros.

Aparentemente, entre Pelletier, Espinoza y Norton, existe un nexo que los acerca a la sordidez y la oscuridad, a cierto ambiente violento en su forma y fondo. El trío está abierto al vacío, al viaje; ese desplazamiento (que es también afectivo, literario, idiosincrásico) los llevará a violar los límites de una convivencia civilizada. Previo al ya nombrado encuentro sexual de los críticos, ha habido un hecho violento en las laberínticas calles de Londres:

…rebalsó, y con creces, la paciencia de Espinoza, el cual, al tiempo que bajaba, abrió la puerta delantera del taxi y extrajo violentamente de este a su conductor, quien ni esperaba una reacción así de un caballero tan bien vestido. Menos aún esperaba la lluvia de patadas ibéricas que empezó a caerle encima, patadas que solo le daba Espinoza, pero que luego, tras cansarse este, le propinó Pelletier, pese a los gritos de Norton que intentaba disuadirlos… (103)

La paliza de los críticos al taxista paquistaní va acompañada de expresiones racistas y reclamos culturales, dibujando un conjunto grotesco, cuyo resultado ellos mismos relacionan a una instancia erótica. La escena —todo un homenaje a Donoso en El lugar sin límites— es sintomática respecto de la inconveniencia del trío. Aunque Norton viajará a Sonora junto a sus amigos, pronto comprenderá que necesita la estabilidad y quietud de la silla de ruedas del italiano; no hay posibilidad de viaje para ellos, el salto al vacío es tarea de otros.

La enfermedad de la disolución, del vacío y la dispersión atrapa también a los críticos, quienes, al viajar a Sonora, extenderán el contagio o conocerán otras manifestaciones del mal.

El contacto de los europeos en México es Óscar Amalfitano, un profesor chileno residente en Santa Teresa producto del exilio. Consecuentemente, es un tipo cuyo desarraigo es evidente y total y que se combina con un incipiente estado de locura y paranoia, manifestado en apariciones fantasmales y el miedo a que su hija adolescente (dulce resabio de una horrenda relación con una mujer de desequilibrada personalidad) termine engrosando la lista de mujeres salvajemente asesinadas.

Amalfitano entra en el camino de Archimboldi a través de la traducción que ha hecho de una de las novelas del prusiano. La permanencia del profesor en México responde a la creación de un inestable microcosmos en el que conviven incontables nombres literarios (que Amalfitano se esmera en unir de acuerdo a intrincados esquemas), paisajes decadentes y una enorme soledad.

El fantasma que lo acosa cada vez con mayor frecuencia enfoca su acción a la pregunta por el origen: el espectro habla primero como el abuelo del protagonista, de nacionalidad italiana, luego, como el padre de Amalfitano. En tales visitas, se manifiesta otro rasgo de la enfermedad de 2666; toda verdad absoluta se difumina, toda certidumbre desaparece, todo constructo se deconstruye. Lo trascendente, las claves de la escritura y del arte en general, no se evidencian, solo se entregan bajo la apariencia de mensajes cifrados. Otras veces —como en el caso de Amalfitano— no se obtiene ni una huella de lo esperado y, por el contrario, el discurso de la revelación se desacraliza:

Y la voz dijo: ¿lo eres?, ¿lo eres?, y Amalfitano dijo no y además negó con la cabeza. No voy a salir corriendo. No será mi espalda ni la suela de mis zapatos lo último que de mí veas, si es que ves. Y la voz dijo: ver, ver, lo que se dice ver, pues francamente no. O no mucho. Ya bastante chamba tengo con mantenerme aquí. ¿Dónde?, dijo Amalfitano. En tu casa, supongo, dijo la voz. Esta es mi casa, dijo Amalfitano. Sí, lo comprendo, dijo la voz, pero procuremos relajarnos. (267)

Además de constituir una señal de locura más o menos clara, los cantinfleados diálogos del profesor con los hombres de su familia lo obsesionan al punto de comenzar la búsqueda de la verdadera cuna de O’Higgins. La pregunta por el origen no tiene (otra vez) respuesta y Amalfitano comprende que su herencia, lo que le ha dejado la tradición familiar no es más que la locura y la paranoia, incluso llevadas a lo intelectual. Esto último se demuestra en el libro de geometría colgado en el famélico patio de la casa. Locura duchampista, insanidad dadaísta, la vía estética al vacío.

En su intento por alejar del peligro a su hija Rosa, Amalfitano la deja en manos de un desconocido, Óscar Fate. Periodista neoyorquino, se ha especializado en el trabajo con las “minorías” étnicas y los barrios duros. Su estadía en Santa Teresa obedece, sin embargo, a criterios muy distintos.

Como Amalfitano, Fate es también un desarraigado. De hecho, “La parte de Fate” comienza con la muerte de la madre del protagonista, un deceso solitario y silencioso, acallado por el devenir citadino. De la lectura, se infiere que Fate y su madre no tenían una relación cercana, a pesar de ello, el fallecimiento afecta al periodista al punto que —tras recibir las cenizas de Edna Miller— se desconcierta y acepta un curioso encargo laboral: cubrir un encuentro boxeril en la lejana Santa Teresa. La orfandad y carencia de identidad del personaje son aceptadas con igual pasividad por el propio Fate y también por el narrador, para quien ambos elementos parecen ser hechos de la causa: “Es hora de volver al trabajo. Con la mano en el pomo de la puerta, se quedó quieto y pensó si no sería conveniente llevarse a su casa el jarrón con las cenizas. Lo haré cuando vuelva, pensó, y abrió la puerta” (304). La trama indica que el citado retorno es, al menos, incierto. De esa forma, Fate deja atrás su primera y original identidad; Quincy Williams. Poco se sabe de este primer nombre, puesto que en su trabajo, todos lo conocen como Fate. A esto se suma el absurdo y circunstancial cambio de giro laboral, que implica pasar del periodismo político al deportivo y, de este, a la investigación policial. Una vez en Santa Teresa y tras constatar la escasa trascendencia de la pelea que debe reportear, Fate se ve atraído por la sórdida lógica que —intuye— lleva a la ejecución de los crímenes; entra en juego la narrativa en clave policial, que será protagonista de “La parte de los crímenes”.

El traspaso de Rosa, desde Amalfitano a Fate, es otra muestra de la continuidad como tema catalizador de 2666, este es un fenómeno que supera la trama, donde una cosa lleva a la otra, o mejor dicho, cada personaje aporta con una pieza del puzzle archimboldiano, aun sin saberlo. La continuidad de la escritura (la continuidad del viaje, de la anomia, del desarraigo) está marcada por los abundantes vínculos entre los propios textos bolañescos, así como con otros referentes de la literatura universal.

Como decíamos, el profesor cede su hija a Fate y, con ello, permite el afianzamiento de la orfandad de los personajes, ambos carentes de madre, de refugio y dirección. Significativa onomástica la elegida por Bolaño: el profesor Amalfitano, en franco camino a la perturbación mental, ve en la llegada del periodista Fate una clara señal del destino (¿destino fatal, destino negro, como la piel del neoyorquino?), un mensaje superior que se encarga de llevar adelante incluso contra la sorpresa de la inédita pareja. El plan diseñado por Óscar Amalfitano contempla el envío de su hija a Barcelona, lejos del alcance del viento y el polvo santateresianos.

Y es que, efectivamente, Santa Teresa se presenta como el eje físico de la enfermedad, donde convergen las líneas de la narración, el punto equidistante para todos aquellos que se han topado con Archimboldi; para el mismo escritor también lo será.

Bolaño atribuye al pueblo (o ciudad, nunca queda del todo claro) una contradictoria dualidad: es la zona con menor cesantía de todo el país, pero a la vez la tasa de crímenes es muy superior al promedio. Constituida por un conjunto de fábricas, una serie de poblaciones o colonias y rodeada de cerros baldíos y basureros municipales y clandestinos, no parece existir un centro en Santa Teresa; solo la universidad muestra una apariencia que, si bien es absurda e irónica —en medio del desierto, un centro de estudios dedicado a las humanidades— se aleja un tanto de la inmundicia circundante.

Una lectura rápida permite evocar a Pedro Páramo y una Comala infernal, un sitio donde la muerte omnipresente marca a todo aquel que llega. Dicho sea de paso, Rulfo también podría ser considerado una víctima de la enfermedad de 2666: la disolución de su escritura, el desarme de su identidad. Citando a Vila-Matas en Bartleby y compañía, diremos que Rulfo es un “escritor del No”.

Retomando el análisis, cabe preguntarse qué atrae a tan numerosas y diversas personas a esta suerte de Comala posmoderna, donde todos perciben la muerte y la violencia, pero no se logra identificar a los agentes del mal. Evidentemente, la respuesta no es categórica, no obstante, hay algunos elementos que permiten la especulación. Como ciudad fronteriza, Santa Teresa permite el constante tránsito de aquellos que no encuentran espacio ni en un lado ni en otro, tránsfugas cuyas identidades son falseadas hasta la rutina; en buenas cuentas, sobrevivientes.

La conformación del lugar y la aparición de la ola de crímenes dan cuenta de una vasta voluntad del deshacer, como bien define Hassan, lo que lleva a presentar a Santa Teresa como el reducto del desarme estructural.

Un elemento evidente es la deshumanización marcada por los crímenes sobre mujeres; jóvenes y solitarias empleadas de las maquiladoras, muchas veces sin vínculos familiares directos o formantes de círculos íntimos violentos. La disolución del componente humano se ve apoyada en la abundancia de detalles narrados, propios del ambiente forense y policial, es tanto el énfasis en este punto que, tras un primer acercamiento al texto, suele perderse la cuenta de mujeres asesinadas; otra vez las identidades son puestas en cuestionamiento. A lo anterior debe agregarse la duda en torno a ¿el asesino?, ¿los asesinos?, una pregunta que no obtiene respuesta satisfactoria con el encarcelamiento de Klaus Haas, excéntrico sobrino de Reiter/Archimboldi.

Los cadáveres aparecen con frecuencia en medio de los basurales que socavan las febles bases de la ciudad. Mezclados, mimetizados con los desechos productivos generados por las maquiladoras, los despojos femeninos van marcando especies de hitos geográficos, rutas por donde la muerte —una muerte silenciosa, cómplice y salvaje— pasa y se queda, acechando.

La Santa Teresa de Bolaño —como la santa de Ávila— está siendo traspasada en su corazón por una fuerza que aparenta superioridad. Transverberación negativa, distante de la mística religiosa, el proceso que afecta al nicho sonoriano conduce a la creación de un auténtico oasis de horror en medio de un desierto de tedio.

La ciudad-eje de 2666 funciona como un imán de la muerte y la descomposición: narcotraficantes, boxeadores decadentes, policías que duramente logran diferenciarse de los delincuentes, estudiosos desorientados, psicópatas. La gama de tipos humanos es tan amplia como espeluznante. Es más, el miedo supera la categoría de sensación, para convertirse en un rasgo idiosincrásico, un carácter a estudiar. Esto es lo que sucede con la doctora Elvira Campos, a cargo del hospital psiquiátrico del pueblo, quien, en conversación con el policía Juan de Dios Martínez, realiza un acabado catastro de las formas del miedo:

O la ginefobia, que es el miedo a la mujer y que lo padecen, naturalmente, solo los hombres. Extendidísimo en México, aunque disfrazado con ropajes más diversos. ¿No es exagerado? Ni un ápice: casi todos los mexicanos tienen miedo de las mujeres… Pero las peores fobias, a mi entender, son la pantofobia, que es tenerle miedo a todo, y la fobofobia, que es el miedo a los propios miedos. ¿Si usted tuviera que sufrir una de las dos, cuál elegiría? La fobofobia, dijo Juan de Dios Martínez. Tiene sus inconvenientes, piénselo bien… si les tiene miedo a sus miedos su vida se puede convertir en una observación constante del miedo, y si estos se activan, lo que se produce es un sistema que se alimenta a sí mismo, un rizo del que le resultaría difícil escapar, dijo la directora. (478,9)

Santa Teresa parece ser un excelente caldo de cultivo para el crecimiento de tales enfermedades y otras variedades. De hecho, la pantofobia y la fobofobia pueden resumir el carácter de quienes viven en la ciudad: Amalfitano y el miedo a los fantasmas, a las sombras, a él mismo; los policías y el miedo a descubrir la verdad acerca de los crímenes.


El ¿desenlace?

Una constante en la narrativa bolañesca es, sin duda, la continuidad de la escritura, la concatenación (muchas veces inesperada) de las subhistorias, el diálogo entre los textos. Pues bien, las páginas finales de 2666 reafirman esta característica; en estricto rigor, hablar de las páginas “finales” de la novela constituye un abuso del adjetivo, por cuanto la secuencia sitúa a Archimboldi presto a iniciar un nuevo e ineludible viaje, uno que se hará sobre sus propias huellas, ésas que él y el azar se han esmerado en borrar y que, sin embargo, están allá, latentes.

El abierto final de la novela plantea también un choque de universos: el de Reiter y el de Archimboldi. Es más, la conversación que mantiene el protagonista con su hermana delata la incomodidad de quien ha sido otro (y otros) durante largo tiempo, sin necesidad —hasta ese momento— de volver atrás.

El desenlace es también una pregunta para el narrador de 2666, Arturo Belano (según apuntes de Bolaño encontrados por el editor Ignacio Echevarría). La búsqueda parece haber concluido, pero —tal como ocurre en Los detectives salvajes y el fatídico encuentro con Cesárea Tinajero— un viaje lleva a otro. Probablemente, Belano (como Baudelaire) siempre esté atento al deslizamiento, al viaje eterno, al inexorable salto al vacío en busca de lo ignoto, lo nuevo.