martes, 28 de octubre de 2008

“La paternidad es lo mejor y también lo más terrible”. Entrevista a Roberto Bolaño

por Felipe Ossandón
14.02.2003





Soy un lector tardío de Bolaño. A pesar de que había escuchado hablar de él hace tiempo, recién hace un par de años lo leí por primera vez. Lo leí con desgano y soberbia. Y así me mantuve, mirándolo desde lejos, hasta que llegué a "Los Detectives Salvajes", novela de la que me hice adicto apenas leí la primera página. Desde ese día soy un fanático incondicional de su obra. Lo considero el mejor escritor chileno del momento (si es que se puede hablar de "mejor" o "peor" en ese pantanoso terreno de la creación literaria). Tal vez fue eso lo que me motivó a entrevistarlo. O tal vez fue el calor insoportable que me subió los humos a la cabeza. Y aunque no tengo nada específico que preguntarle, siempre es bueno escuchar lo que dice un tipo de verdad. Como sea, y no me pregunten cómo, conseguí el correo electrónico de Roberto y mantuve con él una cordial conversación a través de la fibra óptica.



¿A qué edad comprendiste que querías dedicarte a escribir?
A los quince. Cuando me fui de Chile. Pero en realidad eso nunca uno lo "comprende" o lo "entiende" de forma cabal. En términos generales yo no diría que me "dedico" a escribir. De hecho, en ocasiones ni siquiera sé muy bien qué es eso de escribir.

Durante mucho tiempo tuviste que dedicarte a trabajos que nada tuvieron que ver con la literatura. ¿En qué pensabas para no desfallecer?
No creo que exista ningún trabajo que no tenga que ver con la literatura. Hasta la limpieza de fosas sépticas tiene una relación con la literatura. Quizá ése más que ningún otro. ¿En qué pensaba para no desfallecer? En el premio Stalin al obrero ejemplar, naturalmente.

Escribes poesía y narrativa (cuentos y novelas) ¿Podrías explicar cómo distingues cuándo una idea o una imagen o una sensación, etc., es más indicada para un poema, para un cuento o para una novela?
Por la estructura, claro. Hay ideas con las que puedes construir un departamentito en la costa o una ruca en la montaña, pero no un edificio de veinte pisos. Y cuando digo estructura incluyo una vaga idea de música, un fraseo, una prosodia, que rápidamente me permite saber (aunque a menudo uno se equivoca) si una cosa va a tener veinte páginas o doscientas o mil. O una sola.

¿Escuchas música cuando escribes o lo haces en silencio? ¿Qué importancia tiene el rock en tu obra?
Antes solía escuchar música. Casi siempre rock y además a todo volumen. Pero desde que no limpio el cabezal de mi walkman (por pereza, claro, o por dejadez) escribo en silencio. Recuerdo que escuchaba a The Pogues, y a Dylan, claro. Y a un grupo que se llamaba Suicide y que no sé qué pasó con ellos. En realidad creo que sólo eran dos personas. Un grupo de dos muy radical. Y también a los Tri, un grupo mexicano.

Los detectives salvajes es un libro que remece, que le ha cambiado la vida a muchas personas (me incluyo) ¿Cómo cambió tu vida después de publicar ese libro?
En nada. Yo los libros, después de publicarlos, procuro olvidarme de ellos. Recuerdo los libros de otros, nunca cometo la imprudencia de tener presentes mis propios libros.

¿Tuviste conciencia de su importancia mientras lo escribías? ¿Crees que es tu mejor novela?
Como diría Nicanor Parra: "mala no es". Tampoco es mi mejor novela. ¿Cuál es mi mejor novela? No tengo idea. Sinceramente no lo sé. Yo diría, acaso, que la suma de tres o cuatro de ellas.

Tu última novela (Amberes), tuvo un dispar recibimiento de la crítica. ¿Estás satisfecho con los resultados?
Esa novelita me gusta mucho, tal vez porque cuando la escribí yo era otro, en principio mucho más joven y tal vez más valiente y mejor que ahora. Y el ejercicio de la literatura, entonces, era mucho más radical que ahora, que procuro, dentro de ciertos límites, ser inteligible. Entonces me importaba un comino que me entendieran o no.

Con respecto a eso mismo ¿Cómo mides tú los resultados de una novela: por las ventas, por la crítica, por las felicitaciones en la calle?
Jamás. Si eso fuera un barómetro mejor el fuego. En realidad los resultados de una obra los disfruta o los sufre el autor de esa obra en el momento de concebirla. Una vez hecha, ya está, se acabó. El resto, en el mejor de los casos, son conversaciones con amigos, tu novela como mero pretexto para hablar de cosas más importantes como la épica en Tolstoi o los motivos de beligerancia entre parnasianos, simbolistas y decadentes. O para hablar del tiempo o de la guerra, que prevalece, o del suicidio.

¿Crees que si nunca hubieras salido del "horroroso Chile" habrías logrado escribir como lo has hecho hasta ahora (en cantidad, en calidad, en temática)?
Hubiera escrito otras cosas, o me habrían matado después del 11 de septiembre. Eso nunca lo sabré.

¿Es importante salir de aquí para convertirse en un buen escritor?
De ningún modo. No sé qué se debe hacer para ser un buen escritor. Leer mucho y vivir mucho, supongo. Ser muy valiente y también ser prudente. No lo sé. Sí sé qué hay que hacer para ser escritor. Y no es necesario, no es un requisito, irse de su país. Basta con ser paciente y tener sentido del humor.

¿Qué le dirías a un escritor joven para que huya despavorido de la literatura, para que no vuelva a pulsar una tecla?
Soy incapaz de decirle a nadie algo así, menos aún a un joven.

Tu próxima novela está ambientada en 2666 ¿Cómo crees que será el planeta en ese año? ¿Crees que, al paso que vamos, la humanidad llegará a esa fecha?
No, mi novela no está ambientada en ese año. No es una novela de ciencia ficción. Hay un nexo con esa fecha, pero nada más. ¿Si llegaremos al siglo XXVII? Probablemente. Aunque para entonces, de eso estoy seguro, no nos va a reconocer ni la madre que nos parió.

¿Podrías referirte brevemente a esa novela?
No.

¿Cuál es tu posición frente a la guerra en Irak?
Me parece mucho más terrible la muerte diaria de miles de africanos por el sida, la malaria, el hambre, y que no concita las protestas de nadie. La guerra de Irak será una guerra colonial más, es decir una guerra presegunda guerra mundial, entre un imperio y una tiranía fascistoide.

Sugiere un seudónimo para George W. Bush.
Ninguno.

¿Cómo es tu vida en Blanes? ¿Tienes un horario para escribir o lo haces cuando te dan ganas? ¿En qué ocupas el resto del tiempo?
Últimamente mis horarios están un poco dislocados. Escribo mucho, corrijo mucho, leo, veo a mis hijos. El resto del tiempo lo ocupo en dormir y tener pesadillas tipo Wes Craven.

Pensaste algún día que llegarías a tener el estilo de vida que tienes (dedicado 100% a la literatura)?
Alguna vez. Pero nunca fue algo muy importante. En realidad siempre estuve dedicado a la literatura a tiempo completo.

¿Qué libro estás leyendo actualmente?
Una antología sobre escritoras románticas alemanas y "Los Bioy", el libro de memorias de la sirvienta de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.

¿Cuál fue la última película que viste?
Vi dos. Una de gángsters, que me defraudó, de Tom Hanks y Paul Newman. La típica película de la canalla sentimental semi ilustrada. Y una de guerra, de Ridley Scott, creo que se llamaba Blackhawk derribado o algo así, que me pareció muy entretenida, aunque el guión era un poco exagerado, pero la película la vi con gran gusto, muy buen ritmo, trepidante, como suelen decir los críticos, un ritmo sostenido y la mayor parte de las veces austero, aunque el guión flaqueaba cuando intentaba mostrar el trasfondo político.

¿Has escrito o escribirías guiones para cine o televisión? ¿Te interesa ese formato?
No.

En Chile ha llegado la moda de los reality shows. Gente que se encierra en una casa y es filmada las 24 horas del día, como hamsters multimediales, con el único objetivo de ser famoso ¿Qué opinas de ese fenómeno?
La televisión es como un albañal sin fondo. Lo peligroso es que a menudo, y eso tal vez convierta a la televisión en arte, es también nuestro espejo. El espejo cotidiano.

¿Cuánto te importa la fama? ¿Qué tanto pesa el ego en el trabajo de un escritor?
La fama es una estupidez, sobre todo referida a la literatura. El ego, por otra parte, no tiene nada que ver con la fama. Yo siempre he despreciado a la fama y sin embargo mi ego siempre ha estado allí, gozando de una salud óptima que ya quisiera yo para otras partes de mi cuerpo.

Cualquier escritor podría estar más que satisfecho con lo que tú has conseguido hasta ahora ¿Qué metas te has propuesto para el futuro? ¿Esperas más premios, más dinero, más admiradores, o simplemente más tranquilidad?
Yo nunca he esperado nada para mí. Espero que mis hijos, por ejemplo, puedan vivir en un mundo más tolerante, más "razonable" que el que me tocó a mí. Esta es una debilidad o una legítima aspiración que comparto, supongo, con todos los padres. Pero para mí no espero ni he esperado nada. Tal vez el golpe de dados del que hablaba Mallarmé, pero porque sí, gratuitamente, para ver qué pasa.

¿Cómo ha afectado tu vida el surgimiento de internet?
Escribo más cartas que antes. O tal vez deberíamos precisar: escribo más postales que antes. Y la postal es a una carta lo que un garrote a una ametralladora. Es probable que gracias a internet la gente escriba más. Lamentablemente no creo que eso signifique que lea más.

¿Por qué crees que ya entrado el siglo 21 y tomando en cuenta la existencia del cine, la televisión, los videojuegos e internet, hay gente que sigue interesada en leer y escribir ficción a través un objeto tan primitivo como un libro?
Por la misma razón que hay gente que prefiere colgar en una pared un cuadro de Picasso o Barceló antes que una foto recortada de un periódico cualquiera. Por educación. Por cierto gusto. O, si prefieres un símil deportivo, por la misma razón que hace que los jugadores de verdad no apuesten su vida en una partida de ludo o de monopoly y prefieran seguir utilizando la vieja y más emocionante ruleta rusa.

¿Podrías describir exactamente qué ropa llevas puesta al momento de responder este cuestionario?
Bluejeans, zapatos negros Martinelli, suéter de lana, chaqueta de cuero negra, un cigarrillo en la mano izquierda.

Llena los espacios en blanco: La poesía es:____ La novela es:____ El cuento es:____
Esto no se puede responder.

En tu poema "Godzilla en México" el hablante se dirige a su hijo en una situación catastrófica. En el cuento "Últimos atardeceres en la Tierra" un padre y su hijo viven unas vacaciones bastante siniestras. ¿Cuál es, en tu opinión, el mejor consejo que le has dado a tu hijo? ¿Qué importancia le das a la paternidad?
El mejor lo escuché en una película norteamericana: "Nunca apuestes contra un jugador que tenga de apodo el nombre de una ciudad". La paternidad es lo mejor y también lo más terrible porque vuelves a ser infinitamente vulnerable.

Por último ¿Qué estabas haciendo antes de responder este cuestionario y qué vas a hacer inmediatamente después de que lo termines?
Estaba leyendo las noticias deportivas en un bar y soportando el frío atroz que parece no acabar nunca. Y ahora, justo ahora, volveré a salir a la calle e iré a mi apartado de correos, a ver si tengo alguna carta.









jueves, 23 de octubre de 2008

“Monsieur Pain” de Roberto Bolaño

por Abraham Prudencio Sánchez








Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente,
vino hacia él un hombre
y le dijo: “¡No mueras, te amo tanto!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: “¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: “ ¡Quédate, hermano!”
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

César Vallejo




Francia es el escenario donde discurre toda la novela, este país también vive muy de cerca el periodo de conflicto armado. El mundo está a puertas de vivir uno de los acontecimientos más nefastos de su historia. Es en estas circunstancias de gran tensión cuando se teje una historia personal pero que tampoco puede desligarse del contexto.


Una historia misteriosa

Marcelle Reynaud, al ver que el esposo de su amiga está muriendo, se pone en contacto con Pierre Pain, que es un virtuoso practicante del mesmerismo, para hablar del caso; sin embargo, desde el primer instante siente que ciertas cosas no encajan, es así como ocurre un hecho que a Pain le llama la atención: El primer síntoma de la singularidad de la historia en la que acababa de abarcarme se presentó en seguida, al bajar las escaleras y cruzarme, a la altura del tercer piso, con dos hombres. Hablaban español, un idioma que no entiendo, y llevaban gabardinas oscuras y sombreros de ala ancha que, al estar ellos en un nivel inferior al mío, velaban sus rostros. (pág. 15 ).

Rápidamente, antes de que pueda aclarar de qué se trataba, intuye que esos tipos son pasibles de todo tipo de sospechas, de pronto este ciudadano francés, cuya vida es tranquila, se ve inmerso en aquello que menos esperaba, siente que lo espían y no entiende por qué.

Madame Reynaud, creyendo en sus poderes sanatorios, lo había convocado una vez más; pero en esta ocasión no se trataba de un asunto personal, ahora era un señor llamado Vallejo quien necesitaba ayuda. Seis meses antes su esposo había muerto y él no había podido hacer nada para salvarlo. Ahora este paciente enfermo y pobre se estaba muriendo, un ataque ininterrumpido de hipo lo estaba martirizando, los mejores médicos lo auscultan pero no pueden hallar la causa de su mal.

Él, como especialista en acupuntura, era la última esperanza. Después de la primera entrevista Pain siente que algo ha cambiado y efectivamente la sospecha que tuvo al inicio se confirma, dos hombres seguían sus pasos: Me siguen, constaté con la misma mezcla de certeza y asombro con que los soldados se descubren una pierna gangrenada. ¿Era posible? (pág. 24).

Posteriormente por confesión de madame Grenelle, la arrendataria de las habitaciones contiguas, se entera que dos individuos extranjeros habían estado preguntando por él, todo da a entender que eran las mismas personas que lo siguieron. …me preguntaron si usted vivía aquí y yo les dije que sí, claro, pero seguramente había pasado la noche en otro sitio… (pág. 27).

Los desconocidos habían dejado una nota donde le decían que era necesario encontrarse en el café Víctor que estaba en el Barrio Latino. Pain no podía entender lo que está sucediendo, desconocía a los tipos que le pedían cita y lo que pretendían.

El médico de cabecera de Vallejo era Lejard, éste se sentía incómodo ante la presencia de un “charlatán”; fue en ese momento cuando informaron que el eminente doctor Lemière había llegado, su presencia fue sorpresiva dado que este doctor era toda una eminencia. Pain se siente casi obligado a salir del lugar, ambas “disciplinas” eran simplemente incompatibles. Por confesión de Madame Reynaud se supo que el doctor Lejard no fue a ver al paciente durante 4 días, una vez más el misterio se vuelve a avivar ¿por qué este doctor tomaba esas medidas sabiendo que el paciente estaba grave? ¿Acaso se debía sólo a que los Vallejo no tenían dinero para pagar la atención?

Guiado por la curiosidad decide asistir a la cita con esos españoles desconocidos, quería de todas maneras saber qué estaba pasando, su deseo era recabar informaciones ¿por qué tanto misterio? ¿Por qué lo seguían? ¿Por qué todos ellos estaban vinculados al caso Vallejo? ¿Qué querían? ¿Qué buscaban?, Está decidido a resolver el caso pero los desconocidos sabían detalles que él ignoraba y desde el inicio fueron claros y contundentes: -Ya puede olvidarlo –dijo-, queremos que se olvide de todo, de Vallejo, de su mujer, de nosotros, de todo. (pag. 42).

Ellos conocen de sus facultades y de lo que él puede ser capaz en su especialidad, esos dos españoles flacos y morenos le proponían muy seriamente dejar el caso y para que sea algo efectivo lo sobornan con más de dos mil francos, pero los españoles no sabían que le estaban pagando por nada. …los españoles aún no sabían que yo estaba completamente desligado del asunto, Lemière se hacía cargo de todo; él y su equipo médico y Lejard; era de imbéciles pagar para que me desentendiera de algo con lo que no podía tener ninguna relación. (pág. 43).

Madame Reynaud le lleva malas noticias, el doctor Lemière se muestra vencido, según él ya no se podía hacer nada. Todos los órganos son nuevos (pág. 59), había sentenciado; sin embargo, madame Vallejo se resiste a aceptarlo, agotaría todas las posibilidades.

Por otra parte él aún se resiste a comprender cómo esos hombres le exigían que abandone algo que ni siquiera había empezado, ese misterio era simplemente incomprensible, darle dinero por no hacer nada, ¿por qué hacían todo eso? ¿Por qué lo seguían? ¿Quién era en realidad el tal Vallejo? Sólo había dos posibilidades o eran unos despistados o simplemente sabían mucho más de lo que parecía. -Déjenos a nosotros cuidar de Vallejo, él es un amigo, un amigo del alma. (pág. 68).

Cada vez está más convencido de que en el caso Vallejo hay un trasfondo mucho más complejo y enigmático, cuando todo debería andar bien de pronto se encuentra con cosas que no puede entender, ello se confirma una vez cuando llega al hospital y allí se encuentra nuevamente con otra sorpresa: -Nadie puede ver a Monsieur Vallejo –mintió-, son órdenes. (pág. 91). La orden la había dado un médico y Pain es sacado a la fuerza del hospital, era algo que no tenía ni pies ni cabeza.

Pain siempre había llevado una vida solitaria y bohemia, no tenía un rumbo definido. Siente la ausencia de madame Reynaud, había empezado a quererla en secreto aunque ella nunca dio muestras de sentir lo mismo y, al no verla, los celos lo consumen. Sin poder encontrar otra persona quien lo pueda escuchar nuevamente se comunica con Rivette, le revela que alguien intentaba matar a su paciente, él está convencido que desde que tomó el caso algo raro está pasando allí. …Perdóneme…Creo que van a asesinar a Vallejo… Mi paciente…No me pregunte cómo lo sé… No hay explicación que valga… (pág. 110).

Fue en ese momento cuando cae en cuenta de algo importante, Rivette también estaba solo: …Comprendí entonces que el viejo y yo éramos semejantes no sólo en nuestra disposición frente al laberinto sino también en nuestra común condición de espectadores. (pág. 111).

Estos últimos acontecimientos no le ayudan a esclarecer nada, seguía en las tinieblas, aún no puede entender plenamente las circunstancias que suceden en torno a ese hombre que se estaba muriendo de nada. Días después, Madame Reynaud llega junto a Jean Blockman, su novio, ella le informó que ahora debía despreocuparse porque Vallejo ya había muerto, incluso Aragon hizo el discurso pues Vallejo, poeta peruano, ya había muerto. Recién se entera de que madame Reynaud ya estaba comprometida y con ello toda su ilusión se volvía a esfumar además que su paciente había muerto sin que él pudiera hacer el mayor de sus sacrificios.


La historia paralela

El clima político intenso que se vive se grafica constantemente en cada suceso, ese proceso se plasma muy bien en la pecera donde se representa ese proceso conflictivo de destrucción y muerte.

Mientras Francia está alerta se llega a saber que España está en plena Guerra Civil, en este conflicto se estaban probando armamentos nunca antes utilizados, son los alemanes quienes estaban ensayando su arsenal bélico, los germanos no sólo eran un peligro para España sino también para la misma Francia.

Pain a los veintiún años participó en la Gran Guerra, aquí había sido torturado, le habían quemado los pulmones, fue una casualidad que siguiera con vida, por eso se dedicó desde joven a las ciencias ocultas, fue por esas épocas cuando leyó la Histoire abrégée du magnetisme animal de Franz Mesmer, desde allí se convirtió en un apasionado mesmerista. Se nutrió de una amplia bibliografía acerca del tema. Mesmer estaba convencido de que en la raíz de casi todas las enfermedades se hallaba un desarreglo nervioso que podía ser resuelto con ciertas facultades del poder mental pero los médicos desechaban categóricamente este tipo de prácticas.

Pain aún no puede superar ciertas cosas, se siente traicionado, sabe que no debió recibir el dinero, se había vendido a pesar de no comprender nada, finalmente para encontrar paz y alguna respuesta se contacta con su viejo amigo y maestro Rivette, que tiempo atrás había dirigido un grupo selecto, este personaje sirve de conexión con otra historia paralela; nos trasladamos de esa manera a circunstancias distintas, es aquí cuando se menciona a un tal Terzeff y su intento crucial de refutar a Madame Curie; según la versión de Rivette, Terzeff fue muy amigo de Pleumeur-Bodou, dado algunos hechos parece que se habría enamorado de Irene, hija de madame Curie, e impulsado por esa ciega pasión trató de refutarla, estos y otros motivos lo empujaron al suicido; sin embargo, esta es una de las tantas versiones que se maneja acerca del caso.

Pierre Pain tiene un sueño donde se ve en un laberinto que se asemeja mucho a la clínica Arago, no sabe qué hace allí, quizá intenta buscar a Vallejo, todo ese periplo está compuesto de voces, hasta en sus sueños aparecen las figuras de Terzeff, Pleumeur-Bodou, y también del maestro Rivette.

La oportunidad para resolver ese misterio se da cuando reconoce a uno de los españoles que lo había sobornado, lo sigue con la intensión de cerciorarse hacia qué pistas lo conducía. Tras una larga caminata el sospechoso llega a un cine, aquí es cuando se da con una sorpresa: su compañero Pleumeur-Bodou estaba allí vivito y coleando, se encontraba viendo una película en la que Terzeff sale junto con otros en su laboratorio, Pleumeur-Bodou le cuenta que Terzeff fue admitido entre tantos aspirantes incluso él mismo había sido rechazado, los veinte científicos murieron en la explosión del laboratorio menos Michel, luego se supo que estaban trabajando con algo relacionado a la radiactividad, es en esta parte donde se da el juego entre la realidad y la ficción.

Pleumeur-Bodou cuenta que vino desde España exclusivamente para ver esa película porque Terzeff fue su amigo, Pain indaga sobre el soborno pero Pleumeur-Bodou le dice que posiblemente ha sido una simple broma. Pleumeur-Bodou maneja otra versión de todo lo sucedido, le dice que Terzeff nunca conoció a Irene, éste sólo comenzó a frecuentar el círculo de Madame Curie, sería un misterio eterno la causa de su suicidio. Pleumeur-Bodou revela que trabaja en retaguardia, en este puesto aplica sus conocimientos mesmeristas en los interrogatorios de prisioneros o espías. Tanto la política como el mal uso de esas habilidades hacen que los antiguos compañeros terminen odiándose. Esta es una historia alterna de gente con buenos conocimientos mesmeristas y una vez más el clima de guerra que se sucede alrededor del mundo es motivo para la separación, Pleumeur-Bodou apoya la causa de los fascistas y los otros están en el bando contrario o simplemente no se meten.


Conjeturas

En el momento en que Pain va tras las huellas de uno de los españoles que lo había sobornado, está convencido de al menos averiguar algo que le ayude a entender el por qué de tanto empecinamiento con el moribundo Vallejo y, en lugar de encontrar algo claro, ante sus ojos se presenta la persona menos indicada, Pleumeur-Bodou se yergue triunfante, pero ¿qué hacía este hombre allí?, por los escuetos datos podemos sospechar que eran varios los motivos. Se puede afirmar que Pain fue sobornado por órdenes de Pleumeur-Bodou por haber sido amigo y compañero en los años de formación, era como una especie de ayuda a su crítica situación; sin embargo, la situación se complejiza por el asunto político y la ayuda no es del todo gratuita, en el trasfondo también estaba el deseo de desaparecer a Vallejo; enlazando sabemos que aprovechando su mal estado un grupo de personas deseaban asesinarlo, estas personas tienen conexión con Pleumeur-Bodou que dadas las distancias políticas habría ordenado su muerte.

Bolaño afirma que este libro tiene referencias históricas y efectivamente Vallejo en la vida real había participado activamente en la Guerra Civil Española, ayudó a la formación de Comités de Defensa de la República e incluso preocupado por los últimos acontecimientos viajó a Barcelona bajo la autorización expresa de la Consejería de Defensa de las Milicias antifascistas de Cataluña, y para confirmar su adhesión el dos de Julio de 1936 junto a otros intelectuales participó en el Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en Defensa de la Cultura, fruto de esto Vallejo escribe España, aparta de mí este cáliz. Es quizá por esta entrega que hay un deseo de parte de los fascistas de querer verlo muerto.

Pain es un francés solitario y atormentado, su vida es parte de la secuela dejada a causa de la guerra, no entiende nada de lo sucedido, tampoco sabría nunca por qué había sobrevivido a la Gran Guerra a pesar de que lo torturaron, ni quiénes eran esos extraños españoles, tampoco conocería quién era en realidad la persona a quien trataba de salvar, la verdad le estaba vedada, la única manera de no seguir perdido por el mundo era el amor, quiere apostar todo por esa posibilidad, madame Reynaud podía ser esa persona que él buscaba, lo intentó pero luego se convenció que dichos sueños no podían ser posibles, madame Reynaud ya estaba saliendo con otro hombre (hacía sólo unos meses que había perdido a su marido). Pain se reconoce como una persona débil, incapaz de hacerle frente a las peores adversidades, se siente frustrado, no pudo salvar al esposo de Reynaud ni tampoco a Vallejo, se dejó sobornar sin estar en el asunto, nunca entenderá cuál fue su papel dentro del grupo presidido por Rivette ni sabrá la verdad de lo que sucedió a sus compañeros, va más allá del silencio pues el amor le está negado. Las guerras y las muertes se empozan en el alma causando mucho dolor.

Vallejo es ese ser desconocido que encarna el sufrimiento y la imposibilidad de sanar del género humano, este ser sufriente se iba a morir a pesar de todo, no habla ni se queja, sólo espera con impaciencia la muerte, ¿qué había hecho para que mucha gente deseara su muerte? Pain siente la necesidad de ver a su paciente, se dirige a la clínica Arago y allí lo encuentra, éste en ese preciso momento dormía. Ante mí se desplegaba tímidamente el rostro afilado del enfermo con esa rara dignidad desconsolada común a todos los que llevan algún tiempo encerrados en un hospital. El resto es borroso; mechones de pelo negro, el cuello mal cubierto por la camisa del pijama, la piel lustrosa, sin rastros de sudor. En la quietud de la habitación sólo se oía su hipo. (pág. 62).

Era la primera vez que veía a Vallejo, y su paciente se seguía muriendo. La novela gira alrededor de este personaje, aunque en ningún momento emite una palabra o acción, sólo se lo describe como un individuo en plena agonía. Hasta el final se ignora qué intereses se juegan con la vida o la muerte de este poeta.

Vemos que en el transcurso de la novela Pain es impedido de hacer ciertas cosas, hay una fuerza poderosa que se opone a que él pueda tratar a su paciente. Sólo hay una manera para conectarse con el pasado y se da gracias a Rivette; sin embargo, es en el pasado cuando él se pierde, ocurre un juego mimético entre el sueño y la realidad que él tampoco alcanza a comprender del todo porque sencillamente desconoce su historia y la del resto. Se vive un clima politizado y un periodo de entreguerras en el que los personajes son víctimas de su pasado, podemos intuir esa carga negativa en que la mayoría de los personajes sucumben a una realidad opresora, un fiel ejemplo de esto es Pain quien es un hombre derrotado anímicamente, los esfuerzos que haga serán vanos, sabe que ha perdido todas las guerras pero se resiste a aceptar su realidad, los especialistas de la salud simplemente lo menosprecian y lo toman por un charlatán y con respecto al amor no será correspondido, la mujer a quien ama ya está comprometida, divaga suelto por las calles de París sin un rumbo definido. Al darse la muerte de Vallejo, y en contra de su deseo, su presencia ya no tiene razón de ser. Una vez más se sume en la soledad y el desamparo.









martes, 21 de octubre de 2008

Le mando un beso

por Aurora Viña
www.abc.es, 03.05.2008
Nº 848




Los grandes escritores en papel desprecian los blogs. Hay quien diría que son cosas de la edad y de los derechos de autor.

En el siglo XX, la revista generacional y el manifiesto que anunciaba nueva escuela eran las armas de combate del escritor en ciernes. A comienzos del XXI, los han sustituido los blogs literarios, casi siempre individuales, pero contra lo que pudiera parecer las diferencias resultan mínimas: entonces y ahora hay más publicaciones que lectores, pasan desapercibidas y los autores se valen del desparpajo y la osadía.

Las primeras bitácoras se crearon hace poco más de una década, así que todavía es pronto para saber si los blogs literarios reavivarán también viejas tradiciones, como los dietarios y los folletines de los periódicos del siglo XIX, o si darán lugar a algún nuevo género. Lo seguro es que se han convertido en plataforma del escritor novel, mientras que para el consagrado parece sólo asunto de albaceas. Como en el caso de Josep Pla, cuya fundación ha tenido la feliz idea de ir colgando en la red las anotaciones que hizo en El quadern gris los mismos días de hace noventa años. Sábado 8 de marzo de 2008: «Com que hi ha tanta grip, han hagut de clausurar la Universitat».

También tiene blog el novelista Roberto Bolaño, que falleció en 2003. Se lo abrió hace unos meses el escritor Carlos Almonte. El Archivo Bolaño incluye textos del autor, entrevistas, análisis, fotos y noticias que ayudan a comprender su obra. Como esta: el Departamento de Justicia Criminal de Tejas ha prohibido al recluso número 1385412 comprar Los detectives salvajes porque resulta contraproducente para la rehabilitación del reo. Bolaño estaría de acuerdo: «La literatura, como diría una folclórica andaluza, es un peligro», explicó al recibir el Premio Rómulo Gallegos por su novela.

El Archivo Bolaño incluye aquel discurso y numerosas declaraciones en las que considera a Javier Marías, tal vez con razón, el mejor prosista español vivo. Marías tiene página oficial desde 2004 y, como es hombre con sentido del humor, la llama blog. No escribe nada en él, pero le sirve para archivar los artículos impresos, así como los que se dedican a su obra y, en ocasiones, a la de su padre, Julián Marías, al dios tutelar Juan Benet y a los libros que edita el Reino de Redonda. Si el blog de Marías fuera realmente un blog, sería el único en el mundo que no publica comentarios de los lectores.

A Bolaño y a Javier Marías los une además haber aprovechado la entrega del Premio Rómulo Gallegos para las confidencias: «Escribo para no tener jefe y para no madrugar», reveló Marías al recibir el suyo por Mañana en la batalla piensa en mí. Este desapego de los escritores hacia los jefes amenaza con convertirse en plaga, y por eso apenas sorprende que el poeta Tomás Segovia confesara exultante tras jubilarse: «No es sólo andar suelto por las calles, no tener horarios, ni compromisos encadenantes, ni jefes; es sobre todo no tener ni siquiera la figura de un jefe».

Lo escribió en el cuaderno de notas inédito que lleva desde su primera juventud y que ha comenzado a colgar en El blog de Tomás. Lo abrió en noviembre de 2007 y es aún exiguo, pero se trata de una auténtica bitácora. Hay traducciones y poemas inéditos, notas de actualidad y bibliografía reciente. También comentarios de lectores, que prueban que Javier Marías se equivoca al no admitirlos: «Le entrevisté hace poco para Canal Extremadura Radio. Y, cuando le estaba haciendo la entrevista, yo pensaba una cosa que no le dije. Pero se la digo ahora: es de las personas más excitantes que he conocido. En el sentido que usted le quiera dar. Le mando un beso».

El mismo entusiasmo sienten los lectores por Félix de Azúa, y cada una de las entradas de su blog recibe entre 200 y 300 comentarios. Azúa escribió casi diariamente en él durante un año, entre 2005 y 2006, y los análisis y glosas, siempre lúcidos y provocadores, eran un festín para la inteligencia. A partir de enero de 2007, el blog se limitó a acoger los artículos, noticias y entrevistas publicados en papel. Una pena. Porque Azúa demostró que, cuando hay talento, empieza a verse con claridad algo de lo que es la bitácora literaria: la forma más libre e intensa de relación entre el autor y el lector. Y por eso a veces hasta hay besos, muchos besos. En el sentido que el escritor les quiera dar, por supuesto.








viernes, 17 de octubre de 2008

Un plato fuerte de la China destruida

por Enrique Vila-Matas
El País. Cataluña. 24.08.2003














Le decía en una carta Franz Kafka a Felice Bauer: “En este sentido escribir es un sueño más profundo. Como la muerte. Del mismo modo que no se saca ni se puede sacar a un muerto de su sepultura, nadie podrá arrancarme por la noche de mi mesa de trabajo”. Estas palabras de Kafka me trajeron ayer el recuerdo de Roberto Bolaño y de su actitud ante la vida y la escritura, el recuerdo de todos esos años en los que se dedicó, sin tregua alguna y con intensidad fuera de la normal, a entrelazar sueño profundo, muerte y caligrafía.

También Marguerite Duras, en las últimas páginas de Eso es todo, me trajo ayer la memoria de Bolaño: “Ya está. Estoy muerta. Se ha terminado”. Y poco después, tras una breve pausa: “Esta noche vamos a tomar algo muy fuerte. Un plato chino, por ejemplo. Un plato de la China destruida”. Ayer, al releer estas palabras de Duras, quise entender que para ella la China destruida era su infancia ya totalmente arrasada, devastada, tan devastada como la vida de Bolaño. Y poco después, el tema de fondo de la muerte, asociado a esa idea de tomar algo muy fuerte, me llevaron a pensar de nuevo en este escritor chileno desaparecido en Barcelona, este calígrafo del sueño que ha dejado a sus lectores literatura pura y dura, una obra de creación seria y sin medias tintas, un plato fuerte de la China destruida.

Todo lo que ayer leía o pensaba –la verdad es que, como se ve, hoy sigo igual, por eso escribo ahora sobre Bolaño– me llevaba a relacionarlo con el escritor desaparecido. Y así esa infancia devastada llamada China, por ejemplo, no tardé en enlazarla con la obra de Georges Perec, ese autor que tanto fascinaba a Bolaño. Perec, el de las asociaciones delirantes. Perec, escritor sin infancia. Perec tal vez malogrado, en todo caso prematuramente muerto, como Bolaño. Perec, para quien escribir era arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos. Perec, que vino al mundo en 1938 y nunca estuvo en China y tenía un estilo más bien cómico, a pesar de que había nacido de una familia de judíos polacos que emigraron a Francia y perdió a su padre en la invasión alemana de 1940 y a su madre en 1943 en un campo de concentración. “No tengo recuerdos de infancia”, escribiría más tarde el hombre que nunca estuvo en China, pero tenía un pasado devastado. Me acuerdo de una fotografía en la que muy especialmente asoma ese drama. Está hecha en el 24 de la rue Vilin de París, donde el escritor nació, está hecha unos días antes de que la calle desapareciera y con ella los restos de la casa natal, en cuya fachada de ladrillos aún podía leerse esta inscripción: Peluquería de señoras. Su madre, treinta y cinco años antes, había sido la peluquera de aquella calle de las afueras de París, y Perec acompañó a una amiga a fotografiar los restos del negocio materno, poco antes de que las excavadoras hicieran su aparición y borraran del mapa la serpenteante rue Vilin y el barrio entero.

Perec, que vio cómo desaparecía su casa natal y el borroso letrero del negocio de su madre peluquera, y unos años después, a una edad temprana y en plena efervescencia creativa, desapareció también él, dejando escrita una obra que es una fuente inagotable de sucesos misteriosos y asombrosa erudición, una obra admirable, escrita en un apretado, intensísimo (como si anduviera falto de tiempo) periodo creativo que me recuerda la intensidad de escritura del Bolaño de los últimos años, de ese Bolaño, que, consciente de la sombra que la Muerte había proyectado sobre él, se dedicó febrilmente, con obstinación única, a la heroica tarea de escribir, de reflejar su existencia ciega, su itinerario pertinaz de escritor de raza, de escritor consciente de que la muerte no sólo quería arrasar sus recuerdos de infancia sino destruir la China y después destruirlo todo.

Supongo que no exagero si digo que, en sus últimos años, nadie era capaz de arrancar por la noche a Bolaño de su mesa de trabajo. Precisamente, la intensidad febril del itinerario literario de sus últimos años me trae el recuerdo de una mesa roída por la carcoma a la que Perec, con su misterioso talento para sacarle partido a todo, supo convertir en un objeto fascinante: “Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de disolver la madera que quedaba, con lo que hizo visible aquella arborescencia fantástica, representación exacta de lo que había sido la vida del gusano en aquel fragmento de madera, superposición inmóvil, mineral, de cuantos movimientos habían constituido su existencia ciega, aquella obstinación única, aquel itinerario pertinaz: (...) imagen desnuda, visible, enormemente turbadora de aquel caminar sin fin, que había reducido la madera más dura a una red impalpable de precarias galerías”.

No me resulta difícil asociar ese intenso y pertinaz itinerario literario del Bolaño final con la intensidad de escritura del Perec de sus últimos años, ese Perec al que Bolaño admiraba y conocía muy bien. Una red impalpable de precarias galerías une el segundo bloque de Los detectives salvajes con las mil y una historias de La vida instrucciones de uso del ciudadano Perec. Esas galerías se hicieron ayer totalmente visibles en mi estudio cuando, por puro azar, mientras buscaba unos papeles, apareció entre ellos una carta de 1997 que Bolaño me había escrito en una pausa de su lectura de un libro que yo acababa de publicar: “Conozco también esa foto: una fachada de ladrillos y una puerta hecha con cuatro tablones de madera, encima de la cual, sobre los ladrillos, está pintada la leyenda Peluquería de señoras. Por ahora es el texto de tu libro que más me ha conmovido. Me ha hecho llorar y me ha hecho recordar al gran Perec, el novelista más grande de la segunda mitad de este siglo”.

No recordaba para nada esa carta y la verdad es que me conmovió ayer dar con ella, y me dejó pensando en ciertas instrucciones de uso de la vida que nos ha dejado Bolaño. Una de esas instrucciones me lleva a evocar a Montaigne que, cuando era joven, creía “que la meta de la filosofía era enseñar a morir” y que, con la edad, acabó rectificando y dijo “que la verdadera meta de la filosofía es enseñar a vivir”, que es a lo que me parece que se dedicaba Bolaño en los últimos años de su existencia. “Para Roberto”, ha escrito Rodrigo Fresán, “ser escritor no era una vocación, era un modo de ser y de vivir la vida”.

Vivía la vida de tal forma que nos enseñaba a escribir, como si estuviera diciéndonos que jamás hay que perder de vista que vivir y escribir no admite bromas, aunque uno sonría. Sonrío de una manera infinitamente seria cuando recuerdo que en los últimos tiempos muchos de los textos que me disponía a enviar por correo para que fueran publicados pasaban, tal vez en un exceso de celo por mi parte, por una revisión de última hora, provocada por mis repentinas sospechas de que tal vez Bolaño los viera y leyera. Gracias a esto, gracias a que tenía la impresión de que Roberto lo leía todo, pasé a vivir en un estado de constante exigencia literaria, pues él había colocado el listón muy alto y no deseaba decepcionarle, por ejemplo, con algún texto descuidado, con uno de esos escritos en los que, por mil motivos distintos, uno no arde lo suficiente o, lo que es lo mismo, no pone toda la carne en el asador. Eso acabó convirtiendo alguno de mis textos en historias interminables que no hacían más que crecer y crecer, sobre todo cuanto más me acordaba de la mirada omnipresente de Bolaño: historias que se volvían infinitas y se me convertían en detectives salvajes. Y así yo llegué a presenciar, por ejemplo, cómo un texto (que, por estar destinado a una revista de tercera división, consideraba secundario) comenzaba a crecer en distintas direcciones y se transformaba en una novela, la mejor de las mías. Y todo por la maldita altura a la que Bolaño había colocado el listón.

Si algo siempre aprecié muy especialmente de ese exigente listón y de esa altura, ha sido que traía implícito el listón una lista de impresentables, de escritores o pájaros (da lo mismo) a los que, dada la alarmante situación de la literatura, “habría que enviar siete años a Corea del Norte”, por ejemplo, y no concederles en todo ese tiempo ni siquiera un permiso de fin de semana en la China destruida. Aunque esos impresentables deben hoy sentirse igual de felices o más todavía, felices con sus oportunistas y mediocres cantos literarios de siempre, es más, aliviados algunos por la muerte de Bolaño. Juan Ramón Jiménez ya temía esa continuidad de la casta de los analfabetos y trepadores, de los impresentables, cuando decía: “Y yo me iré/ Y se quedarán los pájaros cantando”.

Con la muerte de Bolaño, aparte de mi pena de amigo y de la rabia por la conversación literaria interrumpida para siempre, yo me he quedado en situación de alerta ante uno de los problemas que este Bolaño en la ausencia (que no en la distancia) me plantea: cierto pánico a que en el momento menos pensado su no presencia pueda conducirme a cierta relajación en la escritura, aunque a este problema creo verle un remedio: tratar de arder (en mis escritos) como ardía él, pues no de otro modo las tinieblas podrán volverse algún día claridad. Así vivo ahora: buscando que esa ausencia no me devuelva a un estado de menor atención ante los peligros que acechan al escritor serio. Así vivo ahora. Consciente, por lo demás, de que debo seguir viviendo, de que debo vivir, por ejemplo, para seguir escribiendo con exigencia alta (que es la mejor forma de poder ir señalando siempre a los impresentables) o, simplemente, para poder decir que me conmovió ayer encontrar al azar la carta de Bolaño con la confesión de que, ante la China destruida de Perec, había llorado.

La vida no admite bromas, aunque uno sonría. Como dice Nazim Himket: “Has de vivir con toda seriedad, como una ardilla, por ejemplo; es decir, sin esperar nada fuera y más allá del vivir, es decir, toda tu tarea se resume en una palabra: vivir (...) Sucede, por ejemplo, que estamos muy enfermos; que hemos de soportar una difícil operación, que cabe la posibilidad de que no volvamos a levantarnos de la blanca mesa. Aunque sea imposible no sentir la tristeza de partir antes de tiempo, seguiremos riendo con el último chiste, mirando por la ventana para ver si el tiempo sigue lluvioso, esperando con impaciencia las últimas noticias de prensa”. Es decir, estemos donde estemos, hemos de vivir. Creo que Bolaño, calígrafo del sueño, entendía esto a la perfección, pues escribía sin esperar nada fuera, ni nada más allá del vivir, y en esa desesperanza residía a veces la gran fuerza de su escritura, la seriedad excepcional de muchos momentos de su escritura de plato fuerte de la China destruida: una escritura consciente de que ha de sentirse la tristeza de la vida, pero al mismo tiempo uno puede amarla, amar con intensidad esa tristeza (que algunos llaman escritura y otros lágrimas perdidas), amar al mundo en todo instante, amarle tan conscientemente que podamos decir: hemos vivido.










martes, 14 de octubre de 2008

In the Sonora

by Benjamin Kunkel
London Review of Books, 06.09.2007





Roberto Bolaño was born in Santiago de Chile in 1953, moved with his family to Mexico City at the age of 15, and was inspired by the election of Salvador Allende to return to his native country five years later. In his short story ‘Dance Card’, which accords with the known facts of his life and does not present itself as fiction, Bolaño indicates that he hardly distinguished as a young man – if he ever did – between his politics and his love of poetry: ‘I reached Chile in August 1973. I wanted to help build socialism. The first book of poems I bought was Parra’s Obra Gruesa (Construction Work)’. He then bought another book by Nicanor Parra, the anti-rhetorical Chilean poet whose work Bolaño preferred to that of the more celebrated Pablo Neruda – a preference, it seems clear, for Parra’s plain-spokenness over Neruda’s florid multiplication of metaphor – and, in his telling, this was practically all the work towards socialism Bolaño accomplished before his arrest, following Pinochet’s coup of September 1973, as a ‘foreign terrorist’.

Bolaño was imprisoned for several days, and then released by a pair of policemen who recognised him as an old schoolmate. He remained in Chile for several months – he would recall a time of ‘black humour, friendship and the danger of death’ – and then left his country for good. Back in Mexico, Bolaño founded with some friends what might be described as a punk-Surrealist poetry movement called infrarrealismo. The group’s manifesto, written by Bolaño, took its title from a poem by Breton; and what seems most important about it, in the light of Bolaño’s mature work, is the traditional Surrealist refusal to separate art from revolution, or from life at large.

From the late 1970s until the mid-1980s, Bolaño led a vagabond life in Europe, mostly Spain, writing poetry and, it seems, not much fiction. (There is a short cowritten novel from 1984.) He also developed a heroin habit and, in the process, as he later learned, a compromised liver. A few years after getting clean, Bolaño at last settled down; by 1991 he was a married man and a father, with a fixed address in Blanes, on the Costa Brava. Goaded by the need to support a family and the knowledge that his failing health might not grant him much time, Bolaño kept up through his last dozen years a heroic productivity: seven novels, three collections of stories, and many essays and poems. He died, aged 50, in July 2003, awaiting a liver transplant, having drafted but not yet revised his enormous final novel, 2666. Not long before his death, Bolaño had been acclaimed, at a literary conference in Seville, as the leading Latin American writer of his generation, a status that with each new translation he has come more and more to enjoy in the English-speaking world as well.

Bolaño’s desperado image is a large part of his appeal. His revolutionary politics and the personal risk they entailed, the movement he founded, his poverty, exile and addiction, his death in his prime: the combination of these elements is foreign to the increasingly professionalised career of the contemporary writer. Bolaño’s dishevelled, wandering characters are, more profoundly than they are left-wing, anti-bourgeois, which is to say disdainful of comfort, security and success: an attitude more than a politics, but the attitude is deeply felt. Even to write ‘marvellously well’, Bolaño declared, was not enough; ‘the quality of the writing’ depended on the author’s understanding ‘that literature is basically a dangerous calling’.

But Bolaño would not be so strange or significant a writer if he had not found a way of handling his dangerous calling with simultaneous reverence and irony. And ‘calling’ is the word: there is never any question in Bolaño of another vocation. He is a writer for whom what Nietzsche said about music would seem to go without saying about literature: without it, life would be a mistake. But there is also an important sense – as Bolaño demonstrates again and again – in which both he and his narrators are without literature, in the desolate way that a religious person might find himself without God. Part of this is simply that these stories and novels narrated almost exclusively by and about poets don’t contain (with one notable exception) any examples of the poets’ verse, and Bolaño often invites us to doubt how much a poet writes or how well. But it’s not just that his fiction about poets excludes their poetry; his fiction excludes many of the familiar components of fiction. Sponsored and sustained by devotion to literature, these books nevertheless abstain from what we think of as literary writing. In Bolaño’s fiction, it is as if – but only as if – literature were what he was writing about, but not what he was doing.

The Savage Detectives (first published in Spain in 1998) joins three other Bolaño novels available in English, and a collection of short stories. Each of the three shorter novels – novellas, really – is a distraught monologue delivered by a poet interested to the point of obsession in the lives of other poets of his or, in Amulet, her acquaintance. Likewise, all the stories in Last Evenings on Earth are told by writers, usually about other writers, most often poets. The Savage Detectives begins and ends with the diary entries of a young Mexican poet recently inducted into the school of ‘visceral realists’; in between these bookending sections stretches a vast oral history assembled from the testimony of those who knew or met the young poet’s mentors, the fugitive poets Arturo Belano and Ulises Lima. And the witnesses called to testify are mostly writers, critics or other literary types.

The poets are a varied group, but it is possible to divide them into heroes (or anti-heroes) and villains. The great studies of villains – and the books for which Bolaño first became known in English – are the novellas Distant Star (1996) and By Night in Chile (2000), and together these portraits of Fascist writers offer a sort of negative rationale for Bolaño’s own aesthetic. Where his villains’ taste in writing is for what’s ‘literary’, well-ordered and highly finished, Bolaño will opt in his own work for being plain-spoken, unstylised and inconclusive. Distant Star concerns the sole poet in Bolaño whose work we are able to read, since Carlos Wieder, a former poetry workshop acquaintance of the narrator, is also a lieutenant in the Chilean air force who, following Pinochet’s seizure of power, takes to the air and sky-writes gnomic but identifiably fascistic verse (‘Death is friendship . . . Death is Chile . . . Death is cleansing . . .’) for all to see. The pilot-poet’s other important work uses death, in a literal sense, as a medium: Wieder has ‘disappeared’ a number of fellow Chileans, and one night at a party stages an exhibition of grisly photographs taken of his mostly female victims: ‘In general’ – the unnamed narrator is summarising the testimony of an eye-witness – ‘the photos were of poor quality, although they made an extremely vivid impression on all who saw them. The order in which they were exhibited was not haphazard: there was a progression, an argument, a story (literal and allegorical), a plan’.

The story of Carlos Wieder has its own potent, even crude aspect of allegory: fascism as the aesthetic revenge of failed artists. But this is also a work of the imagination in which the imagination disclaims its power. The narrator spends years meditating on the crimes of his former poetry workshop acquaintance, and finally helps a detective to track Wieder to an apartment building in Spain; but two pages from the end of his account his imagination still draws a blank when it comes to the man: ‘I tried to think of Wieder. I tried to imagine him alone in his flat, an anonymous dwelling, as I pictured it, on the fourth floor of an empty eight-floor building, watching television or sitting in an armchair, drinking, as Romero’s shadow glided steadily towards him. I tried to imagine Carlos Wieder, but I couldn’t.’ The successful hunting of the Fascist poet supplies no relief, no insight, no ‘closure’; it does not prompt a peroration or a homily. The book just ends, as if the narrator has simply told us what little he knows. And surely there is a moral component to this narrative modesty when Wieder himself had been pleased to arrange his corpses so carefully.

By Night in Chile is another novella about – and this time narrated by – a literary man of the right. No short discussion can do justice to a book regarded by many as Bolaño’s greatest, but it’s worth noting that this most eloquent of Bolaño’s novellas, and the only one that appears to follow a symbolic pattern, is the death-bed confession of a Chilean priest, poet, literary critic and member of Opus Dei who accommodated himself to the Pinochet regime. Father Lacroix’s literary bent is made to seem suspect early on, when he recalls being asked by some peasants whether he liked the bread they had offered him: ‘It’s good, I said, very tasty, very flavoursome, a treat for the palate, veritable ambrosia, pride of our agriculture, hearty staple of our hard-working farm-folk, mmm, nice.’ Like Carlos Wieder, Father Lacroix has a notion of clean and orderly beauty that is aligned with cruelty; one of his chief services to the Church is to deploy a trained hawk against the pigeons befouling Europe’s cathedrals. Bolaño is plainly sympathetic to this frightened old man caught between self-justification and remorse, but gives him his comeuppance all the same: ‘And then the storm of shit begins’.

On the other side – the side of revolution, disorder and failure – are Bolaño’s (anti-)heroes. From the first paragraph of the story ‘Enrique Martín’ – the title refers, naturally, to a fictional poet – it’s possible to understand a great deal about them and their creator:

A poet can endure anything. Which amounts to saying that a human being can endure anything. Except that it’s not true: there are obviously limits to what a human being can endure. Really endure. A poet, on the other hand, can endure anything. We grew up with this conviction. The opening assertion is true, but that way lie ruin, madness and death.

You can see how much stoicism (‘A poet can endure anything’) and how much grief (‘ruin, madness and death’) go into his literary tribalism: his poets are tough, and their broken lives are sad. The sadness and toughness often come from their belonging to an impoverished diaspora of left-wing South American writers scattered by that region’s descent, in the 1970s, into several vernacular imitations of Fascism. But the bond uniting Bolaño’s people is not always especially political; it can simply be, as in The Savage Detectives, that they grew up together in Mexico City, sleeping around, talking poetry, nursing rivalries and smoking pot. Bolaño’s work has a marked generational inflection: ‘We grew up with this conviction,’ he says about the idea that a poet can endure anything.

‘Enrique Martín’ is narrated by Bolaño’s main alter ego, Arturo Belano, one of the two main characters in The Savage Detectives, just as many of the other short stories concern the life of ‘B’, and shadow the author’s own life. The device of the names is just the beginning of the verité effect. The conversational tone and seemingly unrehearsed quality of Bolaño’s prose, with its inefficiencies and puzzled self-revisions (‘Which amounts to saying . . . Except that it’s not true . . . Really endure . . . The opening assertion is true, but . . . ’), give his writing the rhythm and mood of testimony, as opposed to crafted ‘literature’. This approach, which produces a documentary rather than a fictional impression, extends to Bolaño’s mode of characterisation: Enrique Martín is not, any more than his other people, a ‘well-rounded’ or ‘three-dimensional’ character. We don’t know how he looks or talks, learn his history in any great detail, or gain special insight into his psychology.

We do learn this much: a writer of bad poetry in both Spanish and Catalan, Enrique Martín, over the course of several years, excludes the narrator from an anthology of young poets, stirs up in this way some resentment, the existence of which he seems never to suspect, appears meanwhile to become involved with a UFO cult, suffers a nervous breakdown, sends the narrator several cryptically numerological postcards, deposits a box of manuscripts at the narrator’s house for safekeeping, and then, one night, hangs himself. The motivation for Martín’s suicide, like the narrator’s motivation in telling the story, is never made clear.

This flat and lurid story is like an account that anyone might give of an acquaintance’s fate: certain curious details retain their vividness (‘Enrique confessing that he would like to have a child. The experience of childbirth, those were his words’); much has been forgotten (‘I think he was writing from Madrid, but I’m not sure any more’); much was never known (why Martín had to travel to Cartagena and Málaga for work); and the tale is studded with apparent irrelevancies (‘I went to live on the outskirts of a village near Girona with five cats and a dog’). You don’t feel that Enrique Martín is a robust character inhabiting a well-made story; you feel – whether or not any real-life original ever existed – something perhaps more powerful and certainly, in fiction, more unusual: namely, that he is simply a person, and that instead of having a story he had a life. The life was just a mess, and then it ended.

Bolaño’s narrators refer constantly to what they don’t know and can’t remember, something else that gives the impression that his fiction is anything but. It’s as criminologists tell us: admissions of ignorance suggest honesty, and a man who is telling the truth doesn’t make special exertions on behalf of verisimilitude. (A complementary rule of thumb, known to readers of research-heavy contemporary novels, is that an abundance of verifying data often undermines the authority of a tale.) Nor is there any lyricism in ‘Enrique Martín’, as if any fanciness would be an indulgence, a distraction, or worse.

Here is a writer, then, who writes as if literature were all that mattered, and at the same time writes in a distinctly unliterary way. When the narrator of Amulet says ‘a chill ran down my spine,’ or when Arturo Belano refers to his quarrel with Enrique Martín as ‘ancient history’, this reflects something plain and merely serviceable in the Spanish as well. To be sure, in the novellas (and more rarely in the stories and The Savage Detectives) there is sometimes a hallucinatory or phantasmagoric element carried over from Bolaño’s as yet untranslated poetry. But this imagery seems to emerge from a narrator’s ragged mental state, rather than from a poet’s bag of metaphors.

Belano speaks of Martín’s poetry only with pity and contempt; and he reveals that, when shown Martín’s articles on UFOs for a magazine specialising in the paranormal, he was no more diplomatic: ‘I told him he should learn how to write. I asked him if they had editors at the magazine.’ There can be little hope, then, for the literary value of the bundle of manuscripts Martín leaves at the narrator’s house, and choosing a hostile acquaintance as the guardian of his work is one more sign that he is not well. After Martín’s suicide, the narrator opens the package of manuscripts: ‘There were no maps or coded messages on any of them, just poems, mainly in the style of Miguel Hernández, but there were also some imitations of –’ and here some other poets are named. For the first time, Martín’s writing is referred to without scorn, if yet without praise; despite its derivativeness, the narrator credits it with being poetry and its author with being a poet.

Go back to the story’s opening paragraph, about a poet’s ability to endure anything, including ‘ruin, madness and death’. Ruin can be endured in a sense, and madness too, but death? Your soul might endure, but Bolaño’s people are not believers of that kind. Your reputation might endure, but then few if any of Bolaño’s writer characters – and certainly not the main characters of The Savage Detectives – seem to have produced poems destined to last. Enrique Martín’s is not a name that will survive (except, that is, as the title to the story). So what might endure of a poet, if not his soul, work or reputation? Or – always a possibility with this author – is Bolaño merely being ironic when he vaunts the special status of poets?

The Savage Detectives is made up of three sections. The first 120-odd pages consist of the teenage poet Juan García Madero’s diary for November and December 1975, and record his ecstatic initiation into the worlds of poetry and sex. Much of the action takes place in the chaotic household of Quim Font, a mentally crumbling Spanish architect (presumably an exile from Franco’s regime) who is the father of two lovely poet daughters and the designer of the only two issues of the visceral realist journal Lee Harvey Oswald. If this title makes the never defined visceral realist project sound at once silly, dangerous and borderline senseless, it suits the atmosphere of the Font household after the architect has taken in, evidently without consulting his wife, a prostitute by the name of Lupe.

The ridiculous and the harrowing are always close in Bolaño, and before long Lupe’s pimp and his goons have laid siege to the architect’s house. The impasse ends when Quim bribes the young visceral realist chieftains Belano and Ulises Lima to spirit Lupe away to the Sonora Desert in his Ford Impala. The poet-diarist gets mixed up in the escape – ‘I saw my right fist (the only one I had free since my books were in my other hand) hurtling into the pimp’s body’ – and piles into the getaway car; the pimp gives chase in his Camaro; and, with this scene of danger and farce, a self-contained narrative of beautifully concentrated high spirits comes to an end.

In the novel’s third and final section, the diary picks up where it left off – 1 January 1976 – with the poets and the whore fleeing the pimp into the Sonora, and beginning their quest for the vanished Mexican poet Cesárea Tinajero, of whose work hardly a trace remains. The teenager’s mood of exaltation – of great gifts and great appetite gorging themselves on life and words – is the same in both sections, but the tone sounds quite different after the novel’s central portion of almost four hundred pages, covering the years from 1976 to 1996, which is itself called ‘The Savage Detectives’ and might equally have been called, like the middle section of To the Lighthouse, ‘Time Passes’.

Just as the first and third sections of The Savage Detectives employ the casual, sub-literary form of the private diary, the middle section uses another informal documentary medium: oral history. Instead of a single diarist, we now have 38 narrators, many from Mexico City, others from various European and American countries, all of them the sometime friends, former lovers or passing acquaintances of Belano and/or Lima. These many narrators (their words date-lined with time and location) recount to the best of their knowledge and recollection what happened to Belano and Lima after their adventure in the Sonora, as the two wandered countries and continents. One of the most moving voices belongs to the institutionalised Quim Font, who – as in some surrealist country-and-western song – lost his Ford along with his mind.

Belano and Lima do not figure among the narrators, nor do the dozens of stories about them combine stereoscopically to define the exact shape and volume of the poets’ characters. Belano is often sardonic and arrogant, Lima tends to be quiet and passive, but this much anyone could tell in five minutes. And there is conflicting evidence to be entered, unsynthesised, into the record: the aloof and superior Belano treats with utmost tenderness a woman afflicted by an embarrassing gynaecological problem, while the lamb-like Lima is not above mugging people in Vienna. In the end, Belano will be glimpsed disappearing like a superannuated Rimbaud into an African jungle. Lima will wind up speaking politely to his old bête noire Octavio Paz with what Paz’s assistant (one of the narrators) recalls as ‘the saddest voice I would ever hear’. Evidently neither poet amounted to much; as a painter acquaintance (another narrator) says, ‘they weren’t writers. Sometimes they wrote poetry, but I don’t think they were poets either. They sold drugs.’ Bolaño never reveals a line of either man’s verse.

The narrators are naturally more concerned with their own love affairs, break-ups, travels, illnesses and careers than with contributing any footnotes in invisible ink to Mexican literary history. The reader is immersed in the stream of one life and then another, moved by Quim Font’s madness, then by the Mexican poet Luis Rosado’s grief over the loss of his lover the poet Luscious Skin, then by the pluck of a Catalan female bodybuilder (a one-time roommate of Belano’s), and then by something else entirely, as an old or new narrator takes up the story. Not that there really is a story, or any thematic convergence. If anything unites the crowd of narrators, it is their air of disconnection, as when María Font describes the end of one of her love affairs: ‘One day, though, we talked about everything that was or wasn’t happening between us, and after that we stopped seeing each other.’ She has just related the disbanding of the visceral realists in the same tone; and the narrators’ stories often have this same quality of termination without completeness.

If lyric poetry is marked by its figural and epigrammatic concentration, the impossibly diffuse Savage Detectives is a kind of anti-poem, refusing any form of summation. Even on the rare occasions when a narrator permits himself a general statement or unifying image, the clarity swiftly erodes. Near the end of the second section, a journalist friend of a Spanish literary critic recalls watching the critic and Belano threaten each other with swords on a beach at sunset, after Belano had, absurdly, challenged the critic to a duel:

In a brief moment of lucidity, I was sure that we’d all gone crazy. But then that moment of lucidity was displaced by a supersecond of superlucidity (if I can put it that way), in which I realised that this scene was the logical outcome of our ridiculous lives . . . It wasn’t proof of our idle guilt but a sign of our miraculous and pointless innocence. But that’s not it. That’s not it. We [the witnesses of the duel] were still and they were in motion and the sand on the beach was moving, not because of the wind but because of what they were doing and what we were doing, which was nothing, which was watching, and all of that together was the wrinkle, the moment of superlucidity. Then, nothing. My memory has always been mediocre, no better than a reporter needs to do his job.

One person who never shows up in the reminiscences, except when the recording angel behind the oral history asks unavailing questions, is the teenage poet García Madero. This is because, heartbreakingly, no one remembers or has heard of him. So by the time we get to the third section, we understand that the half-forgotten poets Belano and Lima took with them on their quest for the all-but-forgotten poet Cesárea Tinajero a poet whose name was written on even swifter flowing water. In this way The Savage Detectives partakes, paradoxically, of the general oblivion it describes, since oral histories of undistinguished and out-of-print poets are not assembled in the first place, any more than the diaries of mute inglorious Miltons from Mexico City are ever published. Moreover, because the narrators’ accounts of their own lives as they briefly criss-crossed Belano’s and Lima’s truly resemble oral testimony rather than essays, stories or poems, these accounts would appear (but only appear) to possess no particular literary value worth preserving. No novel I have read is so movingly and appallingly lifelike in its unthematised accumulation of time and grief, and in its unco-ordinated march towards oblivion.

It’s something close to a miracle that Bolaño can produce such intense narrative interest in a book made up of centrifugal monologues spinning away from two absentee main characters, and the diary entries of its most peripheral figure. And yet, in spite of the book’s apparent (and often real) formlessness, a large part of its distinction is its virtually unprecedented achievement in multiply-voiced narration. The confessional or first-person novel done in multiple voices was an important Modernist mode, a logical extension of the tendency towards authorial self-effacement that we associate with Flaubert. English speakers will think of ‘The Nighttown’ section of Ulysses, Dos Passos’s USA, The Waves, and – probably the most successful – several of Faulkner’s novels. The mode is extremely challenging, and several pitfalls opened even beneath Faulkner: the novelist may rely excessively on cognitive eccentricity, especially mental illness, to differentiate his narrators (The Sound and the Fury, As I Lay Dying), or else may invest the narrators more or less equally, and therefore implausibly, with his own voice (Absalom, Absalom!). Another challenge, if the narrators come from diverse social backgrounds, derives from the author’s inevitably unequal familiarity with these. (Monica Ali’s Alentejo Blue is a recent example of the difficulty of pulling off an oratorio novel).

Bolaño’s wanderings acquainted him with several Spanish vernaculars and much local slang, just as his literary career brought him into contact with well-spoken people and his poverty into contact with the poor. But in The Savage Detectives he doesn’t overdo the local colour, which his superb translator Natasha Wimmer in any case wisely ignores. The narrators are individuated above all through our sense of the helpless particularity of their fates; and to the extent that they sound alike, this is explained and excused by their common situation (testifying for an oral history) and the flattening effect of speech in any language. Above all, Bolaño overcomes the problem of getting so many voices to comment on the same events, or sing to the same music, by letting each voice persist in its natural egocentricity. True, the reader is liable to protest, somewhere before page 200, that this book isn’t about anything. Later on, it’s possible to recognise, with admiration, that Bolaño has found a way to keep the novel alive and freshly growing in the Sonora of modern scepticism – our scepticism, that is, as to what can finally be known or said of any life, and whose life is worth being represented, or considered representative, in the first place.

But this triumph in the face of scepticism is the triumph of a strange belief. No one can fail to see that in Bolaño poetry functions much like a religion: as a promise of the meaning of earthly existence, as well as of dignity, fellowship and redemption. And yet if Bolaño and his more autobiographical narrators believe, religiously, in the value of poetry, they also appear somehow to believe in salvation by faith, rather than by works – such as the faith Martín evidently kept by remaining true to his vocation in spite of his manifest lack of talent. This desperate and even delusional persistence wins from Belano a measure of respect, and Bolaño’s justification for having arranged The Savage Detectives around several poets who left behind them only hazy memories, and little if any durable verse, would likewise seem to be that Lima, García Madero and the self-same Belano lived with poetic desperation and sincerity, no matter what poetry they wrote or failed to write. Pilgrims rather than saints, they lived towards literature, without ever quite reaching that condition.

The religious analogy is not a fanciful one, as can be seen from a passage in the episodic prose poem ‘Un paseo por la literatura’ (written in 1994), which sometimes explicitly prefigures The Savage Detectives:

Half-done we remain, neither cooked nor raw, lost in the vastness of this endless trash heap, wandering and getting ourselves wrong, killing and begging pardon, manic-depressive characters in your dream, Father, your limitless dream that we have unravelled a thousand times and more than a thousand times again, Latin American detectives lost in a labyrinth of crystal and mud . . . lost in the misery of your utopian dream, Father, lost in the variety of your voices and abysses, manic-depressives in the uncontainable room in Hell where you cook up your Jokes.

But from the same passage it is equally clear, if it wasn’t already, that Bolaño’s piety is not to be distinguished from his irony. Is it a noble, properly quixotic folly to address one’s life to such a God? And does the Holy Father of left-wing Latin American poets – their socialism never built, their great poems never written – appear an incomprehensible, jesting sadist only because of the shortcomings of his adherents? Or is invoking this God just the height of their bullshit? The ambiguity lies over Bolaño’s own created world: to the extent that his fiction refuses to behave anything like fiction, is this a mark of its triumphant reality? Or (the depressive obverse to the mania of belief) is the world of Bolaño’s generation, and perhaps the world generally, too refractory to order and understanding to permit its transformation into literature, leaving inconclusive testimony the only honest form?

To these questions the answer would seem to be a ringing . . . simonel. In the first section of The Savage Detectives, García Madero wonders about the Mexican slang term: ‘If simón is slang for yes and nel means no, then what does simonel mean?’ Four hundred pages later, at the end of the middle section, a former poet named Amadeo Salvatierra (‘Like so many hundreds of thousands of Mexicans, I too, when the moment came, stopped writing and reading poetry’) recounts the drunken discussion he had one night with Lima and Belano when they had come to seek out any information he might possess about their vanished Cesárea Tinajero:

And I saw two boys, one awake and the other asleep, and the one who was asleep said don’t worry, Amadeo, we’ll find Cesárea for you even if we have to look under every stone in the north . . . And I insisted: don’t do it for me. And the one who was asleep . . . said: we’re not doing it for you, Amadeo, we’re doing it for Mexico, for Latin America, for the Third World, for our girlfriends, because we feel like doing it. Were they joking? Weren’t they joking?. . . and then I said: boys, is it worth it? is it worth it? is it really worth it? and the one who was asleep said Simonel.









viernes, 10 de octubre de 2008

Detectives salvajes

por Antonio Baños
El Periódico de Catalunya. 08.10.2008






Los escritores tienen una ventaja evidente sobre los delanteros centro: pueden triunfar después de muertos. Parece que en la literatura hay una fastidiosa propensión a esperar que se muera un escritor para ponerse uno a leerlo. Fastidiosa para el autor pues el resto de la gente (editores sobre todo) suele estar más cómoda en compañía de un escritor difunto que con uno contante y sonante. Un ejemplo de libro es Roberto Bolaño. Nacido en Chile, pasó su vida adulta en Blanes. Y ahora, a cinco años de su muerte, se descubre que es un escritor mayúsculo y en su Blanes vital se apresuran a ponerle nombre a la sala de actos de la Biblioteca Comarcal. Dudo sobre si a Bolaño, tan lector, no le hubiese hecho más ilusión que le dedicaran una sala llena de libros más que de conferenciantes. Uno nunca sabe.

Mucha gente. Lo de descubrir placas tiene algo de magia. Nada por aquí, descorro el telón y ale hop: Un texto de Bolaño sobre su amor por Blanes. El día antes del acto moría la madre del escritor y uno puede asegurar que, aunque nadie recordó el deceso, la señora andaría por allí, bien orgullosa.

La alineación consta de Enrique Vila-Matas, Antoni García Porta y Rodrigo Fresán, que causa baja. Como moderador, Miquel Adam, editor de Laertes y bolañista a tope que acabó protagonizando el acto. Llegó con un trolley lleno de libros de Bolaño y, con un guiño a Vila-Matas, hizo el primero de sus chistes: "Mira, literatura portátil". A partir de aquí, el show: "Tengo tantas anécdotas que podría hacer un monólogo", y a fe que casi lo hizo. La cosa fue tan marciana que incluso Vila-Matas acabó sonrojado. Adam y Vila-Matas protagonizaron diálogos surreales que invocaron sin duda al espíritu del homenajeado. "¿Se arrepiente usted de algo, Vila-Matas?". "De todo menos de lo que acabo de decir", contestó. "Aún no ha llegado la auténtica recepción de Bolaño", añadió. Y Adam: "Pues será entre la crítica porque entre mis colegas...". Parecían dos detectives salvajes, créanme.








sábado, 4 de octubre de 2008

Y los oí cantar: Amuleto de Roberto Bolaño

por Daniel Rojas Pachas










(…)Y los oí cantar, los oigo cantar todavía, ahora que ya no estoy en el valle, muy bajito, apenas un murmullo casi inaudible, a los niños más lindos de Latinoamérica, a los niños mal alimentados y a los bien alimentados, a los que lo tuvieron todo y a los que no tuvieron nada, qué canto más bonito es el que sale de sus labios, qué bonitos eran ellos, qué belleza, aunque estuvieran marchando hombro con hombro hacia la muerte, los oí cantar y me volví loca, los oí cantar y nada pude hacer para que se detuvieran, yo estaba demasiado lejos y no tenía fuerzas para bajar al valle, para ponerme en medio de aquel prado y decirles que se detuvieran, que marchaban hacia una muerte cierta.(…)

(…) Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer. Y ese canto es nuestro amuleto.

En las páginas finales del libro Amuleto de Roberto Bolaño, encontramos este monólogo en boca de Auxilio Lacouture, uruguaya, madre de la poesía mexicana, flaca y espigada como una versión femenina del Quijote.

La mujer, pues parece poco decir simplemente el personaje, como ocurre en la mayoría de casos de aquellas existencias que originó la mente del chileno, más bien narrador y poeta continental, ofició como secretaria y barrendera del estudio de dos poetas españoles exiliados y que fueron parte valiosa de la genial vanguardia del 27, Pedro Garfias y León Felipe. Curiosos nexos como éste, no tan anecdóticos o pretenciosos como podrían parecer en un principio, dan rienda al juego preferido del autor, desafiar los límites de lo verosímil, así comienza la trasgresión y se da la trascendencia del papel a lo mundano, lo vital emerge en cada párrafo, en cada desafiante discurso capaz de movilizar los hilos de lo extratextual, configurado por el pensamiento y las aprehensiones del lector.

El maridaje se va estrechando en torno a la cultura y siempre con un contenido irremediable, oscuro, violencia y locura entrelazadas, no por nada la historia parte señalando:

Ésta será una historia de terror. Será una historia policíaca, un relato de serie negra y de terror. Pero no lo parecerá. No lo parecerá porque soy yo la que lo cuenta. Soy yo la que habla y por eso no lo parecerá. Pero en el fondo es la historia de un crimen atroz.

Bolaño es un digno maestro en el diseño de mundos literarios, los que curiosamente o más bien, felizmente, orbitan en torno a lo literario, la literatura es su obsesión, la médula de su espíritu creativo, de su herida como fabulador, lo valioso es que en su calidad de autodidacta y lector, y creo eso es lo que más se le reconoce, pues jamás perdió la capacidad de asombro y de ver más allá, cediendo a lo que un mero segmento del público espera. Bolaño no es complaciente con las camarillas y sectas académicas ni tampoco con el fandom y los cultistas, él por su propia inclinación y libre creatividad, inicia indistintamente un libro con un epígrafe de su amigo Mario Santiago, el poeta mexicano autor del Aullido del Cisne y que leía en la ducha o hace alusión a una cita de Petronio.

Para Bolaño, el arte no es un pañuelo de seda en que solo cabe el fraseario erudito y la intertextualidad con los clásicos y los nobeles, música docta y museos parisinos, y si bien no se va al otro extremo, propio del realismo sucio y crónica urbana al uso, Bolaño demuestra con talento que el pañuelo de seda, no siempre está exento de sangre y otras excrecencias. Los vasos comunicantes entre los grandes pensadores de una sociedad y el lumpen más desastroso, están a un paso y rodeando al habitante común en su horario de oficina, pues son vidas solitarias, periféricas, al límite. Así, sus personajes, físico culturistas, ex boxeadores, criminales, proxenetas y locos artistas, fascistas de la brocha y la pluma, son esplendidos lectores y creadores, hacen de sus fechorías y vidas, actos poéticos. En la autopista paralela, sus personajes eruditos, aquellos escritores y críticos, investigadores y muralistas, son detectives salvajes, viajeros como los héroes de las tragedias griegas, guerreros y poetas que deambulan en la noche, que se mutilan y guardan cadáveres en el patio trasero gestando los extramuros de la cotidianidad. Bajo esa cuña que para algunos es un despliegue exagerado de conocimiento, solo queda recalcar lo exagerado de su limitación como interpretes, pues basta con revisar la vida de muchos escritores, dementes genios como Vallejo famélico, Baudelaire con sífilis, Hemingway volándose la cabeza de un tiro, Kafka tuberculoso desafiando a su progenitor, Rimbaud con sífilis traficando armas, Joyce traficando libros con un look de pirata, Delmira Agustini victima de un crimen pasional terrible, Pessoa creando heterónimos, Vian creando heterónimos de color para escribir violentas historias de racismo y jazz, Crane saltando al vacío, Berryman saltando al vacío, Pascal cortándose las venas, Chatterton envenado, Panero recluido, Salinger auto recluido y muchos más que Bukowski pudriéndose en sus moteles, borracho y recluido se pregunta, ¿qué pretenden estos que algunos consideran pequeños dioses?, verdaderos dionisíacos, posicionados en los anaqueles de la insanidad, balanceándose como elefantes sobre un delgado hilo hacia el más insondable abismo. La realidad entonces, se reescribe en fantasmales y maravillosas voces que impulsan al lector a indagar más a fondo en periodos, lecturas, generaciones y movimientos, cruzados por numerosas anécdotas, vidas que en la autotelia de la palabra, algo tan ansiado por los escritores, esa patria que es tu lenguaje en acción más allá de cualquier pedazo de concreto, va desafiando los lindes de lo humano, de lo histórico, relegando a cronistas y glosadores a un segundo plano ante el predominio de la ficción verosímil bien edificada. Podemos en tal medida señalar que Auxilio y su mente son una alegoría de la memoria de América del mundo, ella misma lo señala: Luego me desperté. Pensé: yo soy el recuerdo.

Y así dicen sus juegos adivinatorios.

(…)Estoy en el lavabo de mujeres de la Facultad y puedo ver el futuro, decía yo con voz de soprano y como si me hiciera de rogar.

Ya lo sé, decía la voz del sueño, ya lo sé, tú empezá con las profecías que yo las anoto.

Las voces, decía yo con voz de barítono, no anotan nada, las voces ni siquiera escuchan. Las voces solo hablan.

Te equivocas, pero es igual, tú di lo que tengas que decir y procura decirlo fuerte y claro. Entonces yo tomaba aliento, dudaba, ponía la mente en blanco y finalmente decía: mis profecías son éstas.

Vladímir Maiakovski volverá a estar de moda allá por el año 2150. James Joyce se reencarnará en un niño chino en el año 2124. Thomas Mann se convertirá en un farmacéutico ecuatoriano en el año 2101. (…)

Juego que proyecta la resurrección de poetas y narradores universales hasta el fin de los tiempos en un infierno en vida que cierra bajo el enigmático y penumbroso 2666.

(…)no un cementerio de 1974, ni un cementerio de 1968, ni un cementerio de 1975, sino un cementerio del año 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo.

Las evidencias son muy marcadas, la mujer que resistió acalambrada dentro de un baño el quiebre de la autonomía universitaria cuando la UNAM fue invadida por los militares, convirtiéndose en una ambigua leyenda, pasa más allá de ser un mero personaje, reducirla a esa categoría sería ofensivo, igual que reducir a Arturo Belano, alter ego del autor y a Ernesto San Epifanio, a Remedios Varo y Lilian Serpas la amante del che Guevara, todos presentes en el particular fluir de la conciencia de Auxilio y sus delirios claustrofóbicos, durante su hacinamiento que buscaba salvar su pellejo del fascismo. En esas condiciones la mujer se empapa de mágicas percepciones, volviéndose una especie de Tiresias.

Moderna versión del profeta que transita entre el pasado y futuro no sólo el personal y de sus coetáneos, amigos y conocidos, poetas infrarrealistas, perdón realvisceralistas de los 70 sino que su voz se prolonga a todo el quehacer literario joven de nuestro continente, e ahí la fuerza del discurso disperso de una mente enfebrecida y que usé para abrir el artículo. La similitud de este con Howl de Ginsberg, tampoco se puede obviar. En este punto además, no es secreto, la afición beatnik de Bolaño, como ignorar entonces la obra del budista y sus compañeros, la influencia de Kerouac, de Corso y Burroughs, en él, que fue un gran lector de poesía, un autodidacta sapientísimo.

Amuleto
, novela corta, repleta de personajes, más bien existencias, es entonces una prolongación del genio lector de Bolaño, capaz de crear dualidades carismáticas que no dejan de ser fantasías y que en esa ambivalencia tan especial entre real y ficticio, permiten la flexibilidad del trato con cada persona que los reconoce y dialoga al leerlos, al interpretarlos, en un presente que se diluye rápidamente y siempre remite a esas lozas, a esa pulcritud y silencio abismal del baño universitario, a esos minutos de asfixia que compartimos en el silencio de nuestra propia conexión con el amuleto, con la palabra, con el canto. El amuleto de la creación y de la sabiduría y también de la caníbal demencia de América, de la llegada de exiliados, genios europeos, que revolucionaron nuestras letras, el giro político, las dictaduras y utopías comunistas, el vacío posterior de generaciones que soñaron y fueron abortadas y el inicio de nuevas generaciones impávidas que nada saben y poco les importa la tierra y las reivindicaciones del pasado, huérfanos, cosmopolitas hijos del soundtrack y el pop culterano.

Amuleto es una bitácora de toda la narrativa de Bolaño, y en palabras exactas de otra de sus existencias, el investigador literario Amalfitano de 2666, Amuleto como Baterbly o La Metamorfosis, sería un ejercicio de esgrima perfecto, no como sus hermanos mayores, batallas desordenadas, sangrientas, atemorizantes, fétidas y carentes de aplicación, geniales en su caos, en su apertura, Amuleto en cambio, redonda, exacta, entrenada previamente, presenta la finitud, es limpia, maravillosa y digna del gusto de un farmacéutico ilustrado.










viernes, 3 de octubre de 2008

Homenatge a Roberto Bolaño

en http://nauargos.blogspot.com/





Els cartells ja estan a l’impremta. Per fi. Com podeu veure en el cartell , el proper dissabte 4 d’octubre a les set de la tarda, a la Biblioteca de Blanes farem l’homenatge a Roberto Bolaño. Han passat cinc anys des que la Fundació Àngel Planells vam fer el primer homenatge a Roberto Bolaño. I durant aquests cinc anys el seu reconeixement com a escriptor no ha deixat de créixer. Ara es comencen a donar les primeres passes cap a l’inevitable creació del mite. Proliferen les referències biogràfiques incertes però que contribueixen a construir un personatge. No importa. I si els biògrafs i acadèmics es despisten, que es fotin. Bolaño , que tenia un gran sentit de l’humor, segur que riuria com un Archimboldi ocult.

El dissabte 4 d’octubre , a banda de la reparació institucional posant la placa de la Sala Roberto Bolaño, es parlarà de literatura. I es farà en forma de col.loqui obert dels escriptors Enrique Vila-Matas, Rodrigo Fresán i Antoni Garcia Porta. Aquesta taula rodona serà conduïda per l’editor Miquel Adam, que els que el coneixeu segur que sabeu del seu sisè sentit literari de la vida.

Ens espera a tots una divertida jornada literària. Si, si, divertida.