lunes, 24 de octubre de 2011

La nieve cae sobre la calle

por Ignacio Bajter
Letras Libres. Octubre, 2011




El Ayuntamiento planificó el esqueleto del nuevo trazo urbano y las máquinas realizaron el trabajo: cortar árboles, derribar una vieja casa de campo, levantar postes de electricidad. En el muro de una escuela se colocó una placa y, abierto el camino, el civil Jorge Morales –poeta y agitador chileno, autor de intervenciones notables y editor de El Llop Ferotge– hizo el resto: le dio espesor de símbolo a la urdimbre de trayectos y señales de la ciudad. La calle Roberto Bolaño Ávalos se inauguró la mañana del 18 de junio a las afueras de Girona, en un entorno que perfila zonas de jardines, juegos para niños y una rambla.

Por segunda vez, ahora de manera audaz, el nombre de Bolaño rige en un lugar público del territorio catalán. En una sesión de pálida picaresca, en 2008 fue abierta en su memoria la sala de actos de la biblioteca comarcal de Blanes, localidad donde el escritor radicó su última sede literaria. El día que se inauguró la sala, los lectores reclamaron por lo bajo que “Roberto Bolaño” debía llamarse, por lo menos, la sala de lectura de la biblioteca, la sala de un hospital donde hubiera pacientes aburridos o bien la playa del pueblo costero. El mismo Jorge Morales alzó la voz –lo recoge Enrique Vila-Matas en una crónica– para preguntarle a la autoridad, en la persona del alcalde, quizá en nombre de los extranjeros, de los sudacas de savia romántica, “qué tenía que hacer un escritor como Bolaño para que la biblioteca comarcal llevara su nombre”.

Aunque sabía penetrar en los porosos espacios de lo imaginable, es improbable que a Bolaño se le ocurriera que algún día su nombre saltaría a la calle. A salto de mata, en Girona tenía como horizonte de futuro la fecha del permiso de residencia. Tal fue la fortuna posterior que aparece, incluso, en lugares donde nunca vivió: en La Serena, Coquimbo, Chile, existe el Pasaje Roberto Bolaño, una cortada que desemboca en la calle Eduardo Anguita, la que a su vez se encuentra con la más amplia Braulio Arenas y, a su paso, Gabriela Mistral. Sin la idea absurda de que en el aireado barrio Domeny de Girona una calle se llamaría Roberto Bolaño Ávalos, vivió en el casco antiguo en los tempranos años ochenta: allí encontró la soledad y la esperanza –como su personaje Anne Moore–, la escritura que decantaba a nuevas estaciones y épocas, el “pabellón silencioso de la Universidad Desconocida”. El narrador comenzaba a tomar forma, implosiva y definitivamente, en los claroscuros del poeta. De aquellas temporadas duras, raspadas por la angustia, queda constancia en los textos que provienen o regresan a ese paraje: “Prosa del otoño en Gerona”, que publicó con sus poemas; Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, novela que escribió en colaboración a distancia con A. G. Porta; la efímera revista de poesía Berthe Trépat, que editó junto con Bruno Montané; seguramente en la correspondencia (desconocida) con Enrique Lihn y en las cartas que dirigía a su hermana Salomé.

Previo al final feliz que reunió a un público minoritario, el homenaje a Bolaño comenzó mucho tiempo antes del ágape y el brindis inaugural. La calle tuvo idas y vueltas, anuncios entusiastas, suspensiones apesadumbradas y, a toda hora, una gran honradez humorística. Es un camino abierto, desde el principio, para que den un paseo quienes respiran en lo adverso, en la marea de las posibles malas artes del fracaso. El organizador del homenaje, Jorge Morales, parece ver las cosas como un perdedor nato que asiste, de cara al Mediterráneo, a la comedia del mundo. Tras algunas peleas con los regidores de cultura del Ayuntamiento de Girona, decía en diciembre: “Cuando ya lo teníamos todo y habíamos cursado las invitaciones, nos hemos quedado de piedra al comprobar que la calle Bolaño no existe aún. Es, como dicen en Chile, un peladero en toda regla, una zona de campo llena de barro y hierbajos.” Así acababa: “En estas condiciones no es posible realizar ninguna inauguración ni menos un homenaje. A menos que el respetable público quiera asistir con botas de excursionista y tenida deportiva para perderse en los barriales de la periferia gironina.” Entretanto recibió una llamada de la Embajada de Chile, que pretendía filtrar al acto homenaje, planificado para el pasado enero, una representación diplomática que encabezaría Sergio Romero, a quien Morales recordaba haber visto –de chico, en la tele– como ministro de Pinochet. Fiel a la causa bolañiana más integral, fue rotundo: “Les dije que no queríamos la presencia de Sergio Romero, que si venía lo íbamos a abuchear y que el acto fracasaría.”

Con el tiempo cambió la pisada, los trabajos de construcción de la calle perfilaron buenos augurios, la “imagen fantasmal” cedió a un lugar bonito y la inauguración tuvo otra fecha. A la hora del acto, el Ayuntamiento falló: faltaban las sillas, las mesas, el equipo de sonido, los micrófonos para los músicos. Morales estaba furioso y el editor Jorge Herralde le encareció que no sufriera: a Bolaño, le dijo más o menos, le habría gustado que así fuera el espectáculo (entrañable, paciente, reñido con la logística municipal). Llegó un audio de emergencia, pasó el desasosiego y, ya en la hora emotiva, se dio comienzo al programa. Subieron al estrado el librero Guillem Terribas y luego el cineasta Isaki Lacuesta, ambos locuaces. Salomé Bolaño Ávalos, única sobreviviente de una familia en la que se han marchado todos, leyó en su tono chileno y sencillo una selección de las cartas que su hermano le enviaba a México desde Girona, y sucedió el escalofrío epistolar. Ignacio Echevarría continuó el capítulo de comedia, Herralde fue parco, y vinieron los recitales de Patti Smith y de Bruno Montané, quien hizo resonar a lo largo de la calle el poema “La cantera de las manos”, escrito con Bolaño en Barcelona en la primavera de 1977.

Los rockeros uruguayos llegaron cuando la fiesta había acabado, no descifraron las oscuras indicaciones del autor: “Al final de la calle, en la esquina, hay una cabina telefónica y esa es la única luz al final de la calle.” Entre el público había amigos, había musas, árboles que un día serán fuertes, estaba Ricardo House rodando un próximo documental, estaba el señor de Hermosillo que se parece a Amalfitano, a la versión octogenaria de aquel filósofo solitario también radicado en Hermosillo, como se cuenta en 2666. Sin saberlo, como los críticos archimboldianos, para encontrarse allí, los presentes “caminarían por las variopintas calles que el futuro les tenía reservadas”. Acabada la función, todos deshicieron el camino, dejaron la calle y volvieron a sus casas, vino el largo tiempo del verano. Un día caerá otra vez la nieve sobre Girona y la ciudad tendrá el sentido cristalino que le había dado Bolaño.












miércoles, 19 de octubre de 2011

Roberto Bolaño tiene nombre de calle

por Cecilia García-Huidobro
El Dínamo. 13.06.2011













El turismo literario se practica en muchas partes, sobre todo en Europa. En muchas partes menos aquí, por supuesto. Si hay poco jogging con los libros, es impensable imaginar siquiera que se organicen callejeos que recorran la historia de autores y sus escrituras.

Sería fascinante poder hacer tours a pie por nuestra costanera siguiendo los pasos de lecturas que van desde El río de Alfredo Gómez Morel hasta Mapocho de Nona Fernández, por ejemplo, o seguir la senda urbana que emana de las novelas de Alberto Romero, o vivir el parque Forestal de acuerdo a las señas dejadas por la generación del 50.

Pero a nadie se le ocurre semejante “extra-vagancia”. Ni siquiera nos tomamos la molestia de darle a las calles nombres de escritores. Al menos hay muchos que mereciéndola de sobra, no la tienen.

En la capital no hay una vía pública dedicada a Enrique Lihn. En Macul o El Bosque hay una callejuela Jorge Teillier. En Santiago, queda incluso la impresión que la ciudad busca borrar los rastros de sus escritores.

Leyendo la excelente novela Formas de volver a casa de Alejandro Zambra, me entero que en Maipú existen pasajes (nada de calles amplias para la poesía, obvio) que llevan el nombre real de nuestros poetas nobeles: Neftalí Reyes y Lucila Alcayaga. Un chiste ¿verdad?

No quiero pensar el barullo que se armaría si las autoridades decidieran bautizar una avenida con el nombre de Roberto Bolaño. Y, sin embargo, España no se hace ningún rollo. De hecho, la próxima semana, Girona, ciudad catalana en la que vivió y escribió Bolaño, bautizará una de sus arterias con su nombre. Y con inmejorable padrinazgo según cuenta Juan Villoro en el Periódico de Cataluña: “Ignacio Echevarría, su mejor intérprete crítico, Bruno Montané, poeta que compartió con él el exilio en México y luego en Barcelona (es Felipe Müller en Los detectives salvajes) y Jorge Herralde, su editor de hierro, estarán entre los padrinos del acto”.

El 18 de junio, Bolaño será parte constitutiva de la ciudad de Girona. Tendrá nombre de calle, que es una de las mayores medidas de inmortalidad, sin haber logrado, todavía, ser poeta en su tierra. Qué le vamos a hacer...








martes, 18 de octubre de 2011

Calle Roberto Bolaño será inaugurada sin presencia de su familia

por Javier García
La Tercera. 13.06.2011





Era 1980 y Roberto Bolaño quería dejar Barcelona, después de tres años de haber llegado desde México. La calle Tallers, donde estaba su piso, quedaba en un barrio muy bullicioso. Pero, sobre todo, "había tenido miles de historias y necesitaba salir de todas ellas", diría en una entrevista casi dos décadas después el autor de Los detectives salvajes. Bolaño precisaría: "Necesitaba irme a algún sitio donde no conociera a nadie". El lugar elegido fue la ciudad catalana de Girona, hacia el norte de España. Ahí conoció a su futura esposa, Carolina López, con quien tuvo dos hijos.

Bolaño y Carolina se instalaron a vivir en la calle Capuchinos, del casco antiguo de Girona. Y ahora otro espacio de la ciudad -emplazado en el sector industrial- los unirá a distancia, ya que una calle llevará el nombre, a modo de homenaje, del escritor chileno fallecido en julio de 2003.

La placa ya está instada desde hace algunos meses (a cargo del ayuntamiento), sin embargo, la inauguración oficial se realizará el próximo sábado 18 de junio con la presencia de algunos de sus amigos: el escritor mexicano Juan Villoro, el poeta Bruno Montané, el crítico literario Ignacio Echevarría y el editor de Anagrama Jorge Herralde. Quienes no estarán en la ceremonia serán Carolina, Lautaro y Alexandra. Su esposa y sus dos hijos, quienes han preferido no asistir, luego de las ya públicas enemistades entre la esposa de Bolaño con parte del grupo más cercano que compartió episodios claves de su vida. Pero hay algo más: en la ceremonia estará presente Carmen Pérez de Vega, la mujer que acompañó al autor de Llamadas telefónicas en sus últimos años.


El regreso de los sudacas

Antes de Carolina López, de publicar la novela Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (en conjunto a Antoni García Porta), Roberto Bolaño llegó a Girona a seguir esa vida de sobreviviente que lo llevó a España; a su vez, continuaba enviando cuentos y esbozos de futuras novelas a concursos literarios de provincia, que le permitían reunir algo de dinero.

Sin embargo, a punto de cumplir 30 años el panorama era desalentador. Es por esos días en que Bolaño comienza a escribirse cartas con un poeta que admiraba, que vivía en Chile y que lo alentó a no rendirse. "Estaba en la inopia. No era el típico escritor latinoamericano que vivía en Europa gracias al mecenazgo (y al patronazgo) de un Estado. Nadie me conocía y yo no estaba dispuesto ni a dar ni a pedir cuartel. Entonces, comencé a cartearme con Enrique Lihn".

La historia, desarrollada en el relato Encuentro con Enrique Lihn, refleja sus días en Girona, su vida en aquella ciudad que hoy tiene una calle con su nombre, mientras su obra se expande por el mundo a un ritmo inusitado.

"Cuando no hay nadie, las calles ceden el paso a los fantasmas. Mario Santiago Papasquiaro (Ulises Lima) irá por ahí a bordo de un Impala. También los Sudacas Voladores, Sensini, Buba y otros personajes recorrerán esas piedras", ha escrito Juan Villoro, para ese día sábado, cuando Bolaño regrese a Girona.









domingo, 2 de octubre de 2011

Calle Roberto Bolaño

Revista Qué Pasa. 17.06.2011





Fue a principio de los años 80 cuando luego de inmigrar de México a España, Roberto Bolaño se asentó en la ciudad catalana de Girona. Hoy, esa misma localidad, que el autor de 2666 no abandonaría hasta establecerse en Blanes, a mediados de los 80, se prepara para rendir un homenaje al fallecido escritor. Así, en una iniciativa impulsada por Jorge Morales, un poeta chileno radicado en Girona, y la municipalidad de esa ciudad, el próximo sábado 18 de junio se inaugurará la calle Roberto Bolaño. Ubicada en el barrio Domeny, en esa calle hay una escuela que lucirá una placa con la inscripción: "Estoy bien, escribo mucho", frase con la que Bolaño intentaba tranquilizar a Carmen Pérez de Vega, su pareja, cuando ya estaba gravemente enfermo. Entre los invitados al acto de inauguración estarán Jorge Herralde -editor de Anagrama-, el crítico literario Ignacio Echevarría y el poeta chileno Bruno Montané, con quien Bolaño fundó el movimiento Infrarrealista en México.












sábado, 1 de octubre de 2011

Un carrer per a Bolaño

por Eva Vásquez
El Punt Avui. 06.02.2011


L'escriptor xilè, de qui acaba de publicar-se una altra novel•la inèdita, dóna nom al vial que l'Ajuntament de Girona està obrint al costat de l'escola de Domeny




No consta en l'àmplia literatura sobre Roberto Bolaño (Santiago de Xile, 1953-Barcelona, 2003) que mai l'escriptor hagués posat els peus a Domeny; de fet, amb prou feines es tenen referències de la seva estada a Girona, a principis dels anys vuitanta, quan encara no el coneixia ningú i escrivia desaforadament sol, sense cap cèntim, sense feina, allotjat en un piset de les Pedreres que li havia cedit la seva germana Salomé. Se sap que mirava les carpes de l'Onyar, grasses i tirant a llefiscoses, i que havia arribat a escriure sobre el xiscle dels gavians i la benigna tardor gironina entelant els vidres dels cafès de la Rambla, però del barri de Domeny, d'aquesta entitat de població agregada a Girona fa més de trenta anys, no se'n tenia cap notícia, ni per al•lusions a cap de les proses o els poemes del mateix Bolaño, ni per indicis raonables que permetessin documentar ni que fos una solitària passejada del foraster d'ulleres excessives i soliloquis exuberants pels erms que eren llavors els voltants de Taialà. Però serà aquí, al costat de la nova escola, vorejant la riba esquerra del Ter, entre pollancres i una rambla envoltada de parcs i jardins, on tindrà finalment un carrer amb el seu nom.

Encara és tan sols un descampat amb una rasa enfangada que es dispara fins a l'horitzó, des de la rotonda de Fontajau fins a l'antiga carretera d'Amer, però ja promet unes saludables caminades, un xivarri de nens jugant i, sobretot, una festa d'inauguració, prevista per al 18 de juny, amb piscolabis, xampany i la forassenyada alegria amb què els incondicionals de Bolaño volen celebrar que el fenomen més prodigiós de la literatura llatinoamericana dels últims temps sigui finalment reconegut a l'última ciutat on va ser invisible. Fins ara, només tenia el seu nom la sala d'actes de la biblioteca de Blanes, ciutat on va establir-se a finals dels vuitanta.

Un dels instigadors de la iniciativa és un altre xilè que va tenir també el do del trasplantament, només que en lloc d'emigrar cap a Mèxic, com havia fet Bolaño, Jorge Morales va tenir l'extravagància de deixar Xile per Suècia, encara que aviat es va cansar que el sol hi toqués tan poc i va acabar, com Bolaño, perdut pels carrers de Barcelona, abans d'enamorar-se d'una gironina i anar a raure, com és prescriptiu, a Girona. Fundador de la revista de poesia El Llop Ferotge, Jorge Morales (Santiago de Xile, 1974) va ser qui va proposar a l'Ajuntament, a finals del 2008, quan acabava de dedicar un número monogràfic a l'autor de Los detectives salvajes, que la ciutat bategés un carrer o una plaça amb el seu nom. A Morales li hauria agradat que el lloc escollit fos aquella mena de sobralles del carrer de les Hortes que sembla existir només a propòsit per alçar-hi els quatre escalons del pont d'Eiffel, però encara que és un dels pocs racons de la ciutat que Bolaño fa sortir a la seva obra, el suggeriment no va prosperar. En lloc d'aquesta placeta, el govern municipal va assignar a l'escriptor el nou carrer que està obrint a Domeny en un ple del desembre del 2009, i a Morales l'elecció li sembla bé, “un bon lloc, discret, apartat, tranquil, per homenatjar la tenacitat i el sacrifici de Bolaño”.

L'obra era previst que estigués enllestida al gener, però s'ha acabat endarrerint fins al maig, encara que la placa amb el nom de l'escriptor ja és ben visible, al mur de l'escola, al costat del qual algú ha anotat amb guix “estoy bien, escribo mucho”, la frase amb què Bolaño intentava tranquil•litzar la seva amiga Carmen Pérez de Vega quan ja estava greument malalt, explica Morales. El Llop Ferotge tenia emparaulada per a aquella festa ara ajornada fins al juny l'assistència d'amics i familiars de l'escriptor, inclosa la seva germana, i els editors Jaume Vallcorba i Jorge Herralde, el crític Ignacio Echevarría, i l'escriptor xilè Bruno Montané, l'amic a casa del qual es va fundar el moviment infrarealista. Morales confia a recuperar-los per a la nova data.


El germen de ‘2666'

Montané, d'altra banda, va ser un dels pocs íntims a qui Bolaño va confiar, a principis dels anys noranta, que estava treballant en una novel•la que titularia Los sinsabores del verdadero policía, una obra en què “el policia no és altre que el lector mateix intentant en va posar ordre a aquesta història endimoniada”, segons va escriure l'autor abans d'abandonar el projecte i vessar-lo en fragments, a la seva manera iridescent i arbòria, en altres llibres seus i, sobretot, al portentós i finalment pòstum 2666. Ara, aquell projecte ha estat recuperat entre els mecanoscrits i documents guardats a l'ordinador de l'escriptor i publicat com “una obra inacabada però no incompleta” a Anagrama, que l'any passat ja va llançar un altre inèdit de Bolaño, El Tercer Reich.