martes, 26 de febrero de 2008

2666 de Roberto Bolaño: un asunto irresuelto

por Raúl Zurita









2666 me intriga, y no porque sea una obra maestra, por el contrario, es una novela convencional que tiene un problema grave y sin solución intermedia: o le sobraron 800 páginas o le faltaron 800 páginas. Es así, pero al mismo tiempo posee una cualidad que en literatura sólo se la pueden permitir los grandes fracasos, esto es que los problemas que a veces esas derrotas abren son de tal magnitud y poder, que los hacen mucho más cruciales que el hecho de que las obras que los contienen no los resuelvan. Es el caso de 2666. En ese sentido este relato tiene al menos tres méritos que no dejan de ser impresionantes: el primero es su notable título, seco, oscuro, inquietante, el segundo es que leerlo inevitablemente es releer otras obras que sí son maestras: Tolstoy, Flaubert, el Joyce del Ulises y del Finnegans Wake, Kafka, la tetralogía final de Mishima, cosa que sucede con muy pocos autores y, el tercero, es que contiene 300 y tantas páginas, aquellas que no sobraron, que en el contexto de la narrativa en castellano son de las más extraordinarias de los últimos 30 años. Si, con todo, incluso esas páginas tienen un límite insalvable, no se debe al autor sino al género. Es el tema de lo que sigue. Antes se debe decir que es evidente que Roberto Bolaño tiene una poderosísima capacidad de hilvanar historias y usa el recurso del montaje; novelas encabalgadas con otras novelas, de manera a menudo prodigiosa y torrencial, pero lo que cuesta entender es que un autor rompedor, jugado y al límite, como suele ser calificado, reitere en la que se supone es su obra mayor los clichés más típicos de las obras menores. Hay en esto un problema que le atinge finalmente -y fatalmente- al mercado del libro que involucra editores, críticos, "descubridores", escritores de solapas (ya es hora de que se cree el Herralde de los escritores de solapa, es un género alucinante), en fin; toda la parafernalia.

Así, por ejemplo, es difícil de entender que Bolaño, en una novela donde los protagonistas hablan en al menos cuatro idiomas distintos, no se plantee el problema de la lengua y, por ende, desprecie todo el potencial liberador (y desmembrador) que el hecho mismo de escribir implica. El asunto en sí no es complejo: en este caso se trataba de confrontar el idioma de una narración con el idioma que los personajes de esa narración hablan, creando una forma donde esa diversidad de lenguas se hiciese materialmente presente, y no repetir esas cómicas películas norteamericanas tipo Víctor Mature o Yul Brynner, donde los romanos hablan en inglés. Pero eso es exactamente lo que 2666 hace. Esta novela es en gran parte la historia de un soldado alemán (Reiter después Archimboldi) que habla alemán con otros alemanes (y habla-habla; con guiones previo a los diálogos y todas las reglas de la convención en orden, para luego además pasar al ruso), pero que "va" en castellano. Que lo hagan cientos de otros relatos, y algunos que nadie calificaría de ingenuos como Terra Nostra de Carlos Fuentes, es esperable, pero ¿el más "revolucionario" autor de los últimos tiempos? ¿Y un lector de Joyce? ¿Y que conocía bien el Finnegans Wake? ¿Y en una novela de la ambición artística de 2666? No, allí hubo un problema económico; es evidente que si la obra hubiese sido construida en base a una lengua que incorporara el alemán, inglés, mexicano y ruso, concreta, materialmente, como tal vez lo habría hecho un artista radical, habría significado mínimos lectores o, en el peor de los casos, pasar a la categoría de "demente", pero ese fue el riesgo de El sonido y la furia, por ejemplo. Podría haber intentado otro camino; construir algo como una polifonía lingüística y no habría sido tampoco tan nuevo, véase el cine alemán de finales de los 60, concretamente Othon de Jean-Marie Straub o mucho más conocido, lo que hizo Anthony Burgess con el inglés en La naranja mecánica. Pero son simples ejemplos y, en síntesis, lo que uno lamenta es que alguien de la ambición literaria de Roberto Bolaño tenía muchas más posibilidades que la de establecer un "pacto de verosimilitud" digno de los cuentos de hadas.

Está claro que en ese plano el desafío con el que se enfrentaba 2666 era descomunal y su resolución habría sido algo del todo nuevo, no hecho en nuestra lengua, pero en todo caso lo que resulta imposible es que un autor de la envergadura de Bolaño no se lo haya planteado. De hecho, en la primera parte de la novela no puede evitar soslayarlo: se nos dice diagonalmente que los cuatro personajes; un español, un francés, una inglesa y un italiano, están hablando en el idioma de sus estudios comunes: el alemán. Lo que se podría esperar entonces de alguien que dijo a propósito de 2666 en una entrevista aparecida en el diario "La Tercera" de Santiago en mayo del 2002: "¡Demonios! No voy a escribir un novelón decimonónico", es que si finalmente lo iba a escribir igual, que hubiese emulado el gran sobrentendido de la novela decimonónica y no el más fácil y pobre de sus subentendidos. En suma, lo que se le podía pedir es que fuese el Flaubert de Madame Bovary y no el de los cartagineses en francés de Salambó. Decía recién que Bolaño era demasiado inteligente como para no advertir el problema. Más aún, creo que fue su problema. No es que no lo haya podido superar, es que eligió no superarlo, eligió ser un buen escritor.

Pero hablaba al comienzo de esas 350 páginas que no sobraron, más aún, que son la gran justificación del libro. Está claro que me refiero a "La parte de los crímenes". De partida ese capítulo contiene la imagen más poderosa, demoledora y lúcida, que un escritor de los últimos tiempos ha entregado de un país: Chile. Chile es un basural al que se le arrojan cuerpos mutilados de mujeres asesinadas. Es el basural El Chile. Como se sabe, en ese capítulo 2666 nos relata los asesinatos masivos de mujeres en la ciudad de Santa Teresa (Ciudad Juárez en el non fiction). La rigurosa descripción forense, pormenorizada en todos sus detalles, de las condiciones en que son hallados cada uno de los cuerpos, de sus cercenamientos, laceraciones y desgarros, y su obsesionada reiteración, su omnipresencia, le otorgan a este relato una fuerza y contundencia que lo colocan en el límite de las posibilidades del género narrativo en la economía actual. Sin embargo, incluso así, esta narración pudo haber sido algo para lo cual no existen aún las palabras, y no existen porque no fue, porque no alcanzó a ser. "La parte de los crímenes" está construida utilizando los recursos de la novela negra, en lo que es tanto un homenaje como una parodia. ¿Era necesario? Un oscuro grupo de detectives de la policía de Santa Teresa, cuyos nombres Roberto Bolaño los escoge para realizar los consabidos amarres, citas y subcitas en las que es tan diestro, le sigue la pista a estos crímenes mostrando un telón de fondo que no es mucho mejor que el de las ya insoportables novelas del género en castellano (porque si de lo que se trataba era de parodiar o superar a Hammett o Chandler, para eso hay que ser mejor que ellos y Bolaño, en esto al menos, no era mejor que Hammett o Chandler).

Repito ¿era realmente necesario? Sabemos que la realidad es más agobiante que la ficción, que estos crímenes se han venido cometiendo y son desgarradoramente reales y que 2666 optó por ficcionalizarlo, por transformarlo en narrativa. Está bien, todos los autores realistas lo hacen. Además, esto ya fue resuelto hace bastante por la literatura de no ficción y haber repetido un nuevo A sangre fría habría sido una solución difícil de superar y, en todo caso, ya hecha. En dos palabras, es esa convención que llamamos "lo real" la que nos habla de un desafío que estuvo a punto de dilucidarse pero que quedó pendiente. El nudo central es que su dilucidación jamás será posible dentro del mercado, o sea, dentro de la novela.

Me salto 2 ó 3 desarrollos para entrar en el tema final: ¿Por qué haberle inventado una dudosa trama de novela negra a algo que es artísticamente más fuerte que eso, que es en realidad infinitamente más fuerte que eso? ¿Por qué no haber dejado desnudos los informes clínicos de las muertes? Haberle posiblemente agregado un párrafo de una belleza, de una belleza literaria límite, dura, esplendorosa, al principio o al final. Pero, ¿algo de esa magnitud era posible? La respuesta es simple, aunque corremos el riesgo de terminar discutiendo del fracaso de los socialismos reales: era imposible que lo hiciese porque escribirlo así es algo que le competía a la poesía. Pero el problema concreto es que la poesía no lo hizo. Y si lo hiciera ya no podría poner los informes como los puso Bolaño y por lo tanto, ya no lo hizo y no tiene remedio. Esa fue la genialidad y la fuerza de "La parte de los crímenes", los informes y el nombre del basural, y ya no se puede hacer otra vez, y no por un problema de "propiedad intelectual" o de obscenidades de ese tipo, sino porque su poder artístico radica también en su primera vez. Es para llorar, estaba allí: el basural El Chile y esos informes, cada uno de los setenta y ocho informes que están allí, nada más.

Decía al comienzo que el problema no era de un autor sino de un género y Roberto Bolaño al optar por la novela optó por una transacción. Es decir: optó por no llevar las cosas a sus límites, por autolimitarse como artista, pero, a cambio, pudo decirles al menos algo a los lectores que decidió no perder. Se trata de un tipo de lector registrado en los manuales básicos de los estudios de mercado: literatoso, intelectualoso, eterno aspirante frustrado a ser Arthur Rimbaud, pero lector al fin y al cabo. Lo que lo salva y exime de esos lectores es que por lo menos Bolaño transó. Su transacción fue un triunfo personal pero, más que eso, es el triunfo de la economía: era finalmente lo suficientemente bueno como para que tuviera que transar. Tampoco se trataba de que se dedicase a escribir poemas, para eso Bolaño era tan poco dotado como Cortázar, Faulkner y Joyce, se trataba de haber inventado, como Cortázar, Faulkner y Joyce, otra forma de hacer poemas y los cuentos de Putas asesinas, por ejemplo, son una notable muestra de eso. El costo también fue alto: el de ser el "mejor novelista de su generación". Qué duda cabe, pero todo aquello que es "lo mejor de su generación" contiene algo siniestro, en realidad es la forma más grosera del menosprecio (¿fue Dante el mejor poeta de su generación?), y cuando el merchandising califica así a un creador recuerda el típico trato de los patrones de fundo a sus peones favoritos.

Pero pretender más es un despropósito. Hay sin embargo un detalle que cambiaría todo. Se trata del narrador. Según se nos informa al final del libro entre las anotaciones de Bolaño referidas a 2666 se encuentra una que dice: "El narrador de 2666 es Arturo Belano". Más adelante hay otra anotación que explícita concretamente que es "para el final de 2666", y cuyo contenido es de una conmoción y fuerza que roza lo indecible: "Y eso es todo amigos. Todo lo he hecho, todo lo he vivido. Si tuviera fuerzas, me pondría a llorar. Se despide de ustedes, Arturo Belano". Por razones que trato de imaginar: mantener un final con humor (la novela se cierra con Archimboldi conversando de los helados Fürst Pückler), no salirse de la convención del género, o cualquier otra, los editores del libro decidieron no ponerla al final de la obra, sino sólo citarla dentro de una nota explicativa a la edición. No tengo argumentos para ir más lejos, pero sí sé que si esa nota fuese el final efectivo de 2666 nada, absolutamente nada, de lo que he sostenido aquí sería válido, porque entonces tendríamos que hablar de lo que sí importa: de la literatura y de la vida y, por descarte, de la muerte.

Como digo, no lo sé, pero tal cual nos ha sido entregada hasta hoy 2666 es menos interesante que su autor y, en todo caso, mucho menos interesante que su recepción. Esa recepción nos muestra el mundo y en cierto sentido estamos hablando de un sacrificio: el de su escritura. Ella está permanentemente cruzada por una doble alma: por una parte, por aquel impulso poético formidable, único, que lo lleva a concebir las páginas finales de Los detectives salvajes y "La parte de los crímenes" y, por otra, por las limitaciones de un género que no puede ya entenderse sino como mercancía. Está bien, pero en ese sitio feroz ningún escritor que se precie puede renunciar a ser mercancía porque simplemente eso sería una autodenuncia. Un autor o autora de novelas si no es un fabricante de mercancías es simplemente una mala o un mal escritor. Lo demás queridos amigos, es simplemente poesía.
















Breves apostillas al artículo anterior

por Carlos Almonte









Es el anterior, un artículo-comentario un tanto majadero, pero con ciertas dosis de interés. Eso de imprecar la condición revolucionaria de Bolaño, además de ser curiosamente repetido, es inexacto y un tanto injusto. Él mismo no se caracterizó de tal manera, a lo más lo hizo algún crítico despistado, de esos que no faltan. Por otro lado, el adjudicar una tan tremenda o desmesurada ambición artística a 2666, al parecer, parte, o se origina en el mismo autor de este artículo-comentario. La ambición, ahora sí desmesurada, de 2666, radica en su monumentalidad (un artificio, como se sabe, más bien editorial que autorial), en su incrustación política, sobre todo en La Parte de los Crímenes, y en su extraordinaria facilidad de construir, abordar y relacionar episodios aparentemente inconexos entre sí.

Las continuas quisquillosidades, si se me permite el término, tales como: ¿Era realmente necesario? ¿Para esto usa su inteligencia? ¿Un autor como Bolaño? ¿Un lector de Joyce?, no hacen más que corroborar que más que comentar, el autor de este artículo-comentario prefiere –camino válido, por cierto- ubicarse en el terreno siempre ferragoso del crítico impune, que denosta lo que se le cruza por delante, obviado en su accionar un tanto vengativo. El comparar La parte de los crímenes con Hammett o Chandler, es un camino sin destino, argumento sólo aceptado en pos de un silencio total. Pensar, por el solo hecho de que si hay crímenes presentes se parodia a Chandler o Hammet, me parece la más obtusa –hasta diría ignorante, pero suena mal- de las salidas probables. La parte de los crímenes es enumeración, dislalia narrativa, si se quiere, escatología, aburrimiento, taxonomía, furia e injusticia. La historia se completa: una historia particular multiplicada por setenta y ocho da como resultado una tragedia de proporciones (sólo entendible desde la no ficción, de ahí el formato). Es un artilugio sofisticado y sin encuadre. Acaso sea más un parte policial que sesgo genérico; una colección de certificados de defunción, más que ficción narrativa. Hay, por decir lo menos, un gran salto entre La parte de los crímenes y El largo adiós, novela excelente, pero que responde al tempo y desarrollo clásico de la novela negra. (Un entre paréntesis: superar al autor parodiado no es el único camino, en mi opinión, o no tendríamos obras tan magníficas dentro de la poesía reciente chilena, digamos de los últimos cuarenta años, como las del mismo señor Zurita).

“Esto ya fue hecho”, “Hacer esto y no haberlo superado”, “Podría haber intentado otro camino y tampoco habría sido tan nuevo”, son frases que inundan el artículo-comentario. Lo que podría entenderse si Zurita hubiera sido uno de los numerosos aludidos por Bolaño en sus constantes, y muy poco correctos políticamente, comentarios acerca de la literatura nacional y sus representantes (sus comentarios acerca de Isabel Allende, Volodia Teitelboim, Rivera Letelier, la escritora maldita Diamela Eltit y Marcela Serrano, entre otros y otras). Un artículo-comentario-que-sangra-por-la-herida, habría titulado este post-comentario en ese caso.

Es más, Zurita, en un arrebato de creatividad, propone nuevas soluciones para La parte de los crímenes: “Esto podría haber sido hecho así”; luego de lo cual... reúne a los lectores de Bolaño y los califica de “literatosos, intelectualosos y aspirantes a Rimbaud”. (Risas). Y de este modo, un asunto que parece descabellado, inexacto y hasta infantil (usando la consabida técnica de: tú me dices esto, pero yo te digo esto otro), se transforma, de manera rápida y brutal, en lo que finalmente es, un artículo-comentario que si bien no sangra por la herida, ya que en un afán de conseguir credibilidad, Zurita elogia algunos rasgos de Bolaño y su novela (es inteligente, se salvan 350 páginas de 2666), sí demuestra el clásico desparpajo de la crítica chilena: habla desde el piso y comenta los aviones, como bien dice el dicho vasco, explicitando la imposibilidad y el abandono de quien busca el borde impreciso de las cosas.

Si bien nunca he sido un acérrimo admirador de 2666, y en eso coincido con el buen Zurita (2666 no es una obra maestra, sino una novela convencional), lo que llama la atención es el tono del escrito. La duda que provoca y el mal sabor de boca que deja al finalizar su lectura. Acaso habría sido mejor disertar sin aspavientos y sobre todo sin esas quejillas que más suenan a discurso precario y niñológico que a comentario de un autor serio acerca de la obra de un semejante.

En cualquier caso, y como ya nos advirtió el más errante de los españoles, que Dios nos dé paciencia para llevar bien el mal que han de decir o mencionar, más de cuatro sutiles y almidonados. Vale.












jueves, 21 de febrero de 2008

Grandes Autores Continentales: Roberto Bolaño

por Daniel Rojas Pachas









El Escritor

Roberto Bolaño (Chileno, 1953-2003) digno representante de la nueva narrativa, autonombrado el mejor de su generación, título justamente merecido, resulta al interior de la literatura continental, un espécimen interesante como híbrido, abocado de forma obsesiva a la tarea de sumergir al lector, en la perenne búsqueda de discriminar la frontera delicada entre la realidad posible del relato y la realidad empírica del devenir.

En sus trabajos, sufrimos la mixtura enrevesada de nombres clave, movimientos, hitos y lugares míticos del mundo artístico, político y social con sus creaciones alucinadas. Quedando impreso en el subconsciente del destinatario, la figura del Detective Salvaje que debe cuestionar los hechos narrados, los espacios prefigurados y momentos intrigantes como aquel en que Ulises Lima, alter ego de su amigo poeta, prócer del Infrarrealismo, Mario Santiago Papasquiaro, se entrevista en un parque lúgubre con Octavio Paz; poeta mexicano, destacado ensayista y uno de los cinco Nóbeles de Latinoamérica. Indefectiblemente, la biografía de Bolaño se confunde con su bibliografía y como sus deleznables y entrañables personajes (mafiosos, ratis, padrotes, críticos literarios, aspirantes a escritor, fisicoculturistas, personajes de la industria porno, ilegales y moribundos vanguardistas) que saltan de un nivel narrativo a otro, abandonando el papel para penetrar la vida, el chileno-mexicano, más bien cosmopolita escritor, perdido en sus devaneos por Europa, subsistiendo a punta de concursos locales de cuento, factotum incorregible, víctima de la represión del 73, sobreviviente de las guerras floridas y testigo de la muerte de Dalton, resulta en última instancia; su más grande creación. “Protagonista y huérfano de la barbarie y fracaso poético de nuestra lengua”. Quehacer literario y vital, indisociable, que toma cuerpo en la frase de su amigo Mario Santiago: “si he de vivir, que sea sin timón y en el delirio”; epígrafe del libro: Pista de Hielo y máxima suprema que implica esa búsqueda auto-consciente y tantas veces ineludible, que asume el arte como un inconformismo y ansia laberíntica de desafiar al mundo, pese a su alto precio y riesgo, con interrogantes que desnudan lo sublime, inesperado, caótico y feo.

Tales empeños son fáciles de rastrear en las novelas polifónicas, totalizadoras y fragmentadas de Bolaño: La póstuma 2666 y la ganadora del Rómulo Gallegos, Los Detectives Salvajes. Estructuras complejas pero abiertas y adictivas para el lector por su prosa amistosa, económica aunque fértil y capaz de soportar numerosas revisiones sin saturar. El propio autor nos dijo a ese respecto: “Mi literatura es legible, pero no es fácil”. Habría que añadir a ello una fortaleza de su arte literario y que académicamente podemos vincular a la llamada: Teoría de la recepción y actividad cooperativa del lector, el cual es llamado a reconstruir la obra y actualizarla desde su situación particular, siendo a su vez, autor de su propia historia, la que va más allá de lo que el mismo escritor dijo o quiso decir explícitamente.

En este afán, Bolaño se entronca y recuerda a otros autores de la talla de Italo Calvino, Umberto Eco, Ricardo Piglia, Macedonio Fernández, Borges y Sábato, especialmente en Sobre Héroes y Tumbas, por el uso indiscriminado que hace de la realidad y sus conflictos. Sin embargo, sobre este último, hay que recordar una aseveración que Bolaño hizo en una de sus entrevistas, al puntualizar que después del libro del argentino, ninguna novela podría volver a sostenerse lisa y llanamente por el vigor de la historia. Lo cual exige al narrador ser un arquitecto valiente y artífice aventurero en cada empresa literaria.

En resumidas cuentas, Bolaño a lo largo de su flirteo con la prosa y lírica, consiguió llevar a la literatura contemporánea a niveles insospechados y contrarios a la moda, que demanda obras rápidas y de consumo ligero. Poniendo a su servicio todas esas inquietudes de gran lector y crítico autodidacta capaz de sorprender, libre del halago inmediato, gratuito y sin ampuloso hermetismo y retóricas obnubilantes.


La obra

Su legado incluye obras que revitalizan y redefinen nuestro rol en la incierta tarea de leer. Una continuidad intertextual que se nutre del arte, la vida, lo histórico, contingente y autoreferecial, pero sin abandonar en su tránsito, la tentativa de retorcer y poner en tela de juicio, la verdad de los hechos.

No es casualidad, el toparnos tantas veces con Belano, B, o de forma más descarada, con Bolaño a secas, como narrador, adyuvante o protagonista.

Todos los que emprendimos el viaje complejo que representa la póstuma e inacabada 2666, novela editada por su amigo Ignacio Echeverría, quedamos arrastrando tras la última frase, una pregunta unívoca. Quién es el narrador oculto de este mundo literario: Belano; ese adulto joven que desapareció en un punto perdido de Los Detectives Salvajes, enfermo del hígado e inmerso en la espesura africana.

2666, que originalmente estaba destinada a ser cinco historias concatenadas e interdependientes, pero capaces de leerse por separado, fue finalmente presentada en un solo tomo y, en términos generales, lleva al lector a parajes inhóspitos e insospechados, gracias a un recorrido sinóptico alrededor del globo, que cruza cinco mundos aparentemente incomunicables. Amalfitano profesor chileno y padre soltero, ejerce en la Universidad en Santa Teresa, lugar apocalíptico de los crímenes, allí llegan los cuatros críticos literarios que ven en Archimboldi, narrador alemán, el objeto de su devoción. El germano por su parte, es un sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, misántropo y amante de las profundidades marinas que resulta ser el tío del principal sospechoso de los asesinatos en tierra mexicana y Fate, un periodista de color que llega a Juárez para cubrir una pelea de box, termina envuelto en el submundo de la violencia, de manera que el telón que une todas estas historias, será el triste y repudiable escenario de violaciones y descuartizamientos irresolutos, cometidos en contra de centenares de mujeres. Su sombra tiñe un lúgubre horizonte herido por el narcotráfico, abuso laboral de mano de las maquiladoras, machismo, mafia e ineptitud policial y gubernamental.

Por su parte, la fecha del titulo, nos remite indefectiblemente a otra obra de Bolaño, Amuleto, hermana menor y espejo de Los Detectives Salvajes; en ésta, Auxilio Lacouture, de nacionalidad uruguaya, menciona de forma visionaria, el desconcertante número 2666 que remonta a un punto de la historia humana, en que fúnebre y lapidario, confluye el misterio de nuestro destino como especie.

Madre de la poesía mexicana y defensora de la autonomía de la UNAM, Lacouture es protagonista y narradora y comparte escena con Belano y Ernesto San Epifanio (poetas real-visceralistas). La trama desnuda otra de las obsesiones del escritor, la suerte infructuosa de las letras americanas, teñidas por la guerrilla, los golpes militares, los movimientos revolucionarios, la violencia urbana, sexual y la desesperación y abandono solipsista. Un acercamiento a uno de los tantos brazos de Los Detectives Salvajes, otra gran e indispensable novela, que en cerca de seiscientas hojas desarrolla la cruzada de García Madero, poeta novísimo, Lupe, prostituta fugada y Lima y Belano, ambos fundadores de lo que podría ser llamado un movimiento de vanguardia que acompaña su empeño como pequeños traficantes de marihuana. Su vagabundeo y los testimonios que la rodean, nos introducen en la persecución de un fantasma literario perdido en el desierto: Cesárea Tinajero, verdadera real-visceralista, fundadora de la Revista Caborca. El amplio número de voces cruzadas, dan por medio de fragmentos dispersos, luz al lector sobre la gesta y caída de una generación artística, la de los cincuenta, y que pretendió como todas las escuelas experimentales, entre aciertos, inconsecuencias y mezquindades, desafiar y reformar la poética de su tiempo y sus respectivas vacas sagradas.

El incierto discurrir, incluye voces reales como la del estridentista Manuel Maples Arce, el poeta francés Michel Bulteau, Octavio Paz, y las ficcionales, entre ellas, las del propio creador y su contexto, que recorre casi treinta años, desde la juventud de los personajes en D.F. a su entrada a la adultez que los disemina por el mundo, para culminar en una fugaz e itinerante senda en que Belano y Lima se desintegran, producto de la vorágine cotidiana, como nuevos mitos, condición que pretendían destronar. Aquí se repiten atmósferas familiares para los lectores de Bolaño, la calle Bucareli, la Avenida Reforma, El café Quito o el camping español en que Bolaño trabajó como celador.

En un examen de este tipo, considero, no sería justo dejar en el tintero, una gran obra como La Literatura Nazi en América y su respectivo hermano, Estrella Distante. Ésta se nutre en su narración de la primera, a fin de extender la inmersión del lector, en una de las interesantes vidas que el apéndice de nazis americanos, inicia. Por otra parte, Nocturno de Chile es también asimilable a estas, por su contenido central: el horror, la dictadura y el arte, en una cópula clandestina que alberga un juego de memoria, apariencias y desengaño. Wieder, Urrutia Lacroix y todos los nazis de la literatura, desde el extremo polar de chile hasta la dantesca Norteamérica, son engendros que dan fe de la literatura y sus amoríos con los excesos. Aquí surgen episodios magníficos como el de los hermanos Schiaffino que dirigen la hinchada de Boca Juniors y a la par, una bullente bibliografía fascista. También está el capítulo sobre la instrucción subrepticia que Lacroix da a Pinochet acerca del materialismo dialéctico, presenciamos el doble discurso religioso e institucional y la forma en que la consciencia se vuelve un recetario de justificaciones o calvario de replicas fulminantes. Todo matizado con humor, como en el capítulo sobre los halcones que destruyen despiadados a las palomas que corrompen la pulcritud de los techados de las iglesias y cómo olvidar los fantaseados títulos de serie Z, pulp magazine y filología encumbrada que componen la versátil producción literaria de sus ilusorios Nazis, criaturas que nada tienen que envidiar a cuanto poeta maldito o prima donna del arte, pobló la tierra.

En cuanto a sus obras breves, incluidas en los libros, El Gaucho Insufrible, Llamadas Telefónicas, El Secreto del Mal o Putas Asesinas, ocurre algo similar. En entrañables historias como Últimos Atardeceres en la Tierra: Historia de carretera sobre el crecimiento y distanciamiento familiar, B, un joven Bolaño, emprende un viaje absurdo pero necesario con su padre. En él se vislumbra la brecha generacional y el amor filial desde perspectivas alternas. En el Ojo Silva, en cambio, sufrimos un tierno y decadente testimonio, a manos de un periodista homosexual, amigo de Bolaño y condenado por su sino al salvajismo. Debido al azar, el remilgado exiliado de la dictadura chilena emprende, producto de su labor, una pesadilla en la India, que culmina con el rescate infructuoso y delirante de niños perseguidos y castigados por la intolerancia y crisis de nuestro tradicionalismo falo-logo-céntrico.

Sin Bolaño, historias de este tipo nunca verían la luz o, en su defecto, se convertirían en burdos ejercicios de vanidad, anecdotarios políticamente correctos o repetición de viejas formulas sustentadas en el extremo unidimensional de la denuncia sermoneante o el exceso escatológico.


La Leyenda

En tal medida, el sello de lo que podemos llamar hoy por hoy bolañesco, entremezcla fetiches e inclinaciones que le sirvieron para construir una carrera envidiable, provista de obras ricas y curiosamente conectadas, no sólo por la materialidad de su autor, sino por un universo paralelo que suda y respira tanto como el mundo real. El gran eje que es Los Detectives Salvajes, extiende redes que van permeando cada una de sus obras y para los que hemos dedicado placenteramente, largas y entrañables horas a recorrer cada uno de sus trabajos. Nos quedan pistas evidentes de lugares, fechas, nombres, obras ficticias o testimonios crípticos, que van tendiendo un hilo que forja lo que en el lenguaje del comic book se denomina crossover. De manera que Auxilio, presente en Los Detectives Salvajes, no extraña su presencia en Amuleto y en 2666, oculta tangencialmente, bajo el título de la ambiciosa novela.

Otras vinculaciones se dan por la constante mención a Caborca, ciudad de Cesárea o Villa Viciosa, cuna de Lalo Cura, joven asesino, también presente en los cuentos en que Belano será un trashumante cotidiano, incapaz de sustraerse del horror, la vulgaridad, la exhuberancia y lindes con la demencia que van cercando al arte y cada rincón de la vida. Tal es el caso de los ya mentados, vanguardistas de la literatura nazi, ese apéndice de existencias arrojadas de raíz a la desmesura de sus excesivas creaciones Carlos Wieder en Estrella distante o si se prefiere, su par homólogo, en La Literatura Nazi..., Hoffman. Monstruo y asesino, torturador conocido por Bolaño en sus pasos núbiles por talleres de poesía, lo que desencadena una postrera búsqueda que encierra un misterioso ajuste de cuentas, en que el escritor sirve de herramienta para la venganza. Weider o Hoffman, dependiendo del libro que revisemos, recibe halagos de Urrutia Lacroix, protagonistas de Nocturno de Chile y cóctel irónico que enmascara la tradición y crítica literaria chilena (Opus Dei, La crítica única, El Mercurio, Alone y Valente). Lacroix en su acomodaticio discurrir, da clases de marxismo a la junta militar y cena con Neruda mientras discute sobre el Dolce Stil Nuovo, demostrando que en algo tan impoluto y sacramentalizado como la escena cultural, subyace una cámara de torturas, el mal absoluto e injustificable y una cloaca atestada de mierda lista a reventar.A estas alturas, es mucho lo que se puede decir sobre la obra de Bolaño, un autor universal que merece un análisis más largo, profundo y acucioso que éste, digno de ser recomendado y leído en todos los idiomas posibles. Por tanto, aún queda mucho por descubrir tras sus letras. Lamentablemente, nos dejó en el punto más alto y fértil de su carrera como narrador, lo cual no empaña en lo absoluto su figura, que es un orgullo para la prosa latinoamericana, arriesgado y valiente innovador, polémico crítico, con poderosos fundamentos y poseedor de un respaldo incuestionable en su trabajo. Quizá de allí surge la obsesión de otros por continuar con su empeño de ficcionalizar la realidad y realizar la ilusión del arte (Fresán, Cercas). Bolaño se ha vuelto un personaje y leyenda inmortal capaz de trascender la materialidad precaria del ser. Algo así como el juego mesmérico que compartimos en Monsieur Pain, también titulado La Senda de los Elefantes, obra en que Bolaño pone sobre la mesa, a un espectral y melancólico Vallejo; poeta peruano, uno de los grandes, sino el más grande creador lírico de nuestra lengua. Vallejo que predijese su muerte en el hermoso poema “Piedra negra sobre una piedra blanca“, agoniza con hipo al lado de su esposa Georgette, apodada por los amigos del vate, debido a su personalidad posesiva, Gillete. De la misma forma que el autor de Trilce, Bolaño vive, respira y muere en su trabajo y el de los que continuarán su legado al leerlo o revivirlo, en el universo inagotable de la literatura.
















sábado, 16 de febrero de 2008

Bolaño puede ser malo para su salud

La Tercera. 16.02.2008












Cuidado: Los Detectives Salvajes podrían ser un peligro para la sociedad. Así lo decidió el Departamento de Justicia Criminal de Texas, USA, que impidió que uno de sus prisioneros leyera el libro de Roberto Bolaño -editado en 2006 en inglés- durante su presidio. El recluso número 1385412, de Huntsville, compró un ejemplar que nunca llegó a él: antes, lo interceptó personal de correos de la cárcel, alegando que la novela "estimulaba el comportamiento homosexual o desviado" y que era "un detrimento para su rehabilitación". Se referían específicamente a una escena descrita en la página 39, en la que se lleva a cabo un concurso de sexo oral en un club nocturno. No importaba que, en realidad, fuera un acto entre un hombre y una mujer -de gay nada- y que, finalmente, todo fuera nada más que ficción. Como sea, el preso afectado apelará. Y si no, no le quedará más que esperar hasta su liberación, en agosto de 2009.










miércoles, 6 de febrero de 2008

"Fue algo grande mi hijo". Encuentro con León Bolaño, padre de Roberto.

por Andrés Gómez Bravo
La Tercera, 07.10.2006





Ex boxeador y camionero, León Bolaño es el padre del autor de Los Detectives Salvajes. Desde México, donde se radicó en 1968, habla por primera vez en forma pública de su primogénito: narra el reencuentro en Madrid en 2001, tras dos décadas sin verse ni hablar, y asegura que le heredó "la firmeza" de carácter.




Útimos Atardeceres sobre la Tierra se titula el cuento y es de los mejores de Roberto Bolaño. Parte así: "B y el padre de B salen de vacaciones a Acapulco (...). El coche del padre de B es un Ford Mustang del 70. A las seis y media de la mañana suben al coche y comienzan a salir de la ciudad. La ciudad es México Distrito Federal, y el año en que B y su padre abandonan el DF por unas cortas vacaciones es el año de 1975". El cuento narra las últimas vacaciones que B y su padre pasaron juntos. Y -como toda la obra de Bolaño- es una mezcla de memoria y ficción.

Dos años después de ese viaje, Bolaño -o B- partió a Europa. Recorrió Francia y el norte de África. Se radicó en España y se convirtió en escritor. Veinte años más tarde recibió un telegrama desde México. "Comunícate urgente", decía, y llevaba un número telefónico. B temió lo peor. Era de noche cuando marcó. "Bueeeno", respondieron del otro lado. "¡Papá! -exclamó-. Pensé que te habías muerto".

No es ficción: durante dos décadas Roberto Bolaño y su padre, León, no se vieron. Tampoco se hablaron. Bolaño publicó sus primeros libros, ganó premios, se hizo conocido en el continente..., y su padre no tenía idea. "La distancia y el trabajo lo absorben a uno", explica hoy León Bolaño. Ex boxeador y camionero, el padre de B reside en Querétaro, donde dirige la empresa de transportes El Chileno. "No me enteré de sus libros hasta que unos parientes me dijeron y mi hijo León Enrique comenzó a sacar datos de internet", cuenta a través del teléfono.

León Enrique es el mayor de los hijos del segundo matrimonio del señor Bolaño y, a diferencia de Roberto, se dedica a la política (fue secretario del Ayuntamiento de Querétaro por el PAN, el partido de Vicente Fox y Felipe Calderón, Presidente electo de México).

"León Enrique se puso en comunicación con Roberto. Me alegró mucho. Estuvimos conversando horas. Allá (en España) eran como las dos de la mañana", recuerda el patriarca del clan.

Su hijo León Enrique consiguió los libros de Roberto. Y don León empezó a leerlos. Y entre las páginas de Putas Asesinas encontró el cuento de sus últimas vacaciones juntos. "Imagínate, paisano, me emocioné mucho, mucho. Fue así, igualito como él lo cuenta".


En la carretera

León Bolaño nació en Los Ángeles, Chile, hace 8o años. Entró a la marina, pero no era un tipo para seguir órdenes: "No me gustaba que me mandaran. Y me retiré". De todos modos, su paso por los grumetes no fue en vano: aprendió a boxear y fue campeón peso pesado en el sur. Después conoció a la profesora Victoria Ávalos y se casó. En 1953 nació Roberto y un año después su hermana María Salomé. "Dejé el boxeo, compré un camión y nos fuimos a Valparaíso", relata.

Vivieron en Viña y Quilpué, donde el niño Bolaño jugaba a los vaqueros. Tenía un caballo, el Zafarrancho, que luego recordaría en el cuento Últimos Atardeceres... "Era un caballo que traje de Magallanes -dice don León-. Fue una odisea, imagínate, paisano. En Ouilpué teníamos una quinta y a Roberto le gustaba montar. El caballo era su regalón".

Por entonces el futuro novelista empezaba ya su vida aventurera, en el camión del papá. "Una vez íbamos de Valparaíso a La Serena y pasadito Calera se me reventó la bomba inyectora. Quedamos en medio de la nada. Era el año '62 y el tránsito era muy difícil. Pero ahí las barajamos". El camión cargaba sacos de harina y, según don León, consiguieron que les hicieran pan en una casa del sector. "Sobrevivimos cuatro días hasta que llegó el mecánico".

La familia regresó a Los Angeles y Roberto comenzó a revelar su carácter, atestigua el papá. "Era de los que contradecían a los maestros. Lo tenían entre ceja y ceja, jajaja. A veces íbamos a comprar víveres y él me decía 'papá, mientras tú compras yo voy a ver libros'. Leía tanto... siempre fue así".

La pasión por la lectura, testimonia, era herencia Avalos: "Su mamá era muy lectora, de ahí yo creo que le venía. Yo no, yo soy un hombre de acción". Y como tal, dice, le heredó otra cosa: "La firmeza. Mi hijo no se dejaba dominar por nadie".

En 1968 el clan partió a México. En el D.F. el matrimonio Bolaño Ávalos se separó y en 1973 Roberto viajó a Chile entusiasmado con la Unidad Popular. Pero llegó cuando el golpe era inminente. Fue detenido en Concepción y salió gracias a dos ex compañeros de liceo.


Mal de amor

De vuelta en México, Bolaño se dedicó de lleno a la literatura. "Llegaba de reuniones con amigos y empezaba a escribir, escribir y fumar", dice don León. A mediados de los 70, la familia se separó para siempre: Victoria Ávalos y María Salomé viajaron a España.Por entonces Roberto estaba de novio con Lisa Johnson, una joven poeta norteamericana. "Vivieron juntos, pero la madre de ella los separó. 'Qué ganas con un escritor que no tiene nada', le decía. Quedó muy mal. No dormía, estaba muy enamorado y pensó matarse. Lo convencí de que matarse por una mujer es una pendejada".

Bolaño se marchó a Europa. Y el padre formó otra familia.


Llamadas telefónicas

Al principio, Roberto escribía a su papá, dice el hermanastro León Enrique. A veces, en el tiempo de mayor pobreza, le pedía dinero. "Pero una vez le pidió una cantidad fuerte y le dijo 'como adelanto de mi herencia'. Y eso indignó a mi papá. 'Este cabrón piensa que ya me voy a morir', le dijo a mi mamá. Le mandó el dinero, pero nunca más le habló".

Y así pasaron 22 años. Hasta que León Enrique envió el cable a Blanes, el año 2000, y Roberto llamó a México. "Y toda la bronca quedó en el olvido". Al año siguiente, Bolaño y su padre se reunieron en Madrid. Fue un encuentro lindo, recuerda don León. "Pero lo hallé demacrado. Se tomó como 20 pastillas en la comida. Quedó de venir a México, pero quería terminar la novela".

Por entonces Roberto trabajaba en 2666 y ya padecía la insuficiencia hepática que le produjo la muerte. León Enrique siguió en contacto con él por mail. "Yo le decía 'por qué no vienes a ver a mi papá, quién sabe cuánto va a vivir', y él me decía que tenía un viaje pendiente y que lo tenía suspendido por una cuestión de salud. Yo pensaba 'no mames, cabrón, yo haría el viaje igual'. Nunca me platicó lo grave que estaba".

Su muerte los tomó por sorpresa: se enteraron por casualidad dos días después. Don León llamó a Blanes y Carolina López -la viuda- le dio la mala nueva. "Ay, este muchacho", dice hoy el padre. "Se mató por esa novela. Casi no dormía, era una obsesión. Me apena acordarme, paisano".

Pese a los años de separación, don León dice que Roberto era su orgullo. "Fue algo grande mi hijo. Lástima que la vida se le truncó tan pronto".










lunes, 4 de febrero de 2008

La parte del público

por Alejandro Zambra
La Tercera, 02.02.2008
















Duraba cinco horas, pero lo mismo podría haber durado siete o nueve o 24 horas: trasladar 2666, la obra mayor de Roberto Bolaño, a un montaje teatral parecía imposible, y después de presenciar el trabajo de la compañía del Teatro Lliure queda la impresión de que sigue siendo imposible. Los actores, sin embargo, lidian bien con la desmesura; no hay, en el montaje, la ilusión de domesticar el texto: es como si Alex Rigola, el director, hubiera preferido fracasar y compartir ese fracaso con los espectadores. Lo más sorprendente de 2666 (el montaje) es su extrema dependencia de 2666 (la novela). Pero esa fidelidad, a la postre, se agradece: el público asiste a una lectura por momentos brillante y a veces solamente literal, pero siempre legítima. Bolaño gana y Rigola quiere que Bolaño gane. Entonces Rigola también gana, o al menos no pierde.

La Parte de los Críticos es pura narración. Los actores, por fortuna, no necesitan gritar: hay micrófonos para que los acalorados personajes conversen sobre Benno von Archimboldi. La adaptación demuestra confianza en las disgresiones y en el humor de Bolaño, y esa confianza alcanza a La Parte de Amalfitano, que –a pesar de un guiño medio absurdo a la película París, Texas- funciona. La Parte de Fate, en tanto, es, para mí, el segmento mejor integrado al lenguaje teatral. Tal vez por eso recupera, convincentemente, la nitidez y la oscuridad –la amargura y la fiesta- de la novela.

Pero es en La Parte de los Crímenes donde está la principal apuesta del montaje: el relato de los horrorosos pormenores de los asesinatos es sustituido por la proyección de una lista con los nombres de las más de 300 mujeres muertas en Ciudad Juárez (que no en la Santa Teresa de Bolaño: son las víctimas reales). Mientras los nombres desfilan en el fondo, una mujer desnuda se desgarra hasta morir; ya es tarde cuando llegan los policías, que rodean el cadáver y comienzan una indolente competencia de chistes misóginos. En la novela el episodio de los chistes tiene lugar en la cafetería Trejo’s (“un local oblongo y con pocas ventanas, parecido a un ataúd”, dice Bolaño) y no ante un cadáver, pero la opción de Rigola es oportunamente explícita: todo lo que sucede en Santa Teresa –y en Ciudad Juárez, y en Latinoamérica- sucede ante un cadáver.

El público reacciona como dicen que reaccionaban los griegos cuando la tragedia: hay miedo y, sobre todo, compasión. Cuatro o cinco de los 600 espectadores, sin embargo, inexplicablemente celebran los chistes machistas. Y otras dos o tres voces ensayan perdidas pifias. No es raro, en el teatro, que haya gente dispuesta a reírse en los momentos menos adecuados. Pero esta vez me parece que las risas van demasiado lejos. Molesta tanta estupidez. Luego, ya de vuelta, pienso que está bien, que el montaje de 2666 era eso, finalmente: la parte del público. De alguna horrenda manera, las risas y las pifias eran tan necesarias como la emoción genuina (y estéril) ante la sangre y el dolor.

La Parte de Archimboldi, a todo esto, estaba de más. No lo digo por el desacierto de convertir a la sensualísima baronesa von Zumpe en una inocente carmelita, ni por la extraña presencia de un señor que, a un costado del escenario, bailaba una especie de tímido breakdance. La quinta parte estaba de más porque sólo Bolaño podía conseguir esa síntesis deslumbrante y pavorosa que nos espera al final de su enorme novela. Sólo Bolaño y la literatura.












viernes, 1 de febrero de 2008

El secreto del mal

por Javier Moro












El Secreto del Mal
reúne las últimas narraciones en las que el escritor chileno se encontraba trabajando antes de su fallecimiento en el 2003 y que fueron encontrados en la memoria de su computadora. Narraciones o textos, que más que cuentos terminados, son apenas los esqueletos de futuros cuentos, que por desgracia el escritor chileno ya no pudo concluir, pero que, sin embargo, rescatan la personal visión que de la narrativa tenía Bolaño.

Los textos incluidos en El Secreto del mal se convierten así en un pequeño ejemplo del genio de este escritor chileno nacido en 1953 y quién vivó buena parte de su juventud en la Ciudad de México, antes de partir hacia España, en donde encontraría el justo reconocimiento para su calidad literaria, convirtiéndose en uno de los escritores latinoamericanos más importantes e influyentes de este siglo que apenas comienza.

Lo que encontramos en El Secreto del mal son textos que te atrapan y no te permiten abandonar el libro hasta el final. Son relatos, que le permiten a uno gozar y conocer la poderosa prosa de Bolaño.

Textos de apariencia inocua, que te llevan hasta el corazón de los conflictos humanos, en los que es posible percibir un aparente guiño que nos hace Bolaño desde el más allá; todo con el afán de acercarnos a su prosa poderosa y ágil, que termina por atrapar, casi sin dificultad, cualquier evento, cualquier anécdota, para acabar convirtiéndola en materia fecunda para sus narraciones.

Es justamente ahí en donde radica la fortaleza de este libro: en la enorme capacidad narrativa de Bolaño, en la aparente facilidad con la que aborda cualquier tema: Como nos dice Enrique Vila-Matas, Bolaño es un autor que abre grietas y que revoluciona la tradición literaria latinoamericana.

Lo único que podríamos lamentar es que a Bolaño no le haya alcanzado el tiempo para terminar todos los textos que dejó conclusos. La carrera contra la muerte debe haber sido dura e intensa. La muerte nos privó así de una de las voces más claras y lúcidas de la narrativa latinoamericana contemporánea, que apenas estaba llegando a su madurez y que ya había escrito obras tan importantes como Los detectives Salvajes. Por lo que sólo nos queda confortarnos con el legado que Bolaño nos dejó, y gozar de él.