lunes, 26 de noviembre de 2007

Roberto Bolaño y la Literatura Mexicana: Un acto de reconocimiento

por Christopher Domínguez Michael
El Mercurio, 19.07.2003










La más persuasiva de las novelas mexicanas de los últimos años la escribió un chileno: Roberto Bolaño. Los detectives salvajes (1998) es esa odisea latinoamericana que esperábamos y como tal no puede ser sino una reflexión sobre la literatura. Esta novela incluye muchos libros que iré comentando a lo largo de este ensayo. Pero me interesa comenzar diciendo que Juan García Madero, el joven aficionado cuyo diario abre Los detectives salvajes y cuyo testimonio cierra magistralmente la trama, representa a ese Ser Inmaduro -para usar las mayúsculas caras a Witold Gombrowicz- que es todo joven aficionado a las letras, creatura que enfrenta velozmente tanto el aprendizaje sexual como la admiración vicaria por una comunidad literaria. Al narrar las insensatas aventuras de los fantasmales y trashumantes jefes del realvisceralismo -caricatura de todas las vanguardias-, Bolaño presenta una hipóstasis de la condición del escritor contemporáneo.

Los detectives salvajes es una novela de la literatura, un relato detectivesco, un cadáver exquisito, una novela en clave y una clave para descifrar. Entre el radicalismo político y la ansiedad erótica, a través del viaje interior y de la fuga geográfica, muchísimos escritores latinoamericanos han sido Ulises Lima y Arturo Belano, es decir, sicofantes de Rimbaud y de Marx, editores marginales, desaparecidos poéticos, traficantes ocasionales, detectives a la búsqueda de un Grial que, oculto en la tradición literaria, otorgue sentido a las variadas formas de fracaso inherentes a la literatura.

Roberto Bolaño vivió en México en los años setenta del siglo XX. Nunca ha regresado. Los detectives salvajes es, también, un libro sobre México y acaso la novela más importante que un extranjero haya escrito sobre este país desde Bajo el volcán (1949), de Malcolm Lowry. La certeza irónica de su mirada, la prodigiosa memoria con la que reconstruye el habla chilanga y la forma en que destaca a Ciudad de México como una de las capitales culturales del planeta me llevan a hacer semejante afirmación. O quizá mi confianza en sus poderes se deba tan sólo a que Bolaño ha sido el único autor que yo conozco que ha sido capaz de reparar en que la "noche patialba del DF es una noche que se anuncia hasta el cansancio, que vengo que vengo pero que tarda en llegar, como si también ella, la mendiga se quedara a contemplar el atardecer, los atardeceres privilegiados de México...".

Comenzar un ensayo sobre la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX exaltando una novela chilena, más que una provocación, es un acto de reconocimiento: las literaturas nacionales, hijas ancianas del romanticismo decimonónico, están muertas. Y el problema de la crítica es no haber sabido enterrarlas. Parto, así, de una incomodidad. Me molesta hablar de "literatura mexicana" tanto como de literatura colombiana o, inclusive, de literatura francesa, pero la meditación sobre el espacio nacional sigue siendo una de esas obligaciones cuyo cumplimiento se espera del crítico. Y esa esperanza es aún más fuerte en literaturas como la mexicana, que aunque sus grandes escritores (Vasconcelos, Reyes, Revueltas, Paz) fueron universalistas, todavía defienden, de una manera no por rutinaria menos irritante, un discurso identitario. En Tiros en el concierto. Literatura mexicana del siglo V, me propuse seguir el hilo de Jorge Cuesta y afirmé, apoyándome en la autoridad de nuestros clásicos modernos, que nuestra literatura es un conglomerado de tradiciones cuya localización carece de misterio: la cultura occidental.

Nuestros mestizajes y nuestros sincretismos (si es que utilizar este último término en crítica cultural no expresa una imperdonable falta de rigor) no son ontológicamente superiores a los sufridos por los galos cuando entraron en contacto con el imperio de Roma. Somos, como lo dijo Arturo Uslar Pietri y lo desarrolló Octavio Paz, el Extremo Occidente. La crítica francesa Pascal Casanova, en La república mundial de las letras (1999), inclusive despoja a nuestra literatura de la ortodoxia de Herder: los latinoamericanos, como los angloamericanos, tuvimos un romanticismo tan débil porque no estaban en juego la defensa de una lengua o de una religión. Los americanos somos herederos legítimos de Shakespeare y de Cervantes, de los puritanos ingleses y del Concilio tridentino. Sor Juana y Melville, Rubén Darío y Whitman pertenecen al canon universal antes que a cualquiera de las literaturas nacionales. En los siglos XVI y XVII, a su vez, a las lenguas precolombinas les fue imposible acumular un capital literario traducido alfabéticamente, de tal forma que la gran literatura americana escrita en inglés, español o portugués, queda también fuera del campo semántico de los estudios neocoloniales.


Pero desprovistos del monopolio del exotismo, provenga del viejo nacionalismo romántico o del multiculturalismo académico, ¿no corremos el riesgo de sustituir un concepto tan vaporoso como la mexicanidad por una apelación al universalismo que a menudo resulta antinómica? El riesgo existe: si todos somos universales, nadie lo es. Pero hace rato que dio la hora de asumir las consecuencias de la famosa frase de Paz en El laberinto de la soledad: de qué manera hemos sido contemporáneos de todos los hombres.


Leyendo Los detectives salvajes, de Bolaño, pude comprobar cómo la disolución de las literaturas nacionales en América Latina vuelve más hermosa y compleja la tarea de trazar las fronteras imaginarias que cruzan la literatura mundial. Antes de continuar debo aclarar, sin temor a incurrir en la obviedad, que la literatura moderna es mundial desde hace varios siglos, desde ese momento paradójico en que el latín fue sustituido por las lenguas vernáculas. Desde Dante, Petrarca hasta Voltaire y Goethe tenemos un desfile de escritores internacionales; fue el siglo XIX la época que cultivó a la literatura como supuesta exaltación del genio nacional. Y curiosamente, el nacionalismo de los románticos alemanes o de los reaccionarios franceses se volvió material de exportación, munición europea para dotar a las desabastecidas artillerías de los países periféricos. El romanticismo fue una cultura internacional, como lo fue el elogio del francés de Joaquim Du Bellay, enmarcado este último en ese capítulo de la vida europea que fue la querella entre los Antiguos y los Modernos. Que nadie se engañe: la historia de la literatura como horizonte mundial es vieja y sólo tiene, hoy día, una relación episódica o fenoménica con esa palabreja con aspecto de señora gorda que divulgan los políticos y los periodistas: la globalización. Esa globalización tiene, qué duda cabe, su international fiction o world literature, que a menudo es la capacidad para decir en distintos idiomas la misma imbecilidad al mismo tiempo. E inclusive, las recetas del éxito editorial actual reproducen -en una escala planetaria que un Eugene Sue, el exitoso rival de Balzac en 1850, jamás habría soñado- la vastísima epidemia del folletón romántico.

Posdata

El texto anterior lo escribí en abril de este año como parte de un libro en preparación. No sé si la precoz muerte de Roberto Bolaño le dé mayor o menor sentido a estas líneas. Sólo quisiera sumarme a esa sensación que viaja de Barcelona a Santiago de Chile, pasando por México, Caracas y París, de que con la muerte de Bolaño hemos perdido a uno de los escritores en verdad grandes de la lengua española. Y un amigo, a quien le comenté la muerte de Bolaño tan pronto me enteré, me dijo, "un escritor mexicano que nunca regresó a México". Es impropio posesionarse de los muertos, pero dado que no conocí a Bolaño ni fui su amigo, me atrevo a decir que pocas literaturas lamentarán tanto su desaparición como la mexicana. Una edición anotada de Los detectives salvajes sería, qué duda cabe, un suculento paseo por la historiografía literaria de hace treinta años. Pero la esencia, como traté de decirlo más arriba, está en las extrañas maneras mexicanas de Bolaño, resultado de una vida del espíritu entre nosotros que duró el tiempo exacto para evadir tanto el enamoramiento como el odio, o peor aún, la rutina. Durante los años setenta la historia quiso que cierto México y cierto Chile desarrollaran lazos profundos. En literatura, Roberto Bolaño fue el fruto más inesperado e imperecedero de ese accidente.











martes, 20 de noviembre de 2007

Un vuelo hermenéutico por la obra de Roberto Bolaño

por Miguel de Loyola
Proa, 20.07.2003













En las últimas semanas, la pluma del recién fallecido escritor Roberto Bolaño, ha dado bastante que hablar. A pesar de que hasta antes de su muerte, poco se hablaba en Chile de él y de sus obras en los términos que se habla hoy. Tenemos que admitir que es un lugar común en nuestro país hablar bien de los muertos, aunque sus declaraciones en vida hayan estado lejos de la santidad. Bolaño se caracterizó por emitir mensajes descalificadores dirigidos al noventa por ciento de los escritores chilenos. No dejó títere con cabeza. Anteponiendo siempre su literatura por sobre la de sus pares, sin esperar a que el tiempo -viejo aliado de la estética para valorar las obras artísticas- hiciera su obra. Sin embargo, tenemos que admitir que sólo escritores transgresores como Bolaño, son los que consiguen remover y sacudir los parásitos que abundan en la literatura y en el campo intelectual, usurpando, las más de la veces, el lugar de otros, al estilo de los senadores vitalicios de nuestra... democracia. Bolaño, y ahora tras su muerte repentina resulta comprensible, no tenía tiempo para sentarse a esperar, se las ingenió sin más para ocupar el sitial que le correspondía dentro de la literatura, no digamos chilena -pues sería muy poco decir- sino en el marco de la literatura universal. El legado de su obra nos dirá mañana cuán cerca o lejos andaba en sus juicios. Por lo pronto, sólo nos resta comentar sus obras, con la mirada miope, por cierto, de la inmediatez temporal.

Conocí la literatura de Roberto Bolaño en la biblioteca pública de la Municipalidad de Providencia. En ese entonces, en los anaqueles sólo existían dos de sus novelas: La pista de hielo (1993) y Estrella Distante (1996), es posible que a la fecha se encuentre su obra completa. Recuerdo que leí ambas novelas con voracidad. Su estilo desenfadado invitaba a la lectura veloz y a querer seguir leyendo más, a pesar de haber alcanzado ya la última página. Narrador incansable, capaz de seducir al lector mediante el artificio de una buena anécdota, contada con lujos y detalles, como los viejos trovadores de la edad media, pero envueltas bajo el velo de una ironía nueva en nuestros círculos.

En La pista de hielo, funcionan tres narradores protagonistas. Gaspar Heredia, Remo Morán y Enric Rosquelles que nos cuentan cada uno su propia historia y que juntas van cercando una historia común. Gaspar Heredia, el chileno y vigilante del camping Stella Maris, donde veranean personas provenientes de todos los rincones de Europa, y de donde se desprenderá el personaje que tomará prestado después Javier Cercas para su novela Soldados de Salamina, con un éxito de ventas impresionante para el escritor español. La pista de hielo se caracteriza por el tipo de narrador protagonista, tomado del thriller o de la novela negra que se impone en la novela europea de los últimos tiempos, y, por una estructura formal, ajustada al canon de la novela tradicional, rasgo que irán perdiendo en adelante las novelas de Bolaño, acercándose a lo que ayer llamábamos novela experimental. Se trasluce también en La pista de hielo la vida errática que sabemos que ha llevado hasta entonces el escritor, pasando de oficio en oficio durante sus primeros años en Europa.

Estrella distante, me parece una novela de mayor peso desde el punto de vista del desarrollo de la ironía en sordina, como estrategia fundamental de este escritor. No así la estructura de la novela, donde se aprecian ciertos quiebres que debilitan la tensión propia del género, pero que pone en evidencia tal vez su interés por quebrar dicha unidad establecida hasta hoy. La mordacidad del autor se palpa muy madura para enhebrar un relato que comienza en Chile, poco antes del Golpe, y termina en Europa. Destaca en ella el poder de conexión de historias que se van desgajando y ligando en torno a un tal Carlos Wieder (Alberto Ruiz-Tagle primero), chileno descendiente de alemanes, quien fuera tallerista también, como el propio narrador personaje, de un taller literario de la Universidad de Concepción. La novela da cuenta en parte, de las atrocidades cometidas por la dictadura militar, pero mediante el uso de una retórica distanciada y ambigua, desde una perspectiva que insinúa más que proyecta o focaliza de manera directa la realidad, consiguiendo un efecto inigualable para mostrar la demencia y ferocidad de los torturadores. Bolaño, sin el encono a flor de piel que caracteriza y traiciona a los escritores chilenos frente al tema, en Estrella Distante nos entrega la visión que caracteriza a un novelista por sobre la del historiador.

La Literatura Nazi en América (1996), confieso que es un libro que no me entusiasmó, a pesar que fue uno de los que compré motivados por la lectura de los dos anteriores, la encontré sino una copia de Historia Universal de la Infamia de Borges, algo bastante parecido, pero de menor calidad. La comicidad intelectual a la que invitan las historias, no tocan las fibras intelectuales aludidas y suenan como notas falsas, postizas. Un libro bastante pretencioso en su género.

Amuleto (1999). Esta novela de Bolaño si bien repite el narrador en primera persona usado en las anteriores, aunque ahora encarnado en una voz femenina, presenta una estructura diferente. Los acontecimientos no caminan hacia un clímax como en la novela tradicional y más bien giran en torno a sí mismos, llevados por un lenguaje dubitativo y complaciente por parte de Auxilio Lacoutore, la protagonista narradora, de origen uruguayo, radicada en México a partir de 1965 y encerrada en el baño de la universidad tomada por los militares desde donde cuenta su historia. Su voz da cuenta de un hecho singular, y nos pone al corriente del alter ego del escritor nominado como Arturo Belano. La novela informa acerca de un sinnúmero de autores, ya chilenos como mexicanos y también europeos, que no aportan al interés novelístico, sino más bien dan cuenta del universo intelectual de la época referida, haciendo un homenaje a esa generación que se sacrificó en pro de la revolución. La ironía continúa siendo en Amuleto el arma fundamental de trabajo del escritor, una ironía cada vez más desatada, pero hábilmente disfrazada.

Nocturno de Chile (2000) Es un relato que nadie, sin la bilis y la ironía de Bolaño, se habría tentado a escribir. Las referencias directas a ciertos personajes del ambiente literario nacional, resultan un aporte interesante para la literatura chilena, siempre sesgado por la censura secular de cierto sector todopoderoso del medio. El narrador, otra vez en primera persona singular, focalizado ahora en la persona de Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote y crítico literario de un diario chileno, nos cuenta sus primeros pasos hasta convertirse en crítico literario, ayudado por Farewell, quien a su vez representa al crítico literario de mayor prestigio en Chile hasta entonces. El sacerdote Lacroix nos cuenta como Farewell lo pone en contacto con los señores Odeim y Oído (que interpretamos DINA), para llevar a cabo ciertas misiones encomendadas expresamente por estos señores, como la de hacerle clases de marxismo a la plana mayor de la Junta Militar, incluido el Capitán General, etc. También nos pone al corriente de ciertas tertulias literarias a las que asiste en la casa de la escritora María Canales y su espeso Jimmy Thompson. La presencia constante de un joven anciano merodeando la conciencia del personaje principal. En fin. Todas historias que nos remiten a una realidad concreta por todos los chilenos conocida.

La estructura narrativa se parece en mucho a la de Amuleto y confirma el estilo definitivo tomado por el escritor, donde la ironía en sordina es protagonista de sus obras. Nocturno de Chile es una alegoría perfecta de la realidad literaria chilena, donde se mueven como fantasmas los intereses de la clase dominante.

En fin. Hasta aquí una primera aproximación a la obra de Roberto Bolaño. Quedan pendientes Los detectives salvajes y Putas Asesinas. Por lo pronto cabe destacar su precisión y suspicacia para contar cualquier cosa, desde una perspectiva cargada de ironía, pero hábilmente solapada, sin caer en la tentación de convertir a sus personajes en caricaturas, como lo venían haciendo los escritores de la llamada Generación del 50, sino conservando hasta último momento su condición de personajes literarios, y dejando el trabajo de la caricatura para la propia imaginación del lector. Aunque, Bolaño no trepida en nombrar las cosas por su nombre, sin los retruécanos rebuscados que caracterizan la novelística de la llamada Nueva Narrativa Chilena, llevándola las más de las veces a la nada. Bolaño, en cambio, va directo al hueso, configurando un universo narrativo cargado de voces comprometedoras que aluden a una realidad conocida, especialmente a un Chile bajo la Dictadura. Sus personajes literarios, absolutamente, aman lo mismo que odian, sin dobleces ni culpas de ninguna especie. No cabe la menor duda que fue un escritor sin temor a emitir opiniones personales en sus relatos, untando su pluma con sangre, pero sin salirse por un solo instante del plano literario, respetando y separando así la realidad de la ficción. Su literatura resulta de esta manera en una constante provocación, y allí radica su originalidad y su aporte a las Letras chilenas.










miércoles, 14 de noviembre de 2007

Bolaño, genio y figura: La leyenda del gran escritor

Héctor Pavón
El Clarín, 22 de septiembre, 2007













La palabra leyenda viene de legenda, que en latín significa "lo que debe ser leído". Hay consenso, un acuerdo de masas lectoras, un dogma, que sostiene que Roberto Bolaño es una leyenda y que debe ser leído. También circula una certeza: Bolaño, el fallecido escritor chileno, multiplica sus lectores en forma permanente. Quienes lo leen se transforman en seguidores y suelen pasar al estadio de fans como si esa estrella a alcanzar fuera un Jim Morrison (muy escuchado por Bolaño). Y aunque sus restos hayan sido cremados y sus cenizas arrojadas al Mediterráneo, la procesión de sus fieles marcha constante y segura en busca de sus secretos, de nuevos poemas y cuentos como los que se publicaron recientemente. Van en busca de un Bolaño que tal vez no exista pero que se construye, destruye y reconstruye en sus miradas, lecturas y relecturas. Bolaño era chileno pero se reconocía como un autor latinoamericano. Hoy podría ser un escritor del mundo, su letra ya se tradujo al inglés y se vende de forma notoria en Estados Unidos, la meca de la venta literaria masiva; su voz y su imagen es reproducida al infinito en youtube.com; documentales, ensayos, tesis y monografías lo reviven en medios de comunicación y universidades. El fenómeno marcha.

"Con la muerte de Bolaño empieza una leyenda", dijo Enrique Vila Matas. Esa leyenda está viva. Repiquetea por el mundo entero. Pero sería más justo decir que recién comienza, que el efecto Bolaño está subiendo la curva y que todavía se lee por primera vez, todavía se está descubriendo. Su muerte temprana a los 50 años esperando un hígado fue el primer renglón de la construcción de un mito al que Bolaño contribuyó casi de forma directa. Murió el 14 de julio de 2003, en el hospital Valle de Hebrón de Barcelona. Pasó diez días en coma sufriendo por una complicación hepática mientras esperaba en vano un trasplante. Dejó textos terminados para su publicación y otros inconclusos. Estaba preocupado por el futuro económico de su mujer y sus hijos. Entre esos papeles quedaban cinco textos que por un acuerdo entre editor y familia dieron origen a la tremenda novela llamada 2666, en la que llevó al extremo su capacidad imaginativa y fabuladora en torno de un personaje que retoma la figura del escritor desaparecido, en este caso, Benno von Archimboldi y donde también se exhibe el horror del feminicidio de Ciudad Juárez, México, donde las mujeres suelen ser presa de caza. Gracias a la buena relación entre los familiares y el editor de Anagrama Jorge Herralde, este año llegaron a la Argentina los textos encontrados y reunidos en El secreto del mal y La universidad desconocida (Anagrama). También llegaron, caros pero imperdibles, ejemplares de poesía reeditados como Los perros románticos y Tres (Acantilado).

En El secreto del mal hay relatos aparentemente sin terminar, ensayos, referencias y algunas admiraciones sobre la literatura argentina y una mirada irónica sobre Evita y Perón puesta en boca de V. S. Naipaul. Allí denosta a Osvaldo Soriano, relativiza a Roberto Arlt y se rinde ante Jorge Luis Borges, Ricardo Piglia, Osvaldo Lamborghini, César Aira, entre otros. Dice: "De estas tres líneas más vivas de la literatura argentina, los tres puntos de partida de la pesada, me temo que resultará vencedora aquella que representa con mayor fidelidad a la canalla sentimental, en palabras de Borges. La canalla sentimental, que ya no es la derecha (en gran medida porque la derecha se dedica a la publicidad y al disfrute de la cocaína y a planificar el hambre y los corralitos, y en materia literaria es analfabeta funcional o se conforma con recitar el Martín Fierro) sino la izquierda, y que lo que pide a sus intelectuales es soma, lo mismo, precisamente que pide a sus intelectuales, que recibe de sus amos. Soma, soma, soma Soriano, perdonáme, tuyo es el reino. Arlt y Piglia son punto y aparte. Digamos que es una relación sentimental y que lo mejor es dejarlos tranquilos. Ambos, Arlt sin la menor duda, son parte importante de la literatura argentina y latinoamericana y su destino es cabalgar solos por la pampa habitada por fantasmas. Allí sin embargo, no hay escuela posible. Corolario. Hay que releer a Borges otra vez".

La conquista de E.E.U.U.

"Nocturno de Chile es lo más auténtico y singular: una novela contemporánea destinada a tener un lugar permanente en la literatura mundial". El elogio era de Susan Sontag y fue ella misma quien, en una rueda de prensa en Oviedo, en ocasión de recibir el Premio Príncipe de Asturias 2003, cargó contra los "falsos escritores", los "escritores mercenarios", y por el contrario dijo: "De lo que he leído en los últimos años, me gusta mucho Roberto Bolaño. Es una pena que haya muerto tan joven. Escribió mucho y estaba empezando a ser traducido al inglés, pero le quedaba tanto por escribir...".

Bolaño desembarcó en Estados Unidos con varios títulos. Los detectives salvajes (The savage detectives) se editó este año en EE.UU. traducido por Natasha Wimmer. El periodista francés Jean Francois Fogel dice que al llegar este año a las librerías estadounidenses, la apreciación sobre Bolaño parece definitiva. Eso es así, especialmente, tomando en cuenta el extenso artículo del The New Yorker. Una de las palabras clave que utiliza la revista es "infrarrealistas", el nombre del grupo poético de Bolaño en su etapa mexicana. "Cuando los yankees se preocupan del infrarrealismo (de manera global el mundo nota el exceso de realismo en la manera gringa de actuar) no se puede negar que pasa algo", dice Fogel en su blog. Daniel Zalewski, el periodista del The New Yorker termina afirmando: "es un estilo que se merece su propio nombre: modernismo visceral". Fogel agrega: "La culpa del mundo hispanohablante es tener al producto Bolaño sin tener al servicio de marketing para vender el producto. Los ingenuos latinos hablaban de libros, los maestros del comercio proponen otra cosa: 'modernismo visceral'. Con este nombre, se va a vender como pan caliente." Con Los detectives salvajes Bolaño ganó el Premio Herralde de novela 1998 y un año después el Rómulo Gallegos.

Alex Abramovitch, en The New York Times, confirma de manera indirecta la nueva definición del escritor chileno en otra larga reseña. Recupera el término "realismo visceral" que utiliza el autor en su novela para señalar: "Los realistas viscerales tienen altas aspiraciones, pero Bolaño es demasiado pegado a la realidad para ablandarse". James Wood -crítico, profesor de Harvard y editor de The New Republic- escribió un ensayo publicado en The New York Times con el título "The Visceral Realist", en el que se refiere a la edición de The Savage Detectives como el momento en que Bolaño deja de ser un autor de culto en los Estados Unidos y se vuelve una necesidad compartida por cada vez más lectores. "Hasta hace poco", escribe Wood, "había incluso algo, un código masónico en la manera en que el nombre de Bolaño pasaba de boca en boca entre los lectores de este país". Luego añade: "Este fabulador chileno, maravillosamente extraño, a la vez un realista enraizado y un lírico de lo especulativo, que murió en 2003 a los cincuenta años de edad, ha sido reconocido ya desde hace algún tiempo en el mundo hispanohablante como uno de los más grandes e influyentes escritores modernos".

El hecho de penetrar las fronteras estadounidenses ha sido fundamental y le dio actualidad a la letra de Bolaño. También hay que notar que se trata de un escritor muerto y eso permite armar no una leyenda sino varias. También hay realidades: siete traducciones al inglés en tránsito y, entre ellas, probablemente 2666. "Entonces, echamos una visceral bienvenida al Bolaño nuevo, conquistador del territorio gringo", concluye Fogel.

La eterna búsqueda

Roberto Bolaño nació en Santiago de Chile en 1953 y creció en ciudades diversas como Los Angeles, Valparaíso, Quilpué, Viña del Mar y Cauquenes. Con 13 años, se trasladó con su familia a México donde su principal refugio era la biblioteca pública de Ciudad de México. No terminó el colegio, tampoco entró en la universidad. Paradójicamente, hoy existe la cátedra Roberto Bolaño en la universidad Diego Portales de Santiago de Chile.

1973, cae la Unidad Popular de Salvador Allende. Bolaño vuelve a su país después de un largo viaje en ómnibus, a dedo y en barco con la idea de unirse a la resistencia contra la dictadura pinochetista. Muy pronto lo detienen en Concepción y lo liberan luego de ocho días gracias a la ayuda de un compañero de estudios en Cauquenes que se encontraba entre los policías que lo habían detenido. Años después diría que no tiene nada que decirle a Allende, que "los que tienen el poder (aunque sea por poco tiempo) no saben nada de literatura, sólo les interesa el poder".

En su regreso a México junto con el poeta Mario Santiago Papasquiaro (inspiración para modelar a Ulises Lima en Los detectives salvajes) fundó el movimiento poético infrarrealista, que, surgido en tertulias del Café La Habana, se opuso con furor a los pilares hegemónicos de la poesía mexicana y también al establishment literario (con Octavio Paz como figura preponderante). Bolaño y Papasquiaro se destacaron por su poesía cotidiana, disonante y con elementos dadaístas. "Se podría sostener que el infrarrealismo lo determinó como escritor de la misma forma que el alejamiento de la corriente le permitió iniciar su carrera como novelista. México para él fue central, porque lo determinó como escritor (...) el México nocturno, el México de las calles, del habla cotidiana, de un destino quebrado y a veces trágico, y el humor lo cautivaron. No es casualidad que sus dos más grandes novelas las haya centrado en México, Los detectives salvajes y 2666", comentó el narrador Juan Villoro.

Tiempo después emigró a España, a Barcelona, donde ya vivía su madre. Vendimiador en verano, vigilante nocturno de un camping en Castelldefels, vendedor en un almacén, lavaplatos, camarero, estibador en el puerto, basurero, recepcionista, fueron sus actividades hasta que se convirtió en escritor de tiempo completo. También fue buen ladrón de libros, cuando no los podía pagar.

En 2004, un año después de su muerte, obtuvo el premio Salambó a la mejor novela en castellano, por 2666. El jurado del premio se refirió a la novela ganadora, como "el resumen de una obra de mucho peso, donde se decanta lo mejor de la narrativa de Roberto Bolaño". Una novela que "contiene mucha literatura, que supone un gran riesgo y lleva al extremo el lenguaje literario" de su autor.

Bolaño estalla en Internet. Hay miles de blogs literarios que dedican parte o su totalidad a homenajear y discutir su obra. Los detectives salvajes y Estrella distante son las obras preferidas por los cyberlectores. Muchos de ellos, lectores profusos, trazan una línea de continuidad y buscan conexiones entre Los detectives salvajes y Rayuela de Julio Cortázar o Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal. Los foros rescatan no sólo su calidad literaria, sino también el eterno camino en busca de personas perdidas, amores, esencias y territorios de los personajes de Los detectives salvajes, Estrella distante, o 2666.

Santificado en el presente, Bolaño fue en vida un personaje que solía fustigar a sus enemigos literarios. Despreciaba de frente. Sobre la autora de Paula dijo: "Me parece una mala escritora simple y llanamente, y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea escritora, es una 'escribidora'". Allende le devolvió: "Eché una mirada a un par de (sus) libros y me aburrió espantosamente". Cuando murió Bolaño agregó: "No me dolió mayormente porque él hablaba mal de todos. Es una persona que nunca dijo nada bueno de nadie. El hecho de que esté muerto no lo hace a mi juicio mejor persona. Era un señor bien desagradable".

"Skármeta es un personaje de la televisión. Soy incapaz de leer un libro suyo, ojear su prosa me revuelve el estómago", calificó Bolaño. Por su parte, el ex colombiano Fernando Vallejo aseguró que la prosa de Bolaño es demasiado simple, plana, elemental, "del tipo yo Tarzán, tú Chita". A esta lista se sumó el poeta colombiano Darío Jaramillo: "Bolaño es mago de un solo truco, retorcido (como un remolino), adornado truco, pero siempre igual a sí mismo. Es ahí cuando uno puede ver con nitidez la diferencia entre la pobreza -maquillada- y la difícil y maravillosa sencillez".

Bolaño tuvo otro altercado con su paisana Diamela Eltit. Ella lo invita a cenar a su casa; después él publica en Ajoblanco una crítica despiadada contra su menú y contra su anfitriona. Eltit: "ése es un tema sobre el cual yo prefiero restarme. En parte porque ahí pasó algo absurdo, hipermagnificado. Bolaño está muerto; yo prefiero no decir una palabra sobre alguien que ha muerto".

Javier Cercas, autor de Soldados de Salamina, texto en el que Bolaño cumple un papel, sostiene que hay dos leyendas en torno al escritor chileno. Una, es la que construyeron los otros, sus lectores, sus fans y otra, la del mismo autor. Ambas leyendas no se ajustan a la realidad, pero la que escribió Bolaño tiene la inmensa ventaja de que es, en cierto sentido, "más verdadera que la verdad, mientras que la otra es en lo esencial mentira o una mentira forjada con ingredientes de la verdad, que es la forma más cabal de la mentira. La leyenda que Bolaño construyó en sus libros vivirá muchos años, o eso es lo que yo creo; la que han construido los otros se esfumará pronto, o eso es lo que yo espero".

El escritor español suma hechos en favor de la construcción mítica del recuerdo de Bolaño: murió joven; murió en el mejor momento de su carrera; murió dentro de cierta propensión mitómana del medio literario (con una cuota de hipocresía) de hablar bien de los muertos, entre otros elementos. "La historia de la literatura, como la otra, abunda en ejemplos de este tipo de canonización tras una muerte prematura, así que no hay de qué sorprenderse, al menos en lo que se refiere a este punto; en lo que a otros se refiere no ocurre lo mismo -dice Cercas-. Nada permitía presagiar, por ejemplo, que el mismo hombre que escribió La pista de hielo escribiera sólo tres años más tarde Estrella distante, y seis años después Los detectives salvajes; que entre 1996 y 2003, año de su muerte, escribiera lo que escribió entra de lleno en el terreno de lo asombroso".

Todavía hay que dejar reposar su literatura para poder discernir si la obra de Bolaño sobrevivirá al paso del tiempo y a la de sus lectores fans que califican su obra entera como magistral, casi sin matices, todas en el mismo nivel de calidad. Muchos de sus nuevos y jóvenes lectores se asoman con ansias de investigar sobre su vida, y también muchos se desilusionan al encontrar una vida breve donde la intensidad está puesta en la literatura que superó ampliamente a su vida real. Hoy la única discusión posible gira en torno a las altas calificaciones que generan sus libros. La única pregunta que se permite hacer en esta iglesia pagana es si Bolaño es genial o extraordinario.

En la última entrevista que dio Bolaño, a la periodista Mónica Maristain de la revista Playboy de México, puso en aviso a los obsecuentes. Ella le preguntó: "¿Qué dice de los que piensan que Los detectives salvajes es la gran novela mexicana de la contemporaneidad?". El contestó: "Lo dicen por lástima, me ven decaído o desmayándome en las plazas públicas y no se les ocurre nada mejor que una mentira piadosa, que por lo demás es lo más indicado en estos casos y ni siquiera es pecado venial".














jueves, 8 de noviembre de 2007

Bolaño y el manifiesto infrarrealista

por Patricia Espinosa
Rocinante N° 84, Octubre 2005










El Movimiento Infrarrealista surge entre fines de 1975 y comienzos de 1976, en México DF, y lo conforman Mario Santiago, Ramón Méndez y Héctor Apolinar, que venían del fracasado taller de poesía de Difusión Cultural de la UNAM, coordinado por el poeta y académico Juan Bañuelos. El lugar específico de gestación fue la casa del poeta chileno Bruno Montané. El grupo rápidamente se amplía a 30 ó 40 personas, incluyendo tanto a escritores como músicos y pintores. Surge luego una revista infra y una editorial, aparte de sucesivas irrupciones infras en recitales de poesía oficial. Entre los nombres a considerar dentro del grupo están: Juan Esteban Harrington (¿García Madero?), Piel Divina, Cuauthémoc Méndez, Oscar Altamirano, José Peguero, Pedro Damián, Elmer Santana, Ramón Méndez, Guadalupe Ochoa, Edgar Altamirano, Mará Larrosa, Vera Larrosa (¿las hermanas Font?), Kyra Calvan, Víctor Monjarás, Carlos David Marfarón, Geles Lebrija, Rubén Medina, José Rosas Ribeyro, Estela Ramírez, Lorena de la Rocha y Javier Suárez Mejía.

"Déjenlo todo, nuevamente. Primer Manifiesto del Movimiento Infrarrealista", es el título del Manifiesto escrito por Bolaño y publicado en Correspondencia Infra, Revista Menstrual del Movimiento Infrarrealista, N° 1 (México D.F., Octubre, Noviembre 1977, 5000 ejemplares). Hay un dato en el origen del concepto "infrarrealismo" que Bolaño no menciona en sus entrevistas. Un dato que he logrado detectar tras la lectura de "Déjenlo todo, nuevamente". El primer párrafo, constituido de ocho líneas entrecomilladas, es una cita exacta del relato "La infra del dragón", escrito por el autor ruso Georgij Gurevic, aparecido originalmente en 1959 y compilado por Jacques Bergier en Lo mejor de la ciencia ficción rusa (Bruguera, 1968). El párrafo que Bolaño literalmente cita del texto de Gurevic, dice así: "Hasta los confines del sistema solar hay cuatro horas-luz; hasta la estrella más cercana, cuatro años-luz. Un desmedido océano de vacío. Pero, ¿estamos realmente seguros de que sólo haya un vacío? Únicamente sabemos que en este espacio no hay estrellas luminosas; de existir, ¿serían visibles? ¿Y si existiesen cuerpos no luminosos u oscuros? ¿No podría suceder en los mapas celestes, al igual que en los de la Tierra, que estén indicadas las estrellas-ciudades y omitidas las estrellas-pueblos?". El relato de Gurevic es el de una tripulación de seis hombres en el siglo XXI, que parten desde la Tierra en una nave cósmica hacia los soles negros, cuerpos no luminosos u oscuros, estrellas-pueblos no indicados en los mapas celestes orientados siempre a las estrellas-ciudades. Soles invisibles, negros como el carbón, planetas calentados desde dentro, serán también llamados INFRA y constituirían un mundo al revés. La misión de los tripulantes, entonces, será buscar desesperadamente una INFRA.

El término 'infrarrealismo' alude a un territorio nuevo, pero al revés, en el cual impera la inversión de las reglas de nuestro "mundo real". El calor o la energía en el territorio infra, viene desde dentro, desde las mismas visceras. Tal como el realvisceralismo de Los detectives salvajes. Bolaño así dice: "Escritores soviéticos de ciencia ficción ; el rostro a medianoche". Encontramos aquí no sólo su recurrente complicidad con el escritor desesperado, sino también con los llamados géneros B, géneros bastardos, ya sea cine porno, ciencia ficción, peplum o relato policial. Escrituras, en cualquier caso, de individuos que se arañan el rostro. Como Mario Santiago Papasquiaro, Sensini, Ulises, Belano, Amalfitano o el propio Archimboldi. Bolaño ve desesperación en aquellos escritores sovieticos de la Guerra Fría, que intentan generar un discurso que opere como un pliegue respecto al sistema de control. La búsqueda de la infra funciona como metáfora de la subversión del sujeto, único mito posible, única utopía posible de sustentar. "Soñamos con utopía y nos despertamos gritando".

Bolaño propone una poesía antiburguesa, una vuelta al arte-vida sin posibilidad alguna de "normalizar" las relaciones entre el arte y la sociedad. Se trataría de derrumbar el muro de la institución, la distancia entre el arte y la vida. "Cortinas de agua, cemento o lata, separan una maquinaria cultural, a la que lo mismo da servir de conciencia o culo de la clase dominante". La lógica dominante se centraría, entonces, en concepciones dogmáticas de arte bello, negándose a cualquier irrupción desestabilizante. Un orden que irremediablemente parece llevarnos al cagadero o a la revolución. Bolaño plantea un alejamiento de lo que denomina "lógica y buen sentido". Aquí puede advertirse cierta vinculación con la propuesta de liberarse de la razón planteada por los surrealistas; sin embargo, en Bolaño no existe la promesa de acceder a la realidad absoluta de corte trascendentalista, sino que apela a la acción política continua, sin un deseo colmado. Otro aspecto que lo distancia del surrealismo es no privilegiar el universo onírico, el subconsciente ni el automatismo como práctica de elaboración estética. La internalización de lo nuevo devendrá en subversión. Tal como sucede con los soles negros, lo negativo se volverá energía potenciadora interior. Es decir, aquello que quitaba fuerza, el acoso del poder o los poderes, devendrá potencia.

Bolaño alude a la necesidad de recuperar el ánimo vanguardista, pero no desde el presupuesto moderno que creía en la "originalidad", sino con la clara certeza de que todo está nombrado, develado. Por tanto el discurso de Bolaño, más que vanguardista sería posible de calificar como "neovanguardista" o "postvanguardista". Ya no hay secreto posible nos dice Bolaño: "todo está develado". Sin embargo, el secreto siempre parece rondar en su escritura. Qué oculta el único poema de Cesárea; qué hay detrás de la ventana; qué oculta el libro que cuelga en el tendedero de Amalfitano, qué oculta Archimboldi, qué lleva a Klaus Haas a cometer la seguidilla de crímenes o quiénes cometen y por qué los crímenes de Santa Teresa. Bolaño necesita que sigamos las pistas que el texto nos entrega, infinitizadas, en busca de un origen; sin embargo, este origen resulta ser un falso origen. Juega con la tradición metafísica del inasible, del secreto del texto, del aura inalcanzable. Juega con nuestra ansia desesperada de referente que nos solucione el problema.

El referente que el manifiesto instala es tanto político-social como estético: "Son tiempos duros para el hombre, decimos nosotros, volviendo a las barricadas después de una jornada llena de mierda y gases lacrimógenos". El poeta está inmerso en la historia, es un sujeto político instalado en la barricada, en lucha callejera cotidiana. "Nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: una-sola-cosa". Ética, Revolución, Vida: tres términos que configuran unidad para el infrarrealismo. Es decir, no es posible tener ética sin asumir la revolución y tampoco es posible vivir si no es estéticamente. O también, podríamos señalar, no es posible la revolución sin una estética y la vida sin ética. Una sola cosa.

Ahora, quiero volver a la cita de hace un rato: "El poeta como héroe develador de héroes, como el árbol rojo caído que anuncia el principio del bosque". El poeta es un héroe, aunque se trata de una heroicidad siempre degradada. No estamos ante la figura del gran héroe mítico. Sino ante un héroe posmoderno que opera siempre desde la caída de todo mito. Sin embargo este héroe menor tiene la capacidad de generar mediante sus micropolíticas de vida, de creación, heroicidades menores o subalternas. Quiero insistir en el carácter político del Manifiesto. Para ello tomemos nuevamente una cita: "Los burgueses y los pequeños burgueses se la pasan en fiesta. Todos los fines de semana tienen una. El proletariado no tiene fiesta. Sólo funerales con ritmo. Esto va a cambiar. Los explotados tendrán una gran fiesta. Memoria y guillotinas". La demarcación del lugar periférico: anteriormente la Institución Arte, la maquinaria cultural y, ahora, el territorio de la comodidad burguesa versus el proletariado, los explotados: lugar de los infrarrealistas. Memoria y guillotinas, dice el manifiesto, el recuerdo y el castigo: Acción, Acción. Pero también violencia.

El viaje continuo que atraviesa la literatura bolañeana es esta permanente 'desterritorialización' de la que nos habla el Manifiesto, una nomadía que probablemente no conduzca a un lugar determinado. El viaje posmoderno dice adiós al viaje mítico. Ya no más el viaje trascendental, el grandioso viaje metafísico, donde el camino de regreso será la superación, el aprendizaje, la revelación. Estamos ante un viaje probablemente sin retorno, un desplazamiento infinitizado, sin destino posible. La heterotopía fractalizada al límite, donde la belleza se trama en la degradación: "Un arco iris que principia en un cine de mala muerte y que termina en una fábrica en huelga". Nos encontramos con un sujeto sin lugar posible y en permanente flujo, que sólo tiene para sí la memoria: "Que la amnesia nunca nos bese en la boca. Que nunca nos bese". Hacia el final del Manifiesto, Bolaño asume con certeza: "Soñamos con utopía y nos despertamos gritando". Es el tiempo de la post-utopía y ahora solo queda el terror. Sin embargo, todavía hay vitalismo para señalar la necesidad de recuperar el sentido: "Hacer aparecer las nuevas sensaciones- Subvertir la cotidianidad. O.K. DÉJENLO TODO NUEVAMENTE. LÁNCENSE A LOS CAMINOS".










lunes, 5 de noviembre de 2007

Libertad y compasión en el universo Bolaño: Vidas mínimas y azarosas

por Pablo Simonetti
El Mercurio, 24.07.2005
















Adentrarse en la obra del autor de Los detectives salvajes es sumergirse en una minuciosa cartografía de vidas olvidadas y personajes regidos por un destino radicalmente diferente al común de las personas. Un universo compasivo, que termina por convertir sus letras en la salvación de sus lectores.

Mirada desde cierto punto de vista, la obra de Bolaño es la recopilación de las vidas de miles de personajes. La mayoría son personajes que alguna relación mantuvieron con la literatura: poetas, narradores, libreros, vendedores de librerías, profesores de literatura, de filosofía, de lingüística, críticos, periodistas, guionistas, filósofos y matemáticos con aspiraciones literarias, editores, traductores, cuentistas nazis, linotipistas, hasta una mujer que se declara la madre de todos los poetas. Junto a este tipo de personajes vienen otros que alguna relación guardan con ellos: familiares, amigos, cómplices de aventuras, amantes, compañeros de trabajo, automovilistas en la carretera, y tantos otros que terminan de conformar sus cuentos y sus novelas. La mayoría de estos personajes tiene un devenir mínimo y azaroso. Mínimo porque, en general, son gente olvidada, o que ha caído en la desidia, o se dedica a asuntos francamente inútiles para el resto de la sociedad, o pasan por sus cátedras sin pena ni gloria, o se destacan por habilidades que no están bien consideradas por sus congéneres.

Sintiéndonos libres

Si bien en sus dos novelas mayores hay personajes dueños de un halo de superioridad, como la poetisa Cesárea Tinajero y el narrador Benno von Archimboldi, éstos han desaparecido del mapa y son objeto de la búsqueda de estos seres mínimos que ni siquiera tienen una razón muy poderosa para buscarlos.

Y azaroso porque no parecieran responder a un destino, a un sentido de vida. Algunos van detrás de uno de estos personajes míticos, siguiendo pistas más bien dudosas, otros cambian de rumbo sencillamente porque esa mañana sintieron deseos de dejar todo atrás. Los cambios radicales no tienen por lo general una explicación plausible en las novelas de Bolaño. Ni los cambios radicales, ni las actitudes que se acercan al heroísmo ni las conductas autodestructivas o violentas, ni los cambios de humor ni el surgimiento o la extinción del amor, ni nada que la burguesía considere importante. Sus personajes se mueven y no parecieran hacerlo por las razones que lo haría gran parte de la gente.

La obra de Bolaño entonces se transforma en una minuciosa cartografía donde están trazadas las trayectorias de estos personajes, desde el instante en que son percibidas por el radar de su pluma hasta que desaparecen a menudo sin dejar rastros. Mirando estos mapas, nos preguntamos qué ocurre, qué misterio nos atrapa de manera ineludible cuando tenemos, por ejemplo, 2666 en las manos. Cómo se suman o, mejor dicho, se superponen estas vidas en nuestra mente para incentivarnos a seguir leyendo con voracidad creciente. Como si no tuviéramos límites para absorber una vida mínima tras otra.

Quien busca razones que justifiquen un tipo de conducta, no las va a encontrar. Quien busca personajes de una coherencia indiscutible tampoco los va a encontrar. Sólo vemos la estela que va dejando su paso por las páginas. Cada una tiene un color especial y son miles y se entrecruzan y forman un tejido de intrincada trama.

Al mirar estas cartas, podríamos creer que Bolaño, como decimos en buen chileno, le pone con pala. Pienso en Los detectives salvajes y esa cincuentena de historias que se hallan en el centro del texto. La única relación existente entre ellas es la presencia real u ominosa de Arturo Belano o Ulises Lima. Aparte de eso... ¿Qué tiene que ver Luis Enrique Rosado, un profesor de literatura muy atildado que se enamora de un seductor tunante llamado Piel Divina, bisexual, drogadicto, ladronzuelo y dealer que termina muerto a balazos, con el espía nazi que pretende detener el programa atómico israelí o los jóvenes que viajan en una combie a través de Francia con destino a las plantaciones de naranjas en Valencia o el periodista que no le importa morir en Liberia?

Al contemplar el mapa de rutas que empiezan en cualquier lugar y de pronto se interrumpen se puede sentir confusión, que es semejante al miedo, al desorden, a la infiltración de la culpa, al temor al desenfreno, al pavor a desintegrarse; o bien se puede sentir indiferencia, nacida de una incapacidad de encontrar alguna secuencia lógica a esa maraña de curvas, líneas quebradas, dibujadas por una mano en apariencia insegura. O, por último, se puede experimentar asombro. Esto nos ocurre a quienes admiramos a Bolaño.

Si fijamos la vista en la trama, surge de ella una figura tridimensional, o llamas formadas por los filamentos agitados, o un espectro holográfico, o sentimos que nos alzamos del suelo, como si flotáramos, o como si fuéramos de nuevo niños y saltáramos sin miedo a caer sobre esta red firme que forman las trayectorias de los personajes de Bolaño. La red nos sostiene, nos eleva, nos arropa, nos hace reír, nos sirve de hamaca y nos despierta acariciados por mil pares de manos de los mil personajes que han desfilado por algún lugar del mundo novelesco de Bolaño.

Por decirlo en una frase, nos hace sentir libres. Nuestra vida puede ser ésta, la que ahora llevamos, y mil otras; puede cambiar en cualquier momento, es cosa que nos decidamos a hacerlo, o que el azar se cuele en los intersticios de la existencia y cambie el rumbo que alguna vez creímos inmutable. Y cuando surge este relieve que nos llena de asombro, también nos hace sentir leves. Ninguna de nuestras decisiones es tan definitiva o tan trascendental. Y nos hace sentir librados de un destino único y definitivo. Nuestra vida está hecha de circunstancias, no de culpas. De sucesivas posibilidades, no de sucesivos encarcelamientos. De futuro, no de pasado.

La compasión

La novela Los detectives salvajes en cierto modo me cambió la vida, al dejarla proclive a su libre deambular más que obligarla a ser como mis expectativas dictaban que fuera. A ser más bien una curva bella como las que observamos en la naturaleza y no un vector intransigente.

En buenas cuentas, la lectura de sus obras me hizo sentir compasión por mí mismo, y lo digo en el mejor sentido del término, y al notarlo supe que era la compasión que Bolaño sentía por sus personajes. Esas miles de trayectorias entrelazadas se alzan y nos envuelven amorosamente gracias a la compasión del autor. Bolaño no entra en las razones de por qué hacemos las cosas, nos contempla sin emitir juicio, acompañándonos, compadeciéndose. Creo que él mismo se consideró fruto de una carambola del destino, el resultado azaroso de la experiencia, una vida en que una sola convicción permaneció intacta: el valor de la literatura. Y más que una convicción fue un sentimiento: el amor por la literatura. Pero dónde, cuándo, con quién, nunca fueron del todo relevantes.

Esta mirada tiene un especial valor para la sociedad chilena, que ha pensado de sí misma por siglos que cuna y tumba se corresponden, y el camino entre ellas está prefijado. Y no me refiero solamente a cosas de clase: el ya manido encierro entre cordillera y mar nos tiene acostumbrados al anquilosamiento, a vivir rodeados de chilenos, a sentir que nacimos aquí para morir aquí, que nuestro mundo -familiares, amigos, trabajo, incluso prensa, políticos e Iglesia- tiende a no cambiar.

Los personajes de Bolaño no siempre terminan bien, pero no por eso sus vidas dejan de ser valiosas, interesantes, sujeto de ser narradas. Al rescatar estas vidas mínimas y azarosas, Bolaño nos rescata a todos. Nos perdona. La literatura nos perdona. La literatura es la religión de los pecadores, de los escépticos, de los extraviados. La literatura nos salva, ahora, mientras nos movemos aquí en la Tierra.

















viernes, 2 de noviembre de 2007

Novelas de Archimboldi

por Carlos Almonte (pesquisa)





En orden de mención

1. D’Arsonval (de tema francés)
2. El jardín (de tema inglés)
3. La máscara de cuero (de tema polaco)
4. El tesoro de Mitzi
5. Bifurcaria bifurcata
6. Ríos de Europa
7. Herencia
8. La perfección ferroviaria
9. Los bajos fondos de Berlín
10. Letea
11. Bitzius
12. Santo Tomás
13. La ciega (que trata sobre una ciega que no sabe que es ciega, y sobre unos detectives videntes que no saben que son videntes).
14. Lüdicke
15. La cabeza
16. La rosa ilimitada




En -probable- orden de publicación

1. Los bajos fondos de Berlín (colección de cuentos)
2. Lüdicke (la primera novela de Archimboldi)
3. El jardín
4. La máscara de cuero (1969)
5. D’Arsonval
6. Ríos de Europa (1971)
7. Herencia (1973)
8. La rosa ilimitada (1974, Amalfitano la traduce este año, estando en Argentina)
9. La perfección ferroviaria (1975)
10. Santo Tomás (imposible de ubicar cronológicamente)
11. Letea
12. Bifurcaria bifurcata (1988, primera traducción de Piero Morini)
13. Bitzius (“una novelita de menos de cien páginas, cuyo argumento se centra en la vida de Albert Bitzius, pastor de Lützelflüh”).
14. El tesoro de Mitzi
15. La ciega (primera novela que Liz Norton lee de Archimboldi, en 198l en Berlín)
16. La cabeza




Según escritura de Archimboldi

1. Lüdicke
2. La rosa ilimitada (“obtuvo una reseña favorable y tres reseñas desfavorables y se vendieron doscientos cinco ejemplares”).
3. La máscara de cuero
4. Ríos de Europa
5. Bifurcaria bifurcata (que “pasó por las librerías italianas con más pena que gloria”).
6. Herencia (“una novela de más de quinientas páginas, llena de tachaduras y añadidos y prolijas y a menudo ilegibles anotaciones a pie de página”).
7. Santo Tomás (“biografía apócrifa de un biógrafo cuyo biografiado es un gran escritor del régimen nazi, en donde algunos críticos quisieron ver retratado a Ernst Jünger”).
8. La ciega (Esta novela la escribe Archimboldi luego de haber estado en Hamburgo y de haber escuchado la revisión de los lapsus cálami, de los cuales su favorito fue el de Balzac, contenido en Beatriz: “empiezo a ver mal, dijo la ciega”).
9. El Mar Negro (Pieza teatral, o novela en parlamentos dramáticos, en donde el Mar Negro dialoga con el Océano Atlántico).
10. Letea (Novela explícitamente sexual. Letea es llevada a la Alemania del Tercer Reich. Primer libro de Archimboldi que agota cinco ediciones).
11. El vendedor de lotería (Historia de un lisiado alemán que vende boletos de lotería en Nueva York).
12. El padre (un hijo rememora las actividades de su padre como sicópata asesino).
13. El regreso
14. El rey de la selva (Al parecer, una autobiografía que escribe Archimboldi, mediante la cual, Lotte, su hermana, descubre la segunda personalidad de Hans y le posibilita encontrarlo).








* No es extraño que los tres listados no coincidan entre sí. Hay consenso en que la primera novela escrita y publicada por Archimboldi es Lüdicke, aunque en el listado editorial no se consigna su primer libro, una selección de cuentos llamada Los bajos fondos de Berlin.
















jueves, 1 de noviembre de 2007

“Si viviera en Chile, nadie me perdonaría esta novela”. Entrevista a Roberto Bolaño

por Melanie Jösch
Barcelona, Primera Línea



El celebrado autor chileno que obtuvo el premio Rómulo Gallegos por Los Detectives Salvajes presenta, por estos días en Barcelona, su última novela: Nocturno de Chile. Este libro se estructura en dos grandes y disímiles párrafos, uno tan largo que abarca casi todo el libro y otro tan corto, pero contundente, como para hacernos saber que esta vez sus letras desatan una "tormenta de mierda". Roberto Bolaño nos recibió en un su casa en Blanes, frente al Mediterráneo, donde vive junto a su mujer, hijo e hija por nacer, y donde trama, en un ejercicio diario, las novelas que hoy lo sitúan como una de las voces más destacadas de la literatura latinoamericana actual. Asegura que el camino aún está por recorrer, que proyecta una novela de mil páginas que será un clásico el año 2300 y que cuando la termine dejará de fumar. Por mientras, dio rienda suelta a la narrativa en Nocturno de Chile. El personaje que nos lleva de la mano a un país de náufragos es un sacerdote Opus Dei, crítico literario y poeta mediocre, de nombre Sebastián Urrutua Lacroix, conocido como el cura Ibacache. Todo ocurre en una noche de fiebre alta, cuando el miedo inminente a la muerte abre las compuertas de la memoria, desde donde salen, en hilera, las imágenes que nos llevarán desde el Chile latifundista hasta el golpe de Estado y la cruenta dictadura con su secuela de terror. A la vocación nacional de esta novela se cruzan viajes transatlánticos para conocer los métodos de conservación de las iglesias europeas, donde más bien se aprenden los métodos de exterminio de las palomas, máximas causantes del deterioro de las casas de Dios. Halcones son los fieles y certeros acompañantes de los sacerdotes en su misión de limpieza. En este tenor, irán apareciendo personajes, algunos grotescos -como María Canales, mujer que ofrece tertulias literarias mientras en el sótano de su casa se tortura-, otros redimidos -ya veremos- pero todos mirados desde la vara del humor, "del ridículo espantoso", como señala aquí el autor.



¿Nocturno de Chile es la metáfora de un país infernal?
No lo veo así. Es la metáfora de un país infernal, entre otras cosas. También es la metáfora de un país joven, de un país que no se sabe muy bien si es un país o un paisaje.

Es inquietante la perspectiva de esta novela, narrada a partir de personajes que apoyaron el golpe de Estado, que fueron mudos testigos del terror o que le dieron clases de marxismo a la Junta militar. ¿Por qué asume los ropajes del lobo?
La respuesta más cómoda para mí sería decir que por variar un poco. Después de asumir los ropajes de tantas ovejas, me dan ganas de ponerme la piel de un lobo. Ahora yo no creo que sean lobos realmente, ni el narrador ni gran parte de los personajes que aparecen en la novela, sino más bien náufragos. Hay unos cuantos lobos. El señor Oido y el señor Odeim son lobos al ciento por ciento y la Junta Militar chilena para qué te voy a decir. Pero los otros personajes son más bien seres extraviados, en el sentido que todos estamos extraviados. Incluso cuando hablamos de lobos yo añadiría lobitos. Ni siquiera lobos. Porque el matiz está, tal vez, en que el terror lo sienten muchos más los lobitos.

En su novela no parece salvarse nadie. No se salva la Iglesia Católica, que está representada en su parte más cruel, no se salva el narrador -el sacerdote Opus Dei y crítico literario- ni menos se salvan Pinochet y su entorno. ¿Por qué esa mirada hacia Chile?
No es hacia Chile. Es hacia estos personajes en concreto y hacia un momento concreto de mi vida. Seguramente me dejo llevar por la música de mi propia novela y en esa música no se podía salvar nadie. Pero, pensándolo bien, creo que sí se salvan algunos. Por ejemplo, el hijo de esa mujer (María Canales) que es un niño que está permanentemente asustado. Y también se salvan los campesinos del primer cuadro de la novela, unos campesinos extrañísimos, que parecen llegados de otro planeta. Ellos se salvan por su alteridad, porque escapan a cualquier intento de fijarlos, de historiarlos. El niño se salva por su inocencia. Hay un sacerdote que para mí se salva y es el que muere en Burgos. Ese cura es fantástico cuando dice "esto está muy mal, amiguitos"; "la cosa está muy malita". Este cura tiene a su pobre halcón muriéndose de hambre. Los dos están muriéndose de hambre, él y su halcón Rodrigo, e incluso el halcón Rodrigo, que representa en algun momento el Mal instalado en el corazón de la Iglesia, también me cae muy bien. Porque es el demonio, pero que arrastra toda su elegancia, su capacidad de seducción. El narrador, en cambio, el cura Ibacache, no es un personaje seductor y la gente con la que se reúne más bien cae por el lado de la impotencia sexual.

Pero acepta que es un libro oscuro sobre Chile.
Sí, pero también es un libro claro. Creo que es una novela con mucho sentido del humor. Al menos cuando la escribía me reía como loco. Incluso en los momentos más terribles de la novela hay sentido del humor, del ridículo, entendido a la manera chilena, es decir, ridículo espantoso.

Y al final, se desata "la tormenta de mierda"...
Porque en esta novela no había más remedio que eso. Es una metáfora a aquello que decía un poeta, "toda una vida perdida", a la constatación de que se ha perdido toda una vida. Cuando eso ocurre y se sigue viviendo, lo que viene a continuación es la tormenta de mierda, el apocalipsis individual.


La novela imperfecta

Es una constante en su literatura el cruce entre ficción y realidad, que aquí se da en una serie de personajes que tienen su doble en la vida cotidiana. ¿Qué papel juega la referencialidad?
La referencialidad no sirve para nada. Uno de los grandes novelistas del siglo XX es Marcel Proust y la Recherche está llena de referencias. Es una novela referencial al ciento por ciento y no tiene la más mínima importancia que tu sepas hoy quiénes eran los personajes. Acaso el ser referencial a veces ayuda a exorcisar algunos fantasmas o a clarificarte, pero sólo a ti mismo. En ocasiones, la referencialidad se usa como un guante de desafío, en otras ocasiones más que un guante de desafío es un acto casi suicida. Si yo viviera en Chile, probablemente nadie me perdonaría esta novela. Porque hay más de tres o cuatro personas que se sentirían aludidas, que tienen poder y que no me lo perdonarían jamás. La referencialidad puede ser leída desde multiples perspectivas, pero no creo que signifique mucho en la obra de un escritor. Mucho más importante es que la narración esté sustentada por una estructura literaria que sea válida, por un escritura que al menos sea legible y por una capacidad mínima de vocabulario. Porque la historia de la literatura está empedrada de obras muy malas escritas en servicio del pueblo, de la monarquía, de quien sea, y también está empedrada de obras muy malas de estricta referencialidad.

¿Por qué dice que Nocturno de Chile es una mejor novela que Los Detectives Salvajes?
Por algo muy sencillo. La novela es un arte imperfecto. Tal vez sea, en la literatura, el más imperfecto de todos. Y a más páginas escritas las posibilidades de lucir tus imperfeccciones son mayores.

¿Qué hay de su idea de escribir un clásico de mil páginas?
Cometeré muchísimos errores e imperfecciones. Evidentemente un libro largo tiene alguna ventaja. En un libro largo un escritor tiene que demostrar su aguante, su capacidad constante de inventiva, tiene que tener una respiración ancha y mucha capacidad de fabulación y, por supuesto, no es lo mismo concebir una casa que un rascacielos. Muchas veces es más habitable una casa, pero para construir un rascacielos hay que ser muy bueno, puesto que tienes que hacer trazados mucho más complicados. Ahora, dónde quiere vivir uno, generalmente en una casita. Hay un caso paradigmático al respecto. La novela más habitable de Herman Melville es un relato largo que se llama Bartleby, el escribiente. Todo el mundo dice maravillas de Bartleby, dicen que es la obra perfecta, pero se olvidan de que Melville escribió Moby Dick, la gran obra de este autor. Moby Dick inaugura una visión, una gran aventura en la novela americana. De hecho, la novela americana se funda en dos grandes novelas norteamericanas, que son Moby Dick, de Melville, y Huckleberry Finn, de Twain. Una transita por el lado más amable de la vida y la otra es la novela negra por excelencia. Una es paradisíaca y la otra, Moby Dick, es infernal y, paradógicamente, claustrofóbica, porque aunque el barco se mueve por todo el mundo, los marinos en el barco sólo se mueven dentro del barco. Y en ese autor, tan absolutamente prometéico como es Melville, generalmente la gente se encuentra mucho más a gusto con su Bartleby.


Nuevo boom latinoamericano

¿Cree que existe un nuevo boom de la literatura latinoamericana?
Sí. No pienso que sea un grupo con una ligadura generacional muy fuerte, porque hay gente nacida en el año 49, como César Aira, y hay gente nacida en el año 68, como Ignacio Padilla. Son casi veite años de diferencia. Ahora, también habían años de diferencia entre Julio Cortázar y Vargas Llosa. Lo que creo que marca un cambio es que los autores vuelven a asumir riesgos. No escriben fácil, no hacen la literatura epigonal, que era lo que se llevaba hasta ahora. Durante veinte años, desde finales del 70 hasta principios del 90, la literatura que se hacía era como el bagazo del realismo mágico. Nunca nada original. Nunca nada que asumiera riesgos. La década del 80, que fue nefasta para Latinoamércia, creó una tipología que no sólo se expandió en el ámbito literario, sino básicamente en el ámbito profesional, cuyo lema era ganar dinero, tener éxito, todo con un rechazo absoluto al fracaso y un acriticismo por encima de todo. Y los escritores adoptaron más o menos ese modelo como propio. Entonces aparecen escritores en los que no hay nada. O son malos copistas del realismo mágico, como la mexicana Laura Esquivel, o son pésimos escritores “juveniles”, como Alberto Fuguet, o son escritores que toman temas históricos de una forma nefasta. Hay una escritura muy mala en Latinoamérica, una escritura que por un lado abusa del tipismo, del folclorismo, y que se intenta vender al extranjero como mercadería exótica.

¿Cuáles serían los riesgos que asumen los escritores del "nuevo boom"?
Los riesgos están en los tratamientos formales que, por ejemplo, Rodrigo Rey Rosa da a sus cuentos. Los cuentos de Rodrigo Rey Rosa no los ha escrito nadie en lengua castellana. Antes que él hay grandes cuentistas, incluso un cuentista genial, que es Borges, pero los cuentos de Rey Rosa nadie los ha escrito. Son absolutamente propios. Creo que Rey Rosa es un autor que será estudiado dentro de cincuenta años. Lo tendrán como un verdadero renovador del relato corto. Los territorios donde se mueve son territorios que únicamente le pertenecen a él y a su tradición, a lo que lleva detrás. Porque, desde luego, él no nace sabiendo escribir. En este sentido, los experimentos literarios de César Aira vienen directamente de Gombrovicz y de otro gran escritor argentino que es Lamborghini. Lo que hace César Aira es algo que tampoco se había hecho.

¿De dónde viene usted?
Creo que vengo de la poesía. No me parezco ni a César Aira, ni a Rey Rosa, ni a Juan Villoro, ni a Javier Marías, ni a Vila Matas -que es uno de los buenos-. Ninguno de los que te he nombrado es escritor de poesía. Yo básicamente soy poeta. Empecé como poeta. Casi siempre he creído, y aún sigo creyéndolo, que escribir prosa es de un mal gusto bestial. Y lo digo en serio.

¿Por qué?
En algún sentido creo que escribir prosa es volver a las labores de mi abuelo analfabeto. Es mucho más difícil la poesía. Las escenografías que te proporciona la poesía son de una pureza y de una desolación muy grande. Cuando juntas pureza y desolación el escenario se agranda automáticamente hasta el infinito y lo lógico es que tu desaparezcas en ese escenario y, sin embargo, no desapareces. Te haces infinitamente pequeño pero no desapareces.

Usted mismo ha dicho que la mejor poesía del siglo se ha escrito en prosa...
Lo que probablemente quiere decir que la poesía en sus métricas habituales y en su soporte clásico ya está muerta.

Acaba de sugerir que si hubiese publicado su última novela en Chile seguramente no lo perdonarían. ¿Qué le pediría a sus lectores?
Primero, a mis lectores, que son pocos pero fieles, les pediría perdón. Mis más sentidas y profundas excusas por haber vuelto a reincidir. Segundo, pediría que se rieran y, tercero, me gustaría que les satisfaciera, no a todos, pero sí a algunos, la forma de mi novela, que aparentemente es muy sencilla pero realmente es hipercomplicada. La novela se divide en dos párrafos, uno que dura ciento cincuenta páginas y otro que dura una línea. Y, luego, está construida en una sucesión de cuadros en donde casi no hay punto de hilación o bien los puntos de unión entre un cuadro y otro son puramente experimentales. La novela es la narración del transcurso de una noche del cura Ibacache, que comienza con la fiebre alta y ésta se va remitiendo. Los primeros capítulos están narrados desde el delirio más extremo, desde los 40 grados de fiebre, pero los últimos están narrados desde los 37.5 y en él último párrafo, cuando empieza la tormenta de mierda, ya no hay fiebre. Eso lo dediqué a los lectores.